Partida Rol por web

Dediqué el primer tramo de viaje a repasar concienzudamente mis intervenciones:
 

-Jomá, compadre, no quería pronunciar una maldición. Era simplemente dramatismo afectuoso    -Aclaré palmeándole el hombro suavemente. Me conducía con menos excentricidad que de costumbre por tratarse de un muchacho poco acostumbrado a la aridez de las burlas entre camaradas.

¡kovalenko! Pensé en cuanto lo ví avanzar hacia nuestra posición. ¡Aaah! Bendita fortuna. Siempre me había suscitado gran curiosidad ese muchacho poco hablador y sin manada. La parquedad de palabra unida a la rareza física hacían de él un personaje destacable. Sabía que esas incisivas observaciones sobre los avispados bandoleros iban por mí, aunque no me di por aludido. Tendría que emplearme a fondo para hacerle hablar, y eso suponía el culmen del viaje:

-No temas, yo hablaré por ambos, Kovalenko. Dicen que cuando abro la boca se me puede pisar la lengua en Moscú   -Sonreí abiertamente.

De repente se nos vino encima una abalancha de acompañantes. Callé ante la muchacha, pese a ser un elemento poco común en estas tierras. Sin embargo el que la persiguió como un perro de presa con la lengua colgando me era familiar. No su persona, sino su personalidad. Uno de esos poetastros que basaban la estética de la palabra en el ardor de la sangre. Si se encontrase a una musa no tardaría media manecilla de reloj en subirle la falda. Maldito alfeñique, trataría por todos los medios de frustrar su fantasía carnal. Además le había hablado a Brut como a su mula de carga. Apreté los dientes para resistir la tentación de sacudirle como a una alfombra polvorienta.

-¡Eso es sabiduría y elocuencia!   -Exclamé guiñando un ojo al último acompañante. Músico y bebedor. Era justo lo que necesitaba.

Vaya una comitiva, siempre había deseado mi propio desfile de parias y ya lo tenía. Lleno de rompecabezas y secretos. La sangre me bullía como una colmena. Al parar mientes en lo tardío de la jornada y nuestra desvalida posición me esforcé en localizar alguna pista de asentamientos.

Ilya recibió el saludo de Inha y respondió tomando despacio su mano y posando delicadamente sus labios en ella a modo de presentación.

—Mi nombre es Ilya Fiódorovich Borotkin, pero puede usted llamarme simplemente Ilya —le dijo mirándola a los ojos con una tenue sonrisa—. Desde luego, espero con ansia poder compartir conversaciones con usted en nuestro viaje; estoy seguro de que sus palabras no serán menos cautivadoras que su rostro angelical.

Tras haberse puesto en rumbo la comitiva y haber caminado unas cuantas verstas, la noche se les vino encima y, aparentemente, habían perdido el camino. «Esto pasa por juntarse con semejante panda de infelices. En mala hora. Mis ansias por acercarme a toda hermosa dama que se cruza en mi camino algún día me tenían que traer una desgracia. Pardiez». Después vio al gordo Brut temblando de miedo y frío, casi lloroso, e inmediatamente vio una oportunidad de ganar unos rublos, así que le dijo a Jomá:

—Eh, Brut, deja de tiritar como si hubieras visto el espíritu de mil cosacos; te apuesto tres rublos a que salimos de este atolladero antes de que salga el sol. ¿Qué dices? ¿Tomas la apuesta? Tres rublecitos de nada, camarada.

Después, en un aparte, le susurró a la bella Inha:

—Es realmente inexplicable que nos hayamos perdido en la oscuridad, siendo que caminamos iluminados por la luz del ángel más puro.

Tras decir esto, Ilya miró hacia un lado y hacia otro, tratando de ver si tenía suerte de reconocer el camino perdido, quizá entre aquellos árboles, o quizá entre aquellos, ¿recordaba esas ramas?, ¿y aquellas? Creía que sí, pero...

Cita:

Mykola asintió con una sonrisa ante las palabras de Fiódor, de sus compañeros, aquel pareciese con el que mejor sintonía podía llegar a tener.

