Partida Rol por web

Y, Quycus, querido... ¿Quién dice que eso no sea precisamente lo que queramos?. Aún no lo sabemos, y creo que a este paso, no lo averiguaré ni aunque tuviese la sabiduría de millones de patoconejos meditando bajo un roble... -Dicho esto a nadie en particular, miro al chico, para decir- Venga, no tenemos nada más que hacer aquí. Es el momento de que sigamos haciendo eso que estabamos haciendo.

Tras decir esto, me quedo unos instantes pensativo. ¿Que estabamos haciendo?. Creo que iba hacia algún lugar, pero no recuerdo exactamente a dónde. Espera, ya sé porque no lo recuerdo. El crío no me lo ha dicho. Veamos. Salimos de su casa, cogimos el carro, luego le sumamos veinticinco mujeres, que son cincuenta tetas, y si le sumamos otras cincuenta, son ciento cincuenta... Sí, ya lo veo todo claro. No sé que vamos a hacer por ahí, pero creo que tenía algo que ver con espadas.

Bueno chico -Comento mirando al joven- No ha habido pelea, no has traído nada para mi disfrute y diversión... ¡Qué desperdicio de día! ¡Será mejor que sigamos andando!

Dicho esto, me dirijo con el chico por donde he venido, dejando a los patéticos no-luchadores, y al enano paleto, con su cháchara infernal y sin sentido. Cuándo aprenderá la gente a tratar temas relevantes y serios, y no ha discutir para luego no sacarse los ojos para mi disfrute... Si tuviese un saco de naranjas y un ejército de goblins... Vaya, si tuviese eso, no sabría a cual dar el saco...

Miro a Andrue y con un tono normal y sereno le digo:- Quizas cuando dejeis de insultarme y seais mas educado se me ocurre algo.

Coloco las mantas ya dobladas bajo mi hombro y me cruzo de brazos, mirando altivamente a Reginald 'Quiza cuando demuestres no ser un inutil y dejes de perder el tiempo yo sea mas educado.'

Suele decirse (y no sólo en Irsalia, esto es un proverbio de lo más extendido), que el tiempo pone a cada cual en su sitio. En este caso ha sido un herrero enano quien os ha colocado como frasquillos en un especiero con sólo mentar a la guardia del camino.* El remolino se disuelve, cada cuál vuelve a lo suyo y las charlas matutinas vuelven al tema central, antes de que el albor de una manta de hostios los atrajera cual hija de molinero a joven y apuesto palafrenero.**

'Si mejor vete, no necesito mariquitas lloronas a mi lado.' Comienzo a caminar por el lugar, pensando.

'Necesito una espada, pero el herrero no se veía muy caritativo que veamos...Que estoy diciendo?YO necesitar caridad!? JA!, seguramente uno de estos enclenques tenga oro o armas que pueda darme como préstamo...solo necesito encontrar a la victima adecuada.'

Busco y busco por el lugar con la mirada y una sonrisa en mi rostro, también tengo la intención de dirigirme hacia la barbería o los almacenes...'Como siempre digo, intimidar no significa ser mas fuerte o tener mas posibilidades, es solo dar la impresión, aunque yo siempre sea mas fuerte y tenga mas posibilidades.Ah si, también tengo que preguntar si alguien vio para donde se fue el ladrón, quizá si describo como era mi caballo...'

Te encaminas a la posada, dejando atrás al brusco personaje que, no obstante, te ha defendido sin pedir nada a cambio.

Paseas, mecido por tus pensamientos y sentimientos de furia, incapaz de decidir rápidamente cuál será tu siguiente paso...

Finalmente, me decido a ir hacia la barberia, seguramente esa gente esta alli desde temprano.

Entras en la barbería y te topas con una cola brutal. Un enano te recomienda, con rostro ceñudo pero nada amenazante, que respetes el orden de turnos. Aunque impaciente, decides esperar, al menos hasta que encuentres el momento idóneo de disparar tus preguntas.

La tienda de Aldorpin, en la que hace bastante calor debido al taller de vidrio del sótano y el continuo calentar de agua para la barbería, es una casita de madera de dos plantas con un marcado estilo fravesseano; es decir, corriente y moliente, pero derrochando molduras y zócalos para dar al conjunto un espejismo de distinción. La planta principal es una agradable estancia consistente en una serie de estanterías repletas de objetos de vidrio —recipientes, en su mayoría—, ropa de muchos colores, estilos y tamaños, mantas y material para remendar tal como agujas, hilo, parches y tijeras pequeñas. En la parte más cercana a la puerta hay un mostrador, tras el que el propio Dominique Aldorpin, un tipo con aspecto de general retirado, atiende a los clientes con cordialidad pero sin sonreír más de lo debido ni servir de contertulio a gente con mucho tiempo que perder. Algo más allá del mostrador, tras una sobria cortina, se encuentra la barbería, en la que el señor Aldorpin y su hija Zoe se suelen alternar para lavar, cortar y afeitar. Cuando no hay nadie en la silla (lo cuál nunca pasa antes de la hora del almuerzo), la cortina está descorrida y se puede ver a Zoe entregada a sus tareas de sastrería.

