Partida Rol por web

Mi primera impresión parecía ir desencaminada, aunque casi supuso un cierto alivio. Para el zagal habría sido un verdadero problema haber traicionado de aquel modo a su patrón, y yo no quería cargar sobre mis espaldas la responsabilidad de que eso hubiera acontecido. En su lugar, reconocía a uno de aquellos hombres, de los que se llevaban el material. Eso, unido al detalle de la silla húmeda de rocío que evidenciaba que su dueño habría pasado allí la noche, dejaba muchas piezas bien unidas.

A pesar del respeto que sentía por Balakar, sus primeras palabras me recordaron lo que Freya me había contado de él. No pude evitar lanzarle una mirada cargada de reproche, pero antes de responder al guerrero me dirigí al mozo.

Samsi, será mejor que te escondas en las cuadras. -Le indiqué con severidad- Y no salgas hasta que esté despejado, ¿entiendes?

Algo me decía que aquella indicación sería todo un alivio para él, tan aterrorizado estaba de aquel hombre. Esperé unos instantes a que se alejase, comprobando que Zafira no se había acercado, y decidí explicarle el asunto al enano.

No le hacía nada al zagal, pardiez, sólo hablábamos. -Le expliqué de mal humor, resoplando mientras trataba de calmarme- El viejo amigo de Corum está en un buen jaleo. Borracho, medio demente y sin que nadie le haga el menor caso, cree que los fantasmas de todos los hombres que ha matado en su vida le atormentan arrebatándole su mercancía. -Elevo la mirada a la ventana del primer piso- La verdad, en cambio, parece muy distinta y más sucia. Su sobrina, una cría descarada que está dentro con Freya, parece que se ocupa de mantenerle siempre con vino al alcance, creemos que porque está detrás de todo. -En realidad, más que creerlo estaba seguro- El mozo, Samsi, me ha confesado que ha visto hombres llevándose cajas por la noche. Y ha reconocido a uno de ellos arriba, en la primera planta, de donde ha bajado la cría. Mira la silla... -Le indiqué, señalando la silla de montar que descansaba en la parte trasera del negocio, húmeda de rocío como si hubiera pasado la noche a la intemperie- Puede que la cría tenga algo más que negocios con ese tipo, no sé si me entiendes. -En otro momento, quizás habría acompañado aquella conjetura con un guiño y una murada llena de picardía, pero en aquel momento y con Balakar, no sentí la menor gana de algo así- Voy a entrar y sacar a la luz toda esa mierda. Necesito que alguien cubra la parte trasera, no sea que el tipo pretenda escaparse por la ventana como el ratero que es. ¿Te encargas?

No hizo falta que el explorador repitiese a Samsi su mandato, completamente aterrado como estaba, correr sin mirar atrás fue lo primero que pasó su despeinada cabeza y lo único que sus piernas aceptarían realizar; sus sueños de convertirse en caballero sufrirían aquella mañana un duro revés.

A medida que Aldar informaba a Balakar de lo que acontecía en el interior de la tienda de suministros y expresaba sus bien fundadas suposiciones, Balakar,  de forma inconsciente gracias a su cerebro de combatiente, estudiaba el terreno que le rodeaba.

Las traseras de Suministros del Pateacaminos abarcaban una modesta extensión de terreno sin pavimentar limitada parcialmente por la propia tienda, la casa de postas y un pequeño cobertizo propiedad de este último negocio donde se guardaban seguramente alpacas de paja y diverso material que robaba el tan preciado espacio de los establos. Toda la extensión estaba surcada por numerosas rodaduras de carro y marcas de herraduras, impresas todas ellas por el continuo paso de las carretas y sus respectivos animales de tiro a lo largo de los años. Las materias primas y mercancías de las que se nutrían los tres negocios que compartían aquel espacio, pues el taller textil también utilizaba aquella calleja cuando tenía que secar grandes paños a los que se les había aplicado tintes, era evidente que se descargaban allí.

Sobre una serie de cajas apiladas contra la fachada trasera de la tienda de suministros, todas ellas prácticamente inservibles, se encontraba doblada una mantilla y su correspondiente silla de montar. No era difícil imaginar que ambas podían pertenecer al caballo atado a una argolla metálica que sobresalía de la parte trasera del cobertizo.

