Partida Rol por web

La sátira, al igual que sus compañeros, ha sido golpeada hasta la saciedad. Tiene una herida en el costado y parece débil. Un mechón de pelo de ese pelo revuelto el tapa la cara, que aún conserva la hermosura de la juventud. Cuando levanta la cabeza y os ve, sonríe.

—¡Hola, festivaleros! —dice con la voz ajada pero con ese entusiasmo que la caracterizaba esta misma mañana, cuando os recibió al bajaros del barco—. Por favor, ayudadme, no se le puede hacer esto a una anfitriona. Estos salvajes quieren parar la fiesta.

Gerékatos comienza a tensar el arco.

Corriendo se abrió paso hasta Gerékatos y le cogió de un brazo -No por favor, no te manches las manos con esto, no te conviertas en ellos, quizás pueda ayudarnos a saber más sobre Angus y sobre los demás sátiros para derrotarlos, no hagas que la muerte de tu hermana sea en vano- dijo mirándolo a los ojos con lágrimas en estos, se la veía afectada -Has demostrado mucho coraje, trayéndonos aquí, después de lo que te hicieron.... yo no los habría guiado hasta mi pueblo, pero si de verdad quieres que te ayudemos... aprovechemos que los habéis cogido para saber más, creeme te cobraras la vida de tu hermana, pero no con peones, con el realmente culpable- 

Solon espera con paciencia a que Dafne acaba de hablar, y cuando ésta acaba, alza la voz sin moverse de la retaguardia.

- Sabes que tenemos métodos para hacerles hablar, chico - afirma el hechicero secamente -. Si dejas a uno con vida, tal vez podamos averiguar algo más de lo que planean los sátiros. Nuestra "anfitriona" parece deseosa de hablar, a fin de cuentas.

Tal vez, pensó Solon, hasta averigüemos cómo consiguió Angus robarle los poderes a un dios. La idea hacía que un cosquilleo le recorriese la espalda. ¿Estaba meneando la cola? ¿Le había salido cola siquiera? Con tanto ajetreo, no se había parado mucho a analizar los efectos de la transformación.

- ¡Mi nombre es Ahelena de Capadocia! Grito para que todos los presentes me oigan, mientras me acerco a los tres sátiros lentamente.

- ¡Soy una amazona de Temiscira! 

- Mi profesión es ser una luchadora eficaz, defiendo cualquier causa justa, y vosotros amigos míos, sois lo que suelo llamar unos clientes necesitados. Todavía no lo sabéis, pero pronto os daréis cuenta de que me necesitáis. También me dedicaba a sacar información a los enemigos, era tremendamente eficaz en ello, nadie se resiste a mis interrogatorios. Hago una pausa para redoblar mi grito.

- Tan solo tenéis que pedirlo y os ayudaremos con vuestro problema. Miro a los tres sátiros a los ojos, primero a Gaia, luego al del medio, luego al de la derecha.

- Y aquí empieza nuestra ayuda. Hago un gesto con la lanza y clavo unos centímetros de la punta en el codo del sátiro del medio, destrozando toda la movilidad para el resto de su vida del brazo izquierdo.

-No eres una amazona ¡¡eres una salvaje!! no me extraña que te hayan echado de tu tierra, sin duda queriendo librarse de una mujer tan salvaje y con tan poco amor por la vida- no podia omitir los actos de crueldad que ante todo reaccionaba igual la amazona, para ella todo lo arreglaba con la lanza, sin duda las demás amazonas se habían librado de un gran lastre, echándole de su tierra, si no, no estaría alli. Aun así, seguirán queriendo matarlos, los humanos ¿eran siempre tan destructivos? no le estaban dando muy buena impresión, la curiosidad que puso en ellos, empezaba a convertirse en una gran decepción y eran una raza muy desagradable. 

- Perdona niña, pero estamos hablando los mayores, cuando necesitemos que nos sirvan un vaso de agua fresquita sabremos a quien pedírselo.

- Y por cierto, no me echaron de mi tierra, me fui yo para que no tuvieran que hacerlo. Respeto las leyes de mi tierra. Llegados a este punto la verdad es que sonrió.