El músico callejero aprovechó para conocer a sus compañeros mejor durante el viaje, presentándose y explicando el motivo de su ``temida´´ vuelta a casa.
Cómo había despilfarrado el dinero de su padre y de qué manera se había inventado qué seguía en el seminario hasta que su padre, junto al rector, le vieron tocando el violín en la calle mientras bebía Horilka, Andriy Ivanovich se pusó rojo como un tomate y lo desheredó allí mismo.- les contó a sus compañeros de viaje, después de todo, siempre era más sencillo sincerarse ante completos desconocidos que no iban a juzgarle severamente que contra alguien a quién quisiera de corazón.

Además, le servía para practicar un discurso, ya que cuando llegara a casa, solo dispondría de una oportunidad para convencer a su padre de qué volviera a brindarle su protección.

Ensimismado cómo iba y acostumbrado a estar más tiempo sentado que moviéndose, pidió a sus compañeros detenerse en las últimas aldeas antes de cruzar ese bosque, no tenía ganas de seguir caminando.
Pero, tampoco tenía un rublo para poder hospedarse y no creía que nadie le abriera sus puertas a un desconocido, tenía más oportunidades yendo con el recién creado grupo.

Buscó un palo largo y lo utilizó de bastón mientras se adentraban en el bosque, rápidamente y tras una hora andando, la noche cayó encima de ellos, los árboles y las ramas impedían ver las estrellas, la oscuridad rodeaba todo y a duras penas podían intuir lo que había más adelante.

Miró a sus compañeros y estaban tan perdidos como él, a excepción de Ilya, él si que estaba atento pero al vestido que marcaba la cadera de Inha.

- Tampoco es tan guapa...- se dijo Mykola, comparándola con varias de las fulanas que frecuentaba cerca de la Puerta Dorada de Kyiv.
Pero bueno, cuando hace frío...cualquier agujero es bueno- no pudo más que reírse de aquel chiste mientras varios mocos le salían de la nariz.

Rápidamente se los limpió con la manga y siguió caminando, hasta que vió un árbol que le resultaba familiar.

- Amigos, creo que ese árbol- apuntó con el bastón hacía él- ya lo pasamos hace dos verstas, me atrevería a jurar que estamos dando vueltas sin sentido.

¿Alguien sabe hacía dónde vamos?- preguntó lanzando un bufido, le dolían las piernas y no había ni rastro de un lugar seguro en el que descansar.

El aullido de un lobo hizo que se le helara el corazón- mierda, yo no quiero dormir al raso, nononono- se repetía nervioso mientras miraba a sus compañeros.

Lo bueno de ir en grupo es que se ahuyenta a los bandido en los caminos, pero el inconveniente es que, por lo general, se suele ir más despacio que cuando se va solo, por lo que un camino que en solitario habría completado en un par de horas a lo sumo, se estaba convirtiendo en una travesía de varias horas más de las horas de luz que le restaban al día.

La noche cayó sobre nosotros en mitad del bosque, y se presentaba negra como nuestra suerte. 

-Maltida sea...-pensé.

Empecé a mirar a mi alrededor, en busca de un retazo de sendero, unas ramas pisadas... algún detalle que indicara el paso habitual de personas... y que llevara a alguna zona habitada.

Aún se enredaba con las palabras de aquel hombre porque no logra una comprensión adecuada, pero tampoco le desagradó el hecho de recibir tanto halago ya que si bien sería algo común para una mujer, en ella no lo era tanto por la vida que llevaba sobre sus espaldas y la diferencia radical entre la cortesía, la caballerosidad de Ilya con su reverso en los suburbios, la falta de respeto y la vulgaridad como común denominador en las relaciones con ese otro. 

No se sentía incómoda, aunque si podría decirse que estaba sorprendida. Sin saber como reaccionar ante el hecho de que aquello daba la impresión de ser un coqueteo y para Inha, era la primera vez en su vida que esto esté sucediendo con tanta espontaneidad. 

—Estaré encantada de compartir esas conversaciones, Señor—dijo sonriendo—. Gracias por su dulzura. 

