Partida Rol por web

Habían pasado dos días desde que nuestros héroes habían salido huyendo de Goldenwasser. Se habían dirigido a sus viviendas para coger lo más imprescindible y habían tomado camino hacia el puerto, para descubrir que no había ningún barco con intenciones de zarpar en los próximos días. Así que habían terminado por refugiarse en «La trucha dorada», un local que ya conocían y que era famoso por su discreción, del que no habían salido en esos dos días.

Habían logrado escabullirse de la feroz guardia de la ciudad... de momento. Pero incluso en su escondite las noticias volaban. Se decía que Claudie de Trounoir había sido detenida sin que hubiera hecho ningún esfuerzo por escapar y proclamando a los cuatro vientos su condición de noble de Montaigne. Al parecer la joven voceaba su inocencia y exigía un juicio que la exculpase. 

Llevaban un día entero sin tener noticias de lo que sucedía en la ciudad y la pierna de Aleska ya había sanado por completo. ¿Los estarían buscando a ellos? ¿Qué habría sido de Claudie? Quizá el panorama en el puerto hubiese cambiado. Parecía que había llegado el momento de asomar la nariz y buscar algunas respuestas.

Aleska había dudado mucho sobre si salir o no de La trucha dorada. Y de hacerlo, de si llevar la armadura, por si eso la hacía más reconocible. Luego decidió que si la conocían probablemente sería por la cicatriz... Y que total, para salir corriendo siempre había oportunidades.

Más de una vez esos días había hablado sobre que Claudie al menos había hecho lo correcto, y sobre la posibilidad de declarar a su favor. Claro que esa idea se le quitaba, al menos de momento, cuando sus compañeros le explicaban lo que podría pasar*. Y cuando se lo explicaban otra vez. Y otra.

Al menos su pierna ya estaba bien. Así que tras hacer sus ejercicios en versión de espacio reducido —flexiones, sentadillas, y algunos movimientos con la espada— sin salir de la habitación, estuvo lista para aventurarse fuera.

—Bueno, pues... Al puerto, ¿no? —dijo, buscando la confirmación de alguno de sus amigos.

Tom asintió a Alexa. Le agradaba que por fin hubiera un cambio en esa rutina de hastío y desazón en la que se habían visto inmersos.

- Si queréis puedo salir primero a dar una vuelta de reconocimiento. No repararán en mí, os lo prometo. - Sugirió. A él le parecía algo sensato, pero sospechaba que ninguno de los presentes iba a querer aceptar ese plan. No iban a dejarle salir solo, y menos a explorar o investigar para ver si había guardias vigilando las calles, el propio puerto, o las posibles rutas entre la trucha dorada y el puerto.

Seguían viendo a Tom como a un niño pequeño... y en ciertos aspectos puede ser que lo fuera. Aún le quedaba mucho para madurar, pero no era un crío, y en misiones como ésa podía demostrarlo.

- Pero sí, yo diría que hay que ir al puerto. Con suerte algún barco zarpará en la próxima semana... Ya han pasado dos días y a lo mejor hay cambios en las rutas de embarque. La economía no va a sostenerse sola. - Comentó. - Si no, seguro que hay algún otro medio para salir de la ciudad... - Comentó pensativo. Los mercaderes transportaban sus productos por tierra también.

Katarzyna se había llevado algunos de sus volúmenes para ir avanzando en su lectura, desconocía totalmente cuando podrían volver a su hogar, y aunque no estaba preocupada por sus plantas ―no demasiado―, tenía mucho trabajo por hacer y estar alejada de la tranquilidad de su habitación la exasperaba. Sí, había mucho más, pero no todo era siempre como querían. Esos dos días había estado algo irascible, y lo cierto, es que para los que la conocían, era raro verla perder la paciencia sobretodo sabiendo como era su hermana y lo mucho que solía necesitarse estando a su lado.

