Partida Rol por web

Dynah se acostumbró a volver a ser de carne y hueso con pesar. La sensación de euforia había desaparecido pero las palabras de sus compañeros la sacaron rápidamente de su estupor. 

-Desde luego que debemos acabar con Gorloth! Puede ser la clave para averiguar más sobre la calavera coronada! Es un asunto primordial para mi templo!

El pequeño gnomo no halló ningún detalle que pudiera hacerle pensar en la presencia de trampas. Todavía recordaba cuando llegaron a aquel nivel, una vez derrotados los trasgos zombis y entraron en la estancia en la que la espira se hundía más en el suelo. Encontraron una mesa de trabajo con restos humanos. Decidieron que lo mejor era investigar, con la mala fortuna de que varios de ellos fueron apresados por una jaula que cayó del techo. Aquel incidente casi les cuesta la vida y por esa razón, el pequeño alquimista intentaba mejorar todo lo que estuviera en su mano sus dotes para comprender tales mecanismos.

Abroshtor dio el paso y abrió la puerta de la estancia, revelando un lugar anegado de gruesos hilos grisáceos que constituían un enorme entramado de telas de araña. Aquello parecía ser un enorme cubil de aquellas arañas violáceas conocidas como lunares, pues varios capullos de tamaños de la mochila de un humano, se desperdigaban adheridos a aquellas pegajosos hilos de seda.

De repente, varios de esos capullos se abrieron como una flor cuando llega el amanecer, y de su interior surgieron una miriada desconcertante de pequeñas arañas fluorescentes. Si duda la infinita progenie de aquellas criaturas arácnidas. 

Parecían desorganizadas y desorientadas, pero poco a poco se fueron amontonando como un ejército de soldados diminutos.

Aquello podía ser peligroso...

Qué decís que hay? Arañas? Otra vez? Druul, que no ve directamente el interior de la sala -solamente le llega para ver telarañas, y el resto es su imaginación- ya está vislumbrando grandes y peludos arácnidos corriendo hacia la puerta.

Dynah, escucha, le dice a su compañera posando su mano en su brazo. Algún día os contaré mi historia, pero de momento que sepas que a veces puedo tener buena suerte. Y lo que es mejor, darla. Así que recibe mi don. Y que ese lucero, termina mirando el arma que empuña la oráculo, aplaste unas cuantas arañas.

¡Otra vez no! Cenariel claramente asustada salta hacia atrás desenfundado su estoque y moviendolo haciendo aspas.

Cuando abrieron la puerta, una enorme cantidad de pequeños arácnidos les dio la bienvenida.
Drabeorn desnudó a Ethelwyn y, con un gruñido de desafío, alertó a los demás para que se preparasen para el combate al tiempo que su musculatura se tensaba anticipando el conflicto que se avecinaba.

Dynah escuchó el sonido de las patas antes de ver aquel mar de arañas y no pudo evitar encogerse. Odiaba a las arañas pero más aun a aquella condenada plaga, que parecía interminable. La oráculo agradeció las palabras de Druul pero no se separó de Drabeorn. Druul podría darle toda la suerte del mundo pero ella sabía que nunca lucharía como el enorme bárbaro.

-Vamos, Drabeorn! Machaquémoslas! -dijo antes de aplastar a unas cuantas con su lucero del alba.

Nada más abrir la puerta, cientos de diminutas arañas salieron de sus huevos. -Oh! Las hemos despertado...- Anunció el Gnomo, no sabía muy bien que hacer, aunque por instinto ya tenía una de sus esferas de cerámica en la mano. 

Sus compañeros tardaron en reaccionar y Abroshtor no estaba dispuesto a perder la oportunidad. Hacía una horas había chamuscado sus botas y parte de sus pantalones, ahora tocaba quemar arañas.

Lanzó el proyectil al suelo, donde se encontraban apelotonadas y esperó que el fuego hiciera el resto.

Justo en el instante que aquellas pequeñas arañas se aglomeraron para constituir un improvisado ejército de alimañas, el alquimista de Sietearcos reaccionó como un relámpago. Extrajo uno de su pequeñas esferas de cerámica y con sumo tino la lanzó contra aquella miríada de invertebrados. El pequeño odre impactó de lleno contra el manto de crías de arañas recién desovadas y se deflagró en un poderoso y rabioso fuego.

