Partida Rol por web

—¿Ya que estamos por qué no le ofreces también un masaje e los pies?—resopló Ayla—. Total, sólo ha intentado sacarme las tripas. ¡Nada fuera de lo rutinario!

La apóstata soltó un gruñido propio de alguien que desiste de tratar de entender lo que está ocurriendo y se apartó de Aline. Posiblemente para que la tentación de terminar de achicharrarla no fuese demasiado fuerte.

Lynn suspiró y la siguió en un intento por ver si lograba que se dejase curar el tajo que antes había esquivado a medias.

Asthan se había sentado en el suelo y no era capaz de alcanzar con las manos la cuchillada que uno de los arlequines le había asestado en uno de los hombros por detrás. Cuando Gabrielle se acercó, trató de contener las expresiones de dolor lo más estoicamente que pudo y se giró mostrándole la espalda.

«No sé cómo podeis vivir exponiéndoos a esto» escuchaste la voz algo torturada del espíritu en tu cabeza, probablemente refiriéndose al dolor «Es decir, sí, no es como si tuvieseis elección pero... es la cosa más horrible que he conocido nunca.

Las sensaciones que te transmitía el vínculo con él estaban a flor de piel, como si para el espíritu estuvieran maximizadas. Pese a que hacía lo posible para que no lo sobrepasasen.

En cuanto a lo físico, el corte era considerable aunque no grave. La ropa por detrás se había oscurecido y hasta el borde de la melena blanca de su cuerpo físico se había manchado un poco de sangre. Sin emabrgo, tu conjuro tuvo el mismo efecto que en cualquier mortal: alivio.

«¡La sola idea de arriesgaros a ella debería espantar a quien fuese!» masculló «Y sin embargo he visto humanos hacerlo»

Aline se quedó mirando un instante la petaca, aunque la rechazó apartándola con suavidad.

—Ha pasado mucho tiempo, Trasus—dijo—. Tú preferías pasarte los días entre libros y retortas, y la noche bebiendo. Tú eres un juglar y yo  soy una bardo. Mi vida y las cosas que hago son bastante más variopintas.

Trató de sentarse bien aunque le costó un gruñido.

—Creo que ha resultado bastante obvio por qué estoy aquí: alguien quiere muerta a la amable señorita pelirroja y ha pagado una cantidad considerable de soberanos a los de arriba para ello, de modo que, heme aquí en Ferelden.

»Claro que no ha resultado estar tan indefensa como parece—añadió—. Sea lo que sea lo que hubieseis venido a hacer aquí, se os han adelantado. Y ahora tú y yo tenemos un problema.

Gabrielle sonrió con compasión.

«El dolor es inevitable en nuestro mundo, pero los humanos aprendemos a soportarlo. Es lo que nos hace fuertes. Y valientes. Entendemos que los sacrificios son necesarios, que hay cosas por encima de nosotros mismos y de nuestro bienestar, por las que merece la pena sangrar. O morir.»

A Gabrielle le parecía que era Aline quien tenía un problema, y no Trasus. Pero no dijo nada.

Simplemente se acercó a Asthan y trató de confortarlo.

El vínculo con tu espíritu te transmitió una sensación que no supiste identificar, pero algo de lo que habías dicho le había llamado mucho la atención. No te respondió, simplemente pareció quedarse pensando.

Astucia recordará lo que has dicho.

—Así que alguien la quiere muerta…

Trasus se encogió de hombros cuando Aline rechazó la petaca que le ofrecía.

—También me repelió el aroma —dijo, echando otro trago de la petaca—. Es como lavarse el interior de la nariz con un trapo de esparto. Y el sabor no es mucho mejor. No se le puede pedir más al licor de patata casero.

Mientras hablaba, el tevinterano se enfrentaba a una dura disyuntiva. La herida del costado picaba. Picaba como si mil demonios le estuvieran haciendo cosquillas con púas de hierro. Rascársela, sin embargo, provocaba que los mil demonios hundieran las púas en la carne. Qué era preferible, el sufrimiento el prolongado, o un breve instante de agonía que quizás acabara con el anterior.

