Partida Rol por web

—¿Viste esto?—preguntó Joanot mostrándole la pantalla del móvil a Miguel.—¿Cómo es que el Pimentoner no tiene nada que ver, si él le dio el arroz con somnífero a Aina? Prefiero llegar tarde que llegar sin información. La ignorancia no es digna de perdó.—agregó en tono solemne, antes de subir las escaleras hasta el piso de Ximo y golpear la puerta.

Si lo atendían el plan era preguntar por el "ingrediente especial" que le había agregado al arroz de Aina. Alguien le había pedido que pusiera el somnífero o había manipulado el arroz. Y si el Pimentoner no estaba intentaría abrir la puerta. Si Miguel no proponía ningún método mejor, una ganzúa improvisada con una llave Allen y una pinza sería la primera opción, y una maza con una tablilla para minimizar daños en la puerta la opción de último recurso.

-Jo, qué lugar más chungo. -observó las torres de Quart y sus alrededores, con algo de mieditis en el cuerpo. 
Lucía se sintió inquieta y se quedó no demasiado cerca de la entrada al barrio "tenebroso". 

El barrio del Carmen.

Qué mal. Y ahí dentro estaba Alejandro. Jopé. Pasaba el tiempo y más nerviosa se puso. Hasta que vio a la perrita y una silueta que poco a poco tomó la forma de su insospechado compañero del día en la búsqueda del azúcar robado.

Corrió hacia él. 

No tenía buen aspecto. Del susto.- ¿Qué ha pasao? ¿Estás bien? ¿Has visto algo? ¿A lo maleante?

Miguel escucho atentamente las conjeturas de Joanot, entonces se dio cuenta que ya habían esperado suficiente y le dijo a su compañero. -En mi opinión deberíamos tirar la puerta e interrogarlo de tal forma que se cague en sus pantalones, pero yo te sigo, lo haremos como tu quieras.

Ahora estáis en el rellano del quinto piso, expectantes ante una puerta por lo demás corriente. Pero no hay respuesta alguna a los golpes de Joanot. 

Precisamente hablando de cagar y demás procesos inmundos, empezáis a daros cuenta de que en ese espacio de pared blanca y pasamanos repintados flota un olorcillo desagradable. Y no procede de los felpudos sucios o el suelo de terrazo grisáceo, sino más bien de esa misma puerta (o, quizás, de la casa que hay detrás de ella).

Joanot cogió la llave Allen más pequeña introdujo el lado corto en la cerradura y moviéndola con una pinza fue empujando las tres chapas de la combinación para abrir la cerradura. Le resultó más sencillo que otras veces, hasta pensó que podría cambiar de oficio.

Pero el olor que salía del departamento lo trajo de vuelta al aquí y ahora.

—Tengo un mal presentimiento. No es normal que haya feo olor en la casa de un cocinero.

Alejandro ha salido del Carmen y el portalón entre las Torres rápido y con nervio pero sin hacer casi ningún ruido, como un gato que tiene cierta prisa. Incluso ha conseguido milagrosamente que la perra Boira se esté callada. No se ha dado cuenta de nada más a su alrededor, simplemente tiene encima esa sensación de temor instintivo que infunde el sitio. Pronto está de vuelta en la calle normal y soleada.

Pero Lucía, al ir corriendo a encontrarse con él, sí se da cuenta de algo: Hay un bulto moviéndose en las almenas. Enseguida se eclipsa con parsimonia entre las piedras y lo pierde de vista, pero está segura de que era un bulto tamaño persona. Mas al intentar seguirlo con los ojos, entre la sorpresa y el nerviosismo que ya llevaba de antes, pisa mal el fango, resbala y (¡au!) se tuerce un poco el tobillo. Va a tener que andar despacito durante un rato.

Un Sol radiante y reparador abrazó a Alejandro cuando al fin atravesó la barrera que suponía la intimidante presencia de las torres, entre su habitual Ciudad del Fango y los inquietantes secretos que parecían llamarle dentro.

Entonces pudo verla. A trompicones sobre el barro, la estampa reconfortante de aquella normalidad de la que no quería volverse a desprender, avanzaba hacia él.

Lucía.

Una sonrisa escaló desde sus adentros y fue a materializarse en la cara de Alejandro, endurecida por esta vida extraña que les había tocado vivir, en La Ciudad del Fango.

Una vida en la que un paquete de azúcar puede ser como el oro, y el oro lodo en los corazones. Un lugar que ya no era suyo, plagado de secretos, sombras y peligros. Unos días de pérdidas, víspera de náh, como decía su amiga.

En La Ciudad del Fango lo eran todo los amigos.

Un leve tirón del brazo sacó a Alejandro de sus pensamientos, Boira le quiso avisar, y entonces, ¡Paf! Lucía perdió pie, y se torció el tobillo.

Parece que mira algo, ¿arriba? ¿Qué hay arriba?

Alejandro llegó hasta ella, y, viéndola dolorida, ofreciéndole su brazo en teatral postura, trató de hacerla reír.

- Vamos, Reina Mora, que no ha sido ná, un traspiés nada más, ¿Puedes andar?, Cógete.

-Qué torpe, chiquillo. ¡Ay! duele un poco. Eh, Alejandro, me alegro de verte. -devolvió la sonrisa salpicada de tibio dolor-. Qué mal rollo este lugar, que mal yuyu.

Se sentó en algún banco, apoyada en su compañero. -Ay. -se frotó el tobillo- Me va a molestá unos díah. A la porra el baile, pero no el cante, jajajaja. 

