Partida Rol por web

La borrachera te da fuerza, pero te quita precisión. El guantazo corta el viento a tu paso y la roza la mejilla. La mujer se lleva una mano al rostro, evitando la mayoría del dolor y retrocede un par de pasos, chocándose contra la pared haciendo agitarse sus enormes pechos negros.

Te mira como un animal acorralado, con ojos acristalados por las lágrimas.

Es la vida del traficante de blancas, pero quizás esta muchacha fuera alegre en su tribu no mucho antes.

La actuación del traficante estaba siendo vergonzosa, permitiendo a la bien dotada cautiva el librarse de ser utilizada como un receptáculo de lujuria así como evitar el castigo físico que tal desobediencia merecía. Maximiliam parecía un novato torpe tratando de romper a una esclava por primera vez; no sabía qué contenía el vino que había ingerido, pero fuera lo que fuese, debía de ser algo potente. ¿Quizás su ojo bueno le había fallado en la penumbra de la bodega y se había llevado consigo un licor de alta graduación por error? Mas el brebaje le había sabido a vino, sin duda alguna...

En cualquiera de los casos y afortunadamente para él, los únicos testigos de su imperecia deberían de ser las esclavas allí presentes, que si sabían lo que les convenía, nunca hablarían de lo ocurrido. Muchas ni podían contarlo siquiera, dado que no hablaban el idioma del Imperio.

El tuerto sopesó sus opciones:

En parte deseaba abandonar el asunto, retornar a su habitáculo y dormir, olvidarse de todo ello. Estaba cansado y molesto. Su erección menguaba al haber sido privada del magnífico placer de los genitales ajenos y cualquier otro tipo de acto sexual que mantuviera viva la hoguera de su deseo durante aquellos minutos de forcejeo. Así mismo, su herido orgullo abofetaba a su libido mucho mejor de lo que él había logrado abofetear a la jovenzuela de color. 

Pero a su vez era consciente de que marcharse en aquellos momentos era admitir su derrota, conceder que había sido incapaz de someter a una simple moza que, para mayor inri, ni siquiera gozaba de unas capacidades físicas excepcionales, más bien al contrario, menuda como era. Una muestra de debilidad así no solo era extremadamente bochornosa, si no también peligrosa, algo que podría hacer nacer la chispa de la rebelión no solo en el corazón de aquella a la que había intentado violar, si no de cualquiera de las presentes, al darse frente a todo el redil.

No, llevaba el suficiente tiempo en esa profesión como para saber que la retirada no era una opción. Si estuviera fresco y descansado, el barbudo habría azotado a la fémina todo lo necesario hasta someterla a su voluntad, sin importar cuanto daño ella fuese capaz de soportar antes de ser doblegada. Pero dada la situación... su mente llamaba a soluciones poco ortodoxas.

Enarboló una malévola sonrisa a la par que se alzaba los pantalones y cerraba su cinturón, ocultando sus vergüenzas. Se aproximó a los cubos que contenían los deshechos sin apartar la mirada de la piel azabache, como si esto solo fuera suficiente para dejarla paralizada en el sitio. Agarró con firmeza uno que estuviera al tope de orina, a lo que se volvió a aproximar a ella. ..

Sin más, tomando el contenedor con ambas manos, el hombre quiso lanzar los repugnantes contenidos sobre ella.

El fétido liquido se derrama sobre ella, está liberando un grito de disgusto, para luego  arrodillarse contagiada por arcadas que no puede parar, frenéticamente.

Las demás mujeres se agachan y se cubren y protegen entre ellas, temerosas de tu ira.

Orgulloso de sus desalmadas acciones y el efecto que estas habían provocado, sintió que la humillación que la fémina azabache le había causado de forma indirecta había sido compensada con creces. El comprensible asco que la había paralizado y la tenía cerca del vómito producía un enfermizo y sutil placer en la psique del traficante, diferente al del coito.

