Partida Rol por web

Tomás deja atrás el cadáver del desagradable Gonzalo sin ningún tipo de remordimiento. El supuesto cazador había sido desagradable y autoritario con él desde el primer momento en que se juntaron en el monasterio. Sin embargo, con su antigua señora, María Somontano, era adulador y proteccionista, sin tener razones aparentes para serlo. Desde luego, se merecía la lección que acababa de darle.

Sólo esperaba que no volviese a levantarse de entre los muertos igual que el peregrino...

Y entre estas cavilaciones, Tomás se aleja de la zona del asesinato y se encuentra en mitad del monasterio, cegado por la bruma y sin tener demasiado claro qué hacer a partir de ese momento.

Los dos conversos se sientan en los bancos del salón de la hospedería, agradeciendo en sobremanera un segundo de descanso después de un día y, sobretodo, lo que se lleva de noche, realmente ajetreados.

Repasando mentalmente todo lo ocurrido en la jornada, y sin llegar a entender absolutamente nada de lo que pueda haber desencadenado los diabólicos sucesos que han podido presenciar, ambos dejan pasar el tiempo con deleite y la media seguridad que les ofrecen los muros de la hospedería y sus antorchas.

No lo conseguiría por medios normales. Pero María no es una mujer que se arredre fácilmente. Aún estando aterrada, o, quizá, precisamente por eso. Así que busca alternativvas menos evidentes....

Viendo que sus esfuerzos iban a ser vanos, desesperada, María empezó a gritar y a aporrear la puerta, para llamar la atención de alguno de los monjes que estaban dentro. ¡Tenía que entrar!

-¡Por favor! ¡Abridme! ¡Por Nuestro Señor Jesucristo y su Piedad! ¡Ayudadme!

Creo que ya es hora de averiguar qué hacen los monjes ahí dentro.

Sin más, Tomás camina hacia el claustro que ya había visitado. Se asoma a la puerta y observa las sombras del mismo con sus arcadas y su fuente, y cuando está seguro de que no hay nadie más allí, entra.

María, desesperada por su soledad y por la impotencia de no entender lo que ocurre ni poder hacer nada al respecto, decide que lo mejor en este caso es volver al interior de la iglesia donde si bien los monjes no eran especialmente amables, al menos durante el tiempo que estuvo allí con Gonzalo tampoco corrieron ningún peligro.

La baronesa aporrea la puerta con todas las fuerzas que le quedan e intenta hacerse escuchar por encima del sonido monótono de los cánticos.

Finalmente, y cuando ya creía que nadie iba a hacerle caso, una voz se escucha desde el otro lado de la puerta.

- ¿Quién va?, ¿qué queréis?

Tomás camina en soledad hacia el claustro. Durante el trayecto, por suerte o por desgracia, no se cruza con nadie ni escucha nada más que el monótono cántico de los monjes en la iglesia. Una vez cruzada la pequeña verja que da acceso al claustro descubre que allí dentro todo sigue igual que hace unos minutos, con algunas antorchas encencidas, la fuente central funcionando y el viejo gato negro en el tejado, sin importarle demasiado estar llenándose de ceniza.

Tomás cruza el claustro en dirección a la puerta de la iglesia y una vez allí descubre que ésta está cerrada a cal y canto.

-¡Abridme! ¡Hay algo nefasto aquí fuera! ¡Estoy en peligro! ¡Os lo suplico!

Cuando María se da cuenta de que quizá alguno de los Monjes tiene la intención de abrirle la puerta, se gira hacia el patio que acaba de abandonar, escudriñando para ver de localizar a Gonzalo. Si logra verle, le hará señas para que se acerque a ella.

Tomás se muestra sobresaltado por unos instantes. No recordaba que la puerta estuviera cerrada, es más, creía recordar que María y Gonzalo habían salido por esa puerta no mucho antes.

Decide salir del claustro y probar suerte con las otras puertas de la iglesia, a ver si alguna sigue abierta. De repente teme quedarse a solas en el oscuro patio, sin saber por qué, así que se da toda la prisa que puede.

- Pero ¿quién sois?..., ¿Sara?, ¿qué está pasando ahí afuera?...

María recibe más preguntas desde el otro lado de la puerta, y se impacienta por momentos, temiendo que los temores de los monjes le dejen fuera.

Mientras tanto mira a su alrededor por si consigue distinguir a Gonzalo o a alguno de los demás entre las brumas. Finalmente sus ojos, ya casi acostumbrados a la baja visibilidad, descubren la silueta de una persona acercándose hacia ella rápidamente. Si es amigo o enemigo no tardará demasiado en saberlo...

Tomás, contrariado por haber encontrado la puerta cerrada, decide rodear los muros de la iglesia y seguir buscando una entrada.

Tras probar suerte con la puerta principal y recibir el mismo resultado, Tomás sigue rodeando la iglesia e intentarlo por la parte Sur.

Después de unos minutos de cauto paseo entre las brumas del monasterio, Tomás llega donde cree que se encuentra la siguiente de las puertas. Allí, curiosamente, consigue distinguir una figura humana. Si entra o sale o si es amiga o enemiga sólo podrá descubrirlo si sigue acercándose.

-¡Cosas terribles! ¡Por favor! ¡Por Nuestro Señor Jesucristo, abridme! ¡Hay Fuego! ¡FUEGO!

María no se atreve a decir quién es, por si el hecho de no ser Sara hace que el monje con el que habla no se atreva a abrirla. Después de todo ha quedado claro que iban a cerrar las puertas a cal y canto, de modo que, no sabiendo qué es mejor, la mujer opta por dar una alarma que, sólo en parte, es falsa.

Sigue llamando con los puños, y su voz es desesperada.

Acecha a la forma que se acerca, para escapar de ella o para instarla a entrar en la Iglesia, dependiendo de quién se trate, y de si se abre por fin la puerta....

No le apetece nada meterse en fregaos, concluye Tomás para sí mismo. Pero quizás sea la única oportunidad de entrar en la iglesia. Algo le dice que puede estar ahí más seguro que en el patio. Con la espada desenvainada, avanza despacio, pegado a la pared, un poco más.

Su esperanza es distinguir a la persona que se halla ante la puerta sin que esta le vea a él, aunque ya sabe que es difícil.

María consigue distinguir la figura de Tomás que se acerca hacia ella con la espada desenvainada.

-¡Cosas terribles! ¡Por favor! ¡Por Nuestro Señor Jesucristo, abridme! ¡Hay Fuego! ¡FUEGO!

Tomás escucha la inconfundible y femenina voz de María, quien, desde la puerta, pretende que los monjes la dejen entrar al interior de la iglesia.

Desde el interior de la hospedería, los dos conversos comienzan a escuchar, provinente del exterior, el sonido de algo arrastrarse, acompañado de un coro de sonidos guturales que no aciertan a distinguir si son humanos o no (ni tampoco saben qué es peor).

-"Abraham..." - susurra Hicham - "...creo que debemos subir las escaleras y encerrarnos en un cuarto, asi que saca fuerzas de donde no las tengas y subamos las escaleras..."

Mira hacia la puerta donde los gemidos cada vez suenan más cerca agarra a su compañero y lo ayuda a subir las escaleras.