Partida Rol por web

Xazhum escuchó atentamente las palabras del inquisidor. Parecía que sabía lo que se hacía. No es que personalmente creyera demasiado en la gloria del Imperio y en la magnanimidad del Emperador, pero estaba metido hasta el cuello en aquello y ahora qué se sentía mucho mejor de sus lesiones, no iba a dar un paso atrás.

- Usted manda, Kretchner. - Dijo entonces. - Cuando diga y como diga. - Añadió. Justo entonces cargo su rifle y su pistola. Estaba listo para lo que fuera necesario.

Después de descansar un poco y recuperar fuerzas, os disponéis a entrar en el túnel.
El inquisidor abre camino avanzando sin ningún tipo de luz. Cuando entráis en el túnel, notáis una sensación palpable de opresión. Las paredes están llenas de símbolos escrítos en una lengua impía que hace que os piquen y lloren los ojos cuando los veís. Están escritos con sangre, con la sangre de las víctimas que, como en un atroz cementerio, sus restos se diseminan por el túnel en posturas de dolor y lamento. Un susurro os dice maldades al oído, como si las almas malditas de estas víctimas pudieran hablar, invitándoos a seguirles, a matar o a dejaros poseer. Aunque os tapéis los oídos no podeis hacerles callar pues invaden vuestra mente.

Es necesaria de toda vuestra voluntad para no perder los nervios. Perdéis la noción del tiempo. Los susurros desorientan vuestros sentidos y los símbolos socavan vuestra alma. Solo las palabras de vuestro inquisidor consiguen manteneros firmes frente a la locura. Poco a poco veis una tenue iluminación al otro extremo del túnel y un clamor alzándose.

Avanzáis con precaución hasta salir a una enorme caverna dividida en dos partes por un abismo e iluminada por una treintena de hogueras esparcidas por el lugar. A su alrededor, cientos de figuras permanecen expectantes, quietas, escuchando la letanía impartida por un humanoide, a penas visible, desde lo alto de un atril al otro lado del abismo.

-El dios emperador hizo al ser humano a su imagen y semejanza. Pero bien es verdad que ese ser humano fue mejorado, como los poderosos Marines Astartes, los altos Magus Mechanica o los Adeptus Telephatica. Y esos nuevos hombres hicieron perecer a las antiguas razas que vivían en la galaxia por la recompensa eterna de servir al emperador. Pero nuevas mejoras han surgido en la especie humana y la especie de las que surgieron no ha perecido. Es a ella, a la raza humana, a la que pertenece el universo donde el emperador reina en su trono dorado. Y yo pregunto, ¿Tenemos derecho al reino de los cielos, nosotros, la nueva mejora de la raza destinada a la recompensa eterna del emperador?.- Un ¡NO! atronador barrió el silencio sepulcral haciendo patente el odio que iba en aumento. Podía notarse el descontento y la furia entre los mutantes. -¡Los mutantes somos la nueva raza surgida del ser humano. ¡Somos creaciones del ser humano y tenemos derecho a la recompensa del dios emperador! -Se alza un aprobador clamor entre los mutantes. El jefe mutante lo apacigua levantando las manos. - Hagamos de este mundo nuestro primer mundo, y acabemos con la inferior raza de los hombres. El día del juicio final llegará pronto, y la raza humana perecerá por completo, entonces nosotros nos alzaremos como los amos del universo. - Y otro clamor, más ensordecedor, bárbaro, rabioso surge de los mutantes.

Tras un minuto, empapándose del clamor y la rabia desatada, el jefe de los mutantes desaparece por una puerta situada detrás de él. La reunión ha terminado. Los cientos de mutantes congregados se dirigen hacia la grieta del abismo comenzando a descender por cables, cuerdas y tuberías. Solamente un grupo armado de unos veinte mutantes se dirige hacia la salida, hacia vosotros, buscando la superficie y víctimas con quién descargar su ira.