—¡Que esto os sirva de lección a todas! —indicó a viva voz, lanzando el cubo al suelo de mala manera—. ¡Esta es vuestra nueva vida, y si no obedecéis, no os comportáis como el conjunto de agujeros que sois y no hacéis feliz a quien os compre, no valéis nada!

Tomó una fuerte bocanada de aire, haciendo un visible esfuerzo por serenarse.

—El próximo castigo no será tan benevolente. Os haré sufrir hasta que obedezcáis o supliquéis la muerte. En el peor de los casos sois reemplazables, creedme. Nadie encontrará vuestro cadáver —aseguró con una placidez que contrastaba con su escalofriante monólogo, haciendo danzar su vista entre todas las allí presentes a la par que hablaba—. Si alguna de vosotras, rameras infelices, es capaz de comprenderme, os aconsejo que le transmitáis mis palabras a vuestras amiguitas salvajes que no conocen el reikspiel, por vuestro propio bien y el de ellas.

Había dicho todo lo que necesitaba. Sin mirar atrás, Reuter abandonó el redil con paso firme, dando un escandaloso portazo. Se aseguró de que la puerta se encontraba adecuadamente cerrada y retornó a su habitación. Allí, se plantó frente a la ventana, observando Marienburgo y finalmente suspiró.

Por muy bueno que hubiera sido el día, que se torciera en el último momento lograba dejarle un mal sabor de boca. «Maldita sea, esa esclava estaba jodidamente fresca; no durará demasiado en ese estado. Si la muy puta se hubiera quedado quieta...», se lamentó, la empatía algo casi desconocido para él.

Quizás ya iba siendo hora de dormir y permitir que llegara el amanecer de un nuevo día...

 -... si se hubiera quedado quieta, no hubiera sido tan divertido. -

Dice una voz femenina doble, a tus espaldas, juguetona. Jurarías que no había nadie en tu habitación, y si alguna de las rameras se encontraba allí, era claramente un fallo en tu cordón de seguridad.

Cuando te das media vuelta, ves a una criatura que nunca habías visto antes, cruzada de piernas de forma sugestiva, con una piel de un tono rojo que nunca habías visto, varios cuernos coronando su cabeza, decorados de cadenas de un dorado oscuro, brillante al fuego de tu vela. Varias joyas cuelgan de su cuello, adornan sus dedos y otras partes mas inhumanas. Sus ojos brillan con iridiscencia mientras te observa con una sonrisa maligna entre sus labios.

El alcohol te ha dado fuerte.

En el preciso instante en el que aquella voz alcanzó sus oídos, el adiestramiento del ex-combatiente se apoderó de su figura y el individuo llevó a cabo un giro de 180 grados con semblante amenazante. Sin embargo, al toparse cara a cara con aquello que aguardaba fuera de su campo de visión, quedó inmóvil. La seguridad que irradiaba instantes antes, cuando creía que alguna necia esclava embriagada de insolencia se había atrevido a colarse en su habitáculo personal, se disipó como si nunca hubiera estado ahí. En su lugar, sus ojos, abiertos como platos, delataban una mezcla de confusión e incredulidad.

—¿Q-qué...? ¡¿Qué demonios?! —balbuceó, chocándose con el marco de la ventana al retroceder instintivamente.

Examinó frenéticamente a la desconocida de arriba a abajo. Demonio, quizás aquella era la palabra adecuada. A lo largo de su vida había contemplado a todo tipo de criaturas, algunas fantásticas, otras de pesadilla, pero jamás había visto algo similar a aquella... ¿mujer? 

Había escuchado historias sobre el Caos, claro, pero nunca les había prestado demasiada atención. Ni siquiera creía en los dioses, por muy real que pudiera llegar a ser su influencia cuando sus zelotas más vehementes la solicitaban. Para él no eran más que fanáticos practicando magia y achacándola a un ente superior. 

Mas aquella fémina... aquella súcubo... ¿se trataba simplemente de una hechicera repleta de mutaciones? Algo de la desconocida le perturbaba. Sintió la ardiente necesidad de empuñar un arma, lo que fuese, pero no llevaba nada encima y su sentido de supervivencia le aseguró que no le convenía llevar a cabo un movimiento en falso.