―¿Y por qué tanta insistencia en huir? ―preguntó, cerrando con cuidado el libro que tenía frente a ella―. No sería más honorable intentar demostrar nuestra inocencia y de camino la de Claudie. No solo podríamos seguir con nuestras vidas, sino que recibiríamos la compensación que nos merecemos ―apeló a las virtudes de su melliza, desviando sus oscuros ojos hacia ella y sonriéndole―. Una vez hecho eso, podríamos hablar en su favor ―le aclaró, por si acaso.

Suspiró mientras tamborileaba sobre la mesa y reflexionaba sobre algo de lo que había dicho el más joven de ellos.

―Sin un destino concreto sugeriría ir por tierra, si nos atrapan, es más fácil escapar por tierra que por la inmensidad del mar ―dijo, en dirección a Tom por ser quien lo había sugerido, pero extendiendo su propuesta al resto de la mesa.

Dos días. Dos largos días recluídos en aquella posada repleta de gente y de ruido. No es que a Shawn le importara demasiado. La afluencia de personas equivalía a público cautivo que debía pagarle si deseaba continuar bebiendo de su copa de vino en paz. El ruido ayudaba a disimular un tanto las malas rimas. Y, sin embargo, estar puertas adentro durante tanto tiempo, con aquella incertidumbre de lo que vendría... lo cierto es que el juglar comenzaba a caminar por las paredes.

En todo esto pensaba al analizar su reflejo en una de las ventanas altas de La Trucha Dorada. El cristal polvoriento que tenía en frente era suficiente para adivinar una leve sombra de barba en sus mejillas. Pasándose una mano por el mentón el juglar maldijo por lo bajo haber dejado atrás, en la premura de la huída, su navaja de afeitar. Se incorporó lentamente, con una mirada crítica, poniendo una mano a la altura de su barriga. El jubón rojo comenzaba a apretarle a la altura del ombligo, señal inequívoca de que su esbelta figura estaba en peligro. Si no escapaban de aquella taberna, y pronto, serían sus manos regordetas y no las de Tomasso las que encontrarían dificultad en tocar el violín.

—Tom y Aleska tienen razón. Huir por mar es lo más seguro. Si la bruja esa es realmente una del destino, sabe que lo último que haríamos es abordar un barco —dijo encogiéndose de hombros. La verdad es que a la perspectiva no le agradaba más que a los demás, pero, después de todo, no era menester ir demasiado lejos. ¿Qué podría salir mal?— El que nace para ser ahorcado nunca morirá ahogado —concluyó citando las palabras que un viejo amigo de Castilla le dijera entre copa y copa, aunque no creyera un ápice en ellas.

Se volvió hacia Katarzyna.

—Claudie puede ser idiota, pero no es inocente. Recuerda que nos contrató para liquidar a Tomato. Tiene mucho que explicar —dijo frunciendo el ceño— A mi también me gustaría hacer algo por ella, pero me temo que, con o sin nuestra ayuda, el resultado hubiera sido el mismo. Los dados estaban echados. 

Retornó al concienzudo exámen de su figura en el espejo mientras aguardaban la opinión de Evadne al respecto.

Habían pasado dos días encerrados en aquel lugar. ¿Sería peor estar en la cárcel? Tal vez, pero Evadne no lo sentía así. No poder salir a dar una vuelta, no poder saltar de tejado en tejado, no poder correr, dar volteretas, aquello no le gustaba. Se le iba la vida en ello. Vale que de normal no lo hiciera a todas horas, pero no poder hacerlo le hacía querer hacerlo y eso generaba una ansiedad y una desazón que no sabía combatir. Ella era un animal del aire libre, no de estar encerrada. 

Resopló porque no le gustaba estar de acuerdo con Aleska y cuando Tom y Shawn opinaron lo mismo sintió alivio y convino con ellos. 

- Tom y Shawn tienen razón. - dijo y miró a su rival. - Aleska también. - dijo a regañadientes. No le gustaba darle la razón pero teniendo en cuenta que era Kasia la que insistía sin motivo aparente huir por tierra... la necesitaba con ellos para conseguir que su plan saliera adelante. - Con un poco de suerte encontramos una misión interesante que zarpe antes del anochecer y ponemos mar de por medio con todo este problema.

