Partida Rol por web

Al día siguiente, antes de que los primeros rayos sol acariciaran las tímidas gotas del roció mañanero, el grupo de aventureros se separo. El primer grupo fue a Shitary, siguiendo el rastro dejado por Lilith en un descuido. Por otra parte, el segundo equipo puso rumbo a las tierras lejanas de Ansar. Abelgos, Agatosh, Aileen, Lemto y Mischa habían puesto sobre sus hombros la pesada carga de encontrar a Acmed, pues era de las pocas personas capaces de encontrar la manera de adentrarse en la Umbra, sin perecer en el intento. El problema de aquella misión era el estado en el que encontrarían al anciano erudito. Si las visiones de Circe eran reales, las cuales podían formar parte del pasado, presente o futuro, aquel el hombre podía estar en peligro o incluso bajo tierra.

A lo largo de varias semanas, caminaron cientos de kilómetros de camino polvoriento y navegaron miles de leguas en el mar, hasta finalmente llegar al territorio árido de Ansar.  Un lugar inhóspito donde cielo y desierto se fundían en un lienzo borroso a causa de la distorsión del aire por el calor. Decenas de dunas, acompañadas de arbustos marchitos por el abrasador sol, les recibieron y acogieron durante sus últimos días de viaje. Por si aquello no fuera suficiente, las noches suponían un desafió completamente distinto. Ningún conjuro era capaz de mantener a raya el implacable frio que asolaba el lugar. A pesar de ello, tiempo después vislumbraron en la lejanía la ciudad de Karam.

La ciudad esclavista, se veía como un ensueño inimaginable y ansiado después de tanto tiempo en aquel páramo solitario. Aunque sus cuerpos ansiaban un baño reparador y una cama donde dormir, tuvieron que hacer de tripas corazón por no gastar sus escasas energías, en una carrera contra el inexorable avance de la noche. Les gustara o no, debían acampar un día más con la luna como eterna vigilante. De modo que bajaron de sus camellos y comenzaron a montar por ultima vez el campamento.

Llegado el momento de despedirse hubo muchas incognitas en el aire, saber si era un adiós o solo un hasta luego pues el riesgo era alto y pocas certezas habían. Una de esas certezas es que le costó despedirse, se estaba empezando a encariñar un poco con todos después de todo lo vivido. Era un sensación que no creyó que fuese a sentir de nuevo.

Los demás jamás lo supieron, solo recibieron una espartana despedida por parte del semielfo.

A pesar de que iba directos hacia el peligro, eso no impidió a Abelgos disfrutar el camino, el como las semanas de viaje se iban notando en el clima. Llegados a puerto donde debían tomar un navío fue dificil saber que hacer con su montura pues semanas en barco no era el mejor lugar para un caballo, optó por dejarlo libre quizá a su regreso volverían a verse.

Durante el tiempo que duró el viaje, que no fue corto. Todos tuvieron tiempo de conocerse un poco mejor y Lemto y Mischa descubrieron que detrás de la apariencia severa del semielfo había un alma que le encantaba las historias contadas mientras comian o bebían, que tenía predilección por el vino antes de que la cerveza, una debilidad por las apuestas y que no le sentaba muy bien que mencionasen su mitad Drow. 

Llegados de nuevo a puerto y pisar tierra firme, Abelgos estaba maravillado con el lugar, todo era distinto, ropas, costumbres, flora y hasta el suelo que en vez de tierra y roca era arena, lo que más le cautivó fue sobre todo los camellos que aúnque olia muy fuerte, escupian y mordían con más facilidad que un caballo seguian teniendo una belleza inegable. Su corazón de explorador latía agitado. Tampoco perdió oportunidad de comprar ropa típica de la ciudad como una chilaba negra y un turbante

Todo iba bien hasta que llegó el frio, que posiblemente fuese el mismo que de donde venían pero en contraste con el calor del dia se acentuaba. 

-Odio el frio.- 

Murmuró mientras descendia del camello y se cobijaba como siempre bajo su capa mirando a la ciudad esclavista. 

-¿Montáis campamento mientras inspecciono un poco el perímetro?

