Partida Rol por web

—¡Maldita sea, Trasus!—vociferó Sarkee agitando los puños en la peculiar forma de preocuparse por los demás de los enanos—. ¡Como te desangres por charlar con el hijo de puta este, te mato!

La enana incrustó el hacha en el pecho del arlequín, derribándolo. Sus compañeros parecieron dudar aunque no quedó muy claro si fue porque su lider había caído o porque vuestro grupo no parecía tan presa fácil como en un principio...

Lo siguiente ocurrió casi de forma coreográfica: Alexei aprovechó la oportunidad para atravesar a su rival con el alfanjón y Cedric optó por cesar el intento de tumbar a su oponente, agarrar el estoque y aprovechar también el momento de despiste para ensartarlo. 

Por un momento se hizo el silencio, hasta la música del acordeón cesó. Sólo se oían los jadeos de todo el mundo y los gemidos apagados del único arlequín que quedaba vivo, humeando todvía en el suelo.

Ayla miró al bardo aun con el ceño fruncido y visiblemente desconcertada

—¿De qué conoces a estos tipos?—espetó.

—Descuida, querida, no me desangraré más rápido por hablar.

Volvió a sujetarse el acordeón a la espalda y se llevó la mano al costado para apartarse la armadura y la camisa de la herida. No salía del agujero nada, aparte de la sangre. Una buena noticia; un poco más centrada y le hubiera dado en plenos intestinos. Había visto a alguien tratar de volver a metérselos después de que le abrieran las tripas a puñaladas. Cada puñado de entrañas que conseguía meter provocaba que se le escapara otro. Desagradable, y a juzgar por la expresión del tipo, doloroso. Y finalmente letal.

Se apretó la herida con la mano y miró a la maga que lo interpelaba. Uno de los asesinos había dicho su nombre antes de caer. Una de los asesinos, específicamente.

—Si conociera a todos los que me conocen, conocería a muchas más personas de las que conozco —aclaró el tevinterano—. Lo que no asegura que no conozca a esta en concreto. Una vez tenga la cara al descubierto, por supuesto.

Los arlequines no revelaban su identidad casualmente, ni siquiera a sus allegados. Por algo ocultaban sus rostros y solían mantenerse en silencio. Era intrigante que hubiera un grupo de ellos tan lejos de Orlais, y especialmente, tan lejos de cualquiera a quien mereciera la pena asesinar. O quizás sí lo haya, y no lo sepamos todavía.

Se acuclilló junto a la arlequina que había pronunciado su nombre y le quitó la máscara.

Lynn lanzó un suspiro tembloroso por la debilidad que había provocado el veneno de la cuchillada.

—¿A... alguien necesita curación?—dijo mirando en derredor. Aunque se apresuró a acercarse a Gabrielle que fué la que peor aspecto debió inspirarle—. Gabby, ¿estás bien?

Sarkee refunfuñó algo en enano y siguió a Trasus con las hachas una en cada hombro. Dejando bastante claro que si al arlequín restante le daba por hacer alguna tontería, se las incrustaría entre ceja y ceja.

No obstante, el arlequín restante no podía hacer nada, o mejor dicho, la arlequín. Y así lo pudo comprobar Trasus cuando le retiró la máscara.

Debajo apareció el rostro de una mujer, algo sucio de carbonilla y con los cabellos negros pegados a la piel por el sudor. El conjuro de Ayla le había hecho un daño considerable pero estaba viva, gemía debilmente de vez en cuando y se podía ver que respiraba.

La reconoces instantaneamente. Es Aline Thibadeux.

—¿Qué hacemos con esta?

Cedric había permanecido mirando a los arlequines caídos, especialmente el que lo había hecho a su mano, como si escondieran la respuesta a una pregunta existencial. Colgó su hoz en el cinto y, tras limpiar la sangre del filo con su manga, envainó el estoque.

Miró a Lynn con expresión vacía un momento. Sin duda le vendría bien curación, pero otros la necesitaban más. Se dirigió a Sarkee. Si algo se podía decir de la enana es que era directa.

—Esa pregunta es la última de una larga serie. Con gusto me encargaré de sacar las respuestas.

