Partida Rol por web

Han pasado cinco meses desde que la Vizcondesa hiciera colgar a cuatro personas. Cuatro personas que conocías. Que eran tus vecinas. Sus rostros morados, sus pies danzando la danza del moribundo, los gritos de auxilio de Hedy. Todo está guardado en tu consciencia. Pasó el otoño. Ahora falta poco para que termine el invierno. Entretanto, veintitrés personas murieron a causa del hambre y enfermedades.

Ayer, Rambert golpeó la puerta de tu nueva casa (pues la anterior fue destruida al caerle un ogro muerto encima). Traía un mensaje importante de parte de la Vizcondesa Marlene von Wick. La señora de Wickland solicita que te apersonas en su castillo lo antes posible. Desea parlamentar contigo. ¿Sobre qué? Rambert no sabía. Pero ir hacia allí era una orden.

Ahora estás frente al castillo de la familia Wick, a medio día de viaje a caballo. Dentro de poco se pondrá el sol.

Dos guardias salen de la entrada principal a recibirte. No pasas por alto el detalle de que, en una de las almenas, está la cabeza de un hombre clavada en una pica. Sea quien sea, era un hombre mayor, de unos sesenta años. Quizás hizo algo malo para merecerse ese castigo. Quizás no. Con la Vizcondesa nunca se sabe. Los guardias te escoltan al salón principal. Sentada en la cabecera de una larga mesa, te espera Marlene von Wick en persona.

—Derek, mi querido, ¡qué bueno verte otra vez! Y en circunstancias más agradables que la última vez. Qué desafortunado fue todo aquello. Pero no te preocupes, ya os he perdonado. No soy una mujer rencorosa.

Sostiene una copa entre el dedo índice y el pulgar. Tal como en vuestro último encuentro. El salón está decorado con lujosos tapices y cuadros pintados por los mejores artistas del continente. Sobre la mesa hay pato regado con vino, manzanas asadas, hogazas de pan blanco recién horneado, un tarro de miel para endulzar la comida a gusto y una jarra con vino. Es más comida de la que ha visto cualquier habitante de Wickland en los últimos meses. Hay una silla vacía en la otra punta de la mesa.

—Siéntate, Derek, por favor. Come. Debes estar cansado después del viaje. Cuéntame, ¿cómo has estado? ¿Cómo está todo en Wickland?

Aquellos cinco meses habían sido la tortura personal de Derek quien tampoco había hecho grandes esfuerzos por olvidarla o perdonarse. La imagen de sus vecinos y amigos seguían oscilando en su mente, casi podía oír aún la tensión de la soga mientras los cadáveres seguían allí sin que nada hiciese ningún esfuerzo por liberarlos después de la muerte. Su situación no mejoró a medida que los vecinos morían a pesar de sus esfuerzos por qué la comida llegase a todos. Lo único que le mantenía cuerdo era la certeza de ser el único sanador del lugar, la gran ironía de su vida pues se sentía en parte, verdugo de los que murieron. Aunque le tratasen de héroe jamás se sintió así, no sabía cómo pero estaba seguro que podría haber hecho más. Los podría haber salvado.

Cuando Rambert apareció en su hogar sintió real repulsión, más aún cuando se enteró del motivo de su visita. Si detestaba a alguien por encima de todos era a la Vizcondesa, quien podría ser la primera persona que le haría romper su juramento de sanar siempre a quien se lo pidiera sin importar quien fuese. Respondió con un monosílabo a Rambert y se preparó para el viaje y el encuentro, tanto física como mentalmente sobre. Sobre todo mentalmente.

En el viaje se mantuvo completamente en silencio evitando por todos los medios abrir la boca hasta llegar al palacio. Los recuerdos bullían en su mente como si un incendio rugiese en su interior, la imagen de aquella cabeza fue el último detonante para recordar a quien estaba a punto de ver de nuevo. La ansiedad comenzó a apoderarse del sanador mientras usaba toda su energía en controlarse, o no saldría de allí con vida. Consiguió, muy a su pesar, salvarse una vez. No tendría tanta suerte una segunda.

