Partida Rol por web

El monstruo-María reacciona como un animal e intenta esquivar tu golpe, lo cual logra mostrando unos reflejos antinaturles. Pero para tu desgracia, la acción que has emprendido requiere de una reacción, y María intenta devolverte el golpe con sus puños armados con protuverancias oseas. Si llega a darte, eso va a doler.

Las puntas de hueso alcanzaron a rajar el hábito de Fray Bernardo y a delinearle su forma en el vientre, pero ni sangre salió de la herida. Su cuerpo muerto no latía con la vida de los mortales, con lo que apenas sufría el mismo daño que ellos con una herida similar. El monje soltó un grito rabioso.

La daga que rescataste de tu enfrentamiento con los lupinos se unde en uno de los costados del monstruo-María, sacándole un alarido de dolor que reverberó en las piedras de la montaña. No obstante, en ese mismo moemtno te das cuenta de que hay algo que no está bien y tu mirada busca instintivamente al demonio. Para tu horror se encontraba en al lado del carromato en el que era transportado ese baalí. Con un gesto el toldo de la carreta salta por los aires y deja al descubierto la imagen angelical del niño que descanza sobre un lecho de piedra.

El demonio se reclina sobre él con un gesto casi tierno y susurra algo qu no alcanzas a escuchar. No hubo respuesta y en la cara del monstruo se dibuja una expresión de frustración, pero luego dirige su mirada hacia María y le dice:

- Ven aquí, esclava. Dale un poco de tu sangre a mi siervo para que vuelva a caminar por la noche.

María intenta moverse de inmediato y responder al llamado, pero el dolor de tu daga en las costillas la detiene. Esto te da tiempo para actuar y debes hacerlo rápido, pues la sangre de María puede despertar al baalí y todo estará perdido.

-¡Jamás! -gritó Bernardo, y como poseído por el Espíritu Santo, buscó el cuello de María para clavarle los colmillos y sorber de ella su delicada vitae, decidido a no dejar ni una gota que el Baali pudiese utilizar.

Bernardo sujetó a María y le clavó los dientes en el cuello. Después comenzó a absorber su sangre a tragos largos, realmente ahíto. Para paliarlo, fue quemándola para hinchar sus músculos y curar sus heridas. Sabía que lo que estaba haciendo era algo malvado, pero si tenía que sacrificar su vida eterna para evitar el regreso del Baali, lo haría. Al igual que con Javier, había cosas más importantes que estar en la gracia de Dios y una de ellas era salvar las almas de miles.

Perdóname, Padre, pero tengo que hacerlo...

La verdad es que consumir a otrro vampiro no es nada de facil. Seguramente Dios desea que un pecado tan grande no sea una trivialidad, sino algo realmente duro. Sabes perfectamente que el Señor es un juez implacable y que lo que haces es una abominación que te alejará de su gracia, no importan cuales fueren las justificaciones. No obstante, había alpgo más aterrador en todo esto y se trataba del intenso placer que te embargaba al consumir la vitae de María. Era una amplificación extrema del plaser que se siente cuando tomas la sangre de un mortal y sabes que algo tan delicioso no puede ser bueno... sabes que el mismo pecado original debio de ser sublime.

Y entonces estaba la voz, la misma que la del demonio, llena de matices de muchas bocas hablando al mismo tiempo, pero esta vez también notavas las reverberaciones de tu propia voz anidas a las del monstruo. Estaba dentro de ti y te decía:

- No te reprimas. Yo no te juzgo y por ello no te condeno. Eres lo que eres y esta es tu verdadera naturaleza; aunque luches no puedes evitarlo. Tómala, ya que es nuestro regalo.

La sangre, la deliciosa sangre de otro de los elegidos por Dios. Debía de ser tan embriagadora por el poder que guardaba, como la sangre de Cristo, como la sangre del mismo Dios. Bernardo jamás había probado algo tan bueno y poderoso, ni su alma se había estremecido con semejante fuerza.

Sabía que el Demonio se regocijaría con su acto, que Dios lo arrojaría desde los cielos. Pero si debía caer, Bernardo lo haría. Todo por evitar el resurgimiento del Baali.

Cuando la sangre terminó, empezó la verdadera lucha. Bernardo clavó sus dientes con fuerza e inició una lucha espiritual, una devacle entre su alma y la de María. Sorbiendo, sorbiendo, podría arrancarla de su cuerpo.

Cuando consumes la esencia de María echas ala cabeza hacia atrás y lanzas un rugido animal que sale de lo más ondo de tu ser. Luego te quedas ahí, estático, conm todo tu cuerpo agitado por una oleada de placer. Tratas de comparar estas sensaciones que algo que hayas sentido antes, pero ni siquiera el momento cúlmine del acto carnal es comparable. Simplemente te expandías sin límites, más allá de tu cuerpo.

