Partida Rol por web

Suspirando fuertemente, para que se le notara un tanto exasperado, el elfo canalizó el poder de su dios, para sanar las heridas tanto del paladín como de la forjada y el anciano. Ahora que la guardia estaba presente, no le importaba recuperar a una posible asesina.

-Hunmf -gruñó el enano mirando al dhampiro a la cara mientras se mesaba la barba. El paladín ayudó enseñando su insignia, que contempló largamente antes de emitir un juicio al respecto-. No negaré que en Sharn a veces pasan cosas como estas y que en ocasiones gente inocente se ve envuelto en ellas. Bien, entiendo que intentabais ayudar... pero la próxima vez dejadlo para la guardia. La asesina podría haber matado a tres en lugar de a dos si no hubierais sido afortunados.

Sleuth sabía que el enano teniente era Dolom, un tipo duro de roer pero con buenas intenciones. No solía ser habitual entre la guardia, pues muchos tenían los bolsillos llenos de monedas que no procedían precisamente de las arcas del buen Boranel.

La forjada chirrió intentando incorporarse.

-¡Car...nosos! ¡Asesinos! El Señor de... los Filos...

-¡Sargento, los grilletes! Hay que detener a esta cosa.

Bajo de mi montura para recibir el divino cuidado del elfo. Pocas personas tenían ese poder entregado por los Dioses para restablecer heridas. Solo conocía una persona con tal poder, mi padre. ¿Donde estarás? La maldad se ha aferrado tanto en tu corazón que no puedes volver...
Con mis heridas tratadas con esa energía divina, logro recobrar fuerzas como para andar normalmente. Agradezco a los Dioses el tener la oportunidad de ayudar aunque sea en algo minimo a Sharn. Señor me gustaría ayudarlo en lo que pueda, acabo de llegar a la ciudad y la verdad lo hacía buscando la ayuda de esta. Si es posible me gustaría hablar con usted en su cuartel para comentarle mi infortunio. La Diosa de la Llama ha escuchado mis rezos y me ha dado la oportunidad de encontrarme con este noble enano.

Habían tenido suerte, por lo menos así no intentarían achacárselo a él ni a los demás. Con Dolom al menos podían tener garantía de que aquello sería tratado con regularidad, aunque regularidad fuera "todos fuera de mi vista o al calabozo una noche hasta que os echemos para limpiar sitio".

-¿...el señor de los filos?

Genial. ¿Un forjado perteneciente a un culto fanático? Tendría que preguntar por la zona de los volitas, tendían a saber esas cosas. Sin ofender a una religión de maníacos.

-¿Los forjados se pueden volver locos? -preguntó- Creía que los hacían para que fueran estables.

El recuperar de la forjada es rápido, cuando el elfo sana los daños del último impacto que recibió por parte de mi rapier. El guardia, aunque mostrando más dudas de las que me gustaría, acaba por conceder que igual no éramos monstruos deseando degollar un trabajador y justo a tiempo para que la criatura grite más de sus insensateces, designándose a alguna clase de culto o dioses que no la escuchan. Por suerte, la posibilidad de detenerla ahora que está herida es buena, y apartándome un poco más -y apartando mi rapier conmigo usando el pie- dejo que los guardias actúen, acercándome imperceptiblemente hacia uno de los compañeros de batalla. O más bien, de no batalla.

Luego me encojo de hombros, ante el comentario del investigador a mi lado. -A mí que me registren. Las máquinas no son lo mío, yo arreglo chapucillas, no cosas que se mueven y hablan. Por cierto -digo bajando la voz-, ¿no crees que es buen momento para ofrecerle el maletín a la guardia, si van a encargarse ellos del asunto? -Sonrío. Estoy seguro de que no se ha olvidado de ello, simplemente... lo ha pospuesto. Pero podría ser un asunto importante, y llamar la atención sobre ello justo ahora que la guardia está esposando a la asesina puede no ser mala idea.

El elfo miró a la forjada sin hacerle demasiado caso. Delirios de alguien al borde de la muerte. Le gustó que la guardia se posicionara, al menos, descartaba a los supervivientes como asesinos y degolladores. Por otro lado, también parecian no ser ladrones, ya que se inictaban mutuamente a devolver las cosas. ¿Lo harian forzados por la situación?

¿Y qué narices había dentro del maletín?

Una bola habia salido de la warforged para informar de su muerte, no obstante, seguia viva delante de ellos. ¿Que significaría eso más adelante? ¿Y quién narices era ese Señor de los Filos?