No supo si aquello estaba bien, a simple vista le parecía un hombre interesante y al mirar el grupo en general, quien podría ser más diferente a sus orígenes. Por ello es que más allá del aspecto de Ilya que era de buen ver, estaba la cuestión de conocerlo, descubrir y verse así misma en una situación diferente. Una de la cual en la otra vida que llevaba jamás hubiera tenido posibilidad de que suceda. No obstante a medida que la noche comenzó a cerrarse y las estrellas decidieron esconderse en un firmamento lúgubre, Inha suspiró por ello mientras recordó prefacios de su pasado como un mero referente de su vida en las calles. 

No le tenía miedo, estaba acompañada pero algo le decía que no era buen augurio y por ello, se mantuvo cerca del pelirrojo. 

—Un ángel... ¿Está seguro de lo soy?

Una pregunta surgió con cierto aire pícaro, Inha tenía esas cosas. Más allá de que por el momento estaba muy perdida, en el oscuro paisaje y el cielo que renunció a guiarlos. 

Los compañeros seguían devaneándose los sesos con el camino perdido, pero a Ilya le parecía que todos ellos estaban tan desorientados como él. El músico callejero sugirió que no hacían más que dar vueltas, algo que para Ilya carecía de sentido, pero qué sabía él.

Mientras eso ocurría, escuchó las palabras suaves de Inha a su costado. A pesar de que la oscuridad impedía escudriñar con precisión los gestos, a Ilya le pareció que la pregunta de la joven estaba revestida de cierta picardía. «Vaya, parece que el delicado pececillo se va acercando tímidamente al colorido cebo», pensó con satisfacción.

—Estimada señorita —le dijo con discreción—, si algo he aprendido durante los años de estudios teológicos en el seminario es a distinguir el rostro de un ángel, y juro por la espada del arcángel San Miguel que ahora mismo estoy ante uno. De todas las legiones de querubines y serafines que rodean a Nuestro Señor en los cielos, es evidente que esta tarde ha caído sobre Kiev uno de ellos que dice llamarse Inha y se disfraza de una humilde doncella. Pero tal ardid disimulado no puede engañar a mis ojos, avezados en la contemplación de la pléyade celestial.

Me dedicaba a escudriñar el paisaje ansiosamente tratando de encontrar la dirección de vuelta al camino. Me fijaba sobre todo en la vegetación, por ser lo que retengo con mayor facilidad: un buen botánico no se pierde los ejemplares que lo rodean. Por lo visto un buen galán tampoco.

Como seguía molesto por la actitud del casanova y el hecho de dar vueltas sin rumbo me hacía más irascible decidí atacar. Me aproximé por detrás aguzando el oído para captar su conversación, y en el momento adecuado me situé junto a la muchacha:

-Son bonitas sus palabras. Pero si este pazguato cree que te cuentas entre los ángeles sin duda te tendrá por una criatura asexuada. Yo personalmente prefiero la compañía humana, no son tan prepotentes y gozan de los placeres terrenales.   -Me giré para alejarme de nuevo y dejar al mequetrefe con su problema, y en el último segundo volví la cabeza como si hubiese olvidado decir algo-   No me malinterpretes, aunque no crea que eres un ángel sí que estoy seguro de que algún dios se esmeró sobre manera al crearte.

Retomé la tarea de rastreo ya más concentrado. Se me relamía el ego cada vez que tenía ocasión de apagarle la vela a un patán semejante.

Ilya escuchó con cierto fastidio las palabras de aquel bohemio borrachuzo, quien trataba de terciar en su conversación con la joven. Conocía a este tipo de perdedor, pues se los había cruzado innumerables veces en sus correrías: un amargado al que la vida le ha dado castañas duras, que disfrazaba su celosa envidia en un supuesto afán de impedir un ficticio perjuicio que él haría de buen grado si tuviera la posibilidad. Sin embargo, Ilya mantuvo su fina compostura y dijo con elegancia:

—Te rogaría, Kravchenko, que al hablar con una dama la trates de usted. Es lo mínimo que esta joven delicada merece. Quizás en el agujero en el que habitas las personas se tratan como esputos desechados en las veredas, pero sería bueno que alces de vez en cuando la vista al cielo y te des cuenta de que no tienes delante otro de tus compinches de borrachera, sino a una mujer que merece el trato de la más alta realeza. Alguien como tú no vería un ángel ni aunque el mismo San Rafael bajara y le pegara con su cayado en la frente.