Aquella noche durmió solo, apartado de los demás, a pesar de que habría querido acercarse a Aerin. Lo deseaba, pero sabía que no podía, que no debía; aún cuando su familia era poco más que un recuerdo lejano al que nunca regresaría —no habría sido justo para su mujer y su hijo—, algo le impedía, puede que la vergüenza, tal vez el miedo, volver a formar lazos como aquellos, acercarse tanto a alguien. Además, tampoco sabía si la mujer habría aceptado su presencia: que Agatosh fuera en aquella misión era necesario, en su interior lo sabía, pero ella fácilmente podría habérselo tomado como una traición; no en vano, él había prometido protegerla, estar ahí cuando Lilith intentara, de nuevo, dominar su mente, y ahora no podría cumplir. Aerin tendía a considerar las cosas de manera personal, y aunque desde que había sido elegida líder apenas hablaba —un abismo parecía haberse instaurado entre ella y el resto—, no dudaba sobre aquello. Tampoco la culpaba. Solo esperaba llegar a tiempo.

Las despedidas fueron parcas en palabras y gestos, a excepción del maldito payaso que intentó convertir aquél maldito momento en un chiste, hasta que le calló de un puñetazo, y los dos grupos se separaron sin mirar atrás. Desde entonces, Agatosh no había sido muy hablador, y había dejado que el peso de las conversaciones recayeran en el resto. Abelgos, de todas formas, hablaba suficiente por los dos. Él prefería centrarse en el camino, un paso detrás de otro, rumiando otra venganza contra la maldita vampiresa y su estirpe.

Así atravesaron Daenash, llegaron a la costa y cogieron un barco que les llevo hasta Ansar, y luego un viaje a través del desierto hasta la ciudad de Karam. Durante todo ese tiempo, permaneció inalterable, y no se quejó ni bajo el abrasador sol del día ni en las heladas noches. Su cuerpo, alterado químicamente, apenas sentía el frío, y su piel capaz de resistir el fuego no sufría los estragos del indolente ardor del desierto con tanta vehemencia como otros. Aún con eso, agradecería llegar a la ciudad, refrescarse y bañarse, comer algo más que raciones secas y, sobre todo, alejarse de la continua calima que levantaban las corrientes de aire entre las dunas de arena. Ya estamos cerca; se recordó, mirando en la distancia el perfil de su destino más inmediato.

Como cada jornada sobre esas horas, antes de que los últimos vestigios de luz se apagaran, sustituidos por el brillo de la luna y el cielo estrellado, se detuvieron y bajaron de los camellos, listos para montar el campamento. Como cada jornada también, el mestizo se intentó librar de aquella labor, con la excusa de inspeccionar el perímetro, como si en aquél lugar no fueran capaces de ver cualquier cosa que se acercara a varios cientos de metros a la redonda.

—Si quieres sacarte el helor de los huesos junto a la hoguera y dormir en una tienda, más te vale ayudar a montarlo todo —respondió con voz átona, comenzando ya a sacar las cosas necesarias de las alforjas de su animal.

Poco sabía sobre que, esa noche si que iban a tener un encuentro no del todo inesperado.

Aquél viaje había sido horrible, nada parecido a lo que su Señor le había prometido, días que se habían convertido en semanas, primero por los polvorientos caminos, luego en barco —y él odiaba estar lejos de la tierra—, y, por último, un interminable desierto que había puesto a prueba hasta el último de sus hechizos, primero para no ser descubierto (obligándose a retrasarse y tomar más precauciones de las de lo habitual) y segundo para no acabar muerto debido al calor y frío extremos. Estaba hastiado de aquella persecución inútil, que ya habría acabado de no ser porque aquél maldito mestizo drow casi parecía estar buscándole.

—Pues se acabó —dijo para sí, hosco. Un último esfuerzo y llegaría hasta ellos, aunque fuera ya entrada la noche.

Tardó aún varias horas, en las que el sol se ocultó por el horizonte y la luna marcaba el camino, en hallar a lo lejos la fogata del grupo. En esta ocasión no se ocultó, no se detuvo ni hizo ademán de pasar desapercibido. Arreó al camello —el cual respondió intentando girar el cuello y morderle—, y se encaminó hacia el campamento, dispuesto a presentarse de una vez por todas a quién llevaba tanto persiguiendo.

Lo vio venir de lejos, distinguiéndole gracias a que podía ver en la oscuridad tan bien como a la luz del día. En cualquier caso, había suficiente luminosidad para los demás, incluso para quienes no tenían sus capacidades, así que suponía que no era el único que se había percatado.

