Partida Rol por web

Toma el agua que le ofrece Galvor. No es que esté especialmente sedienta, pero con los nervios y la carrera se le ha quedado la garganta seca. Se queda sentada en la misma posición en la que se ha quedado y no deja de pensar en todo lo que ha pasado. Quizá ahora estén "seguros" en ese lugar, pero quizá esos hombres decidan adentrarse en el bosque para buscar a las que han logrado escapar o a ella, si ha sido la única.

El tiempo pasa lentamente para ambos.

Cuando pasa un tiempo prudencial, Galvor se asoma de nuevo a la entrada de la cueva. Más vale que no haya nadie mirando en esa dirección, pero tienen que arriesgarse. No es que a él le importe demasiado, y menos ahora... pero tampoco pueden dejar a su suerte a los posibles supervivientes.

Se vuelve hacia Miranna.

- Voy a salir para ver si encuentro a alguien más -dice-. Tú, quédate aquí y no hagas ruido... procura descansar un poco.

La joven asiente y se queda en el mismo lugar en el que se ha sentado... lleva ahí desde que han llegado y parece que no tenga mucha intención de moverse del sitio, pero la verdad es que tiene algo de frío y, aunque el sol aun no haya abandonado el cielo, en la cueva no es que haga precisamente calor. Con las pieles donde se ha sentado, se tapa y espera a que Galvor regrese.

Galvor se encuentra con un bosque tranquilo, no tiene esa sensación extraña de esa mañana y no parece que haya ningún peligro en su interior. Si alguien perseguía a Miranna, ahora ya no está allí. El camino solo muestra sus pisadas y no hay ninguna roca fuera de lugar.

Aun se puede oler el humo de unas llamas hace tiempo apagadas y convertidas en ascuas y poco a poco en cenizas, pero no es tan fuerte como antes. Solo puede escuchar los sonidos normales de los animales y de la brisa acariciando las ramas de los árboles.

Galvor se asegura de que no haya nadie cerca, no le conviene tener un encontronazo nada más salir de la cueva. Después se cubre con la maleza. decide avanzar poco a poco hacia el pueblo, o lo que quede de él, muy atento a posibles ruidos o movimientos extraños.

Aunque en la aldea le conocen, tiene que tener cuidado para no asustar a los posibles supervivientes. Esto sería tan sencillo si tuviera sus poderes... pero no es momento para pensar en eso, así que simplemente se pone en marcha.

Del pueblo solo queda la sombra de lo que fue. Las estructuras de las casas, calcinadas, el suelo manchado de la sangre de los inocentes y en el centro del pueblo una mira que aun arde entre cuyas lenguas de fuego se pueden apreciar los cuerpos de los hombres. 

Los cuerpos de las mujeres no se encuentran en la plaza, al menos por la visión horrenda que tiene frente a sus ojos. La ceniza de la madera calcinada mancha su ropa, su cuerpo, todo él y el rancio olor de la carne humana quemada inunda sus fosas nasales, quedándose en ellas y clavándose en su cerebro, pareciendo no querer desaparecer nunca más de su nueva morada.

Un poco más allá alejándose un poco del pueblo por el camino, pero sólo a unos metros, los cuerpos desnudos y violados de las mujeres yacen en el suelo, ya sin vida y con su líquido vital alimentando la tierra y los campos de alrededor. No hay ni una sola alma viva en aquel lugar...

Y, ¿los niños? Ni rastro de los más pequeños.

Galvor se queda horrorizado ante el dantesco espectáculo del que es testigo al llegar a la aldea. ¿Quién demonios puede haber hecho algo así? Está claro que esta gente ha sido víctima de un ataque premeditado... pero ya es tarde para ayudarles.

Se asegura primero de que no hay enemigos ya en el lugar, y después, casa por casa, va buscando a alguien que pueda quedar con vida, o alguna pista de quién puede ser el autor de la matanza.