Esta vez no dirigió su mano a la daga del cinto, y de alguna forma la ausencia de gesto fue casi un énfasis. Cedric había quedado en espera con los ojos fijos en Gabrielle. Su mirada había paseado por todos los compañeros pero evitado a Trasus, como si Cedric estuviera ponderando pros y contras de incluir al bardo en su sesión de interrogatorio.

Gabrielle frunció el ceño profundamente.

—Espero que no estés sugiriendo la tortura. ¿Es que no has aprendido nada de la Madre Bethel? —le preguntó a Cedric—. ¡Ni siquiera has comprobado primero si está dispuesta a hablar sin hacerle daño! ¿Acaso tu corazón es tan frío que harías daño a una persona sólo porque puedes? Hacedor...

La maga se frotó la frente. Le gustaría ayudar a Cedric, pero no sabía por dónde empezar.

—Lynn. ¿Te importaría devolver la conciencia de esta mujer? Quizá Trasus pueda hablar con ella.

—No se va a torturar a nadie—dijo Alexei taxativo intentando zanjar cualquier atisbo de discusión—. Para esta mujer Trasus debe de ser lo suficientemente importante como para romper su silencioso arte. Esperemos que para bien y que coopere.

El rubio guerrero, cayendo en la cuenta de algo frunció el ceño y miró primero a la clériga y luego al licenciado.

—Espera un momento Lynn. Trasus, ¿vas a decirnos quién es ella? Si va a intentar sacarte los ojos será mejor estar preparado.

Con la máscara en la mano, Trasus levantó las cejas y retorció los labios. No esperaba eso. ¿Pero qué esperaba? Nada. Lo que no hacía que las reconocibles facciones le resultaran menos sorprendentes. Dentro de la nada, había espacios más vacíos que otros.

Aline… el rostro tenso de la mujer mostraba arrugas nuevas. Efecto del paso del tiempo, cuatro años desde la última vez que la había visto, o quizás de la ausencia del denso maquillaje que constituía la armadura de una dama orlesiana. Maquillaje y máscaras, aunque no esperaba verla con la de un arlequín.

Le apartó los cabellos mojados y le retiró el sudor de la frente. Un gesto todavía familiar, a pesar del tiempo transcurrido y las diferentes circunstancias.

—Mis ojos están a salvo —respondió a la alusión del rubio luchador. En tiempos quizás lo hubiera hecho, culpa de ella, por supuesto. Lo reconocía cuando se calmaba y tomaba un par de tragos. Pero ya no —. Es una vieja amiga. De mis primeros años en Val Royeaux. No frecuentaba compañías tan coloridas en aquel entonces, pero admito que hace años que no sé de ella.

El gesto de Cedric le hizo rodar las pupilas. La tortura no solo era de mal gusto, sino propia de estúpidos. El dolor aflojaba las lenguas, pero no permitía distinguir entre la verdad y la mentira. Y supongo que no debería permitir que le hicieran daño, aunque haya intentado matarnos. Con esas pintas, debían ser solamente negocios.

—Necesita a un sanador —asintió a las palabras de Gabrielle.

Con independencia de la identidad de Aline, era improbable que la presencia de arlequines en un templo élfico perdido en la espesura de Ferelden, tan lejos de Val Royeaux y le Grand Jeu, no estuviera relacionada con los motivos tras la expedición del maestro Sila.

Cedric estuvo rápido en abrir la boca para contestar al comentario de Gabrielle, como si se hubiera sentido insultado. Sin embargo se lo pensó mejor y decidió medir bien sus palabras. La asesina probablemente podía oirles, y ya habían mostrado bastante debilidad. Además, una parte de sí se alegraba de ser tratado como un monstruo.

Tras dejar a Alexei y Trasus hablar, contestó mientras se acercaba un poco a la superviviente.

—Nunca hago daño si no me veo obligado a hacerlo— el énfasis coincidió con una mirada a Gabrielle pero luego clavó los ojos en la arlequin. —Y cuánto daño hago depende enteramente de las circunstancias. Siempre se empieza preguntando amablemente; lo que le pase después a esta asesina depende de ella.

Cedric estaba convencido de que podía oirle. Esperaba que así fuese. "Vieja amiga" de Trasus o no, hacía un minuto estaba intentado matar a cuchilladas a Ayla, y lo hubiera conseguido de no ser por Lynn.

