Partida Rol por web

Volvéis al campamento de forma tranquila. Esta anocheciendo, y veis como los soldados están cenando y algunos incluso ya están durmiendo. Otros en cambio, los que aguantan bien el frío de los alpes, beben tranquilamente y ríen. Pero por lo general, la situación parece ser tomada por los soldados con tranquilidad. Justo al llegar, un oficial cartaginés se dirige hacia vosotros.
- Veo que sois vosotros la avanzadilla, ¿y vuestro capitán? bueno, seguidme, ya hablaremos en mi tienda de ello.
Tras decir eso, le seguís y os conduce a una tienda de campaña bastante grande, donde también hay varios oficiales y capitanes cartagineses, comiendo tranquilamente y bebiendo, otros discutiendo con los mapas. Al llegar vosotros, todos se sientan y os miran expectantes. El oficial también se sienta y os dice:
- ¿Que tenéis que decirnos? Contadnos todo lo que ha sucedido, sin saltaros ningún detalle.

Me mantengo tranquilo, sereno, con tono franco. Miro uno de esos mapas que están sobre la mesa, y reconozco la orografía porque la posición del ejército está marcado por unas tabas de madera.

-Señor, avancemos hasta este paso, y nos topemos con una emboscada de bandidos galos. Eran pocos, tres o cuatro, armados con puñales y arcos. Dejaron muy malherido al capitán ibero. Proseguimos hacia este bosquecillo, donde había un pequeño campamento. Nuestra exploradora vió a unos dos guerreros galos allí al explorar previamente, pero parece al llegar se habían marchado.

Señalo luego el acantilado.

-Aquí hay un acantilado, y un valle donde hay una pequeña población gala. Solo un puñado de guerreros, el resto paisanos del lugar. El acantilado es muy agreste, y peligroso, aunque hay algunas zonas más propicias para bajar. Sin embargo, el capitán ibero intentó bajar, pero se mató. Hicimos un prisionero en el primer combate, un jefecillo galo, pero se negó a darnos información por las buenas o por las malas. Nos hizo de guía, pero al dejar de sernos útil y un tanto consternados por la muerte del capitán, lo matamos.

Miro al oficial un momento.

-Según nuestro capitán, las órdenes eran explorar e informar. Así que ante la presencia de un poblado enemigo y la dificultad de bajar el acantilado, creí correcto regresar al campamento para informar, señor.

Dejo que mis compañeros añadan algo si les parece preciso.

Sonrío y asiento con la cabeza. (Vaya, parece que este chico sabe lo que se hace), pienso.

El capitán y el resto escucha las palabras con atención. Se acercan y discuten algo, no captáis nada de esa conversación que tienes todos entre susurros.
Al final, se dirige hacia vosotros:
- Bien. Hemos decidido, que dado que sois los únicos que estáis vivos, os encargo el capturar la aldea celta. Sirkabaal, estaras al mando de 20 libios para tal tarea. El resto, seréis sus subcapitanes.
Y dirigéndose a la mujer que parecía preso, le dijo:
- ¿Eres tú la princesa de un rey celta? En ese caso, será mejor que tu amo te libere y cojas las armas. Tu conocerás bien estas tierras y podrás sernos de ayuda en el ataque.

Himilce mira al capitán, extrañada, preguntándose si se dirige a ella, pronto claro le queda que así es... nadie hay más que ella que esté cautiva.

-Rey íbero -corrige-, soy Himilce de Edeta y no le pertenezco a nadie -añade altiva.

Himilce tuvo la impresión que su respuesta habia molestado al capitán o cuando menos lo había desconcertado. No había sido esa su intención, no del todo y la verdad es que ya se estaba hartando de tener que estar aclarando a todo el mundo que ella no le pertenecía a nadie. No era una esclava, sino una prisionera...

Pero no tuvo tiempo a decir ni pensar nada más, la poderosa mano de Urcebas le dio vuelta la cara. Se llevó la mano al rostro, le ardía y volvió la cara para mirarlo con odio. Sintió que algo tibio le brotaba de la boca, se chupó el labio y el sabor de su propia sangre fue inconfundible.

