Partida Rol por web

Gonzalo se acerca sin prisas a la puerta del monasterio, la que parece ser la única forma de atravesar el alto muro que lo rodea. Una vez allí, dado que la gran puerta de madera con remaches de metal parece bien cerrada, decide llamar, aporreando la aldaba que allí se encontraba para ese menester.

- Ya va, ya va!, se escucha una voz masculina desde el otro lado de la puerta. Pasados unos segundos, un pequeño ventanuco se abre y tras él aparecen unos ojos oscuros y bien cargados de arrugas.

- ¿Quién es?, pregunta monótonamente la voz.

María echa un vistazo desde el pescante a todo su alrededor y no consigue ver a nadie en las proximidades del carro. Además, no le parece que una zona llana como ésta sea el mejor lugar para ningún tipo de asalto o emboscada.

En dirección al monasterio que visteis a lo lejos María consigue divisar lo que parece ser una persona a pie, caminando junto a un animal que parece bien cargado de unos bultos largos que no es capaz distinguir desde esta distancia.

-Gonzalo Blasco, humilde servidor de Dios. Vengo buscando a mi primo, José, que se hizo monje dos años ha.

Digo en tono neutro.

-Mmmm.... me parece divisar... allá, hacia el Monasterio... ¿No lo véis...? parece alguien a pie, caminando junto a un animal muy cargado de unos bultos largos... no acabo de ver qué son... ¿los distinguís vos, Tomás...?

Los ojos entrecerrados, María escudriña en esa dirección.

-Quizá es el propietario del carro, que no ha tenido más opción que dejarlo ahí e ir a buscar ayuda. Rodead el obstáculo entonces, y, retomado el camino, vayamos hacia allí.

En efecto, Tomás también es capaz de ver la figura de un hombre con un animal, caminando en dirección al monasterio. Su caminar, desde la distancia, parece cansino y pesado, aunque no sabéis si es que pueda estar herido o es que va demasiado cargado como para ir más rápido.

No podéis asegurar que el hombre sea el propietario del carro, pero éste parece estar vacío y no lleva atado ningún animal de tiro. Echando un vistazo más de cerca descartáis que sea un vehículo agrícola, ni tampoco parece de transporte de personas, así que lo más probable es que se trate del vehículo de algún mercader.

- Ummm, ¿José dice?, espere un momento... Dicho esto, empieza a escucharse el traqueteo de pestillos descerrajarse y, al momento, la figura de un hombre de mediana edad, baja estatura y aspecto de no haber roto un plato en la vida, aparece por la puerta.

- Bienvenido al ilustre monasterio de S. Gabriel, yo soy Damián, el guarda. ¿Su primo José decía?, el guarda se rasca la poco aseada barba de varios días mientras parece intentar hacer memoria. - Nunca he sido demasiado bueno para los nombres y con tanto novicio... sí creo que hay un par de muchachos que responden al nombre del padre de nuestro Señor, pero discúlpeme si no puedo serle de mucha más ayuda... pero pase, pase, no se quede ahí...

El guarda abre la puerta de par en par y da paso a Gonzalo al interior de los muros del monasterio. Justo enfrente, atravesando una amplia zona despejada, puede verse el lateral de lo que parece ser una iglesia. A derecha e izquierda se ven también otros edificios de piedra más pequeños.

- Ahora llamaré a algún monje para que le ayude con lo de su primo, pero dígame, ¿será una visita rápida o piensa pasar aquí la noche?, lo digo porque el monasterio se precia de su hospedería y aunque no sea usted un peregrino, estoy seguro de que no habría problema en que descansase aquí el tiempo que fuese necesario...

-Sí, sí, pasaré la noche aquí, si Dios quiere.

Digo escueto, pasando al interior del recinto.

Abraham, junto con su fiel Bernarda, recorren pesadamente el camino hacia la puerta del supuesto monasterio. El trayecto, que normalmente se hubiese podido cubrir sin problemas en unos cinco minutos, entre desplantes del animal y recolocaciones de la carga, se hace tres veces más largo.

Una vez Abraham ya está lo suficientemente cerca, la presencia del monasterio resulta imponente, con sus altos muros, su extraordinaria puerta, y el campanario de la iglesia asomando desde atrás, vigilante. Tras unos quince minutos de caminata, y con la mula sangrando vivamente, el comerciante llega por fin a las puertas del monasterio, que parecen cerradas a cal y canto.

