Partida Rol por web

Sus muñecas le dolían por el dolor que ejercía el hierofante sobre ellas, intentando zafarse sin éxito mientras avanzaba y procurando no trastabillar en el proceso.

Aquél escenario de pesadilla producía más respeto ahora que escuchaba el cántico de primera mano y veía las siluetas borradas entre capuchas, aunque su atención fue directamente buscando a sus compañeras. Sintió un ligero alivio, casi efímero, al verlas todavía vivas, pero no sabía cuánto tiempo duraría esa sensación.

Sin embargo la atención parecía recaer durante unos segundos en ella ante su pregunta. A pesar del miedo, de saber que tal vez podría salvarse, había intentado por todos los medios en privado salvarles aunque eso costara su vida, pero ahora que tenía la decisión ante sus manos pronunciarlo en voz alta era más difícil de lo que pensaba.

Tenía la garganta seca, necesitando pasar su lengua por los labios para poder responder con la convicción y seguridad que perdió tiempo atrás.

No me salvaré a costa de sus vidas. Serán tres.- Miró a Juliette con una triste sonrisa sin saber qué hubiera hecho ella.- Espero que logres la salvación que tanto buscas Walter, realmente lo espero.- Le indicó al hierofante como despedida antes de colocarse junto a las chicas, si así lo requería.

No podía ser peor, al final estábamos allí todas, al menos Eleanor no estaba muerta, aunque a ese paso, todas lo estaríamos... Habíamos topado con una panda de locos que creían en algo más que extraño y estaban dispuestos a sacrificarnos, ¿cómo habíamos podido llegar a aquello? Con lo bien que estaba yo cantando...

No dije, nada, solo intenté atisbar algo a lo que aferrarme para salvar mi vida y la de mis amigas, tenía que poder hacer algo, cualquier cosa...

¿Juliette y Catherine vivas, comisario? Esto no me lo esperaba. Cayeron al mar y las dimos por muertas.

Agazapado con el comisario, temblaba de ganas de salir allí y rescatar a mis compañeras pero no podrían con todos aquellos adpetos ellos dos solos. Quizás pudieran crear una distracción de algún modo para alejar la atención de los locos que allí estaban reunidos de las mujeres y pudieran escapar.

Comisario. Usted tiene más experiencia que yo tratando con elementos trastornados de la sociedad. ¿Alguna idea? ¿Si le disparamos directamente al líder, los demás huirán?

No conocía tanto la naturaleza humana, pero quizás si los adeptos, ovejas de un rebaño, perdían a su líder no supieran qué hacer. Podrían también salir al descubierto y amenzarlos con las armas. Una veintena de hombres podrían controlarse con los dos revólveres que tenían.

Pese a la contundencia de las palabras del Hierofante, Catherine está tan sumamente centrada en sobrevivir que el discurso del sectario le pasa desapercibido.

Empapada y asustada, la mujer se sujeta tan fuerte como puede a los salientes de la pared de la poza mientras presencia como la sustancia negra, tras arrastrar a las profundidades a la desafortunada Annemarie, vuelve a emerger con ganas de cobrarse una nueva víctima. Como si se tratase de una mancha de alquitrán con conciencia, el ser extiende su superficie por vía de centenares de zarcillos de oscuridad que, en pocos minutos, enturbian toda el agua.

No obstante, pese a dominar la situación, parece como si la criatura dudara en lanzarse sobre la anticuaria. Por lo visto, la tenue claridad de una antorcha colocada demasiado cerca de la poza y bajo la que se ha refugiado Catherine es suficiente para ahuyentar a la criatura y evitar que esta se expanda por completo.

Catherine permanece acurrucada en ese rincón de salvación, mientras observa como los zarcillos de negrura del ser se retuercen de dolor cada vez que intentan aferrarse a la piel desnuda de la anticuaria.

La mujer permanece así unos minutos cuando, de repente, vuelve a notar un roce gélido que entumece ligeramente su pie izquierdo y, alarmada, comprende que la criatura ha encontrado otro camino para llegar a ella: bajo el agua.

Eleanor no necesita ver a través de la máscara del Hierofante para saber que, tras la negativa que acaba de protagonizar, su rostro se encuentra descompuesto por la indignación. Sin conseguir controlar la ira, el hombre agarra por el brazo a la mujer y la arroja al suelo.

— Pues que así sea. ¡Lanzadla también a la poza!