Tras dirigir estas palabras a Kravchenko, se volvió de nuevo a Inha:

—Le ruego disculpe el atroz vocabulario que he debido usar con este sujeto, pero no puedo soportar que se trate con semejante indignidad a una dama.

Ya me marchaba centrado en la orientación cuando me interrumpió la perorata del agraviado. ¡Vaya un remiendo para su virilidad, criticar mis modales! Me giré y respondí airado, aunque en las profundidades de mis entrañas sentía la calidez del desafío. Nada me complace más que un combate retórico:

-Estimado Borotkin, tratarías de usted a una res si ofreciese sus virtudes para aliviar tu concupiscencia. Yo trato a la más bella y digna dama como a una igual, pues no creo en la diferenciación social. Si me refiriese a ella como a una aristócrata o a la misma zarina la estaría insultando, pues esa gente es la peor lacra del tiempo que nos toca vivir. No es signo de deshonra, sino de camaradería, y espero que ella lo aprecie así. Mas como la prímula que tiene que medrar desafiando al invierno, muchachas como esta han de crecer entre cretinos como tú. Tengo además la fortuna de que los santos bajan a la tierra con tanta frecuencia como los imbéciles refrenan la lengua, así que San Rafael se puede ahorrar las flagelaciones. Si me lo permites trataré de devolvernos al camino mientras tú contemplas el firmamento, aunque deberías tener cuidado: no te ocurra como a Tales de Mileto y por poner todo tu esfuerzo en la lejanía caigas en el agujero donde retozamos los indignos.

Ilya todavía tenía algo para contestar a aquel bohemio iluso, pero refrenó su impulso, pues aquello lo único que hacía era desviar su atención:

—Permíteme que no siga gastando energías con un Tersites malformado como tú teniendo frente a mí a una Helena rediviva como esta señorita, cuyos cabellos se fabricaron en la misma forja de Vulcano que dio forma a la princesa troyana. —Y, entonces, dejó de prestar atención a Kovachenko y volvió a centrarse en Inha—. Le pido mil disculpas de nuevo, señorita, por tener que presenciar tan deleznable espectáculo. Puede que, como ha insinuado este caballero, no sea usted la zarina de Rusia, pero créame que yo mismo estaría dispuesto a deponer de su trono a mil zares, reyes y emperadores con el propósito de colocarla a usted en el lugar que por su naturaleza celestial se le amerita, aun cuando este valle de lágrimas que es nuestro caduco mundo haya sido tan injusto con usted que la ha rodeado de personajes faltos de dignidad y respeto, en lugar de colocarla en los palacios dorados que le hubieran correspondido.

Inha seguía caminando junto a su compañero mientras la noche en su silencio le ofreció un trocito de calma y duda, ella había pasado por momentos duros ante cielos parecidos y su corazón se encontraba en una constante inquietud por el hecho del mal augurio que podría tener ese firmamento sin estrellas. 

Esto la llevó a alejar sus pensamientos confusos y escuchó con atención la discusión que se traían Ilya y Fiodor por ella. No lo podía creer, aunque sintió una inmensa empatía por este último ya que al parecer compartían algo más que el seminario, sino un pasado lleno de carencia, de realidades que alguien vestido de forma bonita jamás sería capaz de conocer. 

En total silencio, los miraba a ratos y suspiró al pensar que decir. Ambos estaban siendo caballeros con la rubia, pero ella no quería una competencia, se sentía muy poco para algo similar. No era un ángel, no era una dama bonita, era una joven encerrada en una jaula que ahora disfrutaba de un rato en libertad. 

—Caballeros, no discutan por mi. De verdad no es necesario cuando cada uno en efecto es diferente y se aprecia el gesto de considerarme de la forma en que lo aprecien. Aunque estoy muy lejos de ser un ángel y quizás más cerca de lo que Fiodor ha mencionado.

Se atrevió a decir y sonrío dulcemente. 

—Disfrutemos del camino, seguimos sin orientarnos y la noche se niega a darnos un poco de luz. 