-Ocultaos, dejádlos pasar.- La orden era clara e imperiosa. -No detendremos a estos mutantes sedientos de sangre. Nuestro objetivo es el cabecilla, aquél que se oculta tras el abismo y hay que encontrar una manera de cruzarlo.-

Lo que había empezado como un simple caso de un asesino en serie, posiblemente un mutante que hacía desaparecer a sus víctimas, había tomado un rumbo mucho más aterrador y desquiciante. Estaban ante toda una secta compuesta por mutantes, cuya única finalidad era destruir a la humanidad sana en pos de un futuro mutante.

- Hecho... - Dijo Xazhum echándose a un lado y tratando de desaparecer de la vista de los cultistas.

En la mente del granuja quedaron inscritas las palabras de lo inquisidor. No buscaban eliminar a todos los allí reunidos. Eso era totalmente descabellado. No eran suficientes para nada. En cambio, matando al líder acabarían con aquella secta. Pero debían cruzar el abismo.

No habíamos terminado nuestro trabajo como yo creía al ver como el inquisidor terminaba con el demonio, pero ahora teníamos que acabar con el líder de la secta mutante, algo que tras oír como hablaba, "maldito ser, el emperador no ayuda a seres como vosotros, y menos si se relacionan con demonios, deberíamos exterminarlos a todos" digo en voz baja, a la espera que terminase el sermon de la aberración que se hacía llamar descendiente de la humanidad.

El discurso que el líder de la secta profirió puso los pelos de punta a Crassus, pero la ovación salvaje y gutural que le siguió heló la sangre del adepto. Si tenían que batirse con toda esa multitud, estaban perdidos. Por suerte, el inquisidor les avisó que el objetivo era el mutante del pulpito, y no sus seguidores. Él dio las gracias. Postrado en las sombras, recargó su arma con calma. Más pronto que tarde iba a tener que usarla, visto lo visto, y más le valía estar preparado. 

Hacéis caso a vuestro inquisidor y os ocultáis entre las sombras y las estalagmitas de la cueva mientras el grupo de mutantes se introducen en el oscuro túnel en busca de víctimas humanas arengados por el discurso de su líder.

Poco a poco todos los mutantes abandonan la cámara descendiendo por la grieta que separa las dos partes de la cueva. Xazhum intenta divisar alguna forma de cruzar, pero desde aquella distancia resulta casi imposible.

Tras un breve período para darles tiempo a los rezagados a desaparecer, vuestro inquisidor os hace una señal para moveros. Avanzáis poco a poco, ocultándoos entre las sombras, descendiendo hacia el centro de la cueva donde está la grieta. A medida que bajáis podéis comprobar que no solo madera, cartón y neumáticos alimentan el fuego, también restos humanos carbonizados y huesos quebrados por el fuego. La impresión os da coraje para acabar con quien permite esa atrocidad.

Llegáis hasta la brecha. El abismo que desciende hacia la negrura acaba unos 50 metros por debajo. Cientos de velas, antorchas y lámparas de aceite iluminan huecos en las paredes que sirven como refugio a los cientos de mutantes que allí, en la cámara principal, estaban antes congregados. Dimus Kretchner os pide silencio mediante un gesto. No conviene ser descubiertos, pues ningún inquisidor podría ser capaz de parar aquella avalancha mutante.

Diez metros os separan del otro lado de la cueva. A un lado, cerca de la pared derecha, vuestro inquisidor encuentra un dispositivo que parece ser para cruzar. Una palanca oxidada acciona unos motores que enrollan unos cables tensándolos para formar un triángulo invertido. Kretchner la activa rogando que el ruido no alerte a los mutantes. Los motores eléctricos se ponen en marcha con un siseo tensando los cables en forma de V. Dos arriba y uno para los pies, un puente levadizo bastante convincente. 