Suspiró. Necesitaba salir de ahí. 

- El mar se nos da bien, somos buenos, ya lo hemos hecho antes, mientras estemos juntos.. todo irá bien - dijo mirando uno a uno a todos sus amigos.

Así fue cómo, al llegar al puerto, el grupo se dispersó.

Por un lado se fueron Evadne, Shawn y Tom, a la caza de algún capitán que estuviera dispuesto a embarcarlos con premura. El ambiente en el puerto estaba animado, había mucha gente charlando y trabajando. Shawn no tardó en localizar a una marinera que daba órdenes a un grupo de hombres y mujeres que descargaban barriles de la bodega de un barco. No llevaba sombrero de capitana, sino de contramaestre, era habitual que los capitanes dejasen el trabajo a sus manos derechas mientras permanecían en sus camarotes. 

Por otro lado se fue Aleska, buscando algo muy concreto entre la muchedumbre del puerto. Le costó un poco, pero al fin distinguió entre la gente una mujer vestida con los colores que buscaba. Salía en ese momento de una taberna, con la ropa descolocada y el pelo despeinado, claro que ese local era conocido por sus Jennys. 

Finalmente, Katarzyna se fue también por su lado, y en apenas unos minutos había localizado un grupo de personas que comentaban los últimos acontecimientos de la ciudad. Un hombre delgado era el que llevaba la voz cantante y todos ellos parecían alterados, como si hubiera habido noticias muy recientes. 

Aleska sabía que su hermana tenía razón: no tendrían que estar huyendo. Aquello le quitaba parte de la tranquilidad y el sueño. Ella misma sabía que lo único que estaba bien, lo único bueno, era quedarse y dar la cara. Pero no se perdonaría que eso pusiese en peligro a Sia.

Por eso decidió que mientras los otros buscaban opciones, ella intentaría saber cómo estaban realmente las cosas. Busco a alguno de los guardias de Tomato, y el ver a aquella mujer salir del establecimiento esperó a que llegase a la esquina para darle un golpe rápido con el pomo del arma, intentando obligarla a entrar en un callejón para poder hablar a solas.

—¿Qué ha pasado con tu patrón? ¡Habla!

Katarzyna se acercó al grupo de personas, primero quedándose en un segundo plano mientras escuchaba lo que se decía, y luego, poco a poco, fue avanzando dando pequeños pasos hacia el centro de este. Deseaba saber cómo habían afectado sus actos, unos de los que no se sentía especialmente orgullosa, y no es que sintiera ninguna lástima por Tomasso, pero sí notaba cierto remordimiento por haber dejado a Claudie por muy estúpida que hubiera sido al dejarse llevar por unos sentimientos que —a pesar de la nobleza de estos— no eran correspondidos. Sabía que debía estar pasando por una situación complicada, y ayudarla sería un acto noble y bondadoso, uno del que su hermana se enorgullecería.

―Disculpen, soy madame Katarzyna ―se presentó, dando a conocer el título que ostentaban todas las mujeres de la Mancomunidad Sármata―. ¿Podríais repetir eso que habéis dicho? ―preguntó, fijando su oscuros ojos en el hombre delgado y mostrando una sonrisa amable.

―No he podido entenderos bien ―añadió, sin dejar claro si era porque no lo había escuchado o porque no comprendía bien el idioma que estaban hablando.

Evadne acompañó a los hermanos por los muelles mientras buscaban algún tipo de barco en el que poder huir a cambio de sus servicios. Eran un grupo muy polivalente, podrían llevar a cabo casi cualquier misión que se les encomendara. 