—¿Ese es el enano? —preguntó a su compañero, aunque no esperaba tampoco respuesta; por lo que había dicho Abelgos, no era muy difícil suponer que era el mismo con quien ya se había encontrado. Se puso en pie—. Voy a hablar con él. Y a encargarme si resulta ser un problema —añadió, cerrando y abriendo los puños, como si calentara.

Dicho eso, se encaminó lejos de la hoguera, avanzando al encuentro del solitario jinete, que se detuvo al ver que acudían a él. Durante una hora casi, ambos hablaron, alejados del resto, en susurros que no trascendían la distancia. A veces el enano se encogía, asustado, y otras cabeceaba efusivamente, con una gran variedad de gestos en todo ese espectro. Al final, fue Agatosh quien asintió y, entonces, ambos se acercaron de nuevo al campamento.

—Este es Drag —presentó—. Es un artesano y mago, y está aquí para servir a mis propósitos, ¿verdad? —El mencionado pareció dudar un instante, pero una mirada bastó para que un escalofrío le recorriera la espada y lo confirmara rápidamente—. Bien. No será un peligro para nosotros y nos ayudará, yo me hago responsable de él. Aceptarme a mi es aceptarle a él, así que espero que no haya problemas. Si tenéis alguna pregunta, es el momento, responderá a lo que pueda como mejor pueda.

El viaje no fue fácil para Mischa. No tanto por las dificultades del viaje, especialmente por el desierto, porque no era la primera vez que lo hacía, sino porque tenía que volver a pasar regiones esclavistas como su destino, y tenía que hacerlo con unos desconocidos. Al final, por mucho que hubiera chocado con Shaktar o Rosario, con ellos había trabado cierta relación de compañerismo, pero no era el caso con ninguno de sus actuales compañeros de viaje, por el momento.

En las conversaciones que podían tener a solas, el espadachín parecía amargado y melancólico la mayor parte del tiempo, y solía traer a colación que habían hecho mal dejando a Circe en un lugar tan peligroso. Sin embargo en los momentos en los que tenían compañía, parecía un camaleon que se mezclaba con cualquier ambiente con naturalidad. Y cada noche, antes de irse a dormir, creaba un extracto y, tras ingerirlo, hablaba con gente que no estaba ahí.

— Parece que por fin ha dejado de esconderse — comentó mientras montaban el campamento —. ¿Estás seguro de que es buena idea ir tú solo?

El espadachín se encogió de hombros cuando se rechazó su ayuda. Al fin y al cabo, Agatosh parecía bastante capaz de acabar con el enano por su cuenta de ser necesario, o al menos de aguantar hasta que necesitara la ayuda, y le mantenía cierto respeto por compartir estudios en la alquimia. Sin embargo, traer al enano a bordo sin más no le hizo ninguna gracia, si bien parecía perfectamente vivo a través de sus gafas.

— ¿De dónde vienes? — inauguró la ronda de preguntas, inquisitivo —. ¿Nos has seguido por voluntad propia, o te envía alguien? ¿Qué interés tienes con Agatosh? ¿Qué sabes sobre nuestra misión?

Lemto apenas había hablado más de lo necesario, y con pocos monosilabos para responder de la manera más eficiente y rapida a las preguntas, y cuando no quería responder simplemente no lo hacía. Con quien más se comunicaba, por así decirlo, era con Aileen, la otra mediana que era incluso más silenciosa que Lemto, ignorando a los demás a menos que Lemto le ordenara responder.

Al preguntarle por ella, tan solo respondió que era su guardaespaldas, que la vieran como una extensión de si mismo, y de hecho, Lemto no hacía apenas nada más que lanzar conjuros para estar más cómodos y dejaba la vigilancia y demás quehaceres de campamento a la mediana.

Observó que el otro grupo tampoco estaba especialmente unido, o eso le pareció por la actitud, pero eso debía cambiar, sin embargo antes de decir nada se dedicó bastante tiempo a observar, y poco a poco abrirse y interaccionar con los demás.

Ante la incorporación del enano, tan solo se quedó en silencio, las preguntas de Mischa eran un buen comienzo.

