Partida Rol por web

Dareios corría a toda prisa hacia el carro. Aquel grito le había alarmado demasiado y aunque sabía que había buenos hombres en el carro, podían ser vulnerables, pues después de todo, había dos extraños entre ellos, arpías en el cielo y aquellas figuras que se acercaban antes hacia ellos. No se tenían que haber separado tanto del carro, de hecho, teníanq ue haber evitado aquel poblado pensaba el joven muchacho en su carrera.

Anatolius seguía sin poder moverse demasiado... pero lo hizo lo justo para ver a la nueva bestia aparecer.

— ¿En qué demonios nos hemos metido? ¡Apolo, ayúdanos! —rogó.

Si la presencia de una criatura podía hacer que hombres curtidos se amedrantasen una segunda podía hacer que todo plan que hubiéramos creído tener se esfumara de un plumazo. Las bestias parecían atacar a los que vieran más débiles, las había retado y solo me habían ignorado siguiendo con su caza. El ruido del pobre hombre al ser devorado era prueba mas que clara de esto.

- Akintos, hay que abatir a una de estas criaturas antes de que la otra llegue. Ebalo, Antolius. ¡Recobrad la compostura!. 

 De estas monstruosidades salidas del averno, la mas lejana parece que a caído en mi treta y tiene toda su atención centrada en mi. Eso era ligeramente aceptable, mis compañeros tendrían la opción de acabar con la otra criatura o recomponerse del terror que la visión de esas cosas les había causado. Levanto el escudo y poniéndome en posición de guardia espero a que llegue hasta mi

- Vamos bestia a ver de que estas hecha.

Hypatia, tienes miedo... Eso está bien, pero controlalo... No puedes huir... se dice a sí misma una vez recupera la perspectiva de lo que tiene delante. Se ha alejado bastante del carro, de la seguridad de la luz. Pero allí hay otras cosas peligrosas. Tan peligrosas como dos criaturas del averno. Y todos están paralizados por el miedo o recuperándose del impacto causado.

¿Es que los dioses no quieren que superen esa misión? ¿Está su padre condenado? No, no puede ser. Lo que pasa es que están poniendo a prueba su fortaleza. Más su fortaleza mental que la física... Hasta el momento, claro.

Qué puede hacer para ayudar. No sabe usar armas y no creer que puedan superar esa prueba con un guiso. Lo primero de todo es volver a acercarse. No puede hacer nada para ayudar a su hermano con los demonios que hay en su interior.

Los nervios de Akintos se tensaron cuando el hombre desobedeció, sellando su destino de forma horrible.
Cuando el enemigo que tenía en frente se detuvo y hundió sus fauces en la carne de un civil se dió cuenta que no se enfrentaba a un guerrero... aquello no luchaba, simplemente sembraba caos como una bestia ciega y enfurecida. Incluso los sabuesos de batalla eran más honorables.

- Akintos, hay que abatir a una de estas criaturas antes de que la otra llegue. Ebalo, Antolius. ¡Recobrad la compostura!. 

El escudero ya avanzaba cumpliendo aquella orden incluso antes de ser esbozada.

Lanzó un rápido golpe, intentando hacer que la bestia se aparte, seguido de dos lanzadas veloces, pretendiendo comenzar a medir a su oponente y hacerlo moverse del cadáver del infelíz.

El Espartano ve moverse todo a cámara lenta, la criatura está cerca del inocente que pide nuestro auxilio, pero por alguna circunstancia que Ébalo no llega a entender, sus pies se niegan a moverse. Una segunda criatura aparece bordeando la zona iluminada y los ojos del guerrero van de uno a otro. Ya que sus piernas están clavadas en la tierra, posiblemente por algun conjuro, aprovecha la circunstancia.

-Sin querer parecer gabarro, me quedo aquí y protego el carro- le comento al general desde detrás de mi enorme escudo.

La oscuridad invade todo a su alrededor, pero también su mente. Lykaios, no piensa en su familia, no piensa en la misión, ni si quiera en su amada madre o la venganza que juró llevar acabo. Algo terrible se ha adueñado de el, el miedo. El terror que sufre recorre sus venas, cala sus huesos y lo domina de tal manera, que su único objetivo es alejarse lo mas posible de aquella criatura.

Por un momento, su propio cuerpo parece que lo iba a obligar a frenar la marcha. Una extraña dolencia que ha padecido desde niño, que no le dejara destacar en las artes físicas como sus hermanos, estuvo apunto de mostrarse. Pero como si sus súplicas fueran escuchadas por Eolo, su tráquea se expandió y sus pulmones se llenaron de aire, dándole el combustible necesario para seguir con su carrera.

Ifianasia se vio atrapada de nuevo entre el dilema. Se veía con fuerzas para salir del carro, sabía que tenía que ayudar. Pero también sabía que era temerario. Sabía que era peligroso, pero tenía la sensación de que era necesario. 

- Madre Hera, protégenos con tu voluntad, cumpliremos lo que convengas y consagraremos sacrificios en tu nombre si de esta situación nos consigues salvar..  .- murmuró la joven sacerdotisa antes de salir de debajo del carro. 

Levantó la vista y salió por la parte trasera acercándose al Espartano que se encontraba erguido junto al carro. Trató de reconfortarle. Trató de que su presencia reconfortara a los presentes, pero no estaba del todo segura de que aquello fuera una buena idea.