Entonces cayó en la cuenta de ese detalle crucial que no cuadraba con el resto del puzle... la respuesta que se le había dado. Solo que él nunca había presentado sus pensamientos en voz alta, ¿cierto? Ni ya estaba seguro. No lograba pensar con claridad.

—¿Quién eres, y cómo has entrado aquí...? —interrogó, tratando de sonar rudo.

 - Quien y como. 

Bosteza con gracia, de forma intencionada revelando varios colmillos felinos, brillantes como las perlas mas blancas.

 - Típico de una mente mortal. En la presencia de una diosa ¿es lo único que se te ocurre?

Se ríe juguetona mientras se lleva un par de dedos decorados de guarda-uñas dorados al mentón mientras te observa y despliega sus alas cubriendo casi toda la habitación de manera envolvente.

La criatura suspira pesadamente.

 - Mi maestro tiene interés por conocerte, vengo a traerte su invitación...

Señala la botella de la que bebías antes de abandonar la habitación para reprimir tus sentidos mas salvajes con las esclavas en el piso de abajo.

El barbudo tensó la mandíbula. La criatura se mofaba de él, incluso se referió a sí misma como una diosa, pero ni así se notó capaz de moverse. El terror, representado por un maremoto de escalofríos que le recorría la columna vertebral, le obligó a echar raíces en su rincón. Hacía muchísimo tiempo que nada ni nadie le llevaba sentirse así, similar a la primera vez que formó parte de una contienda real...

Imitando a un pavo real, la "mujer" extendió unas alas que Maximiliam ni sabía que tenía cual imponente demostración de poderío, o eso le pareció al humano, que ahogó un gemido de pavor. Creyó que aquellas extremidades le iban a tragar... pero el ataque nunca tuvo lugar.

Su boca estaba tan seca... pero necesitaba respuestas:

—¿Tu maestro quiere conocerme...? —repitió, como si así le fuera a resultar más sencillo el comprender la situación. ¿Si una diosa tenía un maestro, eso lo convertía en algo superior a un dios? No disponía de tiempo para preguntarse esas cuestiones filosóficas... en su lugar dedicó un rápido vistazo al vino, siguiendo la mirada de la aparente súcubo, aunque no demoró en volver a observarla, desconfiado—. El vino... ¡¿me has envenenado?!

¿Qué había bebido...?

En la botella, hay una rosa del más puro rojo descansando en el cuello.

Cuando devuelves tu mirada, la criatura ya no esta.

De pronto, estaba solo. La criatura desapareció con la misma brusquedad con la que había hecho acto de presencia, inquietando todavía más a Maximiliam. Unas gotas de sudor frío descendían por su frente. 

Quiso pensar que lo había imaginado, alucinaciones conjuradas por una mala borrachera. Existía la posibilidad de que el vino estuviese en mal estado, también. Pero... no, no podía ignorarlo. La rosa en el cuello de la botella le aseguraba que el fatídico encuentro había sido muy real. 

Se aproximó lentamente al contenedor de cristal, cauto, como si un enemigo invisible pudiera abalanzarse sobre él en cualquier momento. Entonces le dedicó un buen vistazo a la rosa, intentando discernir si había algo fuera de lo común en ella, o dentro de la propia botella.

A simple vista, parece una rosa común, pero te das cuenta de que el tallo es negro y las espinas son especialmente retorcidas. El color rojo es llamativo y extremadamente vivo.

No era un erudito de la flora, pero Reuter estaba casi seguro de que las rosas no tenían tallos negros, por no mencionar su tinte rojizo anormalmente vivo o las despiadadas espinas que adornaban el tronco de la flor.

Intrigado y en contra de su sentido común, el veterano trató de tomar la flor entre los dedos índice y pulgar de su diestra, procurando no pincharse con una espina, para aproximarla a su rostro y ser capaz de una observación más detallada, así como olisquear su aroma, de haberlo.

