Partida Rol por web

Me pareció que esta conversación estaba llegando a su fin, ya que parecía que todo le disgustaba a Zelinda, en especial que fuera ussuro. Estuve a punto de preguntarle a qué se debía tanto odio hacia los ussuros, pero lo pensé mejor (tampoco me importaba demasiado).

-Muy bien. Aquí hay bastante oro, igual consigues lo suficiente para montar tu academia.- le dije con una sonrisa. -Bueno, voy a ver que más hay por la fiesta. Yo saldré en una expedición la semana que viene. Igual volvemos a vernos.- añadí despidiéndome de ella y mirando a mi alrededor para ver que más había por la fiesta (y aproveché para buscar algo de comer).

La propuesta de los mercaderes sobre las armas tenía sentido. Incluso si los cargamentos de armas del Rey llegasen a tiempo un par de veces luego de Gizur haber importado armas, si era tan usual que se demorasen acabarían por llegar tarde eventualmente, y ahí estaría él ofreciendo sus mercancías. Aún así, todo dependía de si el rey en verdad pagaría por tener las armas antes o no; después de todo las que venían en camino debería pagarlas igualmente... No, importarlas no era suficiente. «Una fábrica» pensó Gizur mientras sonreía. Evitando el costo del envío por barco y de la paga extra por un producto manufacturado a sus creadores las armas producidas allí serían considerablemente más baratas para los condumidores finales que las que provenían del otro lado del mundo, y le reportarían ganancias igual de significativas pero con un monopolio total del mercado fuente de obtener el mismo producto a un menor precio. Por supuesto, dado el tamaño del mercado en Aztlan, la fábrica debía tener un tamaño no demasiado grande o produciría más de lo que sería capaz de vender. Bastaría con comprar un terreno de un tamaño significativo que permitiese hacer extensiones de la fábrica en un futuro, eso y un experto en armas, puesto que aunque sabía una o dos cosas sobre blandirlas y usarla para mandar a dormir a quien tuviese delante, crear un arma era una historia totalmente distinta.

— Así que armamento... —Gizur sonrió— Caballeros, estaría encantado de trabajar con ustedes, veo que tienen un conocimiento suficientemente amplio de Santa Lucrecia y eso es algo que me sería realmente útil tener a disposición. Digan su precio —exigió Gizur usando su puño como apoyo del mentón y mirándolos a ambos con los ojos levemente entrecerrados.

La eisena te miró con desdén cuando te despediste.
Adiós... te soltó con frialdad.

Entonces fuiste a por algo de comer, en grandes bandejas habían carne, embutidos y pan.
Mientras comías observaste el ambiente constatando que poco a poco los invitados iban marchándose.
Parecía pues que la fiesta llegaba poco a poco a su fin, ante lo que un hombre que ya conocías, el Capitán Darío Torres, se te acercó con su habitual cara seria.
Él era el encargado de dirigir a los hombres que luchaban en el frente contra los aztlanos.
Ussuro... ¿cual era tu nombre? preguntó con el justo respeto. Hay novedades. El Capitán Andrés Rodríguez, quien acaba de llegar a la ciudad, necesita urgentemente hombres para una misión de máxima prioridad. Así que he decidido enviarte con él. te dijo de forma escueta.

Los mercaderes sonrieron satisfechos ante tu propuesta.
Bien... por ahora si quieres que busquemos algún local para ti, nos llevaremos una comisión de 10 gremiales. El precio del local aparte.
Luego, si quieres que os hagamos publicidad de vuestro negocio, nos conformamos con un 5% de vuestras ganancias mensuales.
Si el negocio no sale bien, apenas tendréis que pagarnos. Y si como todos esperamos es un éxito, será una pequeña parte.
Con eso conseguiréis potenciales clientes con mayor facilidad. expuso Juan en un tono serio. Su compañero Augusto asintió mientras tomaba vino.

Tras acordar o no con los mercaderes castellanos el patrocinio, saliste finalmente del local hasta llegar a la zona de los muelles donde estaban los vendedores de tabaco.
Atendía al público una mujer alta y con sobrepeso, con muy mala baba, que no se dejaba asustar por la chusma que pululaba por esa zona.
La mujer era Rocío, una castellana, pero dudabas que ella fuera la encargada.
Con su habitual mal humor te miró, sin sentirse intimidada por tus compañeros.
¿Qué? ¿Vas a comprar algo o quedarte ahí mirando? te preguntó de malas maneras.

Gizur rio mientras llevaba su mirada al suelo para permanecer así unos segundos antes de alzar nuevamente la cabeza.

—6 gremiales y un 5% del beneficio neto, no de las ganancias en bruto sin tener en cuenta los gastos. Si todo sale bien estoy seguro de que trabajaremos nuevamente en un futuro, lo que nos beneficiará a todos, ¿no es cierto? —les preguntó sonriente.