Dicho esto, el encapuchado que, minutos antes, trajo presa a Juliette se aproxima al altar y, en vez de seguir las instrucciones dadas, susurra algo al oído del Hierofante. Tras ello, el hombre aguarda temeroso a la respuesta de su líder que, después de pensar unos segundos, lo aparta de su lado con un gesto seco y se dirige a la congregación con voz profunda y desafiante.

— Por lo visto, estas traidoras, este atajo de mentirosas, han traído la ruindad a nuestro lugar más sagrado. Mantengámonos atentos, hermanos, pues es posible que algunos de sus corruptos aliados, aquellos que harán todo lo necesario para evitar que trascendamos — el Hierofante enfatiza sus palabras y, poco a poco, logra enardecer a la muchedumbre que se suma al discurso con gritos y vítores —hayan dado con nuestro hogar. ¡No podemos hacer más que defendernos!

Eleanor yace tendida en el suelo con las piernas llenas de arañazos sanguinolentos mientras la congregación empieza a estar cada vez más inflamada por las palabras del Hierofante. Desde esa posición, la escritora se sorprende al distinguir, entre los ropajes del líder, algo parecido a la vaina de una daga.

La francesa yace dolorida en el suelo mientras observa con espanto como Catherine, un puñado de metros más abajo, se aferra a la pared húmeda de la poza, acechada por aquella cosa parecida al petróleo. Pero el horror que siente la cantante se multiplica cuando el temido Hierofante, culminando su nefasto discurso, las sentencia definitivamente a muerte y, como consecuencia, el fervor de la congregación se extiende ardiente por toda la cámara.

A su lado permanece Rowland MacFie. Este contempla a su líder con una mezcla de orgullo y fanatismo que le mantiene absorto de todo cuanto le rodea. El refulgir insano de sus ojos pone los pelos de punta a Juliette y por ello, procurando evitar cruzar sus miradas, esta entierra la suya en el suelo. Al hacerlo, un leve resplandor a la altura de la cintura del individuo le llama la atención. Por lo visto, el tipo lleva prendida del cinturón la llave de los grilletes que le atenazan las manos.

Con la mirada absorta en los horrores que se suceden en las proximidades del altar, Sutherland contesta a Alfred.

—Todo esto es totalmente diferente a cualquier cosa que haya presenciado antes. Sinceramente, me encuentro abrumado. Jamás imaginé que lo que me explicó mi colega de Dundee tuviera un aspecto semejante.

Finalmente, el inspector logra apartar la mirada de la impía ceremonia y vuelve a guarecerse por completo tras el montículo de rocas.

— Está claro que, antes de que se ahogaran, lograron hacerse con sus amigas y las trajeron hasta aquí. Aunque no entiendo cómo lograron transportarlas a tierra firme tan rápido.

El hombre de poblado bigote inspecciona la pistola con cierto desconsuelo en los ojos.

— En cuanto a lo de pararles los pies, quizás un tiro a su líder logre dispersar a la multitud, pero no estoy seguro. De todos modos, a esta distancia y con tan poca luz sería incapaz de acertar. Deberíamos aproximarnos un poco más.

Sutherland trata por todos los medios de reprimir el nerviosismo que siente. Dejándose llevar por la costumbre, se lleva las manos al bolsillo en busca de un cigarrillo. Casi automáticamente comprende que de esa manera delataría su posición y devuelve el paquete y la cajetilla de cerrillas a la chaqueta.

—Al fin y al cabo, sólo necesitamos ganar tiempo. Los agentes de la comisaría de Dundee deben estar al caer y, cuando ellos lleguen, no creo que tengan dificultades en neutralizar a esta panda de dementes . Nuestro principal objetivo ahora mismo es evitar que sus amigas mueran.

No me gustaba estar allí sin poder hacer nada por las mujeres. Lo que si tenía claro era que si alguna de ellas en algún momento estuviera a punto de morir, actuaría. No sabía las consecuencias que pudiera tener esa actuación, pero no permitiría que aquellos locos se salieran con la suya. Al menos les incomodaría.

-"¡No,oh no!"-murmura aterrada mientras intenta trepar por la pared para alejarse de aquella cosa.De momento poca atención presta a lo que sucede arriba enfrascada como está en salvar su vida.Sus dedos y sus pies buscan con desesperación cualquier saliente o agujero que haya en aquella poza del horror

La escritora emitió un quejido de dolor cuando la tiraron al suelo, intentando buscar la mirada de Walter con súplica para que recapacitara. Tarde, estaba completamente sumido en esa locura que se había adueñado de su psique y actos hasta el punto de que parecía que iba a acabar él mismo con el trabajo al ver el destello de la daga

Se acercó como pudo a Juliette, queriendo permanecer a su lado.