Era solo una flor, pero su curtido sentido de la supervivencia le decía que tras lo acontecido, cualquier cosa podía pasar, haciendo un desesperado llamamiento a la cautela. Sin embargo y no obstante, el huroneo del hombre lo acalló.

La curiosidad mató al gato, al fin y al cabo.

El olor es dulce y desconocido para ti. Te devuelve memorias de tu niñez, antes de perder tu inocencia.

Los colores a tu alrededor se enderezan, brillantes, y luego el mundo empieza a desvanecerse poco a poco, relajando tus músculos, apagándolos, sin que nada puedas hacer.

Todo esta oscuro, negro, sin contenido, sin rumbo ni comienzo, flotando en tu inconsciencia.

Pero pronto abres los ojos.

Parece algún tipo de patio interior, coronado por una gran catedral de siete picos, construida de piedra negra. Un aroma floral flota en el aire, acompañado de una intermitente brisa.

Hay jardineras decoradas por arcos de piedra en todos lados, siendo las flores de diferentes tonos morados, de formas exóticas y exhuberantes que resaltan incluso en la noche. En el centro hay un estanque.

Hay un portón que supones que lleva al interior de la catedral, aparentemente cerrado desde aquí. Detrás de ti, hay otro portón, que parece llevar fuera del recinto, entreabierto.

Lo que ocurrió tras cometer la temeridad de tomar y disfrutar de la inesperadamente agradable fragancia de la engimática rosa, era, por decirlo de alguna manera, difícil de explicar.

A Maximiliam le resultó imposible comprender lo que le estaba sucediendo. Ni siquiera se paró a cuestionarlo, limitándose a disfrutar en un estado de inconsciencia de esas sobrenaturales sensaciones.

Cuando recuperó el sentido, el paisaje y sus inmediaciones, extrañas y desconocidas, le arrancaron de su sopor con un envite de alarma. Miró a izquierda y derecha, arriba y abajo, haciéndose con todos los puntos de interés de aquel lugar. Escudriñó con especial atención la imponente catedral.

—¿Era esto a lo que se refería con invitación...? —consultó con su aparente soledad, queriendo ocultar el desasosiego en su voz y fallando en el intento.

La única hipótesis que su mente era capaz de hilar indicaba que se le había debido de transportar hasta allí haciendo uso de un hechizo, artefacto o algo similar. Quizás la propia rosa había sido la causante. Irónicamente, el que se dedicaba a la trata de blancas había sido secuestrado. El cazador se transformó en la presa.

Desarmado, ataviado solo con una camisa de lino blanca, unos pantalones oscuros y sus desgastadas botas marrones, el individuo era dolorosamente consciente de que sus posibilidades de salir exitoso en una confrontación directa eran más bien escasas. Por ello, determinó que el mejor curso de acción era alejarse de esa edificación lo máximo posible, y velar por descubrir en qué punto del Viejo Mundo se encontraba.

Por ello, avanzando a buen paso, se dirigió hacia el portón que estaba entreabierto.

Te acercas con premura empujando la puerta. Justo a medio paso después de cruzar el umbral, un gran barranco se precipita hacia un océano rojo, infinito hacia el horizonte. Desde aquí te das cuenta de que el cielo también está pintado de rojo, y Morrslieb se torna de un claro púrpura hipnótico.

Este lugar, no es sitio para mortales.

—No... —musitó el tuerto con su campo de visión fijo en el cielo antinatural y Morrslieb.

No sabía qué tipo de retorcida herejía estaba en juego, y no le importaba. Sobraba decir que necesitaba escapar de aquel lugar. El pérfido problema que ahora se le presentaba es que la salida obvia no le serviría de mucho a no ser que deseara precipitarse a una muerte segura; las cosas nunca eran tan fáciles, lo sabía bien.

No le quedaba otro remedio que retornar al patio y husmear la zona en busca de una ruta distinta. 

Así hizo, echando un vistazo al patio, el estanque y sus aledaños, a ver si encontraba algo digno de mención.