Un montón de respuestas requeridas a un montón de preguntas. El elfo se mesó una de las orejas, en un gesto típico de cuando estaba pensando. Y con paso lento, comenzó a alejarse de la escena. Tenía muchas cosas que averiguar. Y muy poco tiempo, no sabia cuando partiria de la ciudad, pero tenia que ir buscandose algo.

-Espere, señor elfo -dijo Dolom mientras encadenaban a la forjada-. Todos deberíais acompañarnos al cuartel para que os tomemos declaración. ¿Estamos de acuerdo?

-¡Aaaah! ¡Malditos carnosos! Si creéis que con esto detendréis al Señor de los Filos y al alzamiento del metal sobre la carne, estáis muy equivocados. ¡Al final triunfaremos los que creíais esclavos! -farfullaba la forjada.

-¡Vamos a llevarnos al cacharro ese! Finvar, tú te quedas a esperar al juez. ¿Nos movemos, señores? -preguntó al grupo.

El elfo levantó una ceja, algo confuso. Él no tenía nada que ver con aquel encuentro, estaba claro, incluso se habia acercado después de que los guardias estuvieran en escena. Pero en cualquier caso, no se opuso. Quizás ellos pudieran darle algo de la información que le interesaba.

Mientras, la forjada se quejaba de la esclavitud de las máquinas. Semejante tontería por poco le hizo soltar una carcajada. Pero se mantuvo firme y callado, dandole vueltas a la posible sublevacion de un grupo de warforged rebeldes. ¿Estarian guiados por el tal Señor del Filo?

Posando mi mano derecha extendida sobre mi frente asiento con ímpetu. Por supuesto, señor. La última vez que había saludado de esa forma fue con el anterior capitán. Que en paz descanse. Gracias a ese poder divino me sentía mucho mejor, sin embargo no conocía nada de la ciudad y mucho menos la dirección del cuartel.
¿Alguno de ustedes, caballeros, vive en en esta majestuosa ciudad? Si es posible le pediré que me ayude a moverme por esta.

Visto lo visto, con la tranquilidad de quien va a prestar una declaración y no a ser acusado, me agacho y recupero mi rapier, colgándomelo del cinto con lentitud deliberada. Luego, ante la respuesta del paladín, me encojo de hombros sin entender muy bien qué clase de procesos mentales rigen a esta clase de gente y camino hasta mi montura.

-Vamos, Estrella, toca moverse. -Le sujeto las riendas con cariño, pasándole una mano por el cuello, y echo a andar detrás del teniente y camino al susodicho cuartel para esas declaraciones. Al fin y al cabo, probablemente hasta signifique un rato tranquilo donde pueda hacer unas reparaciones al arma que llevo a la espalda y que ahora mismo no sirve para mucho más que para que se me dispare en las manos y reviente.

Todos a tomar declaración a las dependencias, entonces.

-Sí. Cuando lleguemos allí.

No iba a esperar a que les registrasen, evidentemente: quizá pudiera hacerlo más adelante, pero no era tan estúpido como para ganarse a toda una milicia de enemigos por un maletín que quizá ni contuviera una pista; mejor hablar las cosas y ver si se puede hacer por los viejos cauces más o menos oficiales. O al menos oficiosos.

-La mitad somos de aquí, creo, pero uno se acostumbra rápido: viene mucha gente, y por unos cobres puede conseguirse un guía. Procure no contratarlo en las zonas bajas.

Para cuando llegaron al cuartel, después de atravesar varios puentes y calles que discurrían dentro de torres huecas, había dejado de llover. Un calor húmedo se había instalado en el ambiente. Así era Sharn, un ciclo eterno de lluvia refrescante y calor que sofocaba, con el único cambio estacional de mucho más húmedo y mucho más cálido durante la otra mitad del año.

La oscuridad les permitió apreciar la belleza de las aerocalesas iluminadas por faroles flotando en la nada, las ventanas lejanas donde brillaban las velas, el brillo de los pisos superiores y el barullo de los inferiores. Sharn podía ser mágica y hermosa, no sólo mortal; ahí era donde la ciudad mantenía su férreo control sobre los visitantes. Cuando te descuidabas, Sharn te enamoraba y ya estabas perdido del todo, pues la corrupción anidaba en todas partes y cualquier viandante escondía secretos por los que mataría para conservarlos.

El cuartel, que ocupaba tres pisos de una de las torres, estaba en plena actividad. El teniente Dolom informó sobre el suceso, ordenó que llevasen a la forjada a las mazmorras y llevó a los cuatro desconocidos a un reservado para tomarles declaración con la ayuda de un guardia mediano. No se les registró ni se les pidieron sus pertenencias; parecía que habían logrado el beneplácito del enano.