—Vale, pero al menos cúrate tú—insistió Lynn—. Tu túnica tiene más de roja que de color original.

Se aproximo a la arlequín tendida en el suelo y se arrodilló junto a ella murmurando algo mientras sus manos emitían el acostumbrado resplandor dorado de un conjuro de curación.

Notabas una sensación insistente en el borde de tu mente. No era algo tuyo, era probablemente la crispación que Astucia sentía con aquel cuerpo mortal que podía sangrar y podía sentir dolor. El maldito, desacostumbrado y desagradable dolor.

Al mirarlo de hecho viste que se había sentado en el suelo. Quizá ni si quiera se atreviese a llamar la atención sobre si mismo pero el caso es que trataba de apretar la herida que le habían hecho. Aunque como estaba por la parte de atrás del hombro y no llegaba, sólo se frustraba más.

La mujer no había oído una sola de las palabras de Cedric, o al menos así quedó patente cuando las quemaduras se restañaron y empezó a rebullir en el sitio. Lynn hizo literalmente lo que le habían dicho ya que cuando la vió toser una voluta de humo y entreabrir los ojos, detuvo el conjuro.

En principio se limitó a parpadear con expresión desconcertada. No reaccionó con brusquedad intentando huir ni nada remotamente similar, sólo miró a ambos lados tratando de reconocer los alrededores y al darse cuenta de que estaba tirada en el suelo y rodeada por vosotros pareció simplemente resignarse ya que soltó un largo suspiro.

—Mierda—fue todo lo que dijo. Dos segundos después gruñó agarrándose el muslo en el que le habían endosado el flechazo y miró al trovador—. Hola, Trasus.

—Hola, Aline —devolvió el saludo—. Pensaba que habías tenido que huir de Val Royeaux. Qué otra razón podía tener para no dejarse caer para tomar un trago conmigo y compartir historias, me preguntaba, inocente de mí. Y mientras tanto, estabas jugando a los arlequines.

Trasus suspiró con afectación.

—Pero está bien así. El azar se ha puesto de nuestra parte; podemos hacerlo ahora. —Abrió la petaca y bebió un trago. Luego se la pasó a la mujer orlesiana —. ¿Qué te ha traído aquí? Tantas conversaciones, y nunca me habías hablado de tu interés por la religión élfica. ¿O es una afición que has cultivado en estos años?

Alexei se apoyó en la pared, se puso la mano en el corte que le había infligido el arlequín. No le dolía mucho, pero cuanto antes se cortara la hemorragia mejor. Otra marca más para la colección. Dejando de pensar en heridas y cicatrices, el joven guerrero centró su atención en la orlesiana. No tenía intención de inmiscuirse en la conversación pero si le interesaba no perderse detalle de lo que ésta fuera a decir.

—Estoy bien —mintió Gabrielle—. La sangre es muy escandalosa, eso es todo.

¿Cómo podría ella dedicar sus dones curativos a si misma cuando había otra persona que estaba sufriendo más que ella? La maga del Círculo se apoyó en su bastón mientras se acercaba a Asthan, quien parecía gravemente herido.

Enarcó ambas cejas cuando Trasus le ofreció licor de patata a la asesina que había tratado de matarlos hacía unos momentos. No le parecía la reacción más lógica, ni tampoco la más sensata. Pero quizá en el Gran Juego de Orlais, uno se tomaba el intento de homicidio con tanta deportividad como el acordeonista.

—Déjame ver tus heridas —le dijo al elfo.

Le lanzo un curar leves a ver qué tal se queda.

Cedric giró la cabeza para mirar a Ayla. Después pasó la vista brevemente por los demás. ¿Era esa la razón por la que la palabra "interrogatorio" había provocado tal rechazo en el grupo antes? ¿Era así como típicamente trataban a alguien que había tratado de cortar sus gargantas con hojas envenenadas? Cada vez entendía menos a este grupo.

Mentalmente contó hasta diez en idioma chasind mientras intentaba convencerse de que patear a Trasus podía esperar si algunas respuestas seguían a esta insultante muestra de hospitalidad a una asesina.