Partida Rol por web

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   - Mejor unas ruinas, que en medio del páramo, adelante. Además, - sonrío, - ya tenemos experiencia en ruinas malditas se diera el caso. -

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Me apoyé en el árbol y me dejé caer al suelo, apoyando la espalda en su raquítico tronco. Ithildir me preguntó por mi estado, y tragando saliva, le contesté con poca fuerza en la voz.

-"He tenido días mejores, sin duda. Solo necesito un momento de descanso, puedo continuar si así lo decidimos. Gracias por preguntar." Le contesté.

Cada uno fue a hacer una cosa: buscar hierbas, merodear por aquí y allá, etc. Pero yo me quedé allí tirada, con los ojos cerrados y acariciando el lomo de Caín. Después de un rato, en el que casi me quedo dormida, los demás fueron volviendo. Dírhael habló, y cuando dijo lo que dijo, el cansancio empezó a dejar paso a la ira. Poco a poco me levanté, apoyándome en mi gran can, y me acerqué al humano que había decidido que no contarme lo de Beran era lo mejor. Cuando terminó de hablar, me dio la espalda y empezó a alejarse.

-"Las decisiones que me competen, las tomaré yo, nadie decidirá por mi qué es lo mejor o lo más sensato. Tú no me conoces, ni tienes la potestad de dirigir mis pasos a donde tú quieras. ¿Quién te ha dado a ti el poder de decidir por otra persona?" Le grité para que me oyera.

El pelaje de Caín se erizó como hace un gato, además de enseñar los colmillos fieramente, como para dar más énfasis a mis palabras llenas de ira. La intervención de Therusia la agradecí sobremanera, dándome apoyo en esto, que era muy importante para mi. Tuve que retroceder unos pasos para volver a agarrarme al árbol para no caerme, ya que me había mareado de repente. En ese momento llegó Yedra y empezó a prepararme un cataplasma para ayudarme con las heridas. ¡Cosa que funcionó de maravilla! El mareo pasó rápidamente y pude sostenerme de nuevo sin agarrarme a algún sitio.

La enana parecía haber encontrado unas ruinas cerca, y los aullidos presagiaban algo funesto. Sería mejor partir de inmediato hacia ese sitio y hacer noche allí, si es que podíamos descansar algo. Recogí mis cosas, le di las gracias a Yedra y esperé a seguir a la enana en pos de las ruinas.

Las nuevas sobre el paradero del amado de Amaltea generaron un ambiente enrarecido. La situación era ciertamente incómoda, el galadhel podía notar el desconcierto y la desconfianza sobre la figura del montaraz, la cual le recordaba a la suya misma hacía un tiempo y en una situación similar.

—¡Rápido, Therusia, guíanos hasta esas ruinas! —apremió mientras ofrecía ayuda a la muchacha de los bosques—. Solo espero que no estén ya ocupadas, y que nos sirvan como improvisado bastión defensivo. Si esos aullidos son de nuestros perseguidores, probablemente ha llegado el momento de plantar cara y luchar por nuestras vidas.

Con semblante turbado, Ithildir avanzó otra vez en último lugar, echando ocasionalmente furtivas miradas hacia sus espaldas.

Therusia miró hacia el camino que había encontrado y luego al lugar de donde habían venido. 

—No tengo claro que sea mejor lo que nos espera, que lo que nos sigue. Piedras antiguas guardan seres antiguos —dijo en voz baja, recordando precisamente las ruinas de las que hablaba Yedra— Pero os llevaré hasta allí. 

La enana se dispuso a abrir camino hacia las ruinas, con aquellas antiguas piedras, demasiado antiguas para que le causasen una sensación de seguridad. Sin embargo, antes de continuar, se giró con un último gruñido que, a curiosamente era tranquilizador, pues era más acorde a ella que el extraño silencio y la mirada perdida que había hecho mella en ella las últimas horas.