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-En efecto, el camino es lo importante. Te dejo con el proyecto de obispo   -Me di por vencido ya que a pesar de lo entretenido de la velada empezaban a preocuparme más los lobos de la estepa. No habría arrogancia que defender si me devoraban.

-Tersitas mal formado   -Mascullé divertido entre dientes mientras volvía a las plantas. Buena estocada. A pesar de su conducta borreguil no cabía duda de que era un contrincante formidable con grandes lecturas a las espaldas.

¡ja! ¡Apostar! Dice con marcado desprecio ante la propuesta de Ilya de apostar sobre el resultado de la aventura. El padre Khaliava siempre dice que las apuestas son el primer paso hacia el pecado, y que el dinero solo debería de usarse para dar limosna y comprar comida Pero las quejas del orondo seminarista se diluyeron rápidamente entre los piropos, puyas y críticas veladas y no tan veladas que se lanzaban los seminaristas.

Los seis siguieron andando guiados por la aguja del reloj de Ilya unas veces, por Yure otras veces y también por Fiódor. Por suerte para ellos, no transcurrió mucho tiempo antes de Ilya encontrara algunas huellas de pisadas, eran huellas muy difusas y muy complicadas de encontrar. ¿Serian recientes? ¿Irían al camino o llevarían a algún lugar perdido del bosque? puede que fueran las sedas usadas por los cazadores. Yure, en su silenciosa meditación, fue el primero en oír el lejano ladrido de unos perros, y dirigiéndose hacia allí no tardaron en ver unas luces.

Ante ellos había una finca de sólo dos casitas, rodeada toda ella por una cerca. Las ventanas tenían luz y frente a ellas había una docena de melocotoneros y un patio lleno de carros, que los viajeros miraron a través de las estacas de la cerca. Mientras tanto, el cielo se había despejado un poco y se veían brillar algunas estrellas.

Jomá se apresuró a saltar la improvisada verja y llamar a la puerta. Al abrirse la puerta de una de las casitas, vieron parada en el umbral una vieja envuelta en un grueso abrigo. ¿Quién anda ahí? Preguntó tosiendo.

La danza de dardos envenenados que se lanzaban el borrachuzo y el galán me estaba llevando al hartazgo. No había sido buena idea dejar que una mujer nos acompañara. Era cuestión de tiempo que  los instintos acabaran por aflorar, pero al parecer, el pelirrojo no necesitaba de ese tiempo, pues desde el primer saludo comenzó a cortejar a la joven haciendo gala de una locuacidad bien entrenada.En cambio, Fiódor, parecía más interesado en la diversión que le proporcionaba desarmar los argumentos del pretendiente que en los propios favores de la dama.

- ¿ Oyen esos ladridos?- interrumpí el espectáculo- Parece que vienen de esa dirección- dije encaminándome hacia el origen del sonido.

Llegamos hasta una finca solitaria. Jomá se adelantó para tocar a la puerta, abriendo una mujer de avanzada edad y aspecto lamentable. Escondí mi brazo anquilosado debajo de la capa. No sería la primera vez que su sola visión provocara el rechazo inmediato hacia mi persona sin poder ni mediar palabra. Y esa noche, necesitábamos que nos acogieran.

- Parece que tienes buena mano con las damas- dije a Ilya en voz baja y con cierta sorna-Aquí tienes todo un reto...- dije señalando discretamente con la cabeza hacia la anciana.

Tras la esgrima verbal con el bohemio Kravchenko, durante la cual Ilya trató de no perder la compostura en ningún momento, aunque le fue difícil por los diestros retrucos de su contrincante, concentró su mirada en el camino y, de forma milagrosa, encontró unas huellas de pisada.

—Camaradas, parece ser que aquí hay un rastro que nos permitiría volver al camino o, al menos, dar con otros seres humanos que nos puedan ayudar. —Después, volviéndose a Inha, le comentó en voz baja—. ¿Ha visto como tenía razón? Yo soy un absoluto inepto para orientarme en la oscuridad y este milagro sólo puede deberse a que usted es nuestro ángel de la guarda en esta noche oscura.