Por fin la vio de nuevo, sentía asco, repulsión, angustia y aunque lo negase, odio. Cada palabra pronunciada por aquella mujer la sentía como una daga ardiente en a corazón. Casi de manera automática le respondió después de realizar una reverencia.- Gracias por recibirme de nuevo. Espero que el invierno no haya sido muy duro en palacio.- Ignoró sus comentarios sobre lo acontecido y sintió su respuesta estúpida, pero no podía pensar en nada más que decir. Intentaba mantener la interacción al mínimo. Aceptó su invitación a sentarse delante de una mesa que por ella misma podría haber salvado del hambre a la mitad de los muertos, si no más. El asco seguía en su interior. Respiró antes de responder.- Las cosas mi señora no van especialmente bien en Wickland. El invierno ha sido duro, algunas familias no han conseguido superarlo. Esto sumado a...los últimos acontecimientos han diezmado la población. Temo que no podamos recuperarnos de esto. El pueblo de Wickland se parece cada día más a una pequeña aldea.- Intentó ser correcto y educado como siempre, las impertinencias no serían toleradas. Pero se sintió en la obligación de responder con la verdad.- Como bien dice mi señora, el viaje ha sido cansado y largo. Me ha sorprendido su invitación, soy un simple y humilde sanador. No imagino como podría serles de utilidad mi señora.

La Vizcondesa escucha con atención cuando le dices que el pueblo ha sido diezmado por el hambre y que quizás no se recupere. Chasquea los dedos y señala la jarra de vino. Una sirvienta se acerca y le llena su copa.

—Oh, qué pena oír eso, mi querido. El invierno sabe ser cruel cuando quiere. A los plebeyos siempre os afecta más. Eso es porque no sabéis racionar bien la comida —te explica esta mujer que nunca ha conocido el hambre—. Hm. ¿Cuántos más crees que fallecerán? Una aldea sin tributarios no es saludable [1].

Bebe un largo sorbo de su copa, con el meñique extendido. Sonríe como un tiburón cuando le preguntas la razón de tu visita.

—Exacto. Eres un simple y humilde sanador, unido a mí por vasallaje. Y eso es exactamente lo que necesito en este momento, mi querido. ¿Recuerdas a mi sobrino Silvester, no? Su esposa, Angela, dio a luz hace tres semanas. El niño nació sano y fuerte, bendito sea Fenre. Ay, Derek, si vieras lo feliz que estaba Silvester. Es su primer varón, pero la pobre Angela no sobrevivió al parto. Le pedimos al cirujano que haga todo lo posible por salvarlo. No lo logró, el muy incompetente. Angela murió a los pocos días. Tsk tsk tsk. Seguramente ya viste al cirujano. Ahora está decorando las almenas del castillo.

Se refiere a la cabeza que viste clavada en la pica. Parece que el cirujano de los Wick pagó caro su error.

—Mi pobre Silvester, qué desgracia. Todos amábamos a Angela... pero el momento de luto ya ha pasado. Silvester quiere buscar una nueva esposa. Bien por él, ¿no crees? No se puede vivir llorando. Partirá mañana mismo a solicitar la mano de la hija del Marqués de Brunnerland. Quisiera que lo acompañes, Derek. Ahora que el anterior cirujano... pereció... necesitamos un nuevo médico con nosotros. Además, me contó un pajarito que sabes leer y escribir. Serás un excelente médico familiar, mi querido, ¿o no estás de acuerdo?