- Y no, no fue por eso que tanto te decepciona de las de mi raza, fue porque no puedo traer hijos a la tierra por culpa de una hechicera que dañó mi vientre, así que sí, no me gusta la magia ni un pelo, así que harías bien en apartarte de mi.

Coreso quedo muy apenado al conocer que los sátiros ya habían llegado hasta lo profundo del bosque, y que en un intento de robar la flauta habían matado entre otros, a la hermana de Gerékatos.

El grupo de sátiros habían sufrido una terrible paliza, al acercarse, pudieron ver entre ellos a Galia, que les pidió ayuda. Antes de que matasen a nadie, Coreso trato de hacerles entrar en razón.

-Gerékatos, matar a estos sátiros ni te devolverá a tu hermana, ni mitigará tu dolor. Tan solo te convertiría en un asesino que arrebata la vida a quien esta preso e indefenso. Seguro que serán de mayor valor, si continúan vivos, y logramos que nos cuenten ¿Qué es lo que esta pasando?- Aunque había comenzado dirigiéndose al cambia formas, termino hablando hacia Galia. Solo si colaboraban, sería posible tratar de ayudarles. Ellos allí eran extranjeros, sin influencia como para poder cambiar las cosas, tan solo tratar de hacer entrar a las diferentes partes en razón. Aquella locura iniciada por el rey de los sátiros, no podía venirle bien a nadie en su sano juicio. 

El sátiro manco grita de dolor al sentir la punta de la lanza de la amazona. Suelta un grito, gritando como un cochino más que como una cabra. Galia pone los ojos en blanco y éste deja de gritar.

—No hay nada que decir, festivaleros —apostilla Galia—, ¡simplemente estos compañeros no quieren seguir con la fiesta! —utiliza de nuevo su tono enérgico y provocando aún más al silvanio. Ve que su puya surte efecto y sonríe levemente.

El niño-jabalí se zafa de Coreso y dispara entre ceja y ceja al tercer sátiro, terminando con su vida de un flechazo. Todavía no satisfecho, echa mano de otra saeta del carcaj que lleva en la espalda y también le ha cogido a su compañero y comienza a tensar nuevamente la cuerda.

—No lo entiendes, sacerdote —espeta el silvanio con la voz un poco rota por la ira—. Mi hermana Yékata era la elegida por Ártemis para tocar la flauta. Sin ella, no podemos tocar la melodía, ¡solo el elegido puede! —os mira intensamente, bajando un poco el arma—. ¿No lo entendéis? Hemos perdido la oportunidad de terminar con Angus. Destruirá Olympia.

Suspira y dispara al sátiro manco. Solo queda Galia.

—Por favor, festivaleros —os apela—. Habéis venido por la fiesta del Gran Festival. ¡Cuando Angus salga de esta isla, extenderá la diversión por todo Olympia! ¡No tendréis que volver a trabajar, sólo beber, cantar y bailar! Solo tenéis que abrazar el poder de la Cabra Negra —suspira—. Por favor, entrad en razón. ¿Queréis volver a vuestro día a día? No seáis aburridos...

Entonces, la gran lechuza blanca se vuelve a posar en una de las ramas, ululando. La otra vez no sabíais lo que era, pero esta vez sentís una presencia sobrecogedora en vuestro interior, juzgando vuestras almas una vez más.

Hago un movimiento rápido con la lanza para cortar la cuerda del arco con el que el chico jabalí está disparando. A ver si deja de disparar a los prisioneros que intento interrogar.

Así era, tal y como había dicho Gerékatos Coreso no había entendido la magnitud de lo ocurrido. La hermana de Gerékatos era la elegida, la única capaz de tocar la melodía con la flauta, la única capaz de poner fin a aquella locura. Tardo un momento en asimilar la catástrofe, aquellos sátiros tenían la locura de su rey, y no obstante había eliminado a la persona que podía finalizar aquella locura.

