Partida Rol por web

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Aquel día era bueno para degustar algún alimento caliente y beber vino, pues todo peregrino del Camino debía mantener la entereza mediante tres requisitos constantes: rezar cada día, tener paciencia en el peregrinaje y mantener el estómago lleno. Es por ello que te mezclaste con la gente de la plaza para poder atravesarla hacia el rincón donde se ubicaba la taberna. Enseguida contemplaste cómo un tumulto de gente sobresalía de sus mismas puertas, desde el interior al exterior. La gente rebosaba de ese lugar más que el vino vertido en sus copas. Y habiéndote hecho paso entre la multitud, lograste acceder al interior y contemplar cómo mesas y sillas estaban abarrotadas de gente.

Vistes a un lado de la sala un gran tablón horizontal, colgado en la pared, el cual a duras penas mantenía en sus púas y salientes
un gran número de cayados y otras prendas. Al otro lado una gran superficie fabricada con numerosos tablones cortados al unísono hacía de mostrador para servir vasos y jarras, y colocar los almuerzos que salían de la cocina e iban al gran salón. El vocerío entre el matrimonio que regentaba el negocio y los clientes era constante.

Quiso la suerte (o quizá fuera la pericia del tabernero al atenderte) que fueras servido rápidamente con un vino que, según aseguraba él, había llegado esa misma mañana en varias barricas.

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Y tras ello un tipo que asemejaba a un peregrino comenzó a charlar contigo amistosamente.

Su mano sostenía aquel vaso vacío y acompañaba con movimientos al unísono sus palabras. Luego, y sin ánimo alguno de ofensa, se ofreció para guiarte a cualquier punto desde Foncebadón hasta una decena de leguas a la redonda, pues según contaba solía acompañar peregrinos en aquel tramo del camino, pues desde aquel pueblo había varias rutas posibles.

Y esto lo hago de vez en cuando, esperando que todo buen peregrino llegue a donde tiene que llegar -decía, con el vaso vacío-. ¿Queréis vos compañía en el camino? A buen seguro que no vos perderéis.

Aunque negaste al principio contar con sus servicios, lo más sensato sería conocer el siguiente tramo de tu marcha. El tipo, sin embargo, se mostró algo receloso y se dio la vuelta.

Estaba degustando el morapio que me había puesto el tabernero, cuando un tipo algo pesado, pero con buenas formas, se presentó. Con la copa vacía, queriendo seguramente que le invitara a una, empezó a hablarme. Sabía qué tipo de gente había en los caminos y éste podía ser perfectamente un bandido que intentaba engañar a la gente y llevarla a un lugar oscuro y lóbrego para atracarla. Después de su plática, le di los buenos días y dejé que se marchara por donde había venido. Si había llegado hasta aquí solo, sin perderme, no creo que me resultara difícil llegar al castillo. Apuré mi comida y llamé al tabernero para pagarle. Cuando le daba el dinero, le di una monedilla más para preguntarle por la dirección exacta del castillo. Después, siempre atento al tipo que se me había acercado, salí del establecimiento y volví a la plaza del mercado. Daría una vuelta por los puestos, para ver si había algo interesante y también por la herrería. Siempre era bueno saber si la aldea contaba con un buen profesional. El brazo lo llevaba sujetando bien mi morrar, por si algún manos ligeras quería poner sus ojos en mis cosas.

El tabernero aceptó de buen grado tu moneda, sorprendiéndose por ello (tan sólo por la pregunta tras el almuerzo). Te indicó que debías salir por el otro extremo del pueblo (luegar opuesto al que tu accediste, según supusiste). El caso es que no parecía haber pérdida, y aquel tipo que se te ofreció como guía quedó en la taberna...

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Aquel ambiente animado te invitaba a recorrer los puestos allí organizados, y por eso te tomaste un rato para ello. Los tenderetes más sofisticados estaban dispuestos con varias estacas verticales que sujetaban sobre sí una tela y ofrecían sombra al vendedor y su mercancía. Otros simplemente se componían de sacos y alguna alfombra colocados en el suelo donde había sobre sí distintos enseres. Todos ellos se agolpaban en la calle principal de Foncebadón, y en la zona más cercana a la entrada del pueblo se encontraban pequeños rediles donde había ovejas, carneros, gallinas y hasta un par de mulas. El típico hedor de esos animales contrastaba con el de la carne ahumada y otros productos que podían encontrarse en otros puestos: los carniceros cortaban y exhibían muslos, tocinos y cecinas de varias clases, siendo de vaca la más abundante; los codiciosos buhoneros mostraban objetos pequeños, tales como pellizas de vino, lanas de cierta calidad, tijeras, yesqueros, cajas de clavos e incluso algún que otro candelabro; otros tantos, colocados al final del pueblo (casi saliendo de él por el otro extremo), exponían aperos de labranza, tijeras y palas.

