Partida Rol por web

Jerry vio como Saltonstall se abalanzaba sobre el relieve por el rabillo del ojo. Debía hacer algo para evitar que Orem se lanzase contra su compañero, por lo que levantó su arma y volvió a apretar el gatillo. Esta vez lo tenía muy cerca y no podía fallar. Apuntó directamente a la cabeza.

—¡Intenta recuperarte de esto, mutante hijo de puta!*

Orem recibió el primer disparo, el de Taylor, con una sonrisa sádica en los labios. Ni siquiera parecía afectado por el dolor. Alzó la espada y le señaló amenazante, como advirtiéndole que la próxima vez no fallaría y le atravesaría con su arma. Pero Thomson le descerrajó un disparo en mitad de la frente que provocó que medio cerebro del menor de los van Schaen manchara de rojo la pared situada tras él, justo donde había vuelto a aparecer.

El cuerpo de Orem se tambaleó un instante y después cayó al suelo con todo su peso. Siguieron apuntándole pero esta vez daba la impresión de que ya no se iba a volver a levantar. Aún así, en el rostro de Orem se mantenía congelada aquella sonrisa que tan malas sensaciones les había dado desde que le habían visto por fin la cara. Una sonrisa que les recordaba lo peor de la condición humana, todas las miserias que habían visto en los Flats y en el Run, la horrorosa muerte de Willie el Manco y todas las extrañas situaciones en las que se habían visto envueltos desde entonces.

Saltonstall había ido a por la piedra roja mientras los demás se encargaban de Orem, aprovechando que su desaparición le había dejado vía libre. Cuando se acercó a la piedra dispuesto a taparla, le dio la sensación de que las figuras del relieve se giraban hacia él. Antes de que la lograra cubrir con el abrigo, las cabezas de perro de uno de los monstruos dieron la impresión de lanzarse a atacar su mano, por lo que Saltonstall se alejó tras echar el abrigo por encima de la piedra. Respiró aliviado al ver que la tela se mantenía intacta sobre la piedra roja y nada salía de debajo. Solo había sido otro maldito espejismo.

Leverett retrocedió apartando la vista del relieve a tiempo de ver que Orem se había desplomado sobre el suelo. Cuando volvió la vista al relieve, vio que su abrigo lo tapaba y nada más salía de él. Parecía que aquello solo había sido otro espejismo provocado por aquella infernal escultura. No sabía en realidad, si había tenido algo que ver el cubrir el relieve con el desfallecimiento del hermano loco de los Van Schaem o si simplemente, había sucumbido ante los disparos de Thompson. Es posible que su poder fuese limitado, aunque por su actitud, no lo pareciese. 

En todo caso, se apresuró a darle una patada a la espada para alejarla de su cuerpo y buscó algún tipo de cuerda o cosa parecida. En realidad, se le había ocurrido que sería bueno llevar unas esposas por si llegado el caso, tuvieran que atraparlo pero no recordaba si finalmente las había cogido. Rebuscó en sus bolsillos*

Leverett encontró las esposas en sus bolsillos y tomó los brazos inertes de Orem para colocárselas por si acaso le daba por volver de entre los muertos. Por si acaso, Saltonstall hizo algunas comprobaciones pero no le encontró el pulso ni vio que respirara, al contrario, la sangre manaba de las heridas de bala abiertas por sus compañeros sin que se curaran como habían hecho las primeras que impactaron en él. Era posible que el poder de Orem fuera limitado al fin y al cabo. El grupo se permitió un pequeño respiro y se miraron con sonrisas de alivio. Habían logrado poner fin a aquel asunto, habían terminado descubriendo la identidad del infame Carnicero y poniendo fin a sus acciones.

Pero entonces escucharon como algo se movía junto a la mesa en la que había estado trabajando Orem cuando ellos llegaron. Un ser; un extraño ser, se puso en pie allí en las sombras. Estaba compuesto por los trozos desaparecidos de las diferentes víctimas de Orem y presentaba nada menos que seis cabezas. Dichas cabezas del monstruo se extendían sujetas sobre tallos casi materiales a partir de la zona intermedia de su torso. Parecía un enorme cuerpo de pez fabricado cosiendo piel y miembros humanos. Las cabezas eran de seis de las víctimas del Carnicero, y pudieron reconocer a alguna de ellas por las fotografías, como la de Flo Polillo que les miraba amenazante.

Al mismo tiempo, el edificio entero comenzó a agitarse. Un fuerte temblor les obligó a sujetarse a lo que tenían más cerca. Los ladrillos del robusto techo temblaban dejando caer polvo sobre ellos. Un rumor de agua cayendo como una cascada empezó a sonar a su alrededor.

Podía prepararse para muchas cosas, pero aquello se salía de madre. No tenía sentido ninguno, aquella carne muerta unida y palpitando con una vida ajena a todo lo conocido. Observaba todo con la boca abierta, preguntándose si había perdido la razón o simplemente estaba soñando, pues nada de todo eso tenía sentido. Sólo acertó a persignarse y, en un último intento de salvaguardar la cordura que le hacía ser quien era, optó por lo único que sí podía servir para algo...

-¡Vámonos de aquí! -gritó, en un agudo chillido que no reconoció como su propia voz, al tiempo que se giraba y emprendía carrera hacia cualquier sitio. La única intención era alejarse de aquel monstruo imposible.
Sí, era posible que aquel lugar estuviera infestado con algún tipo de químico alucinógeno, y como no llevaban protección de ningún tipo seguramente al inhalar los gases divagarían con la resolución del caso. Estaba seguro de que era eso, no cabía duda alguna. No existía ninguna otra explicación y además era totalmente lógico.

Leverett miró un momento al techo con preocupación para luego mirar a Orem, que a todas luces parecía muerto. 

La situación no daba para pensársela mucho así que simplemente, temiéndose un derrumbe inminente, echó a correr desandando sus pasos hasta la entrada. 

Aunque Thomson solía hacer caso omiso de la policía cuando le convenía hurgar en un caso especialmente jugoso, ante la visión de aquel ser de pesadilla no se lo pensó dos veces a la hora de obedecer sin rechistar a su compañero Taylor.

Notó cómo se le erizaba el vello de todo el cuerpo. El hedor hizo que los ojos se le empañasen de lágrimas y el corazón parecía a punto de salírsele del pecho. Tuvo que luchar unos segundos consigo mismo para lograr que sus piernas siguiesen el ejemplo de las de sus compañeros, pero al final logró poner pies en polvorosa.

Ni siquiera se planteó sacar su pistola. Tenían a Orem, pero con un monstruo por noche les bastaba.

Todos coincidieron en que lo mejor era huir del horror que se acababa de desatar en el laboratorio de Orem. Poner distancia con aquel lugar y salir cuanto antes de allí, pero la criatura no pensaba ponérselo fácil y dejarles ir sin más. De pronto, una de las cabezas cosidas al cuerpo de aquella abominación abrió la boca y sus mandíbulas adquirieron un aspecto canino horriblemente alargado, como si alguna fuerza externa las estuviera deformando a la vez que las manejaba como marionetas. La mandíbula chasqueó a la espalda de Saltonstall, estando a punto de atraparle entre sus horripilantes fauces.

Taylor, que iba el primero, se detuvo en seco cuando llegó a la puerta del laboratorio de Orem. Allí fuera, el suelo se había llenado de agua hasta las rodillas y un enorme remolino engullía los muebles de la estación que flotaban en círculo hasta su centro. Al mismo tiempo, el techo de la estación también giraba pero de una forma algo distinta. Los azulejos del techo adquirían patrones espirales simétricos como si fueran un reflejo del remolino de abajo. Entendieron entonces que aquellas dos criaturas horribles eran Escila y Caribdis. La primera, el monstruo con las cabezas de seis perros que Orem había reconstruido con los cuerpos de sus víctimas y dado vida de alguna manera que no alcanzaban siquiera a imaginar; y el segundo, el remolino que había estado a punto de cobrarse la vida de Odiseo y que había engullido su barco.

Con aquella macabra versión de Scilla apunto de abalanzarse sobre él y Caribdis cortándole el paso por el pasillo, Leverett palideción de puro terror. Casi podía sentir las fauces de las diferentes cabezas arrancándole la carne. La urgencia le obligó a pensar rápido.

Entre Scilla y Caribdis...

Recordó las palabras del profesor ¿Cómo había conseguido Odiseo evitar ser devorado por ambas criaturas? El profesor le había dicho que Circe habría advertido a Odiseo que navegase más cerca de Escila que de Caribdis, pues si bien el primero mataría a seis de sus hombre, el otro destruiría todo el barco. Finalmente Odiseo se salvaría agarrándose a una higuera que creía por encima del remolino. Pensó entonces que debía encontrar alguna forma de trepar para alejarse de las fauces de la criatura. Con el camino cortado por Caribdis, no le quedaba más remedio que intentarlo, aunque no necesitaba que nadie le explicase que él no era Odiseo ni contaba con su extraordinaria fuerza física. 

Jerry empezaba a entender la expresión que siempre escribía su compañero en las columnas de política: "de Guatemala a Guatepeor". Aunque esta vez hubiese preferido que en vez de dos abominaciones creadas por un maníaco homicida se tratase de la enésima ocurrencia del partido republicano.

—La madre que me parió —fue lo único que se sintió capaz de aportar.

Mientras retrocedía para evitar ser engullido por la criatura, vio a Saltonstall intentando trepar por una de las estanterías. Bueno, el picapleitos parecía saber bastante de estos delirios griegos y no parece haber otra salida. Tal vez lo mejor sea imitarle, pensó al tiempo que se abalanzaba sobre la estantería como si de un salvavidas se tratase.

No se sentía bien. Nada bien. Y por la razón que fuera sus compañeros estaban intentando trepar por las estanterías, y el primero en hacerlo había sido Saltonstall. Quizás ese ratón de biblioteca sabía algo que ellos no, lo ignoraba, pero no podían salir de allí de ningún modo y subir podría ser una posibilidad, no se negaría a ello.
Su cuerpo se puso en marcha más como un resorte que por propia voluntad. No se sentía especialmente diestro para tales maniobras pero lo intentó. A fin de cuentas la puerta estaba cerrada y todo el mobiliario parecía confluir hacia el centro de la estación, ¿qué podía perder? Además supuso que el agua seguiría subiendo de nivel y más pronto que tarde acabarían ahogándose si permanecían allí.

El remolino de Caribdis engullía tanta agua como se filtraba por las paredes y por el techo, con una rapidez tan grande que el nivel de agua apenas llegaba a la altura de las rodillas y no parecía tener intención de crecer mucho más, sin embargo sabían por instinto que si alguno de ellos era engullido por ese remolino no lograrían salir de allí con vida.

Saltonstall intentó trepar por las estanterías para alejarse del remolino, y el resto del grupo le siguió inmediatamente. Thomson subió ágilmente y se colocó en lo alto de la estantería con mucha facilidad. Pero el resto tuvo más problemas para subir. Taylor no llegó a lo alto de la estantería y se quedó colgando de la última repisa cuando su pie tropezó con unos extraños frascos que Orem guardaba allí. El contenido se derramó por la madera de la estantería y la consumió entre vapores.

Saltonstall, por su parte, no fue muy lejos. Una de las cabezas de la criatura se transformó en un hocico de perro del mismo modo que antes y apresó entre sus fauces de colmillos afilados la pierna de Leverett, impidiéndole trepar más alto. Afortunadamente logró librarse rápidamente y sin nada más grave que unos rasguños y un trozo de tela menos en el pantalón. La criatura, entonces, parecía prepararse para un ataque mayor, haciendo uso de todas sus cabezas.

El abogado había tenido que dejar la Piedra Roja en el suelo, ya que sus dimensiones eran demasiado grandes como para trepar la estantería con ella, y porque, a decir verdad, había optado por poner su pellejo a salvo cuanto antes. La chaqueta con la que había cubierto la piedra se había desprendido y dejaba al descubierto el extraño relieve. Todos pudieron ver como la representación allí grabada cambiaba, el remolino representado bajo el barco giraba y la criatura con cabezas de perro se acercaba amenazante lanzando dentelladas hacia los tripulantes, quienes estaban tratando de trepar a los mástiles. De hecho, jurarían que eran sus caras las que aparecían entre los miembros de la horrorizada tripulación.

Leverett siguió intentando trepar por su vida. Cuando la cabeza le aferró, sacudió la pierna consiguiendo liberarla de milagro, aunque en el camino, se llevó una fea herida que ahora sangraba abundantemente. Por fortuna, la adrenalina que recorría todo su cuerpo hacía que apenas notase el dolor. 

Sin embargo, el pánico que le embargaba al verse acosado por una bestia de semejante tamaño, hacía que fuera incapaz de reaccionar debidamente y todo lo que consiguió hacer fue revolverse sin conseguir avanzar más en suinfructífera escalada. 
 

Haciendo lo propio el oficial intentó reanudar su escalada hacia la parte más alta procurando asimismo evitar las dentelladas de esa locura de cabezas imposibles. La suerte había evitado que fuera atacado, pero en su lugar Saltonstall había recibido un mordisco de la criatura. Al tiempo que subía se giró para comprobar que el abogado ascendía con él. Cuando alcanzase la cima intentaría ayudarlo, aunque honestamente consideraba que las probabilidades de salir de allí con vida eran escasas.

Finalmente, Taylor logró subir a lo alto de aquella gruesa estantería de madera en la que ya se encontraba Thomson. Tanto el periodista como él habían logrado ascender a lo alto y ahora tenían que andar encorvados para evitar golpearse con el techo. Sin embargo, Saltsontall, seguía intentando trepar hasta lo alto. El mordisco de la criatura le había ralentizado para poder conseguir ponerse a salvo. Nuevamente volvió a tropezar con unos frascos que derramaron un contenido fulgurante sobre las repisas de la estantería, llegando a dejar un buen boquete en ellas.

Pero ¿realmente estaban a salvo en lo alto de aquella estantería? La criatura pronto les dio la respuesta. En esta ocasión fueron sus seis cabezas, confeccionadas con las víctimas del Carnicero, las que adquirieron la forma canina y lanzaron movidas por alguna extraña fuerza hacia los investigadores. El cuello de la criatura se estiró tanto que no le costó apenas esfuerzo llega hasta donde el periodista y el policía pensaban que estarían a salvo. Saltonstall esquivó la primera de las cabezas de perro que se lanzaban contra él, pero la segunda le clavó los afilados dientes en la pierna de nuevo. El abogado se lograba mantener a duras penas colgado de la estantería.

Thomson logró esquivar también la primera dentellada, pero la otra cabeza logró aferrar las mandíbulas a su brazo y el dolor fue tan punzante que el periodista estuvo a punto de caerse de lo alto. Tuvo que agarrarse al borde de la estantería para no caer. El mordico no había sido tan fuerte en verdad, pero Thomson ya se encontraba algo herido y sin fuelle tras aquella noche de infarto. Pero suerte tuvo si cabe el desdichado Taylor. Las dos cabezas que se dirigieron hacia él mordieron con fuerza y saña, una incluso llegó a desprender un generoso trozo de carne de la espalda del policía.

Abajo, el relieve de la Piedra Roja cambiaba de forma nuevamente como si fuera un espejo de lo que estaba pasando en aquella sala. Dos marineros, con rostros grabados en la piedra con un parecido increíble a Taylor y Thomson, lograban llegar a lo alto fe los mástiles, pero Escila les atacaba con ferocidad. Mientras que un tercer marinero quedaba suspendido a mitad, esquivando las acometidas de otras dos de las cabezas de aquel monstruo.

Leverett aulló esta vez sí, cuando el mordisco de la criatura desgarró su carne sin piedad. Malherido y suspendido en el aire, vio como aquella criatura se ensañaba por igual con sus compañeros que habían sido más diestros que él escalando. Por desgracia, ellos no eran Ulises y aquello no era una oda griega. Observó la piedra roja, como reflejaba los cambios que se iban produciendo, en forma de una alegoría. Desde que la vio pensó que la clave debería estar en ella, pero ¿que podían hacer?

-Thompson, Taylor...quizá...quizá si concentran el fuego en la piedra puedan romperla. Les confieso que es una idea desesperada, pero no se me ocurre nada más. 

Por su parte, todo lo más que pudo hacer es buscar una posición estable desde la cual por lo menos, intentar evitar los ataques de la criatura. 

Si salía de allí pediría unas vacaciones. Unas muy largas...
La espalda le ardía, y el dolor obnubilaba absolutamente todo. Permaneció unos segundos con los ojos cerrados, apretándolos con fuerza, simplemente para tratar de mantenerse consciente. Ya estaba agotado mentalmente, y ahora sufría en su cuerpo la locura de aquel caso. Mordido por cabezas de seis cuellos de una criatura imposible. ¿De verdad aquello no sería un sueño?
Sin embargo esa pregunta carecía de relevancia, la sangre que manaba profusamente de su espalda -que ya notaba húmeda- y el dolor atestiguaban lo contrario.
Oyó la recomendación de Saltonstall como palabras resonando en su cabeza, sin embargo tardó varios segundos en darles forma y que su cerebro fuera capaz de recibir la información. Se giró hacia la habitación, en lo alto de la estantería, observando el dantesco espectáculo...

Se encogió de dolor, encaramado a la estantería como estaba, cuando sufrió la dentellada.

Cuando el olor de su propia sangre le inundó las fosas nasales, Thomson empezó a pensar que no saldrían de allí con vida. Hasta el momento todo parecía producto de una pesadilla. Aquel hedor metálico y los gritos de sus compañeros le devolvieron a la realidad. 

—¡Resistid! ¡No pienso morir así!