Los temores de Aldar de que aquél que se ocultaba en la primera planta de la tienda pudiese huir en cuanto oliese que algo podía estar cociéndose contra su persona se basaban en lo fácil que sería para alguien del interior descolgarse por cualquiera de las cuatro ventanas que daban a la parte trasera, pues todas ellas quedaban a poco más de diez pies de altura. Existía además una puerta que daba acceso al local. Ésta, hinchada hasta el punto de sobresalir de las jambas y el dintel, permanecía cerrada gracias a un candado o cerrojo que se encontraba en el interior. A vista de ambos compañeros, no sería complicado forzarla, sin embargo, el ruido que producía sería considerable.

La ventana que el explorador había señalado como el lugar probable donde se escondía el misterioso inquilino quedaba sobre la misma puerta. Por las cortinas que cubrían tanto esa ventana y otra más, ambas debían dar a un dormitorio de aceptables dimensiones. Las otras dos, según vio Balakar, tenían que ser por fuerza las correspondientes a las cocinas dada su cercanía a la chimenea y a que, contra los sucios cristales, se distinguían vasos y platos formando una pila.

Gracias a que Zafira había sido puesta sobre aviso por las palabras de Aldar, ésta concentró  todos sus sentidos en el desvencijado local. Ello permitió a su agudo oído escuchar un pequeño golpe contra el cristal de la ventana más próxima a ella en la parte superior de la edificación. Al mirar hacia arriba, la druida distinguió la figura de un hombre de mediana edad, de barba mal arreglada y mirada aviesa que se había asomado durante una fracción de segundo y que, al ver como la elfa alzaba la vista, se había retirado hacia atrás rápidamente.

Si bien la brusca irrupción de sus compañeros en la tienda había obligado a Freya a dejar de prestar tanta atención a los ruidos que habían llegado desde la planta superior, cuando estos volvieron a repetirse de una forma mucho más evidente, la bárbara tuvo la impresión de que, quién quisiera que fuese la persona que se escondía allí arriba, ésta tenía mucha prisa. Los apenas perceptibles crujidos del principio se habían convertido de un momento a otro y por algún motivo que sólo lograba intuir en una acelerada carrera a través de las habitaciones. Si Elmyra también lo había escuchado era algo que la muchacha no había dejado que trascendiese al resto de visitantes. 

Ignoré la mirada severa que Aldar me dirigió, antes de girarse para despachar al crío, que salió corriendo de entre sus piernas como si le persiguiesen una manada de kobolds hambrientos.

Por fin el hombre de los bosques tomó aire, se calmó y se explicó.

Su relato, salpicado de fugaces miradas a las ventanas de los pisos superiores, hizo que frunciese el ceño molesto y asombrado por la mezquindad de la que eran capaces algunos humanos. Como enano, el respeto a los mayores era algo grabado, forjado y cincelado en la dura mollera del joven enano desde que podía afeitarse por primera vez. Y, aunque no llevaba muchos años como espada de alquiler, conocía las reglas y las leyes no escritas de la hermandad guerrera con respecto a los asuntos relacionados con la muerte. Esos eran asuntos serios y, simplemente, no se jugaba con ellos.

Aldar hizo un alto en su historia, dirigiendo mi atención hacia una silla de montar brillante de rocío, que descansaba descuidadamente sobre un montón de cajas apoyadas contra la trasera del emporio. De nuevo, las palabras del guardabosques y lo que estás sugerían hicieronque tuviese que escupir al suelo para no ahogarme en mi propia bilis.

Cuando acabó, me limité a asentir secamente a su pregunta, mientras descolgaba el hacha y la blandía con feroz determinación.
- Solo tengo una pregunta.- Dije, asintiendo para mí mismo al encontrar el lugar ideal para la emboscada.- ¿Quieres que suba al cadalso por su propio pie o arrastrándose sobre su barriga como la serpiente que es?- Sonriendo con ferocidad, no esperé a su respuesta, y me encaminé a la sombra del árbol junto al cobertizo.

- Ve.

Zafira hizo un gesto a Balakar y Aldar, subrepticiamente señalando hacia arriba de ella, a la ventana superior más próxima a ella, como cuando una cazadora le muestra en silencio a sus compañeros donde se localiza una presa que ya los ha visto pero que aún no decide correr para escapar.

 Que si está en esta esquina podría saltar por cualquiera de estas ventanas. 

Inmediatamente soltó al vuelo a su murciélago para que recorriera la zona de tejas arriba de las ventanas superiores, como en otras tierras la gente hace con sus halcones cuando van a cazar palomas, listo para atacar a lo que intentara escapar, pero sin exponerse.  

La elfa sacó su arco intentando hacerlo parecer algo casual, como quien prueba su tensión y el acomodo de las flechas, y se puso ella misma a cubierta de cualquier ataque de rango de las ventanas.  

