Día 8 de Drakonis, 9:28 Dragón
Por la mañana
Segunda planta - Hall
Edric se detuvo a unos pasos de ella, estudiando con atención el temblor apenas perceptible en su gesto y la inquietud de su voz. Su mano se posó instintivamente en el pomo de su espada, aunque no la desenvainó.
—Mantened la calma —dijo con un tono bajo, firme, como quien trata de aparentar seguridad y solidez en un momento de tensión.
Avanzó un paso, lo suficiente para situarse a su alcance y mantener una conversación cortés.
—Sea lo que sea ese eco, no os lo guardéis. Habladme de él.
Gareth apareció como una sombra acorazada tras Solena y sobre el hombro de la sargento vio de que se trataba. Al ver a la semielfa contorsionarse y cubierta de sangre el templario se puso tenso, mucho más que de costumbre. Su mano fue mecánicamente a la empuñadura de su espada, agarrándola casi con enfado.
Cuando Galen salió empujado, Gareth no esperó a ninguna nueva orden de su sargento, pues ni si quiera iba a respetar la anterior: El templario se acercó a la aprendiz con una mirada indescifrable. Parecía que iba a tomar la delantera en todo aquello, pero no se podía saber si iba a intentar retener a Althea o a desenvainar la espada para terminar con lo que a sus ojos podía ser un peligro.
No se supo lo que iba a hacer, porque en aquel momento la aprendiz abrió la boca para dirigirse a él. Aquella suplica hizo que se le erizase el vello de la nuca. Sujetó con más fuerza su espada y esta vez no pudo reprimir la mueca de enfado que le surgió mientras caminaba muy lentamente hacia ella, imitando su lento movimiento.
Fue entonces cuando escuchó lo de “hermano”. El templario cruzó una rápida mirada con Eirik y después de eso volvió a la semielfa, tendiéndole la mano que no sujetaba la espada, buscando tocar a la semielfa.
-Dime cómo…- Respondió dudando si hablar con aquello que poseía a Althea era lo más adecuado. Sin embargo no se le ocurría otra opción, era aquello o desenvainar.
Su mano fue mecánicamente a la empuñadura de su espada, agarrándola con un enfado creciente. Sabía hacia donde apuntaría el filo si desenvainaba. Por ello estaba enfadado. No porque Althea estuviese siendo víctima de una posesión. No, aquello le entristecía. El enfado radicaba en que supo que no podría cumplir con su deber si aquello se torcía.
Gareth no esperó a ninguna nueva orden de su sargento, pues ni si quiera iba a respetar la anterior: El templario se acercó a la aprendiz con una mirada que denotaba aceptación. Había dudado hasta entonces. ¿Cómo respondería ante aquel dilema? ¿Ella o sus camaradas templarios? ¿Ella o sus valores? En aquel momento lo vio claro y no le quedó más remedio que aceptarlo. Siempre le había sido difícil engañarse a sí mismo.
Si no había desenvainado aún era porque no tenía intención de usar su arma contra Althea. Solo la usaría para protegerla. Aunque fuese de sus propios compañeros de armas.
Pero mientras ellos no la atacasen, aún podía intentar recuperarla. Aunque no sabía cómo.