Partida Rol por web

—¿Por qué nadie te culpa?

—¡Tú calla y sigue haciendo de estatua de piedra!—protestó la maga señalando al gigante acusadoramente. Como éste le sacaba unas cuantas cabezas y él no parecía intimidado, lo cierto es que quedó bastante cómico—. ¡Y no! Lo último que necesito es autocompasión. Iba a decir que por qué parece que a nadie le preocupara el maldito demonio.

Resopló.

—Al diablo. Me voy a esperar en la salida del pueblo.

Gabby sonrió.

—Quizá, viéndolo así... —asintió—. Me gustaría hablar con Medwin, de todas formas, antes de irme. Id por delante, si queréis. Creo que no me llevará mucho aclarar lo que ha pasado.

—Creo que mejor voy contigo. Las dos últimas veces que me quedé sola no pasó nada bueno—Lynn carraspeó torciendo el gesto al arrugar el ceño—. Bueno, "sola"... o como si lo estuviese.

Lara suspiró.

—Mentiría si dijera que no me gustaría que os quedáseis una semana aquí, pero si te han mandado hacer algo, será porque es importante—dijo—. Cuídate mucho, cariño. Y no te preocupes, le diré a tu padre que ambos estáis bien. Se va a poner a saltar por los tejados como mínimo.

Te dió un cariñoso abrazo y te besó la frente antes de volverse hacia Fritz.

—Gracias por traerme a mi niña, jovencito. De verdad me has iluminado el día...

—¡Ah! No pasa nada—el semielfo rió nerviosamente pero contento—. E-Es decir, ella iba a venir de todos modos pero bueno... eh... que no hay de qué. Un placer.

Carraspeó y se dirigió a ti.

—Bueno, ¿preferis que os acompañe o me voy a reunir con Wynne y los demás? Me da igual una cosa que otra.

—Ven con nosotras y ya volvemos todos juntos. No me demoraré demasiado.

Fritz asintió y tras despediros de Kando y de Lara (la cual no se te escapó que se puso a hacerle carantoñas al perro en cuanto os disteis la vuelta) os encaminasteis adonde antes había estado la antigüa herrería.

No había mucha gente alrededor y fué fácil localizar las anchas espaldas de Medwin el cual parecía estar en aquel momento guardando prendas en una caja. Como el ruido de serruchos era perenne, no se dió cuenta de vuestros pasos hasta que estuvisteis relativamente cerca. Al girarse sin emabrgo puso los ojos como platos.

—¡Gabrielle! Hacedor, has vuelto—hizo ademán de acercarse a ti pero luego pareció caer en la cuenta de que igual resultaba demasiado intrusivo de modo que detuvo su impulsividad y carraspeó—. ¿Ha ido todo bien?

Sin darte tiempo a responder, pareció aprovechar su propia carrerilla.

—He estado pensando, ¿sabes? No tenía ninguna espectativa de seguir con lo de la herrería pero desde que lo dijiste, bueno... si tú crees que no debería dejarlo, quizá me anime. Creo que iré a Denerim a buscar un buen maestro, aquí ya no hay herreros pero puedo ser yo el siguiente—se rascó la cabeza—. Mirándolo bien, me alegro de que hayas vuelto antes, así te lo puedo decir. ¿Qué te parece?

—Me parece una buena idea.

Sonrió con pocas ganas. No le gustaba tener que preguntarle a Medwin lo que iba a preguntarle, pero no quería quedarse con la espinita clavada.

—Oye... Cedric me dijo que... que... —balbuceó, con el corazón saliéndosele por la boca.

Suspiró, y aunó voluntad para acabar la frase.

—Que tú eras el líder de los rateros que estaban actuando en el pueblo. 

Miró a Medwin con expresión preocupada, esperando que le diera una explicación convincente de dónde había sacado Cedric aquella idea.

Medwin pareció contento con tu respuesta aunque cuando le hiciste la preguntas arqueó las cejas sin saber muy bien de quién le hablabas al parecer.

—¿Cedric?—dijo frunciendo una más que la otra. Luego le entró la risa—. ¿Quién es ese y de qué me conoce a mí? Podría haber dicho también que soy la Divina de Orlais ya puestos.

Se le borró la sonrisa cuando se fijó entonces en tu expresión.

—Eh... espera, ¿no era un chiste?—titubeó.

—Es ese hombre de armadura de pinchitos. Pelo rizado, negro. Perilla —dijo, y se encogió de hombros—. Esperaba que tú pudieras contarme de qué va todo eso.

—Ese... —Medwin entró repentinamente en cólera en cuanto se dió cuenta de quién hablabas—. ¡Como ese payaso se te acerque otra vez lo mando a patadas a Amarantine! No te hizo nada, ¿no?

—Puedo... ¿puedo preguntar de quién estamos hablando?

—De uno de los idiotas que andan robando por el pueblo—gruñó Medwin a modo de resúmen—. No tenemos calabozos o algo así de modo que las contadas veces que pillamos a alguno, los echamos, pero da igual porque vuelven.

Resopló con desdén.

—Cualquiera en Nordale te puede decir que lo he hecho ya unas cuantas veces, ¿qué demonios? ¡Tú misma me viste echarlo de la taberna! Es tan ridículo el intento por cargarme el marrón que duele el cerebro. No puedo creer que...

Tragó saliva y el arranque inicial de ira pareció apagarse en aras de la incomodidad.

—No te has creído en serio eso, ¿verdad?

Gabrielle suspiró de puro alivio y cerró los ojos. Se arrojó en los brazos de Medwin y lo abrazó.

—Es sólo que no sabía qué motivo podía tener para engañarme. Supongo que hacer daño es razón suficiente para una... —buscó la palabra y la escupió— rata, como él. 

Endureció la mandíbula.

—Estoy harta de la gente que hace daño sólo porque puede. ¡Ya está bien! —dijo y dedicó una mirada elocuente en dirección a Lynn. Ella más que nadie tenía una cuenta pendiente con ese desalmado—. Vamos a verle.

Lynn parecía incómoda con la situación en sí. Se había cruzado de brazos y tenía los labios apretados pero asintió cuando la miraste.

Medwin sin embargo tardó en reaccionar y devolverte el abrazo. Quizá todo aquello le había sabido a hiel, quizá le costaba entender el curso de acción de Cedric o quizá era otra cosa y sólo estaba preocupado.

—Hablas como si supieras dónde está—dijo—. No quiero que te acerques a ese tipo, es mala gente.

«Me he enfrentado a cosas mucho peores.» pensó Gabrielle, pero su pensamiento no llegó a los labios. No quería echar por tierra el ademán protector de Medwin.

—Es que sé dónde está: en la taberna. Vayamos allí y aclaremos todo esto, por favor.

Medwin gruñó disgustado por la situación pero a la vez conforme con la propuesta.

—Vale—respondió cerrando la caja en la que había estado metiendo cosas—. Vamos.

Os dirigisteis adonde todos sabíais que se encontraba la taberna. El lugar, para variar, estaba bastante lleno pero la gente no se demoraba a pasar el rato simplemente bebiendo; en cuanto descansaban un poco y se refrescaban, volvían afuera para seguir con el trabajo. Era como si todo el mundo estuviese deseando volver a poner Nordale en pie.

Tras unos segundos en la puerta sin embargo, no te llevó mucho localizar a Cedric en la barra. Era el único vestido de aquella peculiar manera con hombreras pinchudas.