Derek escuchó con atención el relato de la Vizcondesa y no pudo creer sus palabras. Sentía que aquella oferta venía incluida con una sentencia de muerte, era bueno pero el mínimo error haría que su cabeza acabase en una pica. Por otro lado si lo conseguía podría contar con el favor de la Vizcondesa, poder modificar sus decisiones e incluso llegado el momento ser el mismo quien pudiera preocuparse personalmente por el bienestar. Salvar vidas era lo más importante y quizás aquella oportunidad sería la mejor manera. Respondió primero a su pregunta sobre el pueblo.- No se con exactitud cuántas más vidas se perderán, es difícil de calcular pues a veces las personas se muestran especialmente resistentes ante la adversidad. Su voluntad de vivir es mayor que las penurias que pudieran pasar, pero si estoy seguro que de aún veremos muertos en la aldea en lo que queda de invierno. Incluso después hasta que recuperemos los cultivos y demás labores.- Ignoró queriendo aquella afrenta que se atrevió a pronunciar la Vizcondesa sobre la capacidad de racionamiento del pueblo. No han tenido ni una sola oportunidad para hacerlo mientras ella se llenaba el vientre con vino caliente. La siguiente oferta fue mucho más complicada de contestar.- Siento enormemente la noticia de su pérdida.- Continuó entonces.- Mi señora me honra con su oferta, es cierto que se leer y escribir pero un humilde sanador de un pueblo como va a satisfacer las necesidades en materia tan delicada como es la salud. Aún habiendo dedicado mi vida a este menester siento que aún debo aprender mucho, y mi educación es sólo eso, educación. Sobre la nobleza solo se lo que he leído en libros, no sabría comportarme aparte de cómo me ve haciéndolo ahora. ¿No cree usted que mi callosas manos y mi apariencia plebeya serán un impedimento a la hora de tratar, no solo a usted si no al resto de la familia? Jamás se me ocurriría faltarles al respeto, no me malinterprete, esta oportunidad es maravillosa pero siento que mi habilidad para leer y escribir junto a mi vasallaje no son suficientes para estar cerca siquiera de una familia tan magnánima.

Por un momento, cuando le dices que quizás haya más muertes en el pueblo, la ves meditando. Tal vez esté considerando enviarle una ayuda a Wickland. Pero cuando le insinúas que tal vez no eres la persona más adecuada para ser el médico de los Wick, su gesto cambia. Su mirada fría y cortante se posa en ti.

—¿Estás rechazando mi oferta, Derek, mi querido? Si yo digo que eres el indicado, entonces lo eres. Lo plebeyo no se te quitará, pero puede disimularse con perfume, una camisa de lino y un jubón nuevo. Te verás decente, como corresponde a un servidor de los Wick. Pero si no estás interesado en tener un cargo permanente en mi corte y prefieres seguir despiojando a campesinos con olor a estiércol, no puedo obligarte —dice con decepción.

Tamborilea con los dedos sobre la mesa.

—Solamente te pediré que acompañes a mi querido Silvester en su viaje. Dormiré más tranquila si sé que hay un sanador a su lado en caso de que caiga enfermo, Fenre no lo quiera. Para cuando regreséis, yo ya habré buscado a un cirujano graduado de la Universidad de Oldenburg para que sirva como nuestro médico permanente, ya que evidentemente tú no estás interesado en ello, y te dejaré volver a Wickland a la comodidad de tu choza.

Había ocurrido justo lo que no quería que ocurriese, una malinterpretación de sus palabras podría costarle la cabeza. Si no fuese por qué la Vizcondesa confiaba en el, o al menos eso sentía, quizás su benevolencia no fuese tan patente. Aunque nunca.lo hubiera imaginado seguía creyendo que dentro de la.peligrosidad de aceptar el puesto yacía oculta la posibilidad de cambiar radicalmente la vida de los demás sí jugaba bien sus cartas.- No mi señora, por supuesto que aceptaría el puesto y de buena gana acompañaré a la comitiva en esta empresa asegurando su bienestar. Me sentí abrumado, jamás hubiera esperado tal oportunidad en mi vida. Perdóneme mi señora si no me expliqué con claridad, jamás se me ocurriría dudar de su juicio.- Esperaba que cambiara de parecer tras sus palabras. Una terrible duda le asaltó en el momento. ¿Cómo reaccionaría a su magia? No podía sanar sin ella, al menos no dolencias graves. Esperaba que el beneficio fuese mayor que lo demás.

La Vizcondesa disfruta de verte volviendo sobre tus pasos con arrepentimiento.

—Muy bien, mi querido, así me gusta. Estabas abrumado, lo entiendo. Serás un gran médico. Estoy segura de que mi familia y yo estaremos bien cuidados contigo. No nos falles, Derek —dice Marlene, y sabes muy bien que esto una advertencia—. Mañana mismo partirá la comitiva. ¡Silvester estará encantado de volver a verte!

Dudosamente Silvester von Wick esté encantado de volver a verte. Con suerte si se acuerda quién eres.