La gran cantidad de gente que visitaba aquel día el mercado hacía que caminar fuese una tarea afanosa, sobre todo porque muchos de ellos se agolpaban delante de cada puesto con la única intención de ojear lo que allí había; y otros tantos practicaban el trueque doquier, delante de los que vendían y compraban. Entonces te acordaste de aquella caja dorada que guardabas en tu zurrón. Seguramente era más valiosa que todo aquel mercado junto.

Después de confirmarme el tabernero que para ir al castillo era fácil y no había pérdida, deduje que el anterior tipo era un charlatán y posiblemente un bandido. Me di una vuelta por el mercado, disfrutando del paseo y viendo qué mercadería había expuesta. La intensidad de los olores era abrumadora, haciendo que mi nariz se arrugara en más de una ocasión. Después de un rato, decidí salir de allí y continuar camino hasta el castillo. Una vez allí, miraría el contenido de la misteriosa caja.

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Mientras veías cómo un mercader pesaba en una pequeña balanza algunas legumbres que para entregárselas a un matrimonio, notaste que alguien había tirado de tus ropas. Cuando te giraste viste a un tipo corriendo por el otro extremo del mercado. Luego se perdió entre las calles del pueblo. Tras palparte tu cintura supiste que una de las dos bolsas de cuero donde guardabas tus monedas ya no estaba anudada en tu cinto. ¡Ese tipo te la había robado!

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Estaba claro que un ratero de tres al cuarto no iba a amargarte aquella parte del viaje. No es que hubieras perdido algunos maravedíes, sino que la mitad de tu presupuesto estaba a punto de desaparecer de tu vista para siempre. Intentaste correr lo más rápido que pudiste, persiguiendo al ladrón que ya salía del pueblo y se dirigía hacia la orilla de un arroyo cercano.

Corro tras el maldito ladrón que me ha robado una de mis bolsas con el dinero. Me levanto las faldas y echo a correr detrás de él. El tipo es rápido y escurridizo, además de conocerse las calles y callejuelas. Pero no cejo en mi persecución y poco a poco le voy ganando terreno. Salimos de la aldea y vamos llegando a un río. Probablemente vaya a su guarida o al sitio donde estén sus compinches, así que deberé de estar preparado. Desenvaino mi espada y acelero en mi carrera.

Corriste con un ahínco y un esfuerzo desmesurado. No ibas a dejar que aquel fulano te sisara la mitad de tus bienes para el viaje. Corriendo loma abajo, alejándote una centena de varas de Foncebadón, ambos llegasteis a una arboleda situada antes de llegar a la orilla del arroyo. Entre aquellos árboles, ocultos en la discreción que ofrecían, había alguien más: una mujer que sujetaba un caballo, y un tercer sujeto tendido en el suelo, magullado su rostro por golpes. El ladrón y la mujer (luciendo ahora ambos sendos cuchillos en sus manos) se lanzaron contra ti. Menos mal que tenías la espada desenvainada...

Cuando ya casi lo tenía, éste llegó a un claro, donde le esperaba una mujer con un caballo y un tipo en el suelo que gemía dolorido. Los dos bribones, perseguido y mujer, cargaron contra mi. Al verme superado en número elegí una táctica de combate que me habían enseñado de pequeño. Los malandrines no creía que fueran rival para mi, pero era cierto que eran dos contra uno. De seguro que sabían manejar medianamente bien los cuchillos, así que debería de tener mucho cuidado.

-"¡Soltar las armas, bellacos, y devolverme lo robado! Os lo ordena Martín de Alveza." Les dije pasando a la acción.

Cogí la espada con las dos manos e hice un BARRIDO (acción extendida) para tener a los rufianes a cierta distancia. Primero quería ver sus dotes con el acero y después atacarles uno a uno.

Turno 1:

Los dos tipos cargaron contra tí, pero sólo uno de ellos (la mujer), logró clavarte el cuchillo que portaba en tu muslo. Lejos de gritar de dolor, tu gambesón detuvo el corte, por lo que no fuiste dañado aunque no pudiste hacer tu contraataque al momento...:

Daño: 5 (-3 por Gambesón reforzado) (/2 por pierna): sin daño.

Tras el ataque, giraste tus muñecas y tu espada viajó en horizontal contra ellos, quienes te rodeaban (uno por cada lado). Sin embargo, no pudiste alcanzar a ninguno, quienes ahora parecían tenerte a su merced, pues te miraban con gran fijeza*

Malditos bribones. Al parecer sí sabían luchar y hacer uso de la superioridad numérica. El barrido falló en su intento de rechazar a los indeseables y la mujer acabó apuñalándome en la pierna. ¡Menos mal que mi recia armadura me protegió! Agarré con fuerza la empuñadura de la espada y cambié de táctica, centrándome primero en el chico, que parecía el más ágil y peligroso de los dos. Lancé una estocada para pillarle desprevenido y después intenté darle un buen espadazo lateral. Si me salía bien la jugada, después le tocaría el turno a la mujer.