—¿Sabes que la patata no es nativa de Thedas? —prosiguió, ajeno a las miradas y gestos de sus compañeros—. No es posible encontrar ilustraciones, descripciones ni menciones en textos anteriores a la Era de las Tormentas. Sin embargo, sabemos que es uno de los pilares de la gastronomía qunari, y que fue en los territorios que tuvieron en contacto con ellos en primer lugar donde se cultivó originalmente. La trajeron consigo los colonos qunari en sus barcos, desde las tierras de las que procedían.

Puntuó su afirmación con un tercer trago. Había algo honesto en la rudeza del mejunje pueblerino, como el golpe de dos dentaduras durante un beso.

—Así que al este, más allá del océano, existe un continente alfombrado de patatales —añadió—. O no. Quiero decir, que existe, pero puede que no esté lleno de patatales. Aunque no me cabe duda de que las tierras dedicadas a su cultivo son vastas. Vastas, pero solo una minúscula parte de todas las tierras de un continente del que nada sabemos, habitado por civilizaciones y pueblos desconocidos, tecnología y magia que no hemos dominado, flora y fauna

Tras el cuarto trago, notó que el licor empezaba a nublarle la visión y revolver sus pensamientos. Culpaba de ello a la pérdida de sangre y el cansancio, como si no hubiera sido capaz de reconocer su debilidad y mantener la petaca cerrada.

—¿Y a qué viene esto? —Trasus se rascó la cabeza—. No lo tengo claro. A que el mundo es grande y nuestros problemas relativamente pequeños, quizás. O que podríamos dedicarnos a empresas más satisfactorias que el asesinato. En verdad, es una cuestión de ambición y valor.

»Volviendo al asunto entre manos, así que alguien quiere muerta a Ayla. Cuesta creer que exista alguien quien no haya conquistado con su risueña actitud. Supongo que es cierto ese adagio que afirma que no se puede gustar a todo el mundo. ¿Cuál es el problema al que te refieres, por cierto? ¿Aún pretendes cumplir tu trabajo?

—Como ya dije antes, ha pasado mucho tiempo, Trasus—recordó Aline sombríamente—. Cada uno tenemos nuestros... motivos para hacer las cosas. Aunque eso no quiere decir que nos guste hacerlas.

Sin embargo, rió sin ganas cuando el acordeonista le preguntó si pensaba cumplir su objetivo.

—¿Tan estúpida me crees como para plantearme un ocho contra una? ¿Y con la pierna así?—dijo señalando la flecha—. No, no tengo intención de atacarla más por hoy, tienes mi palabra. Y ese es precisamente el problema: tampoco tengo opción de volver sin cumplir lo que me mandaron o será otra cabeza la que ruede.

Suspiró.

—Pero ya he fallado. Así que puedes dejarme ir... o puedes matarme aquí mismo. Supongo que ese es el tuyo.

Cedric resopló frustrado. Sabía demasiado de asesinos como para no haber entendido el problema al que se refería la mujer a la primera. Los prisioneros siempre eran dificultades, pero eso implicaba que la mujer atribuía a Trasus más conciencia de la que ella misma tenía.

—Trasus no tiene ningún problema porque no va a depender de él lo que te pase. De hecho si abre la boca para opinar la cerraré con mi guantelete y las únicas patatas que podrá ingerir son las que beba. Ya hemos perdido bastante tiempo para que pudiera contar sus historias y ponerse al día con su amiga.

Cedric estaba nervioso y, aunque lo ocultara tras agresividad, asustado. Tan nervioso y asustado como alguien a quien habían intentado matar y que se enfrentaba a enemigos desconocidos que iban un paso por delante y no escatimaban recursos.

Caminó hacia Ayla hasta cruzar la mirada con esos ojos amarillos. Le costaba amoldarse a las necesidades de un grupo, pero a su juicio esta decisión pertenecía a Ayla. Era su vida, más que la de ningún otro, la que estaba en juego.

—Si la dejamos ir volverá a intentarlo— ni siquiera ella lo negaba —Y la próxima vez estará preparada para nosotros. Es una asesina; perdonar su vida costará otras.

Y esa será sangre en nuestras manos... o saliendo de nuestras gargantas abiertas.