Cuando Shawn señaló en una dirección, Evadne se giró para observar y sonrió al ver que el juglar había encontrado a la primera lo que estaban buscando. Se puso a su lado, sin perder de vista a Tom y avanzaron hacia el objetivo. Evadne se mantendría callada dejando que fueran los dos hermanos los que llevaran la iniciativa pues la labia y el convencer, no eran precisamente especialidades de la exploradora.

Caminaba despacio, con aire despreocupado. Evadne y Tom iban a su lado. Y los recuerdos. Shawn estaba seguro que tanto su hermano como la exploradora podían notar la presencía de los recuerdos acompañándoles por el camino, memorias aciagas de varias desventuras en alta mar. Los recuerdos... no eran buenos, pero siempre le había gustado sentir la forma en la que el viento movía sus cabellos por la cara mientras se paseaba por la borda, de proa a popa, oteando el horizonte azul.

Sonrió al comprobar que la actividad portuaria volvía a estar animada, observando como una embarcación era descargada bajo la atenta mirada de su contramaestre. Un barco mercante era probablemente su mejor opción. Le dió un codazo a Evadne antes de acercarse a la marinera.

—¡Salud, buena mujer! —exclamó, llevándose una mano a la punta del sombrero que se había procurado durante su confinamiento en la taberna— Mis amigos y yo buscamos algún capitán dispuesto a embarcarnos —comentó haciendo girar un gremial por los aires— Somos cinco, pero como podéis comprobar por vos misma, mi pequeño hermano casi no cuenta —dijo revolviéndole los pelos, evitando mencionar que parte de la tripulación estaría conformada por una gigantesca espadachina— Así que yo diría... cuatro y un cuarto. ¿Creéis que vuestro capitán esté dispuesto a negociar? ¿Hacia donde os dirigís a continuación?

Tom no lo dudó ni un instante. Echó a andar con Evadne y su hermano, y en cuanto pusieron un pie en las tablas de madera del puente se sintió de nuevo cómodo. Casi como si estuviera en casa. Habían pasado demasiado tiempo en los últimos años en barcos. En barcos, en el mar, y en naufragios claro.

Shawn fue el primero en detectar a una de las posibles víctimas potenciales, y Tom se encaminó a la vera de su hermano, siempre medio paso por detrás y mostrando su sonrisa encantadora, y esa mirada de no haber roto nunca un plato.

Shawn tenía mucha labia, y se le daba bien engatusar a las personas, así que Tom se limitó a dejar que fuera su hermano quien tomara la iniciativa. Le dejó hablar y solo se decidió a intervenir cuando parecía que Shawn había acabado.

Sonrió, se señaló a sí mismo de la cabeza a los pies, y corroboró lo que acababa de decir Shawn.

- En efecto, señora. Yo como poco, apenas ocupo espacio y tengo experiencia manejando aparejos, cargando cajas, fregando cubiertas y arriando velas... Cualquier cosa que puedan necesitar... - Amplió su sonrisa e hizo una profusa reverencia. Mala, y sin etiqueta, pero una reverencia.

La mujer no se esperaba el ataque repentino de Aleska que de un empellón la mandó al callejón directa. En un primer momento pareció confusa, hasta que sus ojos cayeron en la cicatriz y la comprensión llegó a su mirada. 

—Mi patrón está muerto. ¡Tú y tus amigos lo matasteis! —espetó, sin duda alguna en su voz—. ¡Pero no vais a iros de rositas, malnacida! ¡Toda la guardia de la ciudad os está buscando!

El corrillo se abrió, dejando paso a Katarzyna para que se integrase entre ellos. No era la única que parecía extranjera y al hombre parecía que le gustaba sentirse importante, el centro de atención por tener noticias. 

—Lo que estaba diciendo es que Herr Otto¹ no estaba nada contento con la noble montaignesa que, al parecer, quería airear todo el asunto con un juicio público —explicó, abriendo los ojos para poner énfasis en sus palabras—. ¿Os habéis enterado del caso? Esa mujer, Claudine de Truffuá se coló con una banda de compinches en la casa de baños y asesinaron a un rico mercader vodaccio. Su esposa está desolada.