-¿¡¡Es que no habéis oído al capitán!!? -bramó- ¡Ha dicho que debéis liberarme!

Aquello me hizo sonreir. Reina o esclava, estaba claro que era mujer de carácter. Miro un momento al oficial cartaginés, cuadrándome.

-Bien, señor. -respondí, lacónico.

A la salida, se topó con una escena. Un hombre tenía cogida a esa mujer por el hombro.

-¿Es vuestra esclava?

-¿Bueno pero que esta gente no entiende? -se pregunta cuando escucha la pregunta que Sikarbaal dirige a Urcebas.

Pese al dolor intentaba zafarse de la mano de él, sin importarle que ese energúmeno la golpeara otra vez, prefería la muerte a seguir siendo humillada de ese modo. Pero lo que ocurrió no se lo esperaba.

-Os la regalo -dijo éste literalmente arrojándola a los pies de Sirkabaal.

-Pe... pe... pero qué... -la sorpresa mezclada con la indignación no la dejaba hablar.

-Él aconsejó, por no decir que ordenó, que la liberase -dijo Urcebas señalando al oficial-... la verdad es que la mujercita es demasiado problemática y ya me cansé de ella -le arroja a Himilce un puñado de tierra a la cara-, si lo deseais podeis quedárosla.

El cartaginés asintió, con una media sonrisa en el rostro.

-Gracias -dijo.

Le dió dos dracmas de plata.

-Por las molestias y para la transacción -le dijo.

Recibió el título de propiedad de aquella esclava en la acostumbrada tablilla encerada. Luego, sin mirarla, le dijo:

-Sígueme.

Caminó tranquilamente, cerciorándose de que la esclava se había levantado y le seguía. El trayecto fue corto, apenas unos minutos, hasta la tienda del sacerdote.

-Alabado sea Baal -dijo- ¿En que puedo serviros?

Miró a ambos, hombre y mujer.

-¿Una boda?

Sikarbaal negó, mostrándole la tablilla.

-Manumisión.

El sacerdote se tocó la barba, pensativo.

-Eso requiere el sacrificio de al menos dos palomas.

Malditos usureros. El púnico resopló un momento, y volvió a aflojar la mosca. Moneda sobre moneda, hasta que el sacerdote quedó satisfecho. Tres dracmas. Eran sus ahorros en aquella campaña.

-El sacrificio será apropiado. ¿Cual es su nombre?
-Himilce.

El sacerdote cartaginés tardó una media hora de parafernalia y sacrificios, realizando las invocaciones apropiadas para quebrar la tablilla y proclamar solemnemente la libertad de la hispana. Luego, al acabar, con la misma cara de aburrimiento e indiferencia, pasó al lado de ella al marcharse, pero se detuvo a la altura de la tienda.

-Ya eres libre -le dijo.

Y echó a andar en dirección a la tienda de sus compañeros.

Himilce lo siguió, maldiciendo a los cuatro vientos. Había pasado, así sin más, de manos de uno a manos del otro y cuál de los dos parecíale peor.

Siguió a Sirkabaal en silencio, pero mascullando mil y una maldiciones en su mente. Llegaron a la tienda del sacerdote y ella francamente no entendía nada de nada.

-¿Éste me quiere bendecir? -se preguntó, recordando que su padre tenía por costumbre bendecir a quienes le rodeaban.

Pero su sorpresa fue mayúscula cuando oyó que el cartaginés lo que pedía era la manumisión. Su desconcierto fue absoluto, sencillamente eso no se lo esperaba.

Cuando todo estuvo finiquitado, Sirkabaal con la misma indiferencia que le había hablado desde un comienzo pasó junto a ella y sin siquiera mirarla le dijo que ya era libre.

Himilce, incrédula aún, miró al sacerdote como preguntándole si era cierto y éste asintió. No pudo menos que esbozar una sonrisa, al fin podría regresar a su hogar. Miró a Sikarbaal que ya se alejaba y apuró un poco el paso para darle alcance.

-No pienses que te daré las gracias -le dijo y ya lo adelantó para ir a por sus cosas y largarse.