-"¡Tirad las armas, malandrines!" Les gritaba.

Turno 2:

Ninguno de los fulanos hizo caso a tu propuesta, e incluso ambos se adelantaron a tu actuación y, con una avaricia y malicia en sus ojos te atacaron. La mujer dio dos cuchilladas al aire, y el hombre logró acertarte en el brazo, pero su embiste no había sido muy grave, apenas un rasguño en tus armaduras y sobre tu piel...

Daño: 7 (-3 por Gambesón reforzado) (/2 por brazo) (/2 por at preciso): 1 punto daño.

Por ello, que lanzaste una estocada al hombre, primero tratando de impactarle a conciencia y luego sacando de donde pudiste otro ataque para sorprenderle... Sólo el primero de ellos efecto, atravesando parcialmente con la espada el vientre del hombre:

Daño: 11 (-1 por ropas gruesas) (/2 por Ataque Preciso): 5 puntos de daño.
 

Estaba sudando la gota gorda para lidiar con estos mequetrefes. Quizás no debiera haber seguido al chico hasta la trampa que sabía que era. Mejor seguir vivo y la mitad de rico, que muerto y sin un maravedí. ¡Pero ya no había vuelta atrás! Me había herido... ¡El ovejo del ladronzuelo me había herido! Agarré con las dos manos mi espada y arrecié en mi embestida contra él. Si le partía en dos, él se lo había buscado.

Turno 3:

Esta vez no te iban a sorprender. Fuiste el primero en actuar, y como tal levantaste la espada, de nuevo, contra el hombre. Dos tajazos de importancia le ofreciste: uno en el brazo, y otro en... ¡el cuello!:

Daño1:7 (-1 por ropas gruesas) (/2 por brazo): 3 puntos de daño.
Daño2: 8 (sin protección) (x2 en cabeza): 16 puntos de daño.

La hoja de espada entró por el cuello de forma casi horizontal, y viste como salía por la parte de detrás, mientras que gotas de sangre chapoteaban en tu rostro. Hacía mucho tiempo que no te defendías de nadie con violencia, y esta vez, cuando sacaste la espada y el tipo cayó al suelo, habías recordado tales momentos. El cuerpo del sujeto cayó al suelo. Por su rostro, aún vivía, pero estaba claro que moriría en pocos segundos*.

Acto seguido, la mujer viendo el panorama y desesperada, trató de acuchillarte en el rostro, pero no pudo hacerlo, pues lograste esquivar fácilmente. Segundos después, viendo que su compañero yacía prácticamente muerto, tiró su cuchillo al suelo, se arrodilló y te pidió piedad. La mujer tenía entrelazadas sus manos, como si rezando estuviera, pues se veía acorralada ahora por tí...

No me gustaba matar, aunque hoy en día era casi un acto de bondad, viendo la crueldad y malicia de la gente. El tipo acabó en el suelo, traspasado por mi espada. El muy truhán se lo merecía. Me defendí de la mujer y le apunté con el acero. Ella, viendo que era presa del pánico, dejó caer el arma y se arrodilló a mis pies, implorando clemencia. Debería de cortarla el cuello por haber levantado un arma contra un noble, pero no había honor en acabar con su vida. Era una mujer y encima estaba desarmada. Miré al tipo que estaba más allá, el que estaba pidiéndole algo a la mujer.

-"Tú, acércate con alguna cuerda o algo para atar las manos de esta ladrona. Si no encuentras nada, coge una de las cinchas del caballo y hazle un buen nudo." Le dije al hombre. "Y tú, más te vale que no muevas ni un músculo o terminarás como tu amigo."

Escupí encima del cuerpo del bribón. Esperé con la espada en ristre a que el liberado hombre atara a la mujer y me agaché para registrar al muerto. Debía de recuperar mi bolsa del dinero y ver si tenía algo más encima. Después, me quedé mirando a ambos.

-"¿Tú quien eres? ¿Qué hacías aquí? Habla." Le dije al tipo, para después mirar a la mujer. "Y tú, mujer. ¿Cómo te llamas?"

El tipo que estaba más allá no se atrevió a no obedecer. El caballo tenía una cuerda en sus bozales, y las retiró para acercarse hasta donde la mujer seguía de rodillas. El tipo de la cuerda ató a la mujer por las muñecas, y te comentó que el cadáver no tenía la bolsa, sino él.