Antes de nada Abraham descarga a su fiel animal de carga e intenta curarle las heridas con su pañuelo más limpio, espera que la saliva le ayude a cicatrizar y que no sufra el mucho ya que ha hecho un trabajo más que admirable.

Una vez que Bernarda reposa pastando con más tranquilidad y las telas está todas amontonadas junto a la puerta, el comerciante se dirige a buscar el llamador... Tira del cordón y oye una campana lejana, espera unos minutos y se presenta:

- "Ha, del Monasterio, mostrad piedad por un mercader de telas y su fiel montura que han tenido un desafortunado percance en su travesía y que solo buscan un poco de ayuda y un lugar de descanso, Dios mediante."

Tanto tiempo entre cristianos ya a acostumbrado a llamar a Yahvé, Dios y El Señor... Al fin y al cabo son el mismo Dios al que adoran, más difícil será sacarle un santo o apóstol... Pero en lo principal está de acuerdo y sobretodo si le es de provecho.

Quedó esperando pacientemente bajo el sol, intentando no maldecir por acabar el odre de agua en asearse un poco y curar a su querida mula.

-"Parece que llegan más peregrinos..."

Hicham se dirige hacia la puerta de entrada, a la distancia suficiente para no parecer demasiado impertinente.
Desea saber quien llega y que motivos le llevan al monasterio.

"Cuanta más gente haya más se complica mi empresa o quizas no..."

- Oh, bien, le diré a mi mujer que tenemos otro huésped para hoy, por el tema de las raciones de comida y esas cosas, ya sabe como son las mujeres. Sara es un regalo de Dios, pero se pone de los nervios cuando prepara menos comida de la que es necesaria, sobretodo si se me ha olvidado decirle el número de comensales que tendrá.... El guarda, en contraposición a Gonzalo, parece que tiene cuerda para seguir hablando indefinidamente. - Si le parece, le acompaño a la hospedería para que pueda ponerse cómodo y luego buscamos a alguien que pueda llevarle con los novicios. Seguro que su primo se pone muy contento de recibir visita....

El edificio de la hospedería tiene dos plantas y está situado al lado de los establos, cerca de la puerta por la que acaba de entrar Gonzalo. Durante el trayecto, el guarda solo deja de hablar para poder respirar ente frase y frase.

Hicham observa mientras se va acercando, como Damián, el guarda, hace pasar al interior del monasterio a un hombre joven. Va vestido con ropas sencillas, humildes, al modo de los peregrinos o los campesinos de la zona. Además, llaba bastante la atención el hermoso arco que el hombre lleva colgado a la espalda.

Parece que el guarda habla con él un momento y luego se dirigen hacia la hospedería.

Gonzalo sigue al guardia, sin decir palabra, aunque observando lo que va viendo alrededor, con curiosidad plebeya.

Tomás asiente porque en su feanistencia reconoce al hombre como encorvado a cargo de una acémila. Pero en este reino no duda de echar cabo de evangelios, pues vadear el carro quizás lleve a un aciago sino debido a la imperturbable pedrería del áspero enjuto llamado prado.

Antes de retornar a los inicios, el Marqués de Novilla y heredero de godos aferra el carro desvalido como quien sacude a un mendigo cortabolsas y flexionando músculos y articulaciones solo conocidos por Leonardo, establece extraordinarios proezos por achicar el carro a su balde inofensivo.

Tomás, de un tirón casi más propio de un mulo que de un humano, consigue levantar la parte de la rueda averiada y mover el carro hacia el sembrado un par de varas castellanas. El carro se queda ahora aún más cruzado en el camino, pero el bravo escolta parece que será capaz de sacarlo de ahí si consigue seguir tirando con la misma fuerza un poco más.

Mientras María observa asombrada desde su transporte la demostración de fuerza de su acompañanate, alzando la vista puede ver como el hombre que veían a lo lejos parece haber llegado ya a las puertas del monasterio.

Sudoroso y exhausto, Tomás consigue finalmente apartar el carro averiado lo suficiente como para que su propio carro pueda pasar sin necesidad de salirse del camino.

Hicham se da la vuelta y continua indagando donde podría encontrarse la famosa biblioteca. "Es raro", piensa, "Si tan famosa es la biblioteca y su tradición amanuense tendría que ver algo, preguntaré a algun monje".

Hircham camina observando a los monjes buscando el menos atareado para poder tener una pequeña conversación con él.