—Haré que mis sirvientes preparen unos envíos de alimento a Wickland —comenta con amabilidad—. En el castillo a veces sobra demasiada comida. Yo ordeno desecharla, por supuesto, porque no es digno andar regalando sobras. Pero haré una excepción por mis queridos vasallos. Wickland recibirá un cargamento de sobras por semana hasta que comience el verano.

Algo es algo. Marlene von Wick chasquea los dedos y llama a un sirviente.

—Llama al sastre y que le busquen una vestimenta adecuada a Derek. Dos camisas, un jubón, una capa, botas. Serás un gran servidor, mi querido.

Derek reverenció las palabras de la Vizcondesa, sentía cierto miedo claramente justificado ya que se enfrentaba a la prueba más dura de su vida con diferencia. Un solo desliz, un solo paso en falso, una mala mirada o un mal comentario y su cabeza pasaría a formar parte de los ornamentos en los torreones del palacio. Un pensamiento que sería mejor mantener lejos.- Gracias por aceptarme como sanador una vez más mi señora, sabed bien que procuraré el mayor de los cuidados para mi señor. No me separaré de su lado para asegurar que así sea. También gracias por la generosidad que demuestra compartiendo sus viandas con sus súbditos, las recibirán con alegría y alabarán su nombre. No podemos pedir más, tenemos gran suerte de contar con usted mi señora.- Apretó los puños con fuerza y repitió la reverencia. Se sentía terrible y aliviado, sobras o no era comida y si así vivirían, era mejor que nada.

Al escuchar el chasquido de dedos se incorporó esperando que el sastre viniese o le guiaran para comenzar de aquella manera su nueva vida.

—Muy cierto, mi querido —dice con una sonrisa—. Tenéis suerte de que yo sea vuestra señora. Come, Derek. Tienes un largo viaje por delante.

Al día siguiente partes junto a Silvester von Wick y su escolta de treinta soldados. A visitar al Marqués de Brunner, para que Silvester pueda pedir la mano de su hija. Es un viaje tranquilo. Nadie os molesta. Después de todo, esos treinta soldados con mosquetes y picas son amenaza suficiente para alejar a los bandidos. Silvester casi no te dirige la palabra durante el trayecto. Simplemente no le interesas. A sus ojos, eres un plebeyo más, por más que ahora vista un lujoso jubón y camisa de seda. Aun así notas que sigue igual que antes: colérico, bruto, impaciente. La paternidad no lo ha cambiado un ápice.

Tres semanas más tarde llegáis al castillo del Marqués Lars von Brunner. El Marqués os recibe con un banquete. Al enterarse de que eres el médico de los Wick, insiste en que te sientes en la mesa principal, para que no te sientes en las mesas comunes con la tropa iletrada. A Silvester no le agrada la propuesta pero no dice nada. Así que ahora estás sentado allí, entre bandejas con jabalí asado, pan crujiente, ensaladas, sopas, empanadas de faisán, y mucho, mucho vino.

En este momento la conversación gira en torno a las malas cosechas que azotaron al sur del reino, incluyendo a las tierras de Wick y Brunner. Silvester está haciendo gala de su falta de tacto.

—Las hambrunas siempre son culpa de los campesinos. Mi tía siempre dice que los plebeyos no saben racionar la comida. Veréis, Herr Lars, los plebeyos no han nacido con el don del raciocinio como nosotros. En Wickland hemos tenido algunos muertos por hambre. Tres. O cuatro. No sé. A ver si eso les enseña a guardarse más comida para el próximo invierno.

—Bueno, yo no pienso eso de los plebeyos, Herr Silvester. ¿Tres o cuatro fallecidos? Hm —el Marqués parece un buen hombre, honesto y justo, y te das cuenta de que no le tiene mucho aprecio a Silvester—. Parece poco. Los rumores decían que la hambruna fue terrible en vuestras tierras, Herr Silvester, hm. En mi feudo he hecho todo lo posible porque no muriera nadie. Vos sois médico —te dice—. ¿Cómo ha sido la hambruna, doctor Durchdenwald? Sé que las cosechas fueron malas, pero... ¿os parece que era evitable?