Que así sea.- Apretó la mano de su amiga a pesar de los grilletes, no queriendo soltarla.

Observo bien al que más cerca se encuentra de mí, ¿cómo podría acabar con él? Quizás si conseguía tirarle al agua o algo similar podría crear una distracción y ayudar a mis compañeras, pero... ¿cómo? Resoplo, estoy agotada, tengo la cabeza entumecida pero, daré con algo, estoy segura... Piensa Juliette, piensa...

Noto entonces la mano de Eleanor y respiro un poco más tranquilo, aquel simple gesto había hecho que mis fuerzas se renovasen.

- Estamos juntas en esto, sobreviviremos...

Eleanor es conducida por el sectario que acaba de despachar el Hierofante al filo de la poza y allí, al lado de Juliette, es nuevamente retenida por otro par de cadenas que emergen del agua y se extienden por la pared hasta el borde. Una vez allí, la escritora puede presenciar con todo lujo de detalle y presa de un gran horror como Catherine, un puñado de metros más abajo, se dispone a escalar la empinada y legamosa pared de roca para así librarse del alcance del extraño ser de negrura que intenta apresarla y hundirla en las oscuras aguas.

Tanto Eleanor como Juliette bullen con la lucha de su compañera y, observando cómo esta procura no alejarse de la tenue luz de una antorcha que hay colocada cerca del borde, comprenden que la claridad, y quizás también el calor, es lo único que mantiene a raya a la criatura. Eso junto a que las cadenas que atenazan los brazos de Catherine, pese a estar ancladas en el fondo de la poza, son lo suficientemente largas como para no suponer un obstáculo a sus movimientos, da una pequeña posibilidad a la anticuaria de salir con vida de ese agujero.

Mientras tanto, la congregación, absorta en las palabras de su líder, no parece ser consciente de los intentos de evasión de la anticuaria.

— Hermanos, necesitamos la ayuda de nuestros parientes para evitar que nuestro hogar sea dañado por los pérfidos moradores de la superficie. ¡Repetid conmigo!

El Hierofante alza los brazos y, tras cerrar los ojos, vuelve a entonar el mismo cántico gutural y demoniaco que poco antes había ofrecido a su congregación. No obstante, en esta ocasión, las palabras del líder son pronunciadas con una profundidad vibrante que, en breve, como un torbellino de ardiente fanatismo, logra agenciarse la voluntad de la totalidad de los sectarios. Estos, presos de una energía impía sin igual, son doblegados ante la blasfema plegaria sin poder hacer nada más salvo repetir todas y cada una de las ininteligibles palabras emitidas por el ser enmascarado.

— K’aemn’h kh’rn K’aemn’h kh’r Kaemn’h kh’rmnu. N’ghan-ka fhtagni-kar’n gha’I. V’naa-glyz-zai vnaa­gIy. Zn’a cylth.

Con los pelos de punta, los investigadores reconocen en la intensidad de esa cacofonía demencial el ímpetu de los versos demoniacos que entonaban el capitán Baird y sus marineros antes de que fueran atacados por las horrendas criaturas acuáticas que lograron llevarse a Catherine y Juliette.

Alfred trata de asentar la mente para tomar una decisión adecuada sobre qué hacer, pero los nervios le imposibilitan pensar con claridad. El espectáculo dantesco que tiene lugar al otro lado de la cámara no tarda en captar por completo su atención y, junto a Sutherland, permanece atento a cualquier acción que pueda aprovechar para intervenir y salvar a sus compañeras.

No podemos quedarnos quí plantados sin hacer nada. Debemos distraerlos y evitar que continúen con esto. Yo iré hacia la derecha. Usted intente ir hacia la izquierda. Cuando esté listo, intentaré sorprenderles y enfrentarme al líder. Parece simplemente un hombre. Si consigo empujarle y que caiga el a la poza, la criatura se lo comerá a él.

No me mire así comisario. Si tiene una idea mejor, dígala. Las mujeres están a punto de morir engullidas por esa oscuridad. Además se ha fijado que la criatura teme estar fuera del agua. Cuando ha intentado coger a Catherine. Puede que no pueda vivir fuera del agua y que el aire le resulte venenoso. La criatura no puede salir de la poza, así que aquí arriba estaremos seguros.

Respiré profundamente antes de continuar. No iba a esperar una respuesta del comisario. Había que actuar rápido.

Cuando yo salga a por él, usted dispare su arma a donde pueda. Intente acertarle a uno de ellos. Si se piensan que han sido rodeados se dispersaran. Saben que han sido descubiertos y si creen que hay más gente a parte de mi que salgo a por ellos a lo mejor se asustan y se van.

Le ofrecí la mano al comisario.

Deséeme suerte comisario.

Y salí a hurtadillas hacia la derecha intentando acercarme lo máximo posible.

¡Catherine! – Ahora que estaba cerca de la poza y podía ver a los ojos de la profundidad que allí moraba, esperando su fatídico final, se percató de que todavía quedaba alguien luchando por unos segundos más de vida. La anticuaria a la que había perdido anteriormente de vista trepaba como podía por las paredes rocosas, haciendo que Eleanor tirara de sus cadenas con la intención de querer ayudarla aunque, ni siquiera estirando la mano, creía que podía llegar.- ¡Aguanta, Catherine!

De nuevo los cánticos que ponían su piel de gallina resonando por el lugar. Piensa, Eleanor, piensa. Miró a todos lados, desde la zona en la que estaban hasta el techo, paredes rocosas o el fondo de la fosa buscando algo que pudiera usar para salvar a su amiga. Fue en este momento cuando se percató de que la luz que emitía una antorcha funcionaba temporalmente como refugio a la anticuaria, alejando a la criatura que allí moraba con intención de devorarla.

Juliette, la luz es la clave.- Buscó con la mirada a su alrededor cualquier foco de luz, desde una linterna, antorcha o vela cercana y, si podía, tirarla a la fosa. Cualquier cosa menos la antorcha que protegía a la anticuaria, por supuesto.

- ¡Te salvaremos! ¡Ten cuidado! ¡Resiste! - añado a los gritos de ánimo de Eleanor.

Me había dado cuenta de lo que me decía, nuestra salvación era la luz, parecía que huían de ella, así que tenía que encontrar algo que nos ayudase, un foco de luz, para espantarlos y salvar nuestras vidas, teníamos que hacerlo, teníamos que sobrevivir ante aquella situación. Aunque no podía evitar que los escalofríos recorriesen mi cuerpo, estábamos metidas en algo que a mí, particularmente, me sobrepasaba.

A pesar de que las palabras del Hierofante llegan hasta ella Catherine sigue enfrascada en su lucha por salir de allí y que aquella cosa no la alcancé por lo que sus manos buscan con desesperación cualquier agarre que encuentre.

Al escuchar  sus amigas dándole ánimos la mujer mira hacia arriba mientras un sonido impotente sale de su garganta pero aquella mirada le hace darse cuenta de algo: las cadenas que ascienden quizás puedan servirle de algo

-"¡Eleaaanor!¡Juliette!"-medio gritamedio solloza mientras sus uñas arañan la superficie rocosa.No se ha apartado de la luz pero aquel ser se acerca por debajo por lo que la anticuario ve su fin cerca,muy cerca 

Sutherland mira con cara extrañada a Alfred cuando este le habla sobre su hipótesis sobre el punto débil de la diabólica criatura y le propone un plan, a oídos del agente sin pies ni cabeza, para salvar a las tres mujeres. Poco a poco, su ceño se frunce y no tarda en reprobar las palabras de Alfred.

— ¿Pero qué diablos dice? ¿Es que ahora va a resultar que es un experto conocedor del comportamiento de — el bigotudo trata de hallar la palabra adecuada, pero, tras no conseguirlo, estalla — cosas como esa?

Por suerte, la salida de tono del inspector queda engullida por el ensordecedor canto de los encapuchados. Tras unos segundos recapacitando, finalmente, Sutherland, sin poder reprimir una profunda mirada de resignación, asiente ligeramente.

— Está bien. Haremos lo que usted dice. Yo iré por la izquierda. Cuando crea tener una buena posición, dispararé al blanco más cercano. Mientras, usted haga lo que considere — con un ligero movimiento de dedos, el hombre se santigua—. Y que sea lo que Dios quiera.

Antes de salir de su escondite, la pareja no puede reprimir un repentino helor. Poco a poco, ante sus ojos, una neblina empieza a arremolinarse entre las rocas y a expandirse por el suelo de la gran cámara.