El sistema de moralidad de los Andrastianos le resultaba tan ajeno y extraño como el Qun. Sabía lo que Bethel diría, e imaginaba que Gabrielle opinaría parecido. Le costaba entender un sistema de creencias en el que una ejecución era peor que facilitar múltiples muertes por inacción.

Habiendo dicho lo que pensaba, miró a los demás del grupo (con la visible excepción de Trasus) esperando por otras opiniones o argumentos. Solo deseaba que pudieran salir de allí pronto.

Tras escuchar a Cedric, Alexei volvió a acercarse al grupo. Mientras se acercaba se miró la mano, cubierta de sangre seca. El joven guerrero contuvo el impulso de pasársela por la cara como siempre que reflexionaba, así que se limitó a suspirar mientras respondía a su compañero.

—Por eso no la dejaremos ir. Si algo he aprendido en este…. viaje es a dar segundas oportunidades. Tú eres el mejor ejemplo de ello, hasta hace unos días no eras más que un ladrón. Y no eres el único, tenemos a una apóstata y a Trasus.

El rubio no sabía por qué había nombrado al licenciado. No es que fuera una mala persona de por sí, pero si era cierto que le había tenido que dar más de una oportunidad en el tiempo que llevaban juntos.

—Yo también he tenido mi segunda oportunidad, no pienses que estoy libre del error. Así que cómo no vamos a dejarla marcharse para que vuelva con refuerzos ni a asesinarla a sangre fría, la única opción que nos queda es que se una a nosotros. Van a venir más asesinos vestidos de payaso en el futuro, vendrá bien tener de nuestra parte a alguien que conozca sus tácticas. 

Alexei paseó su mirada entre sus compañeros, esperando una respuesta por su parte.

Matar monstruos era fácil. Uno no tenía que pensar en la familia que dejaba atrás un demonio, o en la capacidad de redención de un engendro tenebroso. Uno los mataba, y las personas que amaba y quería proteger estaban más seguras.

Matar personas era harina de otro costal. Habían acabado con todos esos arlequines, pero había sido en defensa propia. Pero ¿qué hacer ahora con la vida de Aline? Cedric tenía razón: no podían dejarla marchar o volvería a intentarlo. La orlesiana había dado a entender que castigarían su fracaso con la muerte.

Pero nada les decía que no iba a traicionarlos en cuanto tuviera la menor oportunidad. Cuando recibiera refuerzos, por ejemplo.

Su mirada se cruzó con la de Alexei cuando el guerrero de melena rubia la buscó en busca de su opinión. Gabby se levantó de al lado de Asthan, se alisó el vestido y dio un par de pasos al frente. No encontraba ninguna solución justa, por más que se esforzaba en pensar en qué haría Wynne, o la Madre Bethel, en su lugar.

—Me parece que no es momento de hablar, sino de escuchar. Aline, Ayla. ¿Qué tenéis que decir?

No podía decirse de él que no había dado una sugerencia apropiada para el problema, incluso antes de que Aline lo presentara para todos. Porque el funcionamiento del Gran Juego no le era ajeno. Simplemente, prefería ignorarlo. Entre retortas y cuadernos de notas y jarras de vino resultaba más fácil. Todo era más fácil.

Si no quieres incorporarte en alguna de las expediciones de exploración del océano, qué puedo hacer yo.

Escuchó las opiniones de los tres que hablaron sin demasiada sorpresa. No todo el mundo estaba dispuesto a rematar al enemigo caído. Especialmente cuando ni siquiera era enemigo. La pobre Aline no era más que una profesional que había elegido un oficio desagradable.

—No existe criterio alguno por el que mi nombre encaje en esa enumeración —replicó al guerrero rubio—. Mis ocupaciones son ética, social y legalmente respetables.

Se hurgó con un dedo en el costado, distraído. Abrió mucho los ojos y retorció el rostro en una mueca de dolor.

Qué fijación con los puñetazos. Debería haber comprado uno de esos cascos cerrados, con solo una rendija horizontal que permitía ver lo suficiente para hacer al usuario muy consciente de todo lo que no podía ver.