Dimus cruza el primero, seguido de Crassus, Grunda, Marcio y Xazhum cerrando el desfile. Llegáis al otro lado sin despertar sospechas, nadie os ha visto. Al otro lado se encuentra el atril desde donde el jefe mutante daba su discurso y detrás, una puerta de hierro muy parecida a la utilizada en los conductos de mantenimiento de los niveles superiores. La puerta cede y entráis siguiendo a vuestro inquisidor.

La enorme sala a la que accedéis se encuentra sumida en la penumbra. Un halo frío inunda el mortecino aire recorriendoos la espina dorsal. La sala está llena de tubos de ensayo, probetas y botes de formol de distintos tamaños con cosas dentro que no os atrevéis a imaginar.
En medio de un círculo iluminado se encuentra El líder mutante. La raída toga roja y dorada enseña el emblema de la calavera de grandes dientes en un intrincado dibujo en ambas mangas que ocultan los brazos hasta la muñeca. Un siervo corrompido utiliza una mecadendrita medicae mientras profana el cuerpo de un ser humano, encadenado por las muñecas a una recia tubería vertical, desnudo, con tubos conectados a la nuca y los brazos donde un recipiente deja ver un líquido verdoso que gotea directamente a sus venas. Las yagas y suturas que tiene por todo el cuerpo no parecen afectarle. El humano está drogado y apenas siente como el líder mutante le extrae las entrañas.

Acurrucado entre las rocas y los restos acumulados allí abajo, Crassus observó a la turba de mutantes dirigirse hacia ellos. Las armas del adepto estaban listas y su voluntad templada por toda la sangre que había visto y vertido aquel día... pero las manos le sudaban tanto como al principio. Por inspiradora que resultara la presencia de Kretchner, una vez vio la cantidad de mutantes a la que se enfrentaba, el adepto supo tan bien como cualquiera de ellos que un solo paso en falso podría convertir aquellos túneles en su tumba. Por mucho que pusiera en duda la superioridad genética de los desviados, la gruta rebosaba de ellos. Su esperanza pendía de un hilo, pero el Emperador les sonrió: la manada acabó pasando de largo, alejándose del que era su objetivo y despejando el camino hasta él. 

El inquisidor tendió un puente levadizo entonces, permitiéndoles cruzar el abismo que les separaba del escondrijo por el que había desaparecido el líder del culto. Crassus miró abajo, y se preguntó si no estarían ya más cerca del núcleo del planeta que de su superficie. Nunca había estado tan lejos del cielo, se percató entonces. Agarró su revólver con las dos manos, buscando en él algo de consuelo que disipara la claustrofobia que amenazaba con apoderarse de él, y continuó caminando. Entonces le vio. 

La estancia, inmensa, parecía haberse convertido en una improvisada sala de operaciones. El cabecilla de los mutantes parecía enfrascado en una operación con una de sus víctimas. Crassus sintió lástima por él. Se preguntó si le habrían capturado en el mismo callejón en el que estuvieron a punto de caer ellos, si era uno de los desaparecidos por los que habían sido enviados hasta allí. Miró a Kretchner, un instante, y después la estancia, apuntando con el cañón allá donde posaba la vista. Quería asegurarse de que estaban ellos solos. 

Xazhum estaba asustado. No iba a desvelarlo de menos delante de Grunda, pero lo estaba. La idea de introducirse en aquel culto plagado de mutantes dispuestos a matar y a morir por su líder era una verdadera temeridad. No obstante, no le quedó más remedio que avanzar tras los pasos del inquisidor.

Ocupó el puesto en retaguardia, vigilando a izquierda derecha y de frente, por suerte nada se movió en la zona trasera del grupo a medida que atravesaban el puente levadizo. Para cuando llegaron al despacho del líder de la secta, les.fue revelada una terrible realidad.

Aquel hombre era una especie de científico o chamán y estaba experimentando con un hombre. Xazhum comprobó como estaba realizando un extraño intercambio de fluidos corporales, que si no le mataban, sin duda acabarían por convertir a ese pobre diablo en otra cosa. ¿En un mutante?