—No digáis luego que no os avisé

     Una niebla surgida de la tierra araña las paredes como dedos fantasmales, el viento aúlla como un alma en pena al correr entre los viejos muros derruidos y devorados por la hierba y la maleza. Dentro de ti sientes como el miedo te agarra las entrañas y las retuerce con pensamientos oscuros...

     Sabes que Beran está sufriendo, cada poro de tu piel es consciente de su sufrimiento, sus gritos de dolor y agonía. Ahora cientos de kilómetros os separan y solo tu presencia podrá poner fin a tanto tormento pero a su alrededor solo hay oscuridad, frío y miedo. No sabes si cada paso que  das te acerca o te aleja de él, pero el tiempo apremia y cada segundo es como una gota cayendo en un pozo frío y profundo que se va llenando lentamente hasta desbordar de forma irremediable y terrorífica.

      Una niebla surgida de la tierra araña las paredes como dedos fantasmales, el viento aúlla como un alma en pena al correr entre los viejos muros derruidos y devorados por la hierba y la maleza. Dentro de ti sientes como el miedo te agarra las entrañas y las retuerce con pensamientos oscuros...

     Las hojas doradas de Lórien están cayendo... no ahora, pero pronto. Demasiado pronto. Hojas que nunca han caido ahora son una alfombra fúnebre en el suelo que pisas. Profundas arrugas cubren los rostros que, con profundas miradas de decepcion, te miran al pasar. Un tañido espectral resuena en cada tronco vacío de vida, en cada nueva hoja que muerta se suelta de su rama y se desliza para aumentar el tamaño del sudario ocre que cubre el suelo.

      Una niebla surgida de la tierra araña las paredes como dedos fantasmales, el viento aúlla como un alma en pena al correr entre los viejos muros derruidos y devorados por la hierba y la maleza. Dentro de ti sientes como el miedo te agarra las entrañas y las retuerce con pensamientos oscuros...

     No hay esperanza para tu pueblo después de que hayas fracasado en tu misión. No habrá un nuevo Rey ni un nuevo Reino que unifique los pueblos libres. Solo muerte, oscuridad y destrucción. Ves tus manos manchadas de sangre fresca y sientes la culpa que te recorre después de lo que has hecho, sabes que había otras opciones pero has sigo egoista y ahora la Tierra Media entera va a pagar por tu decisión. El único sonido es la sangre goteando de tus manos cerradas en puños donde se clavan con furia las uñas en la carne.

      Una niebla surgida de la tierra araña las paredes como dedos fantasmales, el viento aúlla como un alma en pena al correr entre los viejos muros derruidos y devorados por la hierba y la maleza. Dentro de ti sientes como el miedo te agarra las entrañas y las retuerce con pensamientos oscuros...

     El Bosque Negro solo es un recuerdo, sus habitantes ni eso. La vida ha desaparecido y solo queda una enorme mancha negra que se extiende más y más en oleadas de fría oscuridad. No hay saber acumulado ni una chispa de esperanza, ni siquiera el consuelo de una muerte, tan solo queda una agonía de sufrimiento y dolor. Cada tallo que buscaba ser árbol, cada recién nacido que deseaba conocer la vida, cada semilla... todo ha terminado sin llegar a empezar. Todo ha sido pervertido y retorcido en la cabeza enloquecida del propio mal.

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   Pues según entramos alguno de los temores que barajaba, y a ciencia cierta sospecho que Therusia también, se vuelven realidad. Pero aunque contaba con ello la turbación mental empieza a sobrepasarme y necesito concentrarme intensamente y gastar parte de mis reservas para mantener la cabeza fría. O caliente. O... bueno, yo me entiendo.

   Sacudo la cabeza y abro los ojos con mirada clara, buscando un punto de referencia que me dé la ventaja táctica que contrarreste la falta de luz.

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Al acceder al lugar un súbito escalofrío recorrió el cuerpo del galadhel. El gesto se le torció por instantes forzando una mueca sombría. Ithildir se detuvo un momento con los hombros encogidos, como si temiera que alguno de esos sillares se fuera a caer sobre ellos. Mas en su interior otra batalla se gestaba.