En el pueblo no hay nadie, no se escucha nada, salvo el crepitar de las llamas. Caminando por las calles, llega a la casa del consejo y en la fachada principal aparece un dibujo pintado con sangre que representa una gran llama. Le suena haber visto ese símbolo en algún sitio durante esos viajes... pero seguramente en esos momentos, debido a la situación, no recuerda.

Galvor se esfuerza por grabar ese detalle en su memoria. Puede que le sea de utilidad en algún momento...

Sin embargo, por lo pronto, en la aldea no parece haber nadie. El viaje ha sido en balde, y Miranna está sola en la cueva. Tras chistar frustrado por la situación, se da la vuelta y se decide a volver junto a ella. Aquí no queda nada que pueda hacer...

Esta dormida en el suelo, con las pieles echadas por encima pues en la cueva hace frío y el sol comienza a ponerse a esas horas de la tarde. Se la ve cansada, no por la carrera que ha tenido que hacer por el bosque para llegar hasta el hombre y huir de esas bestias que se hacen llamar humanos, más bien por lo que ha vivido, el estrés mental al que ha sido sometida y el sabe que es muy posible que nunca vuelva a ver a su familia y a nadie del pueblo.

En sus mejillas se notan el rastro de las lágrimas.

Despacio, para no despertar a Miranna, Galvor se pone a preparar un frugal desayuno. A la chica le vendrá bien tomar algo, aunque seguramente no tenga muchas ganas...

¿Qué pueden hacer ahora? Galvor no ha visto su situación muy cambiada, aunque tal vez estará algo falto de provisiones a partir de ahora... pero la muchacha no tiene nada. En cuanto se despierte, tendrán que tratar el tema.

Se comienza a despertar porque escucha ruidos en la cueva y al darse cuenta de eso se levanta asustada pensando que puede ser alguien que no debería estar ahí, quizá uno de esos hombres que atacaron la aldea al amanecer. Al ver que es Galvor, de espaldas a ella, se tranquiliza un poco y se sienta en el suelo, aun con las mantas por encima. Las noches en la montaña son frías, por mucho que estén en verano.

Galvor se vuelve al comprobar que Miranna está despierta, y luego le acerca un tazón con calma para no sobresaltarla. Seguramente debe estar hecha un manojo de nervios todavía...

- Ten -dice-. Aprovecha que está caliente.

Luego espera a que Miranna se tome la sopa y se sienta frente a ella, comprobando que no tenga fiebre. La lumbre y las pieles deberían abrigarlos, pero no tanto como la casa a la que la joven sin duda está acostumbrada.

- ¿Cómo te sientes? -pregunta el ex-hechicero.

Coge el tazón de sopa que le tiende Galvor y se calienta las manos. Le da un sorbo a la sopa para calentarse por dentro... tiene frío y, aunque las pieles mantienen un poco el calor de su cuerpo, la ropa que lleva no es adecuada para la noche y tampoco para estar en una cueva... pero no se queja... al fin y al cabo, Galvor la ha acogido en su morada.

-Cansada... y con frío... y mal porque yo he huido y ellos se han quedado allí...

Galvor se queda en silencio unos instantes. Entiende que la chica se sienta mal por eso, y no conseguirá aliviar su pesar con palabras vacías. Además... no es demasiado bueno consolando.

- ¿Qué vas a hacer ahora? -pregunta-. El pueblo está destruido y no he podido encontrar a nadie...

¿Es que no quiere que ella se quede ahí? Eso es lo que parece que dice con su pregunta... seguramente ni se ha planteado dejar que ella se quede ahí, con alguien a quien conoce... ni si quiera alguien como Galvor quiere que esté ahí. Deja el cuenco en el suelo, se abraza las piernas y apoya la frente en las rodillas.

-Supongo... supongo que me marcharé... no tengo ningún sitio en el que quedarme.

Galvor intuye inmediatamente los pensamientos de Miranna. No es su intención echarla, por supuesto... pero no está acostumbrado a que haya nadie allí, y además puede ser peligroso.

Sin embargo, está claro que será mucho más arriesgado que se marche sola y trate de buscarse la vida por su cuenta. El ex-hechicero piensa durante unos momentos y después habla tras aclararse un poco la garganta.

- Bueno... puedes quedarte aquí, claro -le dice para tranquilizarla-. Aquí estarás a salvo, al menos un tiempo. Pero no creo que sea lo más conveniente para ti. Tienes que seguir adelante, encontrar un nuevo lugar. Tú no te mereces ser una ermitaña como lo soy yo. No es algo nada agradable para una jovencita...

Mira hacia la salida de la cueva, y luego de nuevo a la chica.

- Puedes quedarte tanto como quieras -la reconforta, poniendole una mano en el hombro-. Luego... si decides buscar una nueva vida... puedo acompañarte hasta que encuentres un lugar donde puedas estar. Ya no tengo mis poderes, pero... supongo que aún podré serte de alguna ayuda. ¿Qué te parece?

Levanta un poco la cabeza para mirar a Galvor. Es muy amable por su parte que deje que se quede en la cueva con él, a pesar de saber que prefiere estar solo y vivir sin tener que cuidar de alguien más... seguro que es una carga para él pues ahora en lugar de conseguir alimento para uno, tendrá que hacerlo para dos.

-Gracias... ayudaré en lo que pueda...

Quizá debería marcharse esa noche para que Galvor no tenga que cuidar de ella hasta que encuentre un nuevo sitio... no es algo que él merezca.

Aunque Galvor no es muy dado a sonreír, en esa ocasión no puede evitar alzar un poco las comisuras de los labios. Miranna es una buena chica, y el ex-hechicero se sorprende de sentirse realmente apenado por ella. Le aprieta un poco el hombro en un gesto para consolarla y asiente.

- No te preocupes, todo irá bien aquí -dice-. Luego, cuando te sientas lista, saldremos y buscaremos un nuevo lugar.

Los caminos no son seguros... pero siendo únicamente dos, y con el conocimiento que tiene Galvor de la naturaleza, lo más seguro es que logren pasar desapercibidos. Al menos hasta llegar al siguiente pueblo o ciudad. Allí Miranna podrá encontrar algún trabajo y un lugar donde quedarse.

¿Quién sabe? Quizá incluso él aprenda o descubra algo interesante.

- Terminemos la cena. Ya pensaremos mañana...

Tras acabar la cena y avivar el fuego ambos se acuestan para dormir. Miranna se acerca más al fuego pues no está acostumbrada a dormir en un lugar como ése y siente que el frío de la noche se le cala hasta los huesos. En el exterior de la cueva todo está dormido... y la luna ilumina la tierra desde su posición privilegiada en el cielo estrellado.

Los contornos del sueño se difuminan en la mente de Galvor y van cambiando poco a poco para tornarse más reales. La brisa acaricia su piel y mece la tela de su ropa. Frente a él, iluminada solo por una enorme luna, se alza una puerta de blanco mármol, tan grande que por ella podrían pasar 2 gigantes. La luz de la luna hace brillar en el mármol, con destellos plateados, las runas que cuentan la historia de lo que se esconde detrás de las hojas descomunales. Más allá de la puerta, se pueden apreciar las planicies nevadas del norte, cuya nieve tiene un color azulado gracias a la luz del satélite.

Ignorante de que está en realidad en un sueño, Galvor se aproxima a la enorme puerta. Se siente en la necesidad de leer lo que hay escrito en aquellas enormes puertas, de saber qué es lo que guardan.

- ¿Por qué estoy aquí...? -piensa durante un momento fugaz, pero enseguida deshecha eso. Lo importante es llegar hasta la puerta y leer lo que está escrito en ella.