Derek casi agradeció la absoluta indiferencia que le profesaba Silvester, su cometido era velar por su salud y no divertirle de algún modo, de hecho hablar no era imprescindible tampoco.

Se sentía raro viajando de aquella manera, como si estuviese viviendo la vida de otra persona y no la suya propia. De un día para otro había pasado de vivir en una casa humilde rodeado de pobreza y muerte a estar vestido con ropajes que jamás hubiera imaginado rodeado de soldados que le protegían, además de viajando con un noble que si bien no estaba a la altura era lo más cercano que había estado nunca. Irreal cuanto menos, pero debía seguir estoico.

Una vez se encontraba en dominios de von Brunner y concretamente en su hogar, aceptó la oferta de acompañarles solo porque éste lo había pedido. No hubiera tenido problema en sentarse con el servicio y maldijo mentalmente en no poder haberlo hecho.

Se mantuvo distante y en segundo plano durante las conversaciones, los comentarios de Silvester le hacían revolverse pero quedó bastante sorprendido tras escuchar a su anfitrión. Tras toda su vida conociendo el yugo de la familia que ahora servía no esperaba ver muestras de humanidad entre otros nobles. Su pregunta le obligó a salir del subterfugio, aunque debía ser inteligente.- Como médico debo decir la falta de alimentos provoca que las enfermedades y dolencias empeoren. Tener al alcance suficientes alimentos es, bajo mi punto de vista, un aspecto fundamental en la sanación. Entiendo no obstante lo que mi señor quiere decir.- No dio explicaciones sobre que entendía exactamente, solo quería contentarle para que no hubiese represalias. No sabía como responder a la pregunta sobre si había sido inevitable sin imaginar su cabeza separada de su cuerpo.- Que hubiese sido inevitable o no, mi señor, es un pensamiento que suelo evitar. No se puede cambiar el pasado y prefiero centrar mis esfuerzos en intentar solucionarlo. Mi señora, la Vizcondesa Marlene von Wick, escuchó mi opinión al respecto y no dudó en enviar cargamentos de comida hacia la zona que conozco que ha estado muy afectada por el invierno. Un gesto que le agradeceré siempre.- Intentó esquivar la pregunta y rezaba para que von Brunner fuese lo suficientemente inteligente de leer entre líneas.- Aunque mi única preocupación en estos momentos es el bienestar de mi señor aquí presente, no hace mucho me dedicaba a salvar la vida de cualquiera que necesitase mi ayuda. Han habido muertes, no lo niego, pero cesarán gracias a los cargamentos que comenté anteriormente.

Afortunadamente, el Marqués Lars von Brunner es un hombre lo suficientemente sagaz como para leer entre líneas.

—Hm, ya veo, doctor Durchdenwald. Muy generoso de parte de la Vizcondesa, sí.

—Los Wick somos así, Herr Lars. Somos generosos con la plebe, incluso con nuestros revoltosos vasallos, que hace menos de medio año estaban a punto de volcarse hacia la anarquía. Nuestro feudo está ordenado, Herr Lars. Cuando vuestra hija venga a vivir a nuestro castillo se encontrará con el mejor de los lugares donde vivir. Y hablando de eso, ¿dónde está vuestra hija, Herr Lars? Quisiera conocerla.

—Mi hija está en sus aposentos, Herr Silvester. Recuperándose de una leve fiebre, hm, por eso no se ha podido unir al banquete. De hecho, quisiera que me acompañéis a verla, doctor Durchdenwald. Me sentiría más tranquilo si la revisa otro especialista, aparte de mi cirujano personal.

El Marqués se levanta pesadamente. Te hace un gesto para que lo sigas. Silvester frunce el ceño y mira mal al Marqués. Subís una escalera y llegáis a una pequeña biblioteca en la que no hay nadie más. Los sonidos del banquete se escuchan muy a lo lejos.

—Mi hija no está enferma, doctor. Ella está en su recámara. Simplemente no quería someterla a la tortura que es este banquete. Os ruego me disculpéis la mentira. Quería hablar con vos a solas y con franqueza. Sois un hombre de ciencia, ¿no? Un médico. Siempre he confiado en los hombres de ciencia. No soy idiota, doctor: conozco los rumores sobre los Wick. Ejecuciones, torturas, impuestos abusivos... Podría seguir toda la noche.