—¿Do-dónde estamos? ¿A quién perteneció este lugar? —murmuró luego, dando largos y lentos pasos mientras examinaba las ruinas.

Tras dar unos pasos el montaraz se gira con la esperanza de que lo estén siguiendo. No es así. Maldita sea, ¿porque ha tenido que caer este mal en manos de este grupo? Tras descargar su frustración golpeando el tronco de un árbol sigue al resto de sus compañeros. 

Therusia los guía hacia unas ruinas.. Este sitio será nuestra tumba que hacemos aquí.. Tras poner un pie en las ruinas las piernas le fallan, se apoya en la pared de un arco y las visiones le atacan junto con las náuseas. La gotas de sudor recorren el rostro de Dírhael, pone las manos en las rodillas y vomita para luego secarse con la manga del jubón.

- ¿Te has dejado llevar por el anillo enana? Nos has guiado hasta nuestra tumba. Por tu culpa no habrá futuro para la Tierra Media -

"¿Porqué al trepar la colina que de ti fiera me aparta,
¡oh grata mansión! mis ojos se llenan de tristes lágrimas?
¿Será que, ay de mí, no vuelva hacia ti, mansión amada?
Quién lo sabe, que la muerte do quier al hombre acompaña,
y acaso de este adiós tierno un adiós eterno haga;
o tal vez quieran los cielos, dulce mansión de mi infancia,
que allá cuando fiero el tiempo mi cabeza vuelva cana,
venga a buscar en tu seno una tumba solitaria.
Entonces tú, hogar querido, con tus seibas y tus palmas
darás apacible sombra a mi fúnebre morada-.
O quizás la dura mano de la mísera desgracia
te haga pasar de los míos a las manos ¡ay! extrañas,
y al volver yo peregrino de mi fatigosa marcha,
no encuentre en ti los semblantes que en otra edad me halagaban;
quizá el huracán impío o el tiempo que ruinas ama,
te trueque en dolientes ruinas, sin piedad para mi alma.
¡Ah! que entonces quiera el cielo ya que a tu seno me traiga,
que tu nuevo posesor o del huracán la saña,
respeten del desterrado los recuerdos de la infancia."

Recuerdas una canción traida a Lorien en los tiempos en los que Arnor desapareció, cuando estas estepas estaban llenas de vida antes de ser arrasadas por el mal rugiente que salió de Moria. No era extaño que algunos señores tuvieran aquí mansiones para descansar cuando viajaban tras atravesar las Montañas Nubladas en dirección al Bosque Verde o si querían unos días de descanso antes de dirigirse al mismo Lorien donde antaño se recibía con los brazos abiertos a algunos viajeros. Eran otros tiempos y estas ruinas son un triste recuerdo de mejores épocas.

Es la tristeza por la pérdida lo que convierte a este lugar en un sitio donde el descanso es difícil pues la pena se aferra al alma de cada uno.

—No lo sé— dijo al elfo con un nudo en la garganta, angustiada como sus compañeros, pero sin llegar al nivel de estos quizás porque no era nada comparado con el horror de la tumba enana o quizás por algo de lo que ni siquiera era consciente. Verles en tan mala disposición hizo que se sintiese culpable, ya que estaban allí por ella, para protegerla — Ya os dije que no me gustaba este lugar... Demasiado antiguo y oscuro... Eso me recuerda... Yedra, creo que te vendrá bien llevar es-

Therusia estaba metiendo la mano en su bolsa, cuando Dirhael lanzó la acusación más dura que podía haber hecho, hiriendo a la enana, que había convivido precisamente con el temor de llevar el mal a aquellos que la acompañaban. Lívida, se giró hacia su guía y no pudo evitar enfrentarse verbalmente a él, presa de la frustración y del enfado, tanto con el montaraz como consigo misma; Therusia prefería que la viesen enfadada a mostrar el dolor que sentía. Apretando los puños se giró hacia él.

¿Quién nos ha hecho volver atrás y dar vueltas, por no haber sido capaz de avisarnos antes de que teníamos terrenos vedados?¿Quién nos ha querido meter por las maldecidas mansiones de Khazad-dum?¿Quién ha ocultado la verdad a sus compañeros?