-Vaya, parece que le aceptas más facilmente que a nosotros.- Rió ante su propia broma, a lo que Aileen se unió con una sonrisa de suficiencia. Con el tiempo que habían pasado juntos, era suficiente para saber que no era un comentario serio, si no más bien sarcástico.

Aileen no se separaba de Lemto ni un momento, y observó con detenimiento al enano. -¿Estás solo?

La relación entre los dos antiguos miembros de la Hermandad se estaba consolidando y tomando forma, forma de puñal, que se arrojaban cada vez que se dirigían la palabra ya fuese de forma jocosa o con el tono más áspero posible. Quizá visto desde fuera pareciese que se odiasen o hubiese un resquemor entre ellos. 

Cuando le recriminaron que parece querer escaquearse de montar campamento no dijo nada, le sostuvo un poco la mirada con ceño fruncido y labios apretados mientras se pensaba un buena réplica. No dijo nada, desmontó del camello y lo ató a un palmera para luego quitarle el equipaje y comenzar a montar su tienda de campaña y el saco de dormir.

Estaba terminando su labor cuando presintió al enano, Alantha también lo detectó y comenzó a ladrar para advertir. Con parsimonia pero algo de ilusión comenzó a preparar el arco y dos flechas para meter una en cada ojo de aquella garrapata de la que no parecían poder librarse. Sin embargo Agatosh dice que se encarga de la situación, se le escapa un gruñido antes de guardar el arma y volver a lo suyo.

Largo tiempo estuvieron hablando y tuvo que reprimir su instinto de inmiscuirse repetidas ocasiones, finalmente regresa al grupo y para su sorpresa lo hace con el enano tras de si, mas sorpresa aún cuando parece ser que va a unirse a la compañía. El aluvión de preguntas mas obvias no se hace de esperar.

-Más de un mes a tardado en reunir el valor para abordar el tema que os atañe...  No será coraje lo que aportará al grupo pero te tomo la palabra. -Dijo a Agatosh con aspereza -Tu respondes por el como si fuese tu hijo o tu mascota, si nos traiciona o la pifia no quiero tener ni que pedírtelo. 

Luego de eso se cruzó de brazos a ver que tenía que decir Drag ante las preguntas del grupo. 

—No soy ni un niño ni un perro, mestizo —se defendió, ofendido, el enano, mirando con acritud al semidrow. Y aunque pareció a punto de decir algo más, se limitó a gruñir y a apartar la mirada, dirigiendo su atención al resto.

—Si, estoy solo —contestó a la mediana, para después ir respondiendo a las preguntas de Mischa—: Y vengo por voluntad propia, aunque no en mi nombre. Mi Señor —y por el tono en el que lo dijo, parecía referirse a un ente superior, un dios—, me propuso esta misión, y yo acepté. Mi tarea es apoyarle en su proceso de transformación a través de la magia y la alquimia, darle consejo cuando lo necesite o enseñarle formas distintas a las que ya usa, si así lo desea. Pero sobre todo, observar su trabajo. Su cuerpo es... Asombroso —dijo en un término que bien podría estar refiriéndose a una escultura, un cuadro o cualquier otra obra de arte—. No tengo nada que ver con vuestra misión, y no sé que demonios hacéis aquí, aunque si lo necesitáis, ayudaré en lo que pueda. Si vais a Karam, conozco a alguna gente, ya he estado antes. —Se encogió de hombros—. Viajo mucho, hace muchos años que fui exiliado y no tengo hogar, ni falta que hace, ¡ja! Ojalá se pudran Torag y todos sus putos herreros, ¡ahora soy mejor que ellos! —Escupió al suelo y, al darse cuenta de su exaltación, carraspeó—. Lo siento. ¿Alguna otra pregunta?

Agatosh se rió por lo bajo y, antes de que a Abelgos le diera por saltar, intentó apaciguar los ánimos—. Tranquilos, no le atosiguéis tampoco. Ha tenido un viaje igual o peor que el nuestro, principalmente porque no quería acabar como un colador por las flechas de nuestro compañero. Ya me ha contado bien el anterior encuentro. —Sonrió—. Si que tienes mal genio, si.

Cuando el enano replicó y uso el terminó de mestizo para insultarle a Abelgos se le dibujo una sonrisa demasiado amplia, de algunos es sabido que era un tema que le incomodaba y quizá el enano dio en el clavo exacto para provocarlo pero no dijo o hizo nada, se le quedó mirando mientras el recién llegado. 