Echó otro vistazo a los alrededores y a los torreones -Y bueno, qué me cuenta. ¿Has visto l azucah, ¿no? Es decir, que lo ladrone son de ahí dentro o s esconde es ese lugá, ¿no? -Alzó la vista una vez más y después acercó su mejilla a la de Alejandro, cuchicheando.

-He visto algo ahí arriba. Parecía una persona, ha sío un momentín de nah pero estoy segura, no m ha deslumbrao el sol y nah. Alguien que vigila. Hay que llamá a lo demà. 

Un poquito por aquí, un poquito por allá y ¡clac! la puerta se abre. Hoy es un buen día para trabajar con cerraduras. Al empujarla, sale una vaharada apestosa que confirma que ese piso es la fuente del mal olor; un olor desagradable, pero difícil de identificar. ¿Suciedad? ¿Putrefacción? Se parece pero no termina de encajar con ninguna de las dos cosas.  El interior tras la puerta está en penumbra y parece un tanto vacío: sólo veis un suelo y paredes viejos y sucios, sin ningún adorno. Pero hay algo de barro fresco en el suelo, así que no está abandonado.

Para ver más tendréis que entrar. 

El tobillo molesta pero no es grave. Alejandro ayuda a Lucía hasta encontrar un banco, y apoyados a cierta distancia, miráis de nuevo las torres y sus almenas. ¿Qué ha sido eso? Lucía está segura de lo que ha visto. Boira curiosea alrededor del banco sin mucho entusiasmo. 

—¿Dónde he dejado mi linterna?—como no lograba hallarla en el bolso usó la tenue luz del móvil para ver si era barro u otra cosa más desagradable.

—¿Qué hay aquí? De dónde viene ese olor? Señor Ximo, ¿está aquí?

No hay respuesta. Joanot entra, teléfono en mano cual influencer, con Miguel pisándole los talones. El interior de la casa apesta aún más fuerte. Es un olor tan acre que casi se os saltan las lágrimas y empezáis a sentir náuseas. 

Eso y suciedad es todo lo que encontráis al principio. Las persianas están echadas hasta abajo y apenas se ve nada.

Olisqueáis a un lado y a otro, y siguiendo el asalto a vuestras narices atravesáis un par de habitaciones que se revelan desoladoramente vacías a la pequeña luz del móvil: casi no hay muebles, y tampoco apenas enseres más allá de algunas prendas de ropa y botas de trabajo embarradas tiradas descuidadamente sobre el terrazo sucio. ¿Salón? ¿Vestidor? ¿Cuarto de la plancha? Difícil asignar propósito a estos espacios vacíos. Por no haber no hay ni cortinas. La pintura incluso se está empezando a desconchar en algunas zonas. El lugar podría aparecer en una fotografía al lado de la definición de "desangelado" en el diccionario. Y llegáis al final de un pasillo, donde en una casa medio normal estarían los dormitorios. Oler mal, huele todo, pero hay un elemento difícil de definir en este miasma que se intensifica alrededor de la última puerta, cerrada.

Cuando la vais a empujar, vuestros móviles trinan de repente. Son Lucía y Alejandro. El rastro misterioso era una línea de azúcar, descubierta gracias a la perra de Aina, y llevaba al interior del barrio del Carmen, donde se convertía en una masa de huellas sospechosas que continuaban hacia adentro de las que Alejandro ha tomado unas fotos algo confusas antes de salir. Y no sólo eso, sino que Lucía jura que durante un momento vio a alguien en las torres, ¿vigilando?

Tras la puerta, se oye un murmullo vago e incomprensible. 

Joanot mira que ha entrado un mensaje pero no le presta atención aún. Algo le da mala espina sobre lo que sucede allí. Empuja la puerta con el codo del brazo izquierdo mientras sostiene el teléfono alumbrando con la misma mano. La mano derecha aprieta el puño dentro del bolsillo, del mismo modo que lo llevaba siempre que caminaba por lugares desconocidos.

¿De dónde provenían ese olor y ese ruido?

Atravesáis la puerta hedionda. En segundos, vuestros ojos perciben un cuarto casi vacío, con las persianas echadas. Un colchón en medio. Sobre el colchón, una figura oscura. Y como Joanot se estaba moviendo hacia delante, el círculo de luz que llega a la figura y hace que la veáis de golpe con terrible claridad. Se trata de un cuerpo humano desnudo en el estado más repugnante que habéis visto nunca: Tiene la piel negruzca, ennegrecida quién sabe por qué o cómo, y en algunas partes moteada de pústulas supurantes que chorrean sobre el colchón mugriento sin sábanas. Por debajo de ella se le marcan todos los huesos del cuerpo sin un gramo de carne o grasa en medio, como una tela echada sobre un perchero. Por un momento parece un cadáver, pero entonces volvéis a oír el murmullo. Vuelve lentamente su cabeza hacia vosotros, mostrando un rostro anciano pero menos decrépito que el resto de su persona, y abre la boca: -mmshbmmlm...ffff...-parece que le cuesta hablar, lucha por articular palabras- mmnnn...Enriiic? ¿Eeeeres...tú? Es él. Putrefacto, hediondo, nauseabundo, pero reconocéis entonces los rasgos que os describió Aina. Es Ximo "El Pimentoner". ¿Cómo puede haber acabado así?

Desde el banco, enviasteis un mensaje contando lo que habéis descubierto: el rastro, las huellas, la sospecha de que hay alguien vigilando. 

Pero llevan ya un rato sin responder. ¿Estarán tomando cañas?