Partida Rol por web

El que susurra en las profundidades

[02] El buen pastor

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22/09/2019, 22:27
=Interludio=

En un oscuro callejón del East End londinense, medianoche del miércoles 20 del junio de 1923

La figura se mantenía cerca de la pared del callejón, alejada de la luz de la farola. Cuando se escucharon los pasos aproximándose todavía se resguardó más. Un observador casual podría pensar que se trataba de algún delincuente dispuesto a atrapar a una víctima indefensa, pero una mirada más atenta notaría la inquietud del que acechaba.

El que se aproximaba con paso firme vestía los hábitos de sacerdote: una sotana negra con alzacuellos que a esas horas de la noche se antojaba fuera de lugar. También su forma de andar y su rostro no parecían casar con la profesión. Aquella mirada azulada y el pelo rubio enmarcando unas facciones jóvenes y rudas le daban a su túnica un aspecto de disfraz. Pero era una túnica auténtica y aquel hombre, el padre Elías, era un verdadero párroco. Sería honesto decir que llevaba poco como sacerdote ya que había sido ordenado apenas ocho meses antes. Anteriormente había sido estibador y luego púgil de cierto éxito. Un mal encuentro fuera del ring lo había dejado al borde de la muerte y fue entonces cuando vio la luz y abrazó la fe. Sobre todo porque ambas cosas le fueron descubiertas por el padre Saúl, su superior. El padre Saúl era de los que creía en aquello de a Dios rogando y con el mazo dando. Cansado de que las bandas controlasen lo que sucedía en el East End y acosasen a sus feligreses había pasado a la acción para convertirse en algo así como un paladín de los oprimidos. La curia tenía un problema con el padre Saúl y era que resultaba complicado distinguir sus acciones de las de otros gángsters. Pero al menos los que estaban bajo su protección podían respirar más tranquilos que bajo otras bandas menos compasivas. Pero sus enemigos: esos podían temer la espada de Gabriel.

Y a veces Gabriel se encarnaba en el padre Elías. De ahí quizás que la sombra estuviese tan nerviosa cuando el sacerdote se detuvo a la entrada del callejón.

—El padre Saúl espera una respuesta.

Una voz masculina, evidentemente nerviosa, contestó de entre las sombras:

—No hemos sido nosotros. No tenemos nada que ver con las desapariciones de los niños. Después del último aviso ni siquiera nos hemos aproximado a un orfanato de vuestras calles. El señor Wallbert me manda para deciros que nosotros no...

El sacerdote levantó una mano impaciente:

—Silencio. Ya sabíamos que vosotros no teníais nada que ver. De haber sospechado lo más mínimo esta conversación no habría tenido lugar.— sacó un sobre de un bolsillo de su sotana —Entrégale esto al señor Wallbert. Es una petición de colaboración. Necesitamos vuestros ojos y vuestros oídos. A cambio seréis convenientemente recompensados por ello. El padre Saúl no es una persona rencorosa. Espero que tu jefe tampoco. Después de todo están en juego las vidas de niños inocentes. Ahora son nuestros pero si no averiguamos quien está detrás de esto podrían mañana ser los vuestros. ¿Tienes hijos?

El otro tardó unos segundos en contestar.

—Dos. Un niño y una niña. El mayor de seis años.

—Seguro que eres un buen padre ¿te imaginas el sufrimiento de perderlos sin saber donde están?. Hay quienes piensan que los niños huérfanos no importan a nadie. Se equivocan. A nosotros nos importa cada alma de nuestra congregación, sobre todo las más débiles. Y si las autoridades no las protegen... entonces lo haremos nosotros. Porque si alguien arrebata una de nuestras almas entonces deberá sufrir la Ira del Altísimo. Díselo a tu jefe. Dile que confiamos en que podáis ayudarnos y que, de ser así, estamos seguros de que podremos devolveros el favor en el futuro. ¿Lo has entendido?

El hombre en las sombras asintió levemente cogiendo el sobre que el sacerdote le tendía.

—Buen chico. Dale recuerdos al señor Wallbert y transmítele nuestra bendición.

El otro se fue en cuanto tuvo el sobre en las manos. El padre Elías permaneció un rato en aquella calle, sintiendo el aire de la noche en su rostro. Frunció el ceño levemente. Algo latía bajo aquella ciudad, algo malvado y terrible. Podía notarlo. Lo que acechaba a los inocentes del East End era algo más que hombres sin escrúpulos, que ladrones de niños. Era una maldad tan antigua que ya los druidas la habían temido. Unos dioses que ya eran antiguos cuando los cristianos todavía se reunían a rezar en catacumbas. Sí. Probablemente la Iglesia Católica los excomulgaría si tan sólo sospechasen lo que ellos sabían realmente. Hay muchas maneras de adorar a un mismo Dios. Y sólo esperaban que su deidad fuera lo suficientemente fuerte como para rechazar los tentáculos de aquellos más antiguos.