Partida Rol por web

Sabías que, fuera de Medina, sólo había un lugar al que tu madre y tus hermanos pudieran llamar hogar. Y ese lugar era la granja de tu tío-abuelo, el viejo Dorn, a las afueras de Ciudad de Valle de la Rastra. El lugar donde habías nacido y crecido antes de que tu madre se hubiera ido a vivir con Brodick a Medina del Campo. Hacía años que no venías a tu tío-abuelo... y tampoco es que te murieras de las ganas. Dorn era un hombre difícil y cruel, que parecía disfrutar ninguneando a tu madre y aprovechándose de tus músculos. Dudabas que la edad hubiera templado su carácter.

Acompañado de Drizzt, Ossian y Aidé, atravesaste los huertos y te dirigiste a la pequeña casita de madera. En el porche estaba aguardaba repantingado Dorn, fumando en pipa y mirándote con una mirada desaprobadora desde sus ojos glaciales. Tenía una ballesta amartillada encima de las rodillas, y parecía tentado a blandirla.

—El que faltaba —gruñó.

-Hola, tío -saludó Rengar fríamente. No había olvidado nada de su pasado y en los años alejado de Dorn, no lo había echado de menos. Ahora lo echaba de más, pero si se ocupaba de que a su madre y a sus hermanos no les pasara nada, al menos...-. He pasado por Medina y me han dicho que mamá había venido aquí. He venido a verla.

El paladín decidió pasar por alto la amenaza velada de la ballesta. No le tenía miedo. Ya era mayor y se había enfrentado a cosas que harían que el anciano llorase de miedo. Puede que, siendo adolescente, Dorn se las hubiera arreglado para tenerlo dominado y atado en corto. Pero ya no lo haría.

—Pues no creo que tenga ganas de verte precisamente a ti, piel verde —escupió Dorn—. Arreglas una cosa y jodes cinco. ¿Por qué no te largas?

Ossian suspiró, pero Aidé frunció el ceño en un gesto borrascoso antes de dirigirte una mirada inquisitiva.

—¿Por qué te habla así?

Porque creía que Rengar seguía siendo el chico tonto y solitario de sus quince años. Lo pensó, pero no lo dijo. El semiorco arrugó el ceño y trató de tener paciencia.

-¿De qué estás hablando? No voy a marcharme. Quiero ver a mi madre.

Dorn dejó a un lado la ballesta para levantarse de su asiento y señalarte acusadoramente con el dedo.

—¡Menudos aires te das! Te recuerdo que estás en mi casa. Si no te dejo pasar ¿qué vas a hacer? ¿Me vas a pegar un puñetazo para que quede claro quién manda? —soltó. Aidé cogió aire para responderle pero Dorn no le dio tiempo a hablar—. Estamos mejor sin ti. Tu madre está mejor sin ti.

-Lo de los golpes es más propio de ti -replicó Rengar cada vez más enfadado y menos diplomático-. Escucha, tío: ya no soy un crío. Ahora soy un hombre. No creas que me vas a asustar por levantar la voz. O insultándome. Quiero ver a mi madre. Si ella tiene algún problema, que me lo diga. Pero que me lo diga ella.

—Ooh, ¿así que eres un hombre? Los hombres no abandonan a su familia para irse por ahí de aventuras, zoquete —dijo cogiendo una muleta y caminando hacia la puerta—. Luego los chavales se creen que es divertido, se marchan y acaban matándolos. 

Abrió la puerta.

—Adelante, Sir Rengar el Bravo —dijo con desdén.

Ossian carraspeó, incómodo por la situación.

—¿Quieres que te esperemos fuera?

-Sí -respondió a Ossian lacónicamente.

No tenía ni la remota idea de a lo que se refería su tío, pero seguro que era alguna maldad de las suyas. Entró en la casa sin dejar de prestar atención a su espalda, por si a Dorn se le ocurriera hacer alguna gracia.

En el interior de la casa de Dorn había un ambiente enrarecido. Parecía que, por una vez, a tu tío no se le había ido la cabeza. Brodick y tu medio hermano Raymond te vieron entrar en la casa como quien ve un fantasma. El llanto de tu madre, proveniente de una de las habitaciones y amortiguado por la puerta, no presagiaba nada bueno.

El estómago le dio un salto. Rengar se quedó quieto mirando al marido de su madre y escuchando el llanto. Algo malo ocurría. Algo malo de verdad. ¿Qué era lo que había dicho su tío?

-Brodick... ¿qué ha pasado? ¿Dónde está mi madre?

Brodick te pidió que lo acompañaras fuera con un cabeceo.

—Joxer lleva dos días desaparecido y no es propio de él —te dijo, sin mirarte a los ojos—. Creemos... que se podía haber metido en algún lío.

-¿Eso es todo? -preguntó Rengar con suavidad-. ¿No sabéis si le ha pasado algo o en realidad sí? Por favor...

—Hemos acudido a la guardia, y nos han prometido que lo buscarían pero no nos han dicho gran cosa —dijo Brodick—. Hemos preguntado por el pueblo, y le vieron comprarle una espada a un elfo oscuro llamado Gaelin. Quizá el drow sepa algo que nosotros ignoramos, pero se hospeda en la Lluvia de Estrellas y los semiogros de la entrada no nos dejaron entrar.

—¿Ves? ¡Es tu culpa, zopenco! —graznó Dorn, dándote una colleja como si fueras un crío díscolo—. El chico habrá pensado que es muy divertido ir por ahí blandiendo espadas y ahora está metido en un buen lío. Si es que no está muerto en alguna zanja.

—¡Dorn! ¡No hables así! —estalló Brodick—. De no ser por Rengar tu sobrina y tus nietos estarían todos muertos. Debería darte vergüenza.

Dorn le contestó con un gesto desdeñoso de desdén.

Rengar agarró con fuerza la muñeca de Dorn tan pronto le dio una colleja y la apretó lo justo para que sintiera algo de dolor pero sin que peligrara la articulación. Se le encaró con su expresión más enfadada, con los colmillos sobresalientes y el ceño bajo y amenazante.

-Si vuelves a tocarme o a decir alguna tontería voy a enfadarme de verdad. Te he dicho que ya no soy un crío.

El Rengar adolescente que había abandonado Medina nunca hubiese sido capaz de causarle ningún daño al viejo, pero el paladín hecho y derecho había visto demasiadas cosas como para amedrentarse por las bravatas de su tío abuelo. Cada vez que abría la boca y soltaba alguna lindeza, Rengar recordaba otras cien dirigidas hacia él o su madre. No pensaba consentirlo más.

Cuando estuvo claro el límite marcado, Rengar soltó a Dorn y se volvió hacia el marido de su madre.

-Entonces voy a ir a buscarlo ahora mismo. La Lluvia de Estrellas, ¿no? Bien. Dile a mi madre que... dile que voy a volver con Joxer, que no se preocupe.

Dorn soltó un gemido a medio camino entre el dolor y la sorpresa. En cuanto lo soltaste, Brodick se interpuso entre ambos.

—¡Basta Rengar! Eres un paladín y él un anciano, por el amor de los dioses. ¡Deberías dar ejemplo, no responder a la violencia con más violencia! ¿Es eso lo que os enseñan? ¿Es eso lo que quieres traer a mi casa? ¿Es eso lo que quieres que aprenda Raymond? —te dijo tu padrastro señalando a tu hermanastro—. Contrólate.

Brodick te dio un empujón, más para que reaccionaras que para otra cosa.