Pero ahora hay algo más que emerge de ese placer y eso es el deseo irrefrenable de más. La bestia salvaje que hay en tu interior es demasiado fuerte debido a la sangre y el alma de María. Sabes que debes recurrir a todas tu fuerzas para refrenarlo, pero al mismo tiempo deseas con lujuria dejarte llevar. En verdad has de habre perdido la gracia de Dios.

Bernardo se aferró a la visión del doliente Cristo en la cruz y aullando un grito de locura consiguió refrenar su infinita lujuria. Agonizando por la sangre que le quemaba los labios y llorando por lo que había perdido, Bernardo se tambaleó junto al cuerpo de María. Lo había logrado. Y ardía.

Has podido aguantar el grito de la bestia en tu interior, pero entoncs biene nuevamente tu parte humana a recordarte que has realizado un pecado mortal, pues no tan solo has segado una vida, sino que consumido un alma. Sabes que Dios no perdona cosas tan terribles y has perdido tu estado de gracia irremediablemente. Este dolor es mas grande que cualquiera y sientes como te presipitas al abismo de la desesperación.

El fraile se sintió desesperar. Su alma clamaba por un castigo por semejante afrenta contra Dios. Él, que siempre había sido tan recto... Pero no, él ya sabía a lo que se atenía. Aunque se arrepintiera, lo hecho hecho estaba, y había sido por un bien superior. Por arrancar al demonio del mundo.

El pensamiento de haber hecho lo que se debía te reconforta un poco, aunque ya tu camino ala santidad ha retrocedido varios pasos. Sencillamente Dios te había dado vuelta la cara y pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a elevar tus plegarias ante el.

y en ese momento tratas de mirar lo que ocurre a tu alrededor, pues el pecado que has cometido en tan arrobador que has olvidado por completo el mundo que te rodea. Entonces, con una mezcla de estupor, asombro y, por que no decirlo, alivio, ves que el cuerpo del anciano baalí se ha vuelto polvo. Lo que ninguno de los vampiros que lo custodiaron fueron capaces de hacer, había ocurrido ahí y sin que Bernardo supiera por qué. 

Entonces el fraile alza la mirada y se encuentra con el demonio, quien ahora no parece ese terrible monstruo del infierno, sino un ángel harapiento y triste. Su voz aún suena como la mezcla de muchas cuando se dirige a ti, pero ya no tiene ese tono metálico cruel, sino matizada por la pena:

- He destruido yo mismo a mi sirviente, pues su maldad es antigua y bárbara; algo fuera de tiempo y anacrónico. Ya no queda futuro para grandes cultos y señores terribles pidiendo sacrificio... el mal ahora es sutil y personal; está en las cosas que hacemos y dejamos de hacer, en aquello que daña por un valor superior y que pronto deja de interesar. El mar descansa en pequeñas cosas.

No hablaba con Bernardo, sino más bien pensaba en voz alta. Una disertación filosófica infernal. Luego, mira al Fraile y le dice:

- No entiendo por qué te empecinas en ser el santo mártir. Eres un ser de la oscuridad condenado a alimentarte de los hijos predilectos de Dios y a esconderte de el brillo del reflejo de rostro en la creación ¿No es acaso una afrenta al Creador  pretender ser pío a pesar de tu naturaleza? Estás renegando de sus designios auto convenciéndote de tu propia bondad cundo acabas de demostrar lo que en verdad eres.

Antes le hubieras contestado con la firmeza de tus creencias, con la seguridad de que Dios te había elegido, pero ahora sus palabras sonaban dolorosamente acertadas. 

-La bondad a la que aspiro no es la más perfecta. Soy un ser incompleto -admitió-. Nunca seré perfecto. Nunca seré lo que es Dios o lo que son los ángeles. Tú, que eres un demonio, debiste ser una vez un ángel. Pero vosotros fuisteis soberbios. Yo soy una oveja, Dios es mi pastor...

Bernardo se llevó la mano al pecho. Sí, era un pecador. Incluso muerto no había podido superar su ansia pecaminosa y había vuelto a errar. Pero Dios, en su amor, lo debía perdonar. Al menos él, porque Bernardo no podía perdonarse.

-Aunque tenga que sufrir castigos, los aceptaré. Aunque el sol me queme, seguiré adelante. Cada herida, cada quemadura... Todas esas cosas me acercan a Dios. Tengo que sufrir por lo que soy para llegar a ser algo mejor. Y entregaré mi alma mil veces para detenerte. Esto es lo que he comprendido... Quizá sea verdad que no soy su elegido, pero sigo siendo parte de su rebaño.