La gran mayoría de aquellos pequeños seres se consumaron junto a las telarañas que circundaban el lugar, cosa que provocó que la escasas supervivientes, se dispersaran a gran velocidad. El ataque de granada de Abroshtor había sido altamente eficaz...

Dynah asintió en silencio y ofreció la palma de la mano para que el gnomo la chocara.

-Golpe maestro! Así da gusto, compañero!

Complacido, el semiorco asiste a un palmeo sonoro y espectacular. Se nota la Fortuna que le ha otorgado a Dynah.

En apenas unos segundos, Abroshtor arrojó uno de sus explosivos orbes e incineró a la mayor parte de aquellos asquerosos arácnidos.
- Joder, qué grande eres, pequeñín.

Drabeorn volvió a envainar el acero y le dio un sonoro palmotazo al gnomo mientras asentía mirando al interior de la estancia: - Muy bueno, sí señor.

Observó con los ojos como platos y la boca abierta como las llamas lo consumía todo. -Fueeego...- Su pequeña bomba había sido demasiado efectiva, no como las dos anteriores, en el bosque. -Genial! Bien.- Le encantaba ser aventurero.

Entró en la sala con cuidado y registró la sala. No parecía tener salida. -Pues creo que solo queda bajar por las escalerillas. Ni rastro del "Huesudo".-

Asomando la cabeza lateralmente, Druul observa el efecto devastador de los cachibaches de Abroshtor. Tan pequeño y alegre que es el gnomo, y tan mortíferas sus creaciones. Se guarda la reflexión para sí mismo.

Mmm sí, pero antes, miremos bien por aquí. Igual no hay nada más, pero con tanta telaraña... no me gustaría dejar otra Cenariel por aquí embalsamada. O algún mago... de nuevo, se guarda el comentario, no quiere ser gafe. Sin más, se pone a buscar junto al gnomo, apartando hebras con su bastón, indicándole donde ve alguna sombra para hacer doble revisión.

Aunque pronto tiene que dejarlo, al liarse medio bastón con las telarañas hasta el punto de casi tener que dejarlo por no poder moverlo.

Tras vencer a la masa de arácnidos, el gnomo ayudado por el semiorco buscaron a conciencia cualquier objeto de valor que pudiera hallarse entre los sedosos hilos de aquella telaraña pegajosa, pero después de unos minutos mirando y remirando no hallaron de interés a excepción del algún esqueleto momificado de rata.

Al parecer, el nivel había sido completamente explorado y ahora, tan sólo quedaba acceder a una nueva planta subterránea. Para eso, debían emplear la escalera de mano que descendía por el foso.

Con las arañas muertas la elfa se calmó un poco. Hostia puta, quiero una cosa de esas. La elfa estaba impresionada, no recordaba apenas nada, pero estaba segura que había caido por culpa de un enjambre similar. Sin guardar el estoque empezó a buscar posibles compañeros o gente con menos suerte que ella.

-Nada.- Anunció lo obvio. -Solo queda bajar.- Avanzó hacia la sala con el enorme pozo.

-Aquí fue donde te encontramos Cenariel.- Recordaba la sala llena de telarañas. Se fijó si había más capullos como los que vieron aquel día, y echó un vistazo hacia abajo. -No queda otra... Si queremos continuar...- Adentrarse en las entrañas del Capitel era una perspectiva que se le antojaba excitante. Esperó la aprobación del resto y se dispuso a bajar al nuevo nivel. -Goblins en la entrada. Trampas mortales y No-Muertos en la primera planta. ¿Qué encontraremos abajo?- Tenía ganas de averiguarlo.

Abrosthor examinó los metálicos peldaños de aquella escalera, sin hallar rastro de mecanismos peligrosos. Tras esto, uno tras otro fueron descendiendo por los barrotes transversales collados a la piedra, hasta que arribaron a lo que parecía un polvoriento pasillo con un par de tramos de escalinatas. El pasillo conducía hacia el norte hasta abrirse a lo que parecía una irregular sala iluminada por pequeñas lámparas de aceite que emitían una luz cálida.

En la vertiente este de la sala, unos escalones de piedra descendían hasta topar con una pared en el centro de la cual se alzaba una imponente puerta de madera flanqueada por sendas aspilleras, a cada lado de la misma. Aquella zona podo haber sido en el pasado un punto de vigilancia.

Al norte, un rastrillo de barrotes de acero, impedía la circulación por un pasillo también iluminado, en el cual se podía contemplar la verdosa refulgencia de la magnificente y sobrecogedora Espira Esmeralda.