Gizur miró fijamente a la castellana durante unos segundos, con una media sonrisa en el rostro. La mujer tenía agallas para aún teniendo en cuenta su condición y posición hablarle como si se tratase de una rata cualquiera de las muchas que se movilizaban en aquellas calles. El respeto hacia su persona iba ante todo si quería convertirse en el rey de esas ratas, y si permitía que una desagradable mujer como aquella lo tratase así sin ninguna consecuencia el camino hacia ese respeto desaparecería... Aún así, había un momento para todo. Ya llegaría el momento en el que encargaría de que pagase por aquellas maneras.

—Necesito hablar con la persona para quien trabajas. Negocios —dijo Gizur en un tono neutro, sin desviar su mirada de los ojos de la castellana ni por un instante.

Al ver que se me acercaba el Capitán Darío Torres tragué rápido lo que estaba comiendo.

-Pyotr, pero puede llamarme Pedro, si le resulta más cómodo Señor.- dije cuando me pregunto mi nombre, pero cuando me dijo que salía de inmediato me quede un poco parado. -Señor… yo soy un explorador, no un soldado. Supongo que lo habrá tenido en cuenta a la hora de asignarme esta misión. También contaba con que mi patrulla empezaba en una semana, así me daría tiempo a reconocer los alrededores. ¿Podría explicarme más sobre la misión de máxima prioridad? Como donde hay que ir, por ejemplo...- la verdad es que no tenía muchas esperanzas de que me contara mucho más, al menos no aquí, pero tenía que intentarlo.

Había resultado ser de los otros para fin de la fiesta de Angy. La pobre debía estar desolee por dentro al no poder tener un nuevo papito con faldas negras; siempre había tenido debilidad por los pequeños escándalos. Por los grandes también, claro. Pero ahora se estaba pasando de rosca al hacer leña del árbol caído.

- ¡Angy! NooOoohhh – le reprendió - ¿Cómo se iba a ganar entonces el capitán y su familia el sustento? Estoy segura de que será un hombre agradecido y nos ofrecerá un porcentaje de los beneficios del comercio que realice en la ruta a Santa Lucrecia y a precio de coste transportar nuestras mercancías cuando iniciemos nuestros negocios. – le explicó - Se razonable. – le volvió a recriminar.

Además, ¿para que querría ella un barco? Para hacer una barbacoa en la playa con su madera, seguro.

- Si quieres un barco para tener un nuevo juguete, seguro que nos podremos hacer con el de los piratas cuando acabemos con ellos en la bahía esa. – lo que sería un activo muy lucrativo para nuestro propio negocio de comercio.

Los mercaderes castellanos vieron razonable tu oferta y no tardaron en aceptar.
Juan te dio la mano sonriente.
Trato hecho. Un placer hacer negocios con vos. dijo, mientras Augusto sonreía con la copa de vino alzada.

——————

La mujer te miró de forma desafiante y se giró hacia el interior de la tienda.
¡Roberto! ¡Tienes visita! gritó con su vozarrón.

Poco después, llegó un hombre bastante joven, bien peinado hacia atrás y totalmente afeitado. Vestía con ropas violetas, un color nada usual, y un estoque saltaba a la vista en su cinto.
El tipo este... la gorda iba a explicarle la situación, pero Roberto la hizo callar con un gesto de la mano.

Se acercó y te dio la mano sonriente, mirando de reojo a tus guardaespaldas.
Bienvenido, soy Roberto Gallegos, ¿hay algo que pueda hacer por vos? preguntó alegremente.

El Capitán Rodríguez miró ofendido a Angelique cuando le pidió su barco, y Gracia estuvo a punto de reprocharle su actitud, pero por suerte Lola calmó la situación con sus palabras.

El Capitán se levantó y miró a ambas serio y recompuesto tras la bronca recibida.
Tal y como hablamos, el Santa Catalina zarpará hacia la bahía en cuestión.
Aún necesito recopilar información sobre el sitio, pero creo que mañana estaré listo.
Os recompensaré de forma generosa si regresamos con el Orbe a tiempo. dijo en un tono sombrío.

José asintió y dio su palabra de que se sumaría a la expedición.
Os miró a vosotras esperando una respuesta.

El Capitán Torres levantó una de sus pobladas cejas.
Lo único que puedo decirte es que deberás acompañar al Capitán Rodríguez y sus hombres a cierta bahía para interceptar a unos piratas.
Es probable que se hayan escondido en las selvas de dicha bahía y tus aptitudes sirvan para dar con ellos. explicó de forma escueta.

Ve preparando tus cosas; si necesitas alguna arma, pásate por la armería.
Partirás mañana. añadió, y comenzó a retirarse pensando que lo había dejado todo bien claro.

Angelique bostezó. Mucho hablar, poco espadachinear hacen de la rubia una malcriada aburrida.

Oui oui monsieur le capitaine pues daos prisa en ponerlo todo en marcha. Que a ese señaló por encima del hombro la escalera por la que se escurrió el prelado No es de los que esperan. Y bien por eso de las recompensas generosas, recordad que la generosidad es la divisa de la dama bien criada. Dijo repitiendo de memoria una de las máximas del Manual de urbanidad para jovencitas del Maitre Louys.