- Esto.. esto.. podría significar la ofensa cometida a algún dios. Debemos reparar esa ofensa o no llegaremos a nuestro destino. Debe.. debe haber una forma.. - dijo mirando cómo a su alrededor la congoja y el miedo parecían comenzar a apoderarse de los hombres.

Las bestias ahora al ataque se lanzaron a toda carga contra ambos héroes en un intento por embestirles con todas sus fuerzas. La primera de ellas logró hacerlo contra Talios, pero el ateniense no se movió de su lugar y no parecía haber sentido siguiera el golpe. Por su parte Spyridon, intentando evitar el ataque enemigo se lanzo contra la segunda bestia cortandole el paso.

Mientras en la retaguardia un par de atemorizados Atreo e Ischyros llegaron por fin a la batalla en auxilio del general y el ateniense, no obstante era claro que aquellas criaturas les generaban demasiado miedo como para que fueran útiles en la batalla.

Termino de correr hasta llegar a una cantidad de metro detrás del General Spyridon pero mis piernas tiritan con fuerza y siento que no puedo dar un paso más. Siento el miedo, siento como mis músculos están completamente paralizados y mi cuerpo suda con gran intensidad.

Veo las imágenes de aquellos engendros luchando y temo que ambos luchadores serán destrozados y seremos nosotros quienes les sigamos al inframundo. Mi primer impulso es huir pero lucho por mantenerme en mi posición y no dar ningún paso atrás pues no puedo abandonar al General Spyridon a su suerte. Lucho por controlarme y así poder ayudarles como mi honra merece.

Ante la llegada de aquellas horribles criaturas la mujer y sus hijos estallaron en gritos y presas del pánico echaron a correr con todas sus fuerzas trastabillando en varias ocasiones pero cegadas por el miedo, tanto o peor aun que el mismo Lykaios. Al poco tiempo, ya no se les veía, se habían perdido en el camino por el que los héroes habían llegado momentos atrás.

Mientras en la batalla Ebalo y Anatolius seguían sorpresivamente sin reaccionar presas del miedo, incluso cuando Hypatia e Ifianasa ya habían superado el duro efecto que suponía presenciar a la existencia de aquellas cosas. Por su parte el general Theron acompañado por Akintos, escudero de Spyridon combatían con valor y perseverancia contra aquellos engendros. Lamentablemente el segundo de ellos les había tomado el flanco y ahora se lanzaba contra Ebalo y los demás.

Debe descubrir como ayudar. En ese momento, no son más que un lastre si no consiguen ayudar a los demás. Solo dos de su grupo parecen tener el coraje para enfrentarse a esos monstruos.

-Despertad de vuestro miedo. ¿Sois guerreros o gallinas? - mira a los hombres que están junto al carro.

Su hermano se ha perdido en la oscuridad. Siente un poco de decepción pues antes ha actuado con valor, pero no le echará nada en cara... ella también ha sucumbido al miedo y no es para menos con esas criaturas. ¿Y si...? Busca en el carro y coge el aceite que aun queda... es un desperdicio, pero quizá ayude. Rasga el dobladillo de su vestido para introducirlo en el recipiente y coge la antorcha que ilumina el camino para prender la tela empapada. Quizá no sea buena idea, pero es lo único en lo que puede ayudar.

Podría continuar siendo una "princesa", pero se están enfrentando a las criaturas del Hades. Lanza el aceite deseando que impacte en el cuerpo de la bestia y lo empape para que el fuego le queme.

Sus ataques habían sido solamente distracciones, y la maniobra había sido exitosa, pues el general había podido alcanzar a la bestia de lleno, logrando provocarle evidente dolor.

Aprovechar el momento y dejarse llevar por él... Theron le había hablado de ello, hacíendolo parte de los ejercicios regulares durante mucho tiempo. Aquellos momentos en los patios de entrenamiento eran parte de él ahora, las imágenes pasaban por su mente mientras sus miembros le permitían danzar y coordinarse junto al viejo guerrero.

Intuyó las intenciones de su líder, avanzando de costado, sin dejar de amenazar al enemigo, para colocarse a su retaguardia. Con una seña rápida y una mirada, sin mediar palabra, le hizo entender a Theron que mantuviese su posición mientras el oponente era rodeado.

Ya en aquella posición, su dori se movió como un veloz aguijón, golpeando de manera rápida a la bestia.

Mientras tanto, pudo percatarse de como Ébalo, El Apuesto, estaba siendo el objetivo de una bestia sedienta de sangre.

- "Aguanta compañero, que tu escudo no flaquee..." -

Spyridon se cubre con su escudo en el momento en el que el ser le ataca, para responder inmediatamente después con su propia espada.

Mis piernas se negaron a continuar cuando llegamos a la altura del combate entre aquéllas bestias. Paralizado, clavado al suelo cual estatua de piedra, me maldije a mi mismo por aquel grotesco espectáculo y elevé una silenciosa y rabiosa plegaria a la Cazadora.

¡Dame valor para que pueda honrarte, maldita sea! ¡Dame valor y sacrificaré a esas bestias en el altar de tu Gloria!

Impotente, colérico contra mi mismo, sólo pude mirar, presa de un temblor incontrolable e invadido por el frío y sudoroso tacto del miedo, cómo los engendros se lanzaban a combatir a nuestros camaradas.

Por más que lo intentase, el mercenario no podía conseguir que su mano encajara la flecha en el arco. Simplemente, temblaba demasiado como para hacerlo, y la vergüenza de pasar por algo así mientras sus compañeros necesitaban su ayuda hacía las cosas mucho peor.