—Cedric, querido —dijo, girando sobre sus talones para encararse con el matón—, es admirable que hayas adquirido en tan poco tiempo suficiente valor como para amenazar a alguien, aunque sea distanciándote de él usando la tercera persona. Es un paso enorme para quien está acostumbrado a agredir a muchachas cuando no pueden defenderse. ¡Bravo!

Como había dicho la joven maga, había otros que todavía tenían que hablar antes de tomar una decisión.

El crujido del cuero en el guantelete de Cedric fue la primera, y quizá única necesaria, respuesta. Sin embargo, el guerrero de la armadura armada estaba demasiado cerca de su límite como para dejarlo pasar. Su tono fue tan sereno como pudo.

—Sé que me sabes capaz de partirte la cara aquí y ahora. Y sin embargo sigues buscándolo después de escupirme en la cara confraternizando con la asesina que intentó matar a Ayla. ¿Te gusta el dolor o es que confías en que los demás me impedirán darte una lección?

Soltó aire, aparentemente relajado. Al menos aparentemente. Más que nada parecía genuinamente curioso respecto a la respuesta a su pregunta.

—Son las únicas opciones, porque no eres tan tonto como para dudar el resultado. Pude con Lynn, y ella te patearía el culo con un brazo atado a la espalda.

Una sonrisa siguió al comentario, y para entonces Cedric obviamente había perdido todo interés en la asesina y todo lo demás. Esperaba con ganas que el juglar dijera algo, o mejor aún, hiciera algo.

—¿Que te qué?—Ayla se volvió hacia Lynn con los ojos entornados.

La clériga debió presentir la erupción volcánica porque antes de que Ayla hubiese si quiera terminado la corta frase ya se estaba tapando el rostro con las dos manos y resoplando sonoramente.

—Nada—respondió a toda velocidad—. Es una... larga historia. Luego te lo explico.

Ayla recordará eso.

—Si alguien amenaza a los tuyos harás lo que debes, como hacemos todos ¿O es que te crees que hago esto por gusto?—respondió Aline a Cedric—.  Pero claro, es más fácil dedicarse a predecir las acciones futuras de alguien según el primer puñado de conclusiones rápidas que sacas de él. Porque por supuesto seguro que tú eres un dechado de virtudes.

Suspiró hondo y se pellizcó el puente de la nariz en un claro esfuerzo porque el tono de su voz no exteriorizase nada. Sin embargo, cuando Gabrielle habló no pudo evitar mirarlos a ella y a Alexei con evidente desconcierto ante tan inusitada generosidad.

—Esto es nuevo...—admitió—. Bien, pues para empezar, lo obvio: Le tengo aprecio a mi vida. Estaría bien no tener que morir.

—¡Y yo estoy harta de que me persigan!—explotó Ayla. Aunque tal y como la combustión se origino, desapareció. La maga respiró entre dientes antes de añadir con verdadera dificultad:—. Y... ¡Y estoy harta de que muera gente por mí!

Gruñó y se dedicó a caminar de un lado a otro como un gato enjaulado antes de pararse y mirar a Aline.

—Si te dejásemos ir, ¿qué harías?

—Nada—respondió la bardo directamente—. Mis prioridades acaban de cambiar, ya no estás entre ellas.

Puso los ojos en blanco cuando Ayla entornó los suyos con escepticismo.

—¿Qué? No es como si me fueran a mandar a nadie para ayudarme: no lo harán porque así no es como funciona. Tenía que hacerlo con el equipo que me dieron y he fallado, fin de la historia—explicó—. Obviamente no pienso volver así que supongo que me darán por muerta, pero los problemas que eso conlleve no van a afectaros a vosotros. 

Emitió un quejido y partió por la mitad la flecha que sobresalía de la pierna herida, como si de algún modo eso fuera a hacer menos doloroso el tenerla ahí. Aunque al menos había que decir en su defensa que estaba aguantándolo admirablemente.

—Ya os he dicho que no voy a intentar enfrentarme a ocho yo sola, y menos cuando acabo de toparme con que conozco a uno. Tienes mi palabra si eso significa algo.

—Has dicho lo que no vas a hacer, pero no lo que harás —observó Gabrielle—. ¿Qué es lo que piensas hacer ahora con tu vida?