Dime :)

Cita:

¡¡Joder!! ¿Acaso mis mensajes son invisibles??

Ando escribiendo, jefe, ando escribiendo, aquí los desaparecidos son Fritz y Reena que yo sigo al pie del cañón con Himilce ;)

Vale, sólo tenías que dar señales de vida. Otra vez, como Skirbaal.
Y no, no son invisibles ;)

¡No posteéis aún, pronto se actualizará esta escena debido a las nuevas incorporaciones!

La noche era bastante oscura, apenas se veía nada. Solo la silueta de las oscuras y lúgubres montañas, que no inspiraban mucha confianza. En el cielo, apenas había alguna estrella. Pocas eran las antorchas que iluminaban el campamento.
Algunos soldados, bebían o jugaban a los dados a escondidas, o simplemente hablaban. A tales horas de la noche, los superiores procuraban el menor jaleo posible. Pero el silencio no era algo común... los gruñidos y aullidos de varias bestias nocturnas rodeaban el campamento.
Justamente, vosotros estábais haciendo lo que el resto de soldados. Intentando dormir, beber o mantener una agradable charla, eran vuestras opciones. Pero justo en ese momento, en la temible oscuridad, aparecía la figura de lo que parecía ser oficial. Su voz, autoritaria y fuerte, resonó en todo el campamento, a pesar de estar cerca de vosotros:
- ¡ABDUKART, BAGAROK, MELKART, ARBACES Y SIRIUS! ¡LEVANTAOS INMEDIATAMENTE Y PRESENTAOS ANTE MÍ! Habéis sido elegidos para una importante misión... ¡Venga, a qué esperáis para mover vuestros culos hacia mi presencia! ¡Y a los que no ha llamado, dormid, cojones!
Lo de ser elegido, era algo falso. Seguramente, habían escogido varios nombres al azar para hacer alguna misión de exploración. Y os había tocado; todos sabíais que en este tipo de tareas, a pesar de no ser supuestamente complicadas, muchos compañeros habían muerto...
A ver si aparecen estos soldados... espero que logren completar bien su misión, y lograr venir vivos... tampoco me importa a mí mucho si mueren, con que hagan su misión, me es suficiente...- pensó para sus adentros el oficial, mientras dirigía miradas de odios a los soldados, esperando que hiciérais acto de presencia.

Me levanto de un salto de donde estaba tumbado y rápidamente me coloco todas mis armas encima. Acto seguido parto raudo hasta cuadrarme delante del Oficial Cartagines.

- Señor, Sirius se presenta para la misión preparado y listo para dar la vida por el imperio. - le digo mientras hago un saludo militar.

Todos intentaban dormir, todos... la mayoría de los soldados pretendían coger el sueño pero la noche no acompañaba. Junto a la hoguera tallaba un trozo de madera con mi cuchillo, no sabia tallar pero tras intentar dormir varias veces y fracasar en todas ellas tenia que distraerme de alguna manera.

Las llamas se alimentaban de varias ramas gruesas y secas. Dentro de poco estarían totalmente consumidas, pues estaban completamente ennegrecidas y al rojo vivo por algunas partes.

Las voces de risas y jaleo que se escapaban de vez en cuando de algunos soldados que pasaban el rato divirtiéndose dando unos tragos y jugando a los dados me hacían distraerme del trozo de madera y mi cuchillo.

Miraba alrededor, pero la oscuridad era tal que no veía mucho mas lejos de lo que alumbraba la candela.

Mientras tallaba quitando finas capas de madera de forma aleatoria se escuchaba el crujir de la candela y los animales nocturnos. Derrepente una voz profunda irrumpe en la noche haciéndome reaccionar rápidamente.

Solté la madera de mis manos, guarde mi cuchillo y sacudí mis manos y mis vestiduras de serrín me dispuse a formar junto a los demás hombres delante del sub oficial.

Con voz sonora conteste al llegar.

!A sus ordenes señor!

Mi cuerpo parecía una lanza, recto y firme sin inmutarme. Miraba de vez en cuando de reojo a mi alrededor pero sin descaro. Observaba los soldados que se acercaban algunos los conocía simplemente de vista a otros para nada.