Primero respondió a Agatosh. -De eso nada, cuando traté con él estaba de buen humor y fui todo un diplomático. -Había cierto humor tras esa afirmación, fue todo lo cortés que se podía ser con un espía. 

-Ni pretendía llamaros niño o perro, Mis disculpas si os he ofendido, Drag el Exiliado. Y si... yo tengo una pregunta ¿Que hiciste para que te expulsaran? Tuvo que ser algo muy grave o muy estúpido. 

Miró al suelo y refunfuñó. Lo que le preguntaban era algo íntimo; para un enano, no había nada peor que ser rechazado por su Clan. Sin embargo, hacía tiempo de aquello, y lo cierto es que Drag aprovechaba cualquier momento para insultar a los de su viejo hogar y demostrar que se habían equivocado con él, que el problema nunca había sido su habilidad, sino el maldito Torag.

—Provengo de una familia de artesanos, generación tras generación trabajando el metal, los mejores, considerados por los míos como tocados por el Padre de la Creación. —Escupió—. Pero yo no, todo lo que forjaba se rompía, hasta el hierro más basto resultaba quebradizo en mis manos. Me cansé de sus miradas, de sus insultos, de ellos y de su dios, y me llevé su preciado martillo. ¡Ja! Cómo maldijeron esos idiotas. —Sonrió, ufano—. Y ahora soy mucho mejor que cualquiera de ellos, os lo prometo. Decidme lo que queréis y no encontraréis una obra semejante en todo el mundo, ¡ni nadie que lo haga rápido!

Ya veo... Se limitó al decir el semielfo guardándose su opinión para si. 

Como era de esperar, Drag, el nuevo e inesperado seguidor de Agatosh, no recibió una cálida acogida. Aunque algunos de los miembros del grupo eran novicios en aquella cruzada, no podían evitar cuestionarse tal decisión. Sin embargo, después de unas certeras e incomodas preguntas, las cuales obtuvieron respuestas rápidas y directas por parte del enano, la inquietud y la incertidumbre del grupo pareció mantenerse a raya. De modo que cenaron con rapidez, soñando con descansar entre los brazos de Desna.

Al día siguiente, con el sol asomando arrogante entre las dunas, recogieron el campamento y pusieron rumbo a la ciudad esclavista. El estilo arquitectónico distaba mucho de los de sus tierras, al menos en los edificios de mayor importancia. Minaretes, columnas y cúpulas destacaban en la parte externa de las estructuras, dando un toque exótico y único al lugar.

Tiempo después de ser observados por los habitantes locales, hombres y mujeres de tez y cabellos oscuros, llegaron a la biblioteca de Karam, cuya puerta estaba cerrada con llave. En aquel momento Abelgos y Mischa, personas dedicadas al subterfugio, giraron en redondo y observaron las cercanías, mientras acariciaban las ganzúas de sus bolsas. Varios niños jugaban alrededor, mientras que otros, al igual que los guardias del lugar, no les quitaban el ojo de encima ni por un segundo.

Una parte pequeña de sí mismo se sorprendió al comprobar que el enano seguía con ellos y no se había largado, otra parte de él se lamentaba de que no lo hubiese hecho, pero en cualquier caso no dijo nada al respecto.
Desayunó, recogió campamento y una vez todos listos comenzó el viaje a la ciudad.

Allí dentro todo era distinto a lo que conocía y las diferencias se acentuaban mucho más que en el puerto donde atracaron. No era un entendido de la arquitectura pero desde la ignorancia de un niño se maravilló por la belleza de todo lo que veía, costándole tener la cabeza centra en la tarea.

Por otro lado, mientras caminaban, era normal que llamasen la atención durante su paseo, sus intentos personales de pasar al más desapercibidos como el maquillaje y vestirse con ropas típicas de la zona no tendrían ningún resultado si era el único que se tomaba esas molestias, no mientras no fuese solo.

Llegaron a la puerta de la biblioteca, cerrada. 

La podría abrir en un tris, pero... Demasiada atención sobre ellos, en especial la de los guardias. 