Efectivamente, aquellas huellas los condujeron hasta unas casitas iluminadas, tras guiarse por el buen oído del silencioso Kovalenko. Al fin, esa noche podrían pasarla a cubierto. Ilya vio cómo Jomá saltaba la verja e hizo lo mismo, antes de darse vuelta para ofrecer su ayuda cortésmente a la joven Inha:

—Permítame que le ofrezca mi mano para ayudarla a saltar esta verja sin problemas.

Cuando llegaron a la puerta, Jomá la golpeó y al rato una vieja arrugada y tísica les abrió la puerta. «Por los clavos de Cristo, he llegado aquí esperando un plato de sopa caliente y quizá me termine llevando de regalo una tuberculosis fatal», pensó Ilya algo espantado. Sin embargo, se recompuso y, tras las palabras de Kovalenko animándole a tomar la iniciativo, se adelantó al resto de sus compañeros en las presentaciones. Sería preferible que la vieja no se quedara con la impresión de que eran unos asaltantes de caminos, lo cual podría ser el resultado de que alguno de aquellos miserables infelices tratara de conversar con ella.

—Estimada señora. Somos un grupo de seminaristas al cual, mientras se dirigía al sur rumbo a Cherkasy, ha sorprendido esta oscura noche y hemos perdido el camino. Quisiéramos pedirle, en nombre de Nuestro Señor Todopoderoso, quien tiene contado cada cabello de nuestras cabezas y a quien ninguna buena obra se le escapa, que nos acoja en su magnánima generosidad por esta noche, para que estos servidores del Buen Pastor Divino no pasen frío y penurias al descampado como ovejas descarriadas. Sólo le pedimos algo caliente que llevarnos a la boca y un techo que nos proteja de las inclemencias. Estoy convencido de que, si nos ofrece su auxilio, Dios sabrá recompensárselo multiplicando todo cuanto nos ofrezca por siete veces siete.

Inha continuó caminando junto al pelirrojo tras haber finalizado aquel combate verbal y aprovechó para disfrutar del silencio, de sus pensamientos encontrados y el hecho de estar con un grupo perdidos en medio de tanta oscuridad. No obstante ante las palabras de Ilya sobre aquel milagro de ser un ángel, ella le sonrió con cierto aire dulce y aceptó la ayuda para saltar la verja, aunque en realidad no le ha costado nada porque la joven era muy atlética debido a la vida que llevaba sobre sus espaldas. 

—Gracias—dijo al pelirrojo.

Por esa razón es que al ver a la mujer, se quedó atrás y permitió que los caballeros conversen con ella. De alguna manera sintió que la noche tenía un secreto, algo se guardaba entre las sombras y supo que de alguna manera esta noche será diferente. 

¡Cáspita! Nuestro mantecoso Jomá brincaba como un gamo ante la perspectiva de cenar. Y con todo su buen juicio, pues hasta yo empezaba a sentir como se me adherían las paredes del estómago. Si seguía así no podrían dar cuenta de mí ni los gusanos en la tumba.

Me mantuve al margen en la retaguardia del grupo, mi apariencia decididamente no sería tranquilizadora para ninguna pobre cristiana sola en la noche. Tenía más en común con un reno asilvestrado que con un manso cordero de Dios. ¿Por qué no me habría traído una navaja de afeitar?

Tras deambular durante un tiempo siguieron las indicaciones de Yure, Ilya y Fiódor, al parecer, cerca del camino había una senda, abierta posiblemente por cazadores que tomaron esperando encontrar algo parecido a civilización en ese inhóspito bosque.
Oyeron varios ladridos de perro y avanzaron esperanzados hasta encontrar dos casitas rodeadas por una cerca.

Una luz se escapaba por las ventanas, pero lo que más le llamó la atención a Mykola fueron los melocotoneros que habían cerca de la entrada.
Mykola se separó del grupo ligeramente y cogió prestados varios melocotones antes de volverse a unir a la comitiva.

Una viejita apareció tras la puerta y les preguntó qué querían. Ilya tomó la palabra y le explicó quiénes eran y que hacían allí.

El pequeño de los Ivanovich miraba alrededor, parecía que no hubiera nadie más por allí, ¿qué hacía una viejita sola en esta parte del bosque? ¿no tenía miedo?-se preguntaba mientras se ponía al lado de Fiódor.