Te fijas en que la joven costurera posee todos los requisitos para ser atractiva, sólo que no están repartidos con mucho acierto. El flequillo moreno, demasiado largo y rebelde, cae en diagonal tapando uno de sus ojos claros y siempre abiertos de par en par, como si su dueña viviera en un continuo sobresalto. La nariz y los pómulos, sobre todo cuando luce una de sus amables y tímidas sonrisas, recuerdan a los de una ardilla.

Cuentas once personas por delante de ti. No obstante, todos parecen esperar a la barbería. El señor Aldorpin tan sólo atiende a un gnomo con pinta de mercader sureño, el cual le muestra un frasquito azul de aspecto valioso.

'Atendiendo otros asuntos y dejando a tantos clientes esperando, eso esta muy mal.' Alzo la voz mientras me rio '¿Estos inutiles de verdad se quedaran esperando mientras el otro atiende sus cosas?' Si seran idiotas, en fin, a ver si alguno vio algo.'

Me acerco al ultimo de la fila para describirle mi caballo y preguntarle, esto ya se volvia aburrido '¿Tendre que hacer esto con todos los que estan aqui?Maldita sea...'

Ignoras si nadie ha oído tu provocativo comentario o si están haciendo oídos sordos. De cualquiera de las maneras, tus palabras no obtienen ningún resultado palpable. Quizás cuando estés sentado a la silla de barbero con la navaja al cuello, te llegue la tardía respuesta.

No obstante*, se te ocurre que la chulería te dará más bien poco fruto en tus propósitos. Un rápido vistazo al rostro del hombre tras el mostrador (quien, a juzgar por el letrero que viste a la entrada del edificio, debe de ser el señor Aldorpin) te lo confirma.

Recurres al viejo y amargo truco de tragarte las bilis, respiras hondo y preguntas por tu caballo desaparecido. Uno de los clientes, un tipo con la barba salpicada de canas que aguarda su turno para el afeitado, se palmea las rodillas:

¿Un rosáceo bayo? ¡Claro, hijo! ¡Un ejemplar así nunca pasa inadvertido! Apenas amanecía cuando vi a su jinete partir hacia el oeste. Y por cómo iba pertrechado, que me aspen si no iba derechito a Nobletierra.

Pides una somera descripción, pero el hombre, si bien podría ganar una apuesta reconociendo distintos tipos de caballo a una distancia lejana**, está pez en cuanto a fisonomía antropoide y, por la forma en que entorna los ojos cuando te mira, te resulta evidente que es corto de vista.

Quizá debieras preguntar a Amarylis, en el almacén de aquí al lado. Si ese hombre te robó, puede que le vendiera algunas de tus cosas.

Me di media vuelta sin dirigirle otra palabra al hombre, ya tenia toda la información que necesitaba, quizá mas.

Salí de la barbería mirando a mi alrededor, y luego fije mi vista en el almacén 'Así que se fue a Nobletierra...ese viejo tiene razón, quizá vendió alguna de mis cosas en ese lugar.'

Me encamine hacia el sonriente, al fin las cosas comenzaban a verse mejor.
 

Tras casi chocar con el cabecilla de un grupo de laboriosos enanos que abandonan el almacén cargados como hormigas de regreso al hormiguero, te adentras en los dominios de Amarylis Buentrato, de quien se dice que podría vender cerillas a un dragón rojo.

No prestas mucha atención al local en sí, dividido en pasillos por un buen puñado de anaqueles paralelos llenos de objetos y, no obstante, escrupulosamente colocados. Esquivas a algún que otro viajero que curiosea bien un extraño saco con remaches, bien un cofrecillo con extraños símbolos labrados, y terminas por hallar un corto mostrador de madera en la esquina más alejada de la puerta. Entre el mostrador y la cortina de hilo color maíz que separa tienda de trastienda, una mediana de edad avanzada y expresión firme, aunque serena, se entrega a la cuidadosa revisión de un fajo de pergaminos. Un simple vistazo te revela que son comandas.

La mediana toma la pluma de ganso que descansa en un tintero cerca de su mano derecha y anota una cantidad al pie del pergamino en la cima del fajo. Después levanta la cabeza y te dedica una espléndida sonrisa.

¿Quedó corta, al fin? ¿Ponemos otros dos codos?

Apenas veo la sonrisa y oigo las palabras de la mujer, mi cuerpo me obliga a llevar una mano hacia mi frente, bajo la mirada tratando de controlarme y tras unos segundos, me adelanto hacia el mostrador.

'Señora, esta mañana desperté para enterarme que me habían robado todas mis pertenencias, habían tomado mi caballo y partido hacia el oeste, todo esto haciéndose pasar por mi' suspiro 'Ahora, como no tengo idea de que estáis hablando debo suponer que el ladrón también paso por aquí ¿Me podéis decir qué os vendió o que trato hizo con vos?' trato de mantener un tono de amabilidad, pero este se ve mezclado con la frustración y la ira en mi interior que quieren explotar nuevamente.

La mediana pestañea levemente con el ceño fruncido. Coloca un pisapapeles de mármol en forma de pirámide sobre el fajo de pergaminos, devuelve la pluma al tintero y coloca las manos sobre el mostrador con los dedos entrelazados.