Miró a sus compañeros con un encogimiento exagerado de hombros. -Podemos actuar como humildes viajeros y preguntar a la guardia o a los niños por qué está cerrada la entrada o... buscar otra forma de entrar.  O ambas-

Las sospechas de Mischa no desaparecieron en ningún momento. Podía entender la desdicha que suponía para un enano no tener la "bendición" de Torag para la artesanía, pero lo orgulloso que estaba de sus habilidades actuales y las ganas que tenía de poner a parir a su familia le hacían sospechar que el robo del martillo familiar no fue el último ni el menor de sus delitos. Ya había visto muchas veces a otra gente que, sin un individuo tangible al que culpar de su desdicha, tomaban su venganza contra la sociedad en lugar de tratar de prevenir su desgracia sobre otros.

Sin embargo no tenían tiempo que perder, y les apremiaba conseguir un descanso reparador, así que tras realizar un poco de preparación alquímica para el día siguiente, se fue a dormir.

A la mañana siguiente guió al grupo a través de las calles de la ciudad. No había pasado mucho tiempo en el lugar como para conocerlo ampliamente, pero definitivamente sabía como llegar hasta la biblioteca en la que trabajaba Achmed. Y la visión de las puertas cerradas de la misma le dieron una mala sensación. La guardia les estaba mirando fijamente, mientras llamaran tanto la atención no iba a ser posible forzar la cerradura.

- Abrir la puerta no sería un problema si no llamáramos tanto la atención. Podría hacerme pasar por un local sin demasiadas dificulades, y en ese caso sería solo una cuestión de segundos hasta que la puerta esté abierta, pero no estoy seguro que tengamos el tiempo que necesito para hacerlo. No creo que los niños lo sepan, pero preguntarle a la guardia no estaría de más. Igual que tampoco lo estaría llamar a la puerta.

Después del corto interrogatorio, Agatosh y Drag se quedaron hablando un rato más, en voz baja, debatiendo cosas que solo a ellos les importaba. Tras eso, se durmieron.

A la mañana siguiente, cuando el dorado astro ya iluminaba el cielo y la temperatura empezaba a subir peligrosamente, se levantaron, recogieron el campamento y se pusieron en marcha; poco después, llegaron a Karam. La exótica ciudad llamaba poderosamente la atención para quien nunca la hubiera visitado, con sus muros de adobe, piedra caliza y arenisca, en tonos pardos y rojizos que se camuflaban en aquél ambiente desértico, y altas estructuras de aspecto elegante. Altas torres, arcos de herradura y estilizados arabescos que dotaban de belleza a aquellos edificios que, aún sin brillar como otras estructuras de blanco mármol y decorados dorados que había visto, resultaban majestuosos. El enano, a su lado, observaba con interés a pesar de ya haber visto aquél lugar antes, mientras que él se limitaba a mirar de un lado a otro, apreciando lo que veía, pero más preocupado de otras cosas. Por ejemplo, de las numerosas miradas que la guardia les dedicaba; no les culpaba, pero, bajo su intenso escrutinio, tenía la sensación de que los problemas llegarían más pronto que tarde.

Siguieron a Mischa por las calles cubiertas de polvo, silenciosos mientras caminaban, cada uno con sus pensamientos. Así llegaron a la Biblioteca, una magnífica construcción que, cuando intentaron acceder, les negó el paso. El primer obstáculo no había tardado en surgir. Lo cierto es que, al igual que Abelgos, su primera idea fue colarse o incluso derribar la puerta, algo que no hablaba muy bien de ellos. Tuvo que ser el otro alquimista quien pusiera algo de cordura y apartara tales pensamientos de su cabeza, sustituyéndolos por otros más civilizados.

—Puede que llamar sea buena idea, si —dijo turbado por su propia belicosidad, adelantándose de inmediato y golpeando con sus nudillos, cubiertos por el guantelete de acero—. ¿Hay alguien? —preguntó en voz alta.

—Yo podría crear otra entrada con un sencillo hechizo, o incluso colar a alguien por una ventana —sugirió en voz baja, mirando de reojo a todas partes, tras unos segundos en que nadie, por el momento, contestaba ni acudía.

Lemto se dejó guiar, actuando como un niño a ratos, y como un noble pedante otros, tal vez sería gracioso si no fuera por lo opuesto de sus actuaciones, y además ambas parecían genuinas.

Intercambió unas pocas palabras con su guardaespaldas, pero simplemente caminó intentando empaparse de lo que tenía alrededor.