Le indicó a Aldar que estaba lista por si quería batir a la presa fuera de su escondite.  O estar de apoyo en alguna solución diferente.  Ella estaba lista.

Balakar parecía haber comprendido bien la situación. Incluso creí percibir un aumento, si cabía, en su mal humor habitual, a medida que exponía lo que estaba sucediendo. Sólo realizó una pregunta, aunque parecía más retórica que otra cosa. No fue a ella a la que respondí, en cualquier caso.

Le necesitamos vivo. -Dije secamente- Hay que averiguar a dónde llevan lo robado.

Bien era cierto que esa información también se la podíamos sacar a la cría, pero estaba seguro de que era mejor de esa manera. Dejé al enano con su tarea y corrí por el callejón en dirección a Zafira, que se mantenía alerta de un modo que me llevó a coger yo también mi arco y llevarme a la lengua las yemas de mis dedos en preparación de tener que afianzar las plumas de una flecha entre ellas a la mayor brevedad.

¿Qué tienes? -Le pregunté en un susurro, al alcanzar su posición, elevando yo también la mirada hacia la parte alta del edificio.

Había sacado a la muchacha de sus casillas al pedirle que aumentara su oferta dándonos también algo de equipo. Mantuve un gesto neutro en mi rostro mientras veía su enfado y aspavientos, aunque al contestarme acerca de las raciones lo hizo de forma algo más contenida.

Se cruzó de brazos, diciendo que era todo lo que podía ofrecerme, ante lo cual di un paso más hacia el mostrador; mirando un segundo de soslayo al pobre Bloermund, que continuaba cubierto entre las estanterías.

A saber qué hará con él esta malnacida.

- Está bien, trato hecho. – le tendí la mano. – Treinta y cinco monedas por todo.

Esperaba a que se descruzara de brazos y estrechara mi mano cuando escuchamos la puerta del local. En seguida vi a un sonriente Avlin, seguido de Asdra y Jake, mientras la niña mascullaba algo entre dientes.

¿Qué hacen aquí tan pronto? Aunque…

- Son mis compañeros. – hice saber a la chiquilla, antes de sonreírle al gnomo al escuchar su saludo. - ¿De veras? No será para tanto. - respondí a este.

Devolví a Jake el gesto que me dedicó, dirigiéndome después a Asdra.

- ¿Todo bien? – pregunté con interés pero sin ser demasiado específica, a sabiendas de que la mujer tendría el mismo cuidado en no exponer nuestros asuntos ante la desvergonzada chiquilla.

La aparición de mis compañeros había supuesto una buena forma de alargar la transacción y dar así más tiempo a Aldar, aunque entonces no imaginaba cuán importante iba a resultar su llegada. Escuché algo en el piso superior, alguien tenía demasiada prisa. Con claridad pude notar hacia donde se dirigía, momento en que miré con disimulo a la niña, viendo que en el caso de que ella también hubiera escuchado lo que arriba acontecía, lo había disimulado a la perfección.

No sé que hace amargándole la vida al pobre viejo. Con esa habilidad para fingir bien podría enrolarse en una caravana de artistas.

- Será mejor que mis compañeros cierren la venta mientras voy a buscar al explorador, se acabó el tiempo de holgazanear, hemos de partir cuanto antes. – le dije a la muchacha, continuando con la tapadera empleada anteriormente al mandar a Aldar fuera y queriendo así alimentar sus esperanzas de que nos iríamos rápidamente; dirigiéndome entonces hacia la salida. – Treinta y cinco monedas de oro por todo, no está nada mal. – hice saber a Avlin, Asdra y Jake antes de salir por la puerta.

Una vez fuera miré rápidamente hacia los lados y aceleré el paso, dispuesta a recorrer la fachada y dirigirme al lugar donde había notado aquellas últimas pisadas. No estaba dispuesta a que quien quiera que fuera quien se encontraba arriba, saliera indemne de allí.

Solo alguien escondiéndose de nosotros allá arriba.  Se ve que quiere huir, ¿y si lo dejamos y lo traqueamos?

- ¿Todo bien? 

- Todo perfecto.- Guiñó un ojo a la imponente mujer para que se quedara tranquila. Habían conseguido una buena rebaja en el templo y hasta un pequeño trabajo para tener entretenido al gnomo. Bueno y a ella también, pero eso ya lo irían viendo más adelante. Habiéndole dicho Freya cuánto había sacado por el equipo, Asdra extendió la mano hacia la muchacha algo impaciente.