—Duras acusaciones son esas— fue capaz finalmente de decir con dificultad, en lugar de devolver las acusaciones que habían venido a la cabeza. Más no había terminado, y lo que continuó salió disparado, sin freno— Fui clara con que no me gustaba lo que había aquí, con que había algo antiguo y peligroso y de lejos lo visteis tan bien como yo en cuanto doblamos el sendero. Y nadie decidió parar o volver atrás, pues en la distancia no parecía ni la mitad de lo que es. Te presentas a nosotros como un salvador, pero tu salvación consiste en... ¿culparme de todos los males de la Tierra Media? ¿Esa es tu solución? Gritar a los cuatro vientos que... ¡Da igual!

Therusia miró al reto del grupo, avergonzada por su explosión, pero sintiendo que sus palabras estaban cargadas de razón. En voz baja, y tras dar un vistazo más a aquellas espantosas ruinas añadió

—Quizás sea mejor seguir, no creo que se buena idea pasar aquí la noche, ni usarlo para hacer una emboscada ¿no?— la enana bajó ligeramente la cabeza, pero la alzó de nuevo para decir algo más Dirhael, esta vez en un tono aparentemente más calmado— En una cosa tienes razón, si este lugar es nuestra tumba será por mi culpa, pero no por la casualidad que me hizo verlo y dirigir nuestros pasos aquí. Cargo con ello cada día. No lo olvides, dúnadan. Yo no lo hago.

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   Examino el lugar, quizás no sería juicioso quedarse, pero no importaría tanto si... sonrío mirando el lugar.

   - No importa tanto que nos quedemos, como que crean los que nos siguen que nos hemos quedado y estamos aquí. -

   Examino el lugar donde poner en práctica mi idea.

   - Emborronemos de pisadas "la entrada", dejemos una hoguera que arda lentamente y humee bastante en alguna zona que se pueda trabar una puerta o que parezca que da a algún sótano o lugar cubierto, sellémosla sin que parezca que se ha hecho de fuera y luego sin dejar huellas, nos largamos por el otro lado cagando leches en silencio. -

   Señalo hacia atrás vagamente.

   - Si nuestros perseguidores creen que nos hemos detenido y fortificado aquí, perderán un tiempo precioso mientras preparan el ataque y rodean las ruinas mientras nosotros ponemos leguas por medio, con suerte igual esperan hasta la noche para entrar en las ruinas, en cualquier caso, habremos arañado algunas horas de ventaja. -

   Les miro.

   - ¿Qué opináis? -

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Andaba cabizbaja, temerosa por el futuro de mi amado. Las ruinas, antiguas y oscuras, trajeron a mi mente visiones angustiosas sobre Beran. Me apremiaban a llegar a él y librarle de su sufrimiento. ¿No había dicho el montaraz que estaba el Rivendel? ¿Habría mentido al respecto para herirme aún más? Tenía los nervios crispados y un atisbo de locura asomaba en mis ojos. Ver enfrente esas antiquísimas piedras no soliviantaron mi enfado, sino que lo llevaron hasta cotas insospechadas.

Cuando Dírhael le achacó a Therusia los males que nos asolaban, solo pude mirarle con desprecio y odio. Cada vez recelaba más de ese hombre, hasta el punto de llevar la mano al penacho de una de mis flechas cuando vi la reacción de la enana. Si se entablaba una confrontación, sabía al cien por cien a quien apoyar... ¿Nos estaríamos volviendo todos locos por el poder corruptor del anillo que portaba Therusia? ¿Eran las ruinas y la situación en la que estábamos la que nos sacaba de nuestras casillas? Todo estaba por ver y desde luego asentí al plan de la enana de irnos.

-"Creo que debemos de abandonar este sitio de inmediato. No creo que tu ardid retenga mucho tiempo a nuestros perseguidores, Yedra. El tiempo que perderíamos en montarlo es el mismo que perderían ellos al darse cuenta del engaño. Por mi, avanzaría ahora mismo, alejándonos lo más posible de este horrible lugar." Dije con voz firme.

