Partida Rol por web

Tras levantarte y ver la pila de exámenes por corregir del día anterior que te llevaste apresuradamente en el bolso cuando recibiste la llamada del agente Bennet, decides pasar de ellos y salir en busca de un libro acerca de los malditos círculos concéntricos.

Pasas unas horas dando vueltas por librerías de Manhattan hasta que, efectivamente, entras en una tienda de segunda mano cerca de Central Park. La librería es bastante grande y tiene un segundo piso con una balconada al piso inferior y al que se puede subir por una escelera mecánica. Aún así, el local no es muy grande. Está algo mal cuidado, todo apelotonado y una fina capa de polvo cubre más libros de los que debería.

Ves que las baldas están divididas en varias secciones, pero algunos libros no están donde corresponden.

William observa como Weston se aleja. Aún a día de hoy no lograba entender como ese hombre había llegado a director: era un inútil con aires de genio.

Con un suspiro, William se enciende su cigarro de turno y se sienta en su mesa. Se quitaría lo más fácil primero. Echando mano del teléfono, William llama a Lewis para darle las descripciones de los secuestradores. Un retrato que poder mostrar sería más útil que una simple descripción.

Hola Bert, muy bien gracias, ¿tú que tal?, el día que te jubiles el New York times va a tener que cerrar, se marcha el mejor de nosotros.  Bueno vamos al grano, estoy metido en un caso que requiere de tu ayuda y más que nunca de tu discreción mi viejo amigo. Se trata de un incidente que sucedió en Westchester, no hace mucho tiempo ¿Me podrías encontrar los casos más significativos en los últimos tiempos? Gracias.

La guía telefónica no arrojó ninguna pista sobre la dirección de María Dabrowsky, algo que no terminó de resultar sorprendente para Jamal dada la previsible condición de inmigrante de la joven y dada su situación laboral. Pero lejos de detener al doctor J., el obstáculo sólo contribuyó a incrementar su ímpetu en la búsqueda.

Decidió contactar con su buen amigo y colega de profesión, el doctor Arthur Clarke Wheeler, también alienista con vocación por el ocultismo y la magia. Wheeler estaba casado con una mujer proveniente de Europa. De Francia, concretamente. Necesitó unos instantes para recordar el nombre: Corinne Devereaux. Se habían conocido en una cafetería, cuando ella trabajaba de camarera. Al histriónico Arthur le encantaba narrar la historia del café hirviendo que le sirvió la primera vez que se vieron.

Hacía algunos años, Wheeler estuvo haciendo algunas investigaciones sobre unos panfletos sobre magia negra que le había comentado un paciente y le pidió ayuda a Jamal. Ayuda que, obviamente, no pudo negar a su amigo. Así pues, el doctor J. consideró que era el momento de implicar a su colega en el asunto que se traía entre manos con la Oficina de Información para dar con el número de la oficina de inmigración. En tiempos, Wheeler tuvo que acudir con su ahora esposa para cumplimentar ciertos trámites burocráticos que detalló como interminables "si no hubiese sido por la ayuda de mi inestimable amigo en el archivo". Quizás conservase esa amistad allí dentro.

Jamal descolgó el teléfono y marcó el número de Arthur.

Bert sonríe ante tu comentario, dejando a la vista una destartalada dentadura a la que no le vendría mal algo más de higiene.

 ¿Me podrías encontrar los casos más significativos en los últimos tiempos? Gracias.

- ¡En Westchester! ¿Qué se te ha perdido en ese pueblo de ricos? -se rasca la cabeza, pensativo-. ¿Cuánto es en los últimos tiempos? Tendrás que ser un poco más preciso si quieres que encuentre lo que buscas, muchacho. Déjame ver, te lo voy a comprobar.

Dicho esto, desaparece durante un par de minutos y vuelve a su puesto, con los labios apretados y con la cabeza.

- Lo siento, Dean, pero aquí no hay ningún titular en portada acerca de Westchester. Pero bueno, igual en las primeras páginas, en la sección de local de alguno de ellos encuentras algo. Ahora mismo no tengo mucho que hacer -confiesa-, si quieres echarme un vistazo puede que encontremos algo antes.

Tras unos largos tonos y cuando parece que ya no va a coger, el doctor Wheeler descuelga el teléfono con un ruido algo más que desagradable.

- ¿Sí? -pregunta con un tono algo ausente, neutro-. ¡Hombre, Ahmad, cuánto tiempo! -exclama, mucho más animado, acelerando el ritmo y empezando a escupir palabras como una metralleta-. Hace mucho que no sé nada de ti. Justo estaba leyendo en la prensa que ayer encarcelaron a un hombre por matar a su familia tras volver de Perú. