Partida Rol por web

Cuando activaron la palanca se escuchó un chirrido y después un crujido que resonó por toda la sala. Por un segundo los enanos pensaron que la plataforma caería al vacío sin remedio. Sin embargo la estructura comenzó a descender lentamente hacia la oscuridad...

El descenso se hacía pesado y agobiante mientras la oscuridad les rodeaba. Pasaban los minutos y continuaban descendiendo hacia las entrañas de la mina. Entonces escucharon una voz, como si hubiese hablado un sexto compañero.

- Bajad, bajad y purificaos-dijo una voz tenebrosa que no se sabía de donde salía.

Entonces las paredes de roca se ampliaron a su alrededor. Acaban de entrar en una enorme sala. Una catedral de piedra subterránea, excavada en la roca de la montaña. Bajaban desde el techo, de unos 20 pies de altura, sobre un suelo rocoso labrado con símbolos religiosos y runas enanas. Cuatro poleas de hierro servían como guías para el cubo de mineral y lo mantenían en su sitio mientras descendía a la mina. En el muro este de la caverna se encontraba la entrada a un túnel que desaparecía en la oscuridad. Pero delante de este túnel, mucho más cerca de la entrada de la mina se alzaba un altar de piedra, adornado con velas rojas que titilaban por el viento subterráneo.

—No os preocupéis por el chirrido, es normal, este elevador lleva probablemente muchísimo tiempo sin usarse. Hilda y yo hemos revisado la grúa concienzudamente, llegaremos abajo sin problemas... —dijo tranquilizando a los demás— y a una velocidad controlada jaja —bromeó, queriendo decir que no se estamparían contra el fondo del foso.

El descenso fue lento pues el pozo era bastante profundo, pero eventualmente observaron unas luces difusas allí abajo. Alrik, armado con su fiel ballesta, miraba hacia el fondo desde el borde del cubo cuando todos escucharon aquella voz inquietante.

—¿P-pero qué...?

La roca se abrió revelando la sala al fondo del pozo, y pudieron ver un altar, aunque Alrik estaba más ocupado vigilando los alrededores ante la presencia de enemigos, como el que les había hablado.

Ethbel dio un respingo cuando el montacargas pareció fallar. Afortunadamente todo quedó en un susto. No obstante, aunque a la enana se le estaba haciendo eterno, eso no fue lo más siniestro del descenso, sino aquella voz surgida de la oscuridad. Era una invitación que sonaba a canto fúnebre.

-No sé a qué deidad entregaron su suerte, pero no me gusta un pelo-dijo la guerrera observando la construcción que se extendía bajo sus pies.

Era un trabajo magnífico, como bien sabían hacer los enanos, pero tan grande podía ser su belleza como su maldad, si como temía adoraron al dios equivocado.

Bharnus asintió ante las palabras de sus compañeros, si ellos decían que la grúa aguantaría, así sería. Sin ápice de duda se subió al cubo y mantuvo silencio durante el descenso, expectante y alerta.

Aquella voz le dio un escalofrío, pero no le sorprendió escucharla, Hilda ya les había advertido que podría pasar. Inspiró suave y profundo, despejó su mente y apartó la inquietud de su interior.

Cuando descendieron lo suficiente para ver la sala en su totalidad, le volvió a dar otro escalofrío. Un altar con velas que a saber cuánto tiempo llevaban encendidas.

- maldita magia... -gruñó en voz baja mientras observaba el altar, pero no le sonaba. Primera vez que veía ese tipo de construcción y esas runas.

Al ver a Alrik con su ballesta cargada, Bharnus llevó la mano al muslo y agarró uno de los shurikens.

Finalmente, el aparato bajó. Hubo un poco de chirrido y balanceo al principio, pero era normal, había estado demasiado tiempo sin usarse y no había recibido el mantenimiento adecuado. No era nada preocupante, solo la máquina despertando tras un largo sueño. 

Hilda acogió con satisfacción la bajada hacia la oscuridad, se sentía en casa cuanto más profundo y rodeada de roca estuviese. Lo que no le gustó tanto fue la voz tenebrosa que surgió de no se sabía dónde. No estaban ciegos, claro, ya que todo enano ve perfectamente incluso en la oscuridad más negra, aunque sea solo en blanco y negro, pero aún así no se sabía quién había hablado. 

Hilda agarró el martillo con fuerza. Las runas del arma refulgieron levemente. 

-Recordad, hermanos. Mente cerrada. Como una fortaleza. En la oscuridad, seguid solo la luz de Moradin. 

Hilda inspeccionó como los demás el altar, pero no reconoció los símbolos ni su construcción. Sin embargo, estaba segura de que no era de Moradin. 

-Cuidado ahora-dijo. Los enanos comenzaron a preparar sus armas, pero Hilda no soltó el martillo ni hizo ademán de ir a coger su ballesta. No se enfrentaba a un enemigo normal y no emplearía armas normales. 

Fuera la que fuera aquella extraña y desconocida deidad a la que se habían entregado los enanos de aquella mina era oscura y malvada pero a ninguno de ellos le sonaba de nada. No recordaban ningún dios enano como aquel. 

De pronto se escuchó un sonido fuerte y una de las cadenas salió disparada, serpentando y golpeando una de las paredes. Eso hizo desestabilizarse el cubo donde iban metidos los cinco enanos.

-¡Cuidado!-gritó Okkar que trataba de agarrarse a algo sin mucho éxito. 

Al momento por el propio peso otro de los cabrestantes cedió y ya sin ese segundo apoyo el cubo cayó hacia abajo y los enanos con él.

De pronto, en la oscuridad de la caverna, Hilda se tensó cuando escuchó un sonido que bien conocía pero que no quería oír: el del metal quebrándose. Una de las cadenas que ataban el cubo se soltó restallando como un látigo, y Hilda rápidamente se lanzó con Bharnus para hacer contrapeso, pero era tarde. 

-Mierda, ¡Agarraos!

Hilda saltó y se aferró al borde del cubo, lo que le permitió reducir el golpe de la caída por completo y evitar acabar rodando por el suelo. Saltó a tierra y se giró hacia sus compañeros. 

-¿Estáis bien?

Aquello no era bueno. Esas cadenas deberían haber aguantado, estaban bien cuando las revisaron. Si habían fallado, o estaban saboteadas a propósito por alguien muy hábil, o había sido cosa de magia. Ninguna de las dos opciones le gustaba. 

En el momento que la cadena se soltó y el cubo empezó a desestabilizarse, Bharnus se dirigió hacia el borde opuesto para hacer contrapeso pero antes de que pudiera llegar el cubo perdió otro punto de apoyo y se precipitó con ellos dentro. 

El monje aprovechó la inercia para saltar de la plataforma y aterrizar ágilmente en el suelo dando una voltereta. No tan ágil como le hubiera gustado, pues notaba el dolor del impacto en el costado. Se incorporó como un rayo y fue a ayudar a sus compañeros.

Ethbel se temió lo peor cuando el primer enganche se soltó de su sitio. En pocos segundos se confirmó el desastre, y notó cómo su pesado cuerpo caía irremediablemente junto al transporte y los demás.

Tras el estruendoso accidente, la guerrera se incorporó torpemente entre toses. Vio a Bharnus acercarse para comprobar si estaban bien, y ella hizo lo propio.

Alrik vio una esquirla de metal pasar ante sus ojos cuando la primera cadena cedió, con un sonoro chasquido.

—No puede ser, las hemos comprobado.

Instintivamente agarró otra de las cadenas, preparado para rociarla con un aceite endurecedor de su invención¹ en cuanto apreciara el más mínimo resquebraje en cualquiera de sus anillos, pero fue otra de las cadenas la que se rompió por la tensión. Afortunadamente, el estar agarrado le permitió evitar la caída y llegar al suelo sin percances unos segundos después que sus compañeros.

—Yo perfectamente —se dirigió a Hilda, que por su mirada pensaba lo mismo que él—. Esto no ha sido accidental...

El cubo cayó unos 6 metros y golpeo el suelo con gran estruendo. Por suerte los enanos lograron saltar de él a tiempo, agarrándose a uno de los bordes o a alguna de las cadenas que lo sujetaban para no golpearse fuertemente y solo sufrieron algunos rasguños y contusiones leves. 

-¿Estáis bien?-preguntó Okkar desenfundando su hacha y mirando a su alrededor. La sala se iluminaba levemente por las velas del siniuestro altar pero mas allá, en el tunel de la mina la oscuridad eran tan profunda que parecía que fuera a engullirlos-. Estoy de acuerdo, yo tampoco creo que esto haya sido un accidente...

Alrik desplegó de nuevo su tortuga mecánica, que había recogido para bajar en el cubo y la mandó hacia la entrada del túnel que se abría ante ellos. Mientras tanto, inspeccionó el altar durante unos momentos, tras los cuales simplemente dijo:

—Bueno, parece que tendremos que seguir adelante...

Ethbel gruñó. Por suerte, el daño había sido mínimo, pero eso no calmaba su enfado.

-Pues si no ha sido un accidente, el responsable pagará por ello.

Maza en mano, la guerrera avanzó hacia la boca del túnel. Cuando el resto de sus compañeros estuviesen listos, comenzaría a adentrarse por él.

Suspiró aliviado al ver que la caída no había atrapado a nadie bajo el cubo metálico. Cuando se hubieron incorporado, observó a su alrededor. La tenue luz de las velas no le aportaba nada de seguridad. Sacó 2 antorchas de su mochila.

Con un chasquido de dedos, encendió una de ellas y la dejó en el centro de la estancia, cercana al cubo. Se acercó al altar y con otro chasquido de dedos encendió la segunda antorcha. La usó para fijarse mejor en el altar, ahora que estaban cerca, en busca de pistas sobre esa deidad.

Dejó la antorcha en el suelo cerca del altar, con la esperanza de que las 2 antorchas dejaran la estancia más iluminada, por si acaso.

Al acercarse los enanos hacia el altar la manga del artífice comenzó a arder con un fuego verde. Consiguió apagarlo antes de que fuera a más pero había logrado quemarle parte de la ropa y llegar a la piel causándole quemaduras en el brazo derecho. 

Una risa resonó por la caverna y al girarse  pudieron ver que, por la zona del cubo a sus espaldas, avanzaban hacia ellos 3 larvas asquerosas cuyas fauces chasqueaban mientras avanzaban hacia los enanos. 

Ethbel caminaba en dirección hacia la boca del túnel cuando escuchó aquella risa sobrecogedora. Esos tres repugnantes seres que habían aparecido de repente no parecían precisamente amigables. Sus dedos se aferraron a la maza, preparada para combatir.

Bharnus se asustó cuando la manga de Alrik prendió en llamas verdes. Ayudó al enano a apagar el fuego, pero no evitaron que quedaran quemaduras. Al escuchar la risa, el monje se giró como un resorte para ver con horror más bichejos feos.

Hilda iba a advertir a todos que no tocasen el altar, pero no fue necesario. Tan solo con acercarse a él, la ropa de Alrik empezó a arder con un fuego nada natural. Hilda odiaba toda clase de fuego sucio e impío que no fuese el limpio fuego carmesí de la forja de su señor, y ayudó a extinguir las llamas, aunque sin poder evitar que quemaran al artífice. 

-Venid, tal vez sea hora de usar una curación en grupo...-empezó a decir, pero en ese momento, varias asquerosas larvas salieron por el túnel. Hilda agarró el martillo. La curación iba a tener que esperar. 

Cuando Alrik se aproximó al altar pudo ver cómo un chisporroteo salió disparado de una de las velas directo hacia él, y al cubrirse con el brazo, la tela de su camisa empezó a arder con un fuego verde, como si se tratara de una llama prendida sobre ácido bórico, pero estaba claro que aquello no era producto de la química sino de la magia.

—¡Agh! Maldición...

Lo que tardó en apagar el fuego, incluso con ayuda de sus compañeros, atestiguaba del origen mágico de aquellas llamas. Tenía el brazo quemado y dolorido, y ni siquiera tenía tiempo para ponerse una cataplasma que le aliviara la quemazón, pues acompañados de una risa maligna, tres seres decrépitos habían aparecido a la espalda del grupo.