Al poco de doblar Aldar la esquina y recibir la información de Zafira sobre lo que ocurría en la planta superior, ambos compañeros se vieron obligados a desviar la mirada hacia su izquierda. Abandonaba la tienda de suministros en esos momentos Freya, quien, tras mirar hacia ambos lados, se dirigió a grandes zancadas hacia el mismo lugar donde ellos se encontraban. Los tres aventureros se hallaron así, sin haberlo planeado con anterioridad, observando las ventanas de la segunda planta de la tienda.

No le hizo falta a la recién llegada pensar demasiado para hacerse una idea de que lo que sus compañeros hacían allí en realidad, arcos en mano, no era otra cosa sino cercar al misterioso inquilino que habitaba aquella tienda sin el conocimiento de su trastornado dueño. Así, más lejos, al fondo de la calleja que formaba la tienda con la casa de postas, Balakar aguardaba, hacha en mano, tras el tronco de un árbol solitario que se levantaba en un modesto y despejado solar; por las huellas de carro, visibles incluso desde la esquina, Freya comprendió que aquel lugar había sido, o seguía siendo también en la actualidad, muy transitado por carros de mercancías.

Los tres compañeros parecían estar al tanto de lo mismo que Freya había escuchado desde el salón de la tienda, pues Aldar y Zafira observaban la ventana hacia la que la mujer imaginaba se habían dirigido los pasos. 

Al alcanzar a Zafira en la esquina, no tardó en aclarar lo que había visto en la planta superior. Torciendo el gesto, comprobé la distancia existente entre el edificio y el tejado de la casa de postas. ¿Sería capaz el malandrín de saltar aquella distancia en un intento de escapar?

Está en una ratonera. -Respondí a la propuesta de la elfa- Mejor dejarle dentro... -Estuve a punto de decir "hasta que le desenmascare", pero en ese momento vi a Freya que salía del establecimiento, acercándose a nosotros- ¿Qué hay, "jefa"? -Le dije, no sin cierta sorna, dado el modo en que me había despachado en el interior. Volví a mirar hacia la planta superior, tratando de que no hubiera opción a escaparse de nuestros ojos si así lo pretendía aquel hombre- Tenemos una presa en la planta de arriba... -Le expliqué, señalando la ventana que me había mostrado Zafira en la punta del arco- Su caballo está detrás, y la silla de montar está húmeda por el rocío, así que ha pasado la noche aquí. Estará liado con la cría, supongo. -Especulé, encogiéndome de hombros- El mozo de la casa de postas le ha reconocido como uno de los hombres a los que ha visto llevándose cajas del local en plena noche. -Señalé el edificio contiguo, cerrando con ello toda la línea de investigación que había llevado a cabo. Por lo que a mí concernía, era más que suficiente para actuar- Yo subiría ahí arriba, le bajaría a rastras y le haría confesar delante del viejo. Pero bueno, eso es lo que haría yo... -Volví a encogerme de hombros, sonriendo con ironía, antes de dedicarle una divertida mirada a la bárbara- Tú decides... "jefa". -Sentencié, volviendo a mirar hacia arriba.

Al salir del local, miré rápidamente hacia los lados, temiendo que en lo que tardaba en salir quien estuviera arriba hubiera escapado; sin embargo, pronto me di cuenta de que esto era improbable. En la dirección a la que me dirigía se encontraban Aldar y Zafira. La elfa también había vuelto, con lo que imaginé que Balakar no andaría lejos. Viéndoles mirar hacia arriba y arcos en mano, no me costó imaginar qué hacían ahí. Mucho menos al ver las marcas de las carretas…

- Maldita fulana embustera… - mascullé dando alcance a mis compañeros, momento en que Aldar me saludó con sorna, llamándome jefa. – He vivido compras menos ajetreadas. – me quejé, mas no por ese hecho en sí, sino por el tono del explorador.

Este me explicó entonces la situación y todo lo que habían descubierto. Cada vez sentía más enemistad por aquella cría, el pobre viejo no se merecía algo así. Cuando Aldar concretó cual era su idea, me crucé de brazos un segundo, acariciando en seguida mi mentón con una de mis grandes manos, pensativa. Pero su añadido final interrumpió mis pensamientos.