Lo tenían a tiro. Podían acabar con el líder de la secta casi como si se tratase de una ejecución, pero los disparos alertarían a sus esbirros y se les echarían encima. Ahora ya estaban allí y algo tenían que hacer, pero... ¿Qué?

Xazhum miró al inquisidor. ¿Tenía el la respuesta? ¿Sabía lo que tenían que hacer o estaba tan perdido como el mismo? Fuera como fuera, el granuja esperaría órdenes.

Se habían metido de cabeza en la boca del lobo. El Inquisidor no sólo les había usado de cebo, ahora estaba dispuesto a adentrarse en el cubil de cientos, quizá miles, de esos mutantes devorahombres con sólo ellos cuatro como refuerzo. Cinco, cinco contra cientos, o miles... en su propio terreno. 

Atravesar el abismo no fue arriesgado para la salvaje, el puente tendido era sólido, y ella tenía agilidad, equilibrio y experiencia. Pero lo que sí era arriesgado era hacerlo rodeados de todos aquellos seres, cualquiera podía mirar hacia allí por casualidad, y eso llevaría a su muerte antes siquiera de que hubieran llegado a la puerta de metal.

Pero no ocurrió. Y tampoco ocurrió la otra cosa que Grunda temía, que alguno de los demás, alguno como Crassus, más hecho a las servosillas que a los puentes de cable, cayeran y alertaran a la turba. O les arrastraran en su caída. Pero estaban teniendo suerte, la suerte de los novatos. Menudo estreno para el equipo de ayudantes de pacotilla. 

Lo que les esperaba tras la puerta no desentonaba ni una mota con todo lo que habían ya visto. La tortura era algo que esos mutantes practicaban con naturalidad, y el desgraciado atado que estaba siendo objeto de ella podía confirmarlo. Se sintió asqueada. Era una profanación en toda regla. Grunda había matado ya muchas veces, no se enorgullecía de ello, pero era siempre que podía una muerte limpia, y rápida. No se regodeaba en el sufrimiento, y de hecho lo aborrecía. Pero lo que tenían allí delante era el paradigma de lo contrario. Un ritual degenerado. Profanación, violación, degradar a un ser humano hasta un límite que iba más allá de la peor de las perversidades.

Cogió su hacha, le temblaba la mano pero estaba dispuesta. Sólo el líder y su sirviente. Luego, otra cosa sería salir de allí con vida. Pero ahora mismo, eso no importaba. 

Esperó la orden de Dimus. Ella podía matarlo, sería silenciosa. Lo que tenía pensado el Inquisidor no podía ser algo muy distinto.

-¡Basilius!...- El tono que utilizó vuestro inquisidor os sorprendió casi tanto como a él. Había sorpresa y confusión, pero también odio. 

El líder mutante se giró hacia vosotros y lo que vísteis os sorprendió. No era la cara de un mutante lo había detrás de aquella túnica, sino la de alguien humano. Cerca de él, sobre una mesa descansaba una máscara de látex, su "cara" mutante. El líder de los mutantes primero se mostró sorprendido pero pronto en su rostro pudo verse una sonrisa diabólica.

-Vaya, vaya.- Dijo ya repuesto de la sorpresa inicial. -Dimus, que alegría verte. Veo que has vuelto a reunir a un nuevo grupo.-

-Tú... ahora lo comprendo. Mataste a tus compañeros y fingiste tu propia muerte en aquella misión solo para vanagloriarte recreándote en tu propia decadencia. Jamás te lo perdonaré.- Dijo Kretchner con auténtico odio. -¿Quién te enseñó el ritual para atar el demonio?.-

Basilius seguía sonriendo de aquella manera terrorífica. -¿No vas a presentarnos?.- Dijo con tono de burla. -Esta bien lo haré yo mismo. Soy Basilius, líder de la secta y antiguo acólito del inquisidor Dimus Cornellius Kretchner. ¡Y la humanidad pagará por su opulosidad y decadencia ante la nueva era de la inquisición mutante!.-

En un abrir y cerrar de ojos de entre los pliegues de su túnica desenfundó una pistola láser mientras de entre las sombras, tubos y cables salía un servidor de combate para aniquilaros.