Coreso sintió que las piernas, de sátiro, apenas podían sostenerle, pero entonces su genio y rabia salió a flote, no podía ser, aquello tendría que tener alguna solución. Si la elegida había muerto, otra criatura ocuparía su lugar y sería capaz con la melodía de aquella flauta mágica de acabar con aquella sin razón. Molesto y ofendido por las palabras de los sátiros, miro a Galia y le contesto.-¡Aburridos! Soy un Jerokérice y dedico mi vida a la diversión y a extender la alegría. Pero tu maldito rey ha acabado con mi amado dios, o al menos lo ha intentado. ¿Qué locura ha poseído a Angus? ¿Y a todos vosotros? Atacar a dioses para ocupar su lugar. Acaso es eso es diversión, es que no veis que estáis acabando con todo.- En aquellos momentos, estaba demasiado preocupado por todo lo que había ocurrido y sus enormes repercusiones, y muy angustiado por la ausencia de un atisbo de esperanza. Pero esta se trataba de abrir paso en el corazón del joven sacerdote, seguro que aun tenían alguna oportunidad de parar aquella locura. Pero era necesario saber como. Y fue entonces cuando se fijo de nuevo en la lechuza, que sin hacer ningún ruido, con ese vuelo silencioso que las caracteriza, se había posado no muy lejos de ellos y observaba la escena.

El tan solo esperaba poder encontrar una salida, algo que les devolviera la esperanza, porque lo que no iba a ocurrir, nunca lo permitiría, es que el aceptase la derrota. Tenía que haber alguna posibilidad de volver las cosas a la normalidad, tenían que dar con ella y devolver a todos la ilusión y la esperanza, cosa que ahora estaba lejos de ocurrir. Pero como buen sacerdote, el sabía que cuando una puerta se cierra otra se abre, y tan solo era cuestión de saber el como y el donde, y en este caso también ¿quién? Ya que alguien tendría que ser capaz de tocar aquella flauta y acabar con Angus.

Solon suspiró pesadamente cuando Gerékatos ensartó al segundo sátiro. Olvidaba que era un crío, y a los críos no se les pide permiso. Ayudándose de su báculo, el hechicero avanzó lentamente hacia Galia.

- No creo que la tortura sirva de mucho con ésta - dijo mientras pasaba junto a la amazona -. Que el chico no haga ninguna locura hasta que hayamos acabado.

Cuando Solon llega frente a Galia, éste clava su báculo en la tierra y sujeta la cara de la sátira, obligándole a mirarle a los ojos, que empiezan, una vez más, a tomar un brillo azul.

- Dime, anfitriona - Solon hablar ahora con lentitud, sin apartar la mirada de su víctima -. ¿Dónde se encuentra Angus? ¿Qué pretende exactamente? ¿Y cómo se ha hecho con el poder de los dioses?

Galia ni siquiera se esfuerza en resistir la gélida mirada de Solon, sino que le deja entrar en su mente de buen grado. Es más, ríe, divertida.

—¿Angus? —pregunta, desafiante—. Si te refieres al Dios Verdadero del Vino y la Jarana, está en lo más profundo del bosque, en un lugar sagrado —mira a los silvanios que os rodean a todos y éstos se escandalizan. La lechuza ulula—. A punto de terminar de raíz con esta plaga de niños salvajes y aburridos para terminar de hacerse con Satinia. 

Uno de los silvanios le pega una patada en el estómago y la tira al suelo. Pero Galia sólo ríe. Gerékatos, quien ha tirado su ahora inútil arco al suelo, hace un gesto para que la deje. Entrecierra los ojos y la invita a continuar. Ella se incorpora.

—¿No tenéis ni idea, verdad? El suelo de esta isla es extremadamente fértil. ¿Cómo si no íbamos a producir vino para todo Olympia? Eso quiere decir que también tiene propiedades divinas. Y sólo un jugo madurado durante cien años en un suelo divino puede terminar con un dios —hace una pausa y ríe de nuevo—. ¡Que sí! ¡Que ha matado a Dionisio! Bueno, a ver —entorna los ojos—. El vino no lo ha matado, sino que ha ligado a Dionisio al cuerpo mortal del Oráculo. Y entonces... ¡PUM! —sobresalta a algún que otro silvanio—, es cuando le ha clavado la daga en el corazón al amigo. ¡Y que siga la fiesta! Y por fin, la Cabra Negra hará pagar al Panteón Olímpico por desterrarla. Y ya podéis daros prisa, porque el tiempo pasa —concluye con un tono ciertamente macabro.