- Por favor, déjalo ya. – espeté molesta. – Escuché pasos arriba, alguno de los dos debía tratar de ver qué pasaba, y tú eres el más capaz de los dos. A la vista está. – miré a Zafira. – Hombres… La cosa es quejarse, ¿Eh? – añadí más relajada. – Sólo era una excusa para que salieras sin que la pequeña bruja sospechara, pero si insistes, cuando tengamos un rato de asueto te demostraré lo "jefa" que puedo ser. – solté al explorador con media sonrisa, antes de volverme nuevamente a la elfa. - No sé si Aldar te lo ha contado, pero la niña tiene completamente amedrentado al viejo. – le informé, antes de volver a dirigirme a ambos. - Temo que Bloermund ni siquiera nos crea con la confesión de ese tipo, pero es nuestra mejor baza. Tenemos que sacarle de ahí.

Jake aguardó hasta que Freya abandonó la tienda para tomar las riendas de las negociaciones. - ¿¡Treinta y cinco piezas de oro!?, elevó la voz mientras se acercaba a la jovencísima dependienta. -…No, pequeña… se trata de material de primera calidad, ¡mucho mejor que el que veo tenéis por aquí!, entonó haciendo referencia a la baratijas que había estado observando momentos antes. - …. Al menos, lo que mis ojos llegan a ver…, añadió acompañándolo de un guiño.

Dicho aquello, Jake fijo ahora su mirada en el anciano que reposaba tras el mostrador. – ¿Ese es Bloermund?, ¿es tu abuelo?, preguntó frunciendo el ceño. - …Me lo imaginaba de otro modo, la verdad…, dijo mientras se rascaba la nuca con una tímida sonrisa. – Verás… venimos de parte de un buen amigo nuestro, Corum, continuó mientras se apoyaba sobra el mostrador. – Él fue quien nos recomendó venir hasta aquí. Nos aseguró que recibiríamos un buen trato… además de buena mercancía… ¿Acaso nos engañó, pequeña?, dijo inclinando la cabeza mientras esperaba la respuesta de la muchacha. – Juraría que son amigos, pero no dudó en decir que si no recibíamos un buen trato, él mismo vendría a partirle las piernas… ja, ja, ja… Este Corum…, rió negando con la cabeza. - ¿y bien, pequeña?, ¿podremos hacer negocios contigo y Bloermund?, concluyó expectante. 

Lo más deprisa que pude corrí a apoyarme contra el tronco del árbol que se enseñoreaba de aquella parte del claro. Si alguien había estado mirando por alguna ventana, esperaba que solo hubiese visto a un enano corriendo hacia el tronco de un árbol con intención de aliviarse un poco.

El caballo parecía tranquilo, lo que hablaba bastante bien del mozo con el que había conversado minutos antes. Si, como esperaban, el maleante trataba de huir por la parte de atrás, iría a por la silla y correría hacia el caballo para ensillarlo y salir por piernas y al galope. Con un poco de suerte, podría caer sobre él como la ira de Moradin y darle un par de tortas antes de dejar que se aclarasen con el amigo de Corum.

Un pequeño revuelo hizo que asomase la cabeza, rozándome la barba contra la corteza del árbol para echar un vistazo. Aldar y Zafira tenía los arcos en la mano, listos para asaetear a cualquiera que metiese las narices por allí. Estaban pendientes de la parte de arriba del edificio, así que yo también miré hacia arriba, buscando algún indicio de que nos hubiesen visto.

La súbita aparición de una furibunda Freya llamó mi atención de nuevo. No estábamos siendo muy discretos, aunque, claro, con una mujer de casi seis pies con una melena como un incendio forestal y un temperamento a juego como miembro del equipo, la discreción era un rasgo más bien opcional en todo este asunto.

Conversaron rápidamente, buscando un rincón discreto desde donde casi no podía verles y se pusieron al dia de lo que fuese que estuviese pasando. Yo me rasqué las barbas y tironeé de los correajes de mi equipo, por si tenia que echar a correr.

- Necesito una de esas ballestas...- Rezongué, mientras me escondía de nuevo y me armaba de paciencia.

Viendo que no le hacían demasiado caso, el gnomo se fue distraídamente a dar una vuelta por las estanterías llenas de polvo. Tal vez hubiera algo interesante que habían pasado por alto.

Ivvy salió por entre sus ropas en un momento determinado de su paseo, observando al techo y dejando ver su lengua viperina.

- ¿Ocurre algo, Ivvy?

Pues si va a huir a caballo, mejor iré por ese su caballito para ponerlo aquí con los otros.  

Tzotz, murciélago mío, cuida esas ventanas. 

Asintió ante el que fuera Aldar a hablar con el hombre escondido. Hacerle salir por las buenas y ofrecerle el perdón a cambio de revelarnos la localización de lo robado sonaba como una buena idea. 

Tomó las riendas del otro caballo, platicando con éste con la empatía de una druida.