-No le matéis. Debemos saber quién le enseñó en ritual. Esto es solo la punta del iceberg.- Dimus desenfundó su bolter, aunque se le veía afectado.

Ya nos estábamos acercando cuando oigo lo que el inquisidor grita, estaba claro que el lider mutante no era uno mas del montón, la sola presencia de un inquisidor ya era un aviso de que esto tenía que ser importante, pero resulto ser algo posiblemente peor, un traidor, no solo al imperio, sino también a la inquisición, por lo que agarro con fuerza mi escopeta, estaba claro que el otro no se llevaba bien con el inquisidor, "no se preocupe, nosotros nos encargamos de este traidor"

Xazhum asistió desconcertado a aquella charla entre inquisidor y líder de la secta. Al parecer se conocía desde hacía bastante tiempo y ya se habían enfrentado el uno al otro con anterioridad. Por alguna razón Dimus no quería eliminarle y eso confundió al granuja.

A él la diplomacia no se le daba demasiado bien. Lo suyo, su verdadero campo de acción era provocar el caos y eso si lo tenía por mano. Por suerte salió de las sombras un objetivo para abrir fuego que evitó que Xaz tuviera que pensarse demandó el curso de acción a seguir.

Xazhum apuntó con su rifle y descargo una ráfaga de balas contra el servidor de combate. De esa forma el silencio se acabó dando lugar a estruendo, fogonazos y olor a pólvora.

Crassus asistió atónito al descubrimiento no ya de que el mutante no fuera tal, sino de que se tratara de un acólito renegado de la Inquisición. No concebía ningún motivo por el que podía haber hecho lo que había hecho, ni mucho menos entendió los que él mismo había dado. Basilius, como le había llamado Kretchner, le repugnaba intensamente. La mira del cañón de su revólver ya estaba posada sobre él, y el adepto habría apretado el gatillo gustoso de no haber recibido la orden, un segundo antes, de capturarlo con vida. 

Un servidor de combate se les aproximaba, y Crassus pensó que tal vez deberían haber deshecho el puente levadizo tras cruzarlo. La rafaga que vomitó el rifle de Xazhum y las que vendrían tras ella podrían alertar a la turba de la que se habían escondido, y a otras muchas, pero ya era tarde. Inspiró, y apuntó al ser que se les acercaba, disparando al mismo tiempo que exhalaba. 

Se había quedado boquiabierta ante la revelación. Así que el líder mutante no era tal... sino un ex compañero del inquisidor,  uno que había renegado y ahora aliado con un auténtico demonio. 

Maldito hijo de puta...

Había que actuar, pero no como ella había pensado. Dejarlo con vida, decía el inquisidor. En fin...

No hubo tiempo para discusiones. Un servidor armado hasta los dientes apareció de la nada. Los demás reaccionaron deprisa. Grunda... se centró en el bastardo. Intentaría que por lo menos no diera problemas.

Basilius se echó mano a la cabeza. Parecía que le dolía bastante. Sus ojos buscaron freneticamente quien le estaba atacando psíquicamente hasta que se detuvo en la psíquica, y su sonrisa se acrecentó.

Mientras tanto, el rifle de Xazhum escupía las balas hacia aquél ser medio máquina medio biológico. Estas rebotaban con un tintineo metálico saltando chispas en las placas de metal que llevaba debajo de la piel, destrozando esta como si de una camiseta vieja y agukereada se tratase.
Casi todas impactaron en el pecho del servidor y un regero de sangre comenzó a manar de varias heridas.