>>Sedme franco, doctor. Si mi hija se casara con Silvester von Wick, ¿adónde la estaría enviando? ¿Es cierto todo lo que se cuenta sobre los Wick? ¿Qué clase de hombre es Silvester? Quedaos tranquilo, lo que hablemos aquí queda entre nosotros.

Derek agradeció el gesto del Marqués para sacarle de aquel ambiente durante al menos un rato, suponía que su hija estaba realmente enferma para haber hecho aquello y su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró con las verdaderas intenciones de su anfitrión. Enmudeció. La paranoia le invadía y comenzó a pensar que aquello era una estrategia para comprobar su verdadera fidelidad hacia la familia que ahora servía. No le duró mucho pues no tenía sentido crear tal acto teatral para alguien tan sumamente bajo como el en ese núcleo, aún así extremó la cautela, miró en todas direcciones antes de comenzar a hablar.- Celebro que su hija se encuentre sana.- El hecho de haber mentido a Silvester confesándolo ahí mismo daba prueba de que en realidad si estaban solos, pero al fin y al cabo estaban en sus dominios. No podía fiarse del todo.- La pregunta que me hace es terriblemente delicada y peligrosa, pero como servidor debo responder con total franqueza. Lo que dije sobre mi señora es cierto, entregó alimentos a mi pueblo natal asolado por el hambre. Ahí mostros sobradamente su generosidad. Ahora bien, los impuestos a veces suben todos lo saben, pero ¿Torturas? ¿Ejecuciones?- En ese momento Derek le miró fijamente y asintió varias veces con su cabeza mientras hablaba.- Habladurías, comentarios sin fundamento. Sobre sus otras preguntas con respecto a mi señor, debo decir que aunque recto es justo.- De nuevo le miró fijamente esta vez negando varias veces con la cabeza.- Un hombre de honor y protector. Debería tenerle en consideración para desposar a su hija.- Otra vez más, negó.

>> Espero perdone a este humilde servidor en sus parcas palabras, mi posición no me permitiría hablar mal de mis señores incluso aunque todo eso fuese verdad.- Sonrío levemente.- Si gusta, podría escribirle algunos remedios para distintas dolencias que podría sufrir su hija durante el invierno, por precaución. Si acepta la ayuda por supuesto de este hombre de...ciencia.- Por última vez, negó con la cabeza.

El Marqués te escucha con atención y no le cuesta descifrar el verdadero sentido de tus palabras. Lo único que te parece que se le escapa es cuando niegas con la cabeza al decir que eres un hombre de ciencia. No capta que en realidad le estás diciendo que lo tuyo es la magia.

—Os agradezco la franqueza, doctor. Ciertamente, mi hija se casará con Silvester —niega con la cabeza—. Me agrada saber que él y la Vizcondesa son, hm, gente recta, y que todo lo que escuché sobre ellos no era más que habladurías —vuelve a negar. Pone una mano en tu hombro y te da un apretón amistoso—. Sois un buen hombre —y ahora, asiente—. Qué bueno sería contar con gente como vos en mi servicio. Si alguna vez vuestro vínculo con los Wick se corta, no dudéis en venir aquí. Seréis bien recibido, hm. Volvamos al banquete, por favor, antes de que Silvester se impaciente.

Sin embargo, sabes que la única forma de que tu vínculo con los Wick es a través de la muerte de todos ellos o de la tuya propia.

De vuelta al festín, Lars von Brunner le dice a Silvester que su hija aún está muy débil y que debe permanecer en cama. Silvester resopla por la nariz. La conversación sigue su curso, tocando temas de política sobre los cuales no estás demasiado informado. Al cabo de una hora, Silvester, a esta altura ya completamente falto de paciencia, vuelve a increpar al Marqués.

—Ya hemos hablado demasiado, Herr Lars. Muchas palabras gastadas en cosas que no nos importan. Sabéis bien para qué he venido. Quiero pediros la mano de vuestra hija. Terminemos con esto, Herr Lars. ¿Cuándo será el casamiento?

Se hace un silencio incómodo entre los comensales de la mesa principal , que son familiares lejanos del Marqués y servidores destacados.