El concepto de «La Cabra Negra» os suena muy vagamente, de alguna historia pagana para asustar a los niños, pero nada más. Al escuchar eso último, la lechuza ulula de nuevo y vuela bajo hasta un árbol unos metros más allá, hacia las profundidades del bosque. Se posa y os mira.

Cuando Galia empieza a hablar, Solon se separa un poco de ella, para que todos puedan verla y oírla. El hechicero escucha con atención lo que explica la sátira. Al parecer, el vino de la isla sí tenía propiedades divinas. Tal vez aún tenía alguna posibilidad...

Cuando la sátira acaba de hablar, y sintiendo que su hechizo empieza a disiparse, Solon vuelve a acercarse a Galia, haciéndole un gesto al silvanio que acaba de golpearla para que se aleje un poco.

- Bien, bien, cuentas cosas muy interesantes - declara Solon, a escasos centímetros de Galia -. Pareces admirar enormemente al Dios Verdadero del Vino y la Jarana. Y es evidente que no quieres que acabe la fiesta, ¿eh? - el anciano pone una mano sobre la frente de la sátira, y con la otra golpea el suelo con su báculo - Pues tú nos ayudarás a que el final de ésta sea apoteósico.

El báculo de Solon empieza a emitir un fuerte brillo azulado, que empieza a recorrerle los brazos hasta su otra mano, tornándose rojizo en el trayecto. El cuerpo del hechicero empieza a temblar mientras rayos de luz rojiza bailan entre él y Galia, y ambos lanzan un largo alarido.

Coreso escuchó las palabras de Galia primero con atención, para más tarde sentir como la ira iba creciendo dentro de el. Lo peor, es que aquello coincidía con lo que había visto, pero de momento descartaba la idea de que Dionisio hubiese muerto de forma definitiva, era un dios, seguro que habría alguna forma de poder ayudarle.

Con gran tormenta en su cabeza, a duras penas logro pensar con claridad, hasta que escuchó lo de la cabra negra. Algo había escuchado, alguna historia le sonaba que le habían contado o había leído. Pero no lograba poner en orden sus ideas.-Habla mas de la cabra negra. No recuerdo bien esa historia, y parece que esta en el fondo de este asunto.- Tal vez sus compañeros recordasen algo más, o tal vez Galia podría hacer la luz en este misterio que era, al parecer, la base del enorme problema en el que se encontraban. 

Ahelena se apartó de Solon y Galia, no la gustaba la magia y aquello apestaba a ella por todas partes.

Los destellos rojos de la magia de Solon envuelven a la sátira, que esta vez sí trata de revolverse, sin éxito. Pronto, la mente de Galia se encuentra subyugada ante los poderes del gran hechicero. Sin embargo, cuando se enlazan sus mentes, el proceso de transformación se acelera y también las piernas de Solon se transforman en patas de cabra. A simple vista, el viejo hechicero es ahora un sileno completo.

—Sí, amo —dice ahora Galia, desprovista de ese desparpajo y soniquete con el que ha hablado hasta ahora. Su voz ahora es la de un autómata. Gerékatos hace un gesto para que la suelten, fiándose de los poderes del hechicero a los que él mismo ha sido sometido con anterioridad—. Seguidme, os llevaré hasta Angus. —Coreso formula su pregunta y ésta ni siquiera se detiene para responder—. No sé mucho más de la Cabra Negra, sólo que Angus es quien habla con ella. Escuché rumores en la isla, pero yo me uní al culto hace cinco festivales. En mi otra vida, era una aedo sirviente de Afrodita. 

Gerékatos dice algo a sus compañeros y éstos le dan un nuevo arco. Los silvanios os abren paso y Galia, adelantada, se dirige hacia donde se ha posado el búho. Se gira un momento, sin gracia, sin ganas, sin voluntad, para ver si la seguís.

Una voz de mujer que no conocéis, que os transmite seguridad, resuena en vuestras mentes. «Tened cuidado».