Los tres, al parecer, estaban compinchados (y no había que ser muy lúcido para darse cuenta). La mujer te dijo que se llamaba Jimena (debía rondar casi la treintena, pero se conservaba bien) y que no hacían sino ganarse la vida como podían (atrayendo a incautos y robando a peregrinos de las cercanías), como a... a un hombre que tenían más allá de arboleda maniatado.

Por lo visto, antes de tu robo, esos dos fulanos (la mujer y el fiambre) habían engatusado a alguien (según contó ella), y el tercero (quien te robó la bolsa) pretendía engatusar a alguien mar (osea tú), en el mismo lugar. Sin embargo, contigo les salió mal la jugada...

Acto seguido fuísteis por tu mandato hasta donde ellos decían tener retenido al hombre.

Saliendo más allá de la arboleda cruzásteis un pequeño vado del arroyo tras unas grandes peñas. Allí un tipo de prendas claras, cabellos cortos y estaba maniatado y sentado delante de un tronco. Tenía en su boca un pañuelo, por lo que no podía gritar. Os vio a todos acudir hasta él. Estaba asustado, y tenía una brecha en la cabeza, la cual le habían hecho los maleantes contra los que te enfrentaste.

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El tipo sólo portaba sujeta en su pretina la funda de una daga, que seguramente no le habría dado tiempo a usarla contra aquellos que le asaltaron. Se sobresaltó al principio, nada más ver tu rostro, pero entendió al momento tus honradas intenciones. Cuando se incorporó y le desatásteis, le ofreciste el agua de su propio odre, y luego pudo recomponerse y colocarse de pie. Antes de decir nada, miró en derredor, como comprobando su situación y asimilando que
había sido presa del robo. 

Gracias, señor... ¡Estos hideputas! -y le dio una patada al que te había robado la bolsa, ya recuperada, y no tenía aquel ánimo de devolvérsela estando tu delante-. Me llamo Rui, Rui Cabellos. Venido he a visitar el mercado esa mañana, y antes incluso de adentrarse en Foncebadón una piedra en la cabeza me arrojó del caballo y me tumbó. ¡Un mal rayo os parta! -siguió reprochándoles, mientras seguían cabizbajos los agresores-.  Y el resto es ya sabido.

Soy... siervo de Tomé de Aranda, el señor del castillo de Calmenor -tus ojos se abrieron entonces-. Éste intentó discernir si sabías algo de ese lugar, y enseguida tu rostro se iluminó al oír ese nombre: era el lugar de tu destino. ¡Bien, bien! -Rui se alegró de escuchar aquello, y no dudó en pedirte que lo acompañaras hasta allí-. Aún queda media legua de distancia, por lo que no nos será difícil llegar pronto y, por supuesto, llevar a estos dos fulanos ante don Tomé. No dudará, a buen seguro, mandar una pila de soldados para que purgue estas tierras de maleantes como los estos dos...

Maniaté a ambos al darme cuenta de que estaban compinchados. Después me llevaron hasta un tipo que estaba maniatado y que resulto ser vasallo del señor del castillo al que iba. Todo había salido perfecto: había recuperado mi dinero, había atrapado a dos maleantes y dado muerte a otro, y encima había rescatado a alguien que me abriría las puertas del castillo de par en par.

-"Hete aquí, que la suerte me sonríe, Rui, pues has de saber que hacia el castillo que mencionas me dirigía cuando uno de aquestes bribones me sacaron una bolsa de dinero. Pero, ¡ahhh! Pobre del infeliz, que ahora yace muerto más allá, en un claro próximo. Estos dos vendrán con nosotros al castillo de tu señor y serán juzgados por aquel. Tal vez a la mujer la dejen con vida, siendo destinada a ser la ramera de la tropa. Pero a este, mucho me temo que le darán matarile. Bien, partamos de inmediato. Por cierto, mi nombre es Martín de Alveza, el Auténtico." Le dije alegre.

No entendió Rui Cabellos la referencia a "el Auténtico", que daba a entender que habría otro que se las daba de igual suyo , tal vez en porte en en estatus. Y tal que así, que ahora viajábais hasta el castillo de Calmenor con dos rehenes cuyo destino no les auguraba un buen puerto, al menos al principio.

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Finalmente, avanzaste por el camino que ascendía a la sierra frente a ti, mostrándote tu inmediato destino de descanso. El castillo de Calmenor sería un buen lugar para poner tus ideas en orden y asimilar todo lo que te había ocurrido. Enseguida viste una pequeña aldea situada al borde de un arroyo, antesala de la fortaleza construida muchas varas más arriba. Te encaminaste hasta allí, sin saber lo que aún te deparaba el último tramo de tu viaje.