Tras acceder a la ruionsa ubicación, Ithildir había permanecido en silencio. Algo aislado de las duras conversaciones que estaban teniendo sus compañeros. Tratando de recordar algo que pensaba tenía relación con lo que tenían delante. El elfo se acercó a las pocas paredes que aún aguantaban orgullosamente en pie ante el combate con el tiempo. Al tocar la piedra llegaron a su mente unos versos sobre otro tiempo en el que hombres libres, pobladores de esta zona, se habían visto forzados a dejar el hogar.

¿Porqué al trepar la colina que de ti fuera me aparta,
oh grata mansión, mis ojos se llenan de tristes lágrimas?
¿Será que, ay de mí, no vuelva hacia ti, mansión amada?
Quién lo sabe, que la muerte do quier al hombre acompaña,
y acaso de este adiós tierno un adiós eterno haga;
o tal vez quieran los cielos, dulce mansión de mi infancia,
que allá cuando fiero el tiempo mi cabeza vuelva cana,
venga a buscar en tu seno una tumba solitaria.
Entonces tú, hogar querido, con tus ceibas y tus palmas
darás apacible sombra a mi fúnebre morada.
O quizás la dura mano de la mísera desgracia
te haga pasar de los míos a las manos ¡ay! extrañas,
y al volver yo peregrino de mi fatigosa marcha,
no encuentre en ti los semblantes que en otra edad me halagaban;
quizá el huracán impío o el tiempo que ruinas ama,
te trueque en dolientes ruinas, sin piedad para mi alma.
¡Ah! que entonces quiera el cielo ya que a tu seno me traiga,
que tu nuevo posesor o del huracán la saña,
respeten del desterrado los recuerdos de la infancia.*

—Tranquilos. Es el reflejo de la mera pena por la pérdida lo que nos aflige. No es en realidad un lugar teñido por la mácula de la sombra, mas la tristeza incrustada en la piedra hará mella de querer descansar aquí —comentó antes de otorgarse un alto y meditar sobre las últimas opciones planteadas por sus compañeras.

—Por otro lado, no creo que sea éste un mal lugar para oponer resistencia a esas sucias criaturas. Si hemos escuchado aquellos aullidos, entiendo que ya nos están pisando los talones. Coincido con Amaltea en que preparar un ardid para que piensen que nos hemos acantonado aquí nos haría perder tiempo, mas del que ellos podrían destinar en descubrirlo y avanzar hacia nuestra dirección. Tened en cuenta que utilizan lobos capaces de rastrear nuestro olor. Aunque con suerte solamente sean una avanzadilla. Y en el caso de que así fuera, seguir huyendo cuando ya los tenemos tan cerca implicaría que, si nos pillan en medio de la nada, tendremos que batirnos donde y cuando llegue el momento. Aquí nosotros podemos elegir el campo de batalla, y ganar ventaja con ello. Posición elevada, emplazamiento defensivo... Podríamos incluso aprovechar el tiempo e ingeniar alguna trampa. Derribar un muro sobre ellos, por ejemplo.

Mientras esperaba la decisión de sus compañeras, el galadhel se volvió hacia la colina donde habían estado descansando y permaneció atento a cualquier posible movimiento.

     Mientras recorréis las ruinas y pensáis en las acciones que se os presentan como posibles compartís ideas y pronto os dáis cuenta de la presencia del sol en lo alto y eso... eso es importante! Recordáis que solo en la oscuridad os dieron alcance los lobos y después llegaron los orcos, solo en la oscuridad os han perseguido y ahora luce el sol, un sol de verano fuerte en el cielo despejado. Llegáis a salir de las escasas sombras para agradecer incluso cómo os llega a quemar en la piel. Mientras haya luz podéis confiar en que los orcos no saldrán  de sus escondrijos y los lobos que les acompañan no van a viajar solos por estas tierras fuera de las fronteras controladas por la Sombra más allá del rio.