A cierta bahía para interceptar a unos piratas… repetí en mi mente. Esto tenía muchas incógnitas, aunque la primera era ¿cómo era que los aztlanos no les atacaban? Pasaron una serie de ideas por mi cabeza y la que más me preocupaba era que los piratas les dieran armas a los aztlanos a cambio de protección. Esta ciudad se mantenía gracias a que la pólvora estaba en el lado castellano (cosa que no me gustaba demasiado, pero era así). Si los aztlanos conseguían armas de fuego, cañones, esta ciudad no duraría mucho.

No sabía si debía decirlo, porque suponía que un hombre como el Capitán ya lo habría pensado, pero lo hice y antes de que se fuera le dije. -Perdone Señor… según tengo entendido todas las bahías están infestadas de aztlanos ¿es posible que piratas y aztlanos hayan hecho algún tipo de pacto?-

También comentó lo de la armería, pero tenía mi arco y mi cuchilo… aunque el acero castellano era muy bueno, quizá cogería otro cuchillo o algún cuchillo arrojadizo.

Pensé en que debería reconocer el terreno esta noche, pero no tenía sentido ya que no sabía a donde me dirigía.

Luca no contesto a la mujer, pues parecía que tambien funcionaba al otro lado del mundo. Mantuvo la distancia adelantandose a la mujer en la salida, ya que no tenia que depedirse de nadie y tampoco queria que supiera de la existencia de sus compañeros.

Cuando le preguntó si subia al carruaje, el joven vodaccio sonrió sentándose a su lado y corriendo la cortinilla.

- Sí, sí, capitán, zarpará, zarpará, pero la cuestión es conocer el rumbo, ¿verdad? – le indicó Lola sin dejarse amedrentar por su mal humor – El señor Taylor conoce la localización de la bahía, el avalonés con el que nos vio antes hablando. Hasta donde sabemos, él es el único que sabe como llegar y sabe que tiene la carta ganadora. – le explicó.

- Él quiere tener la potestad de escoger primero la mitad del tesoro que quiere quedarse. Traté de regatear dejarnos escoger un objeto primero a nosotras, pero no aceptó. Él quiere escoger el primer objeto. Lo que podría hacernos pensar que sabe que el orbe está allí y que le interesa, pero entonces la pregunta es, ¿cómo sabe que está allí si no está compinchado con los piratas que nos asaltaron? O tal vez los piratas trabajaban antes para él, pero ahora han roto sus acuerdos con él y por eso necesita un barco… - continuó.

- Sea como fuera, puede contar conmigo y con Angy, que a saber la que podría liar en la ciudad si la dejo aquí aburriéndose… mejor que le dé el aire del mar y que se entretenga ensartando piratas. Usted pone el barco y la tripulación, el señor Taylor la ruta, y nosotras el contacto amigable entre ustedes y nuestro buen hacer contra los piratas, pero – aquí se acercó hasta el oído del capitán para susurrarle y que sólo él pudiera escucharle y tal vez Angy que estaba al lado - queda advertido de que quizás después de llegar a la bahía deberá hacerse con el orbe de manos del señor Taylor de formas poco honorables… - se separó – Ahora, no lo repita, que no sabemos que oídos pueden escuchar.

El Capitán se quedó pensativo ante tu suposición.
No se puede descartar nada.
De todos modos, no sabremos lo que sucede hasta que estéis allí. respondió, como animándote a ponerte en movimiento.

El Capitán escuchó con atención lo que le contó Lola, asintiendo ante sus conspirativas palabras al oído.
Así lo haremos... no hay otra opción.
Que Theus nos perdone... susurró, haciendo el símbolo de la cruz con su mano.

Bien señoritas, hablaré con el Señor Taylor para ofrecerle el Santa Catalina como medio de transporte hasta Tchaluk.
Aunque quizás vosotras lo tengáis más fácil para convencerlo. dijo con una media sonrisa.

Los ronquidos de Oleg os recordaron que el ussuro seguía allí durmiendo la mona, por lo que José fue a despertarlo en caso de que no lo hiciera Lola.
Finalmente salisteis de la catedral con una misión clara; convencer a Taylor de la necesidad de viajar con El Capitán Rodríguez.
Ciertamente era tarde y el avalonés os había invitado a su mansión la noche siguiente.

Al ver como el Capitán se iba entendí que era el momento de ponerse en marcha y prepararse, mañana iba a ser un día muy largo.

Fui a mi habitación a preparar mis cosas para mañana, así solo tendría que levantarme y salir. También aproveché para pasarme por la armería, a ver si podría coger unos cuchillos lanzables, desde que vi el espectáculo de Dimitri, lanzándole cuchillos a Natasha, quise hacerme con unos.

- Por supuesto, capitán. Hemos sido invitadas mañana a una fiesta en la residencia del señor Taylor. Me sentiría muy honrada si aceptara ser mi acompañante. – le dijo con un leve tono de flirteo y coqueteo divertida, y guiñándole un ojo.

Dejó que José despertara a Oleg, aunque ella habría preferido dejarlo ahí durmiendo toda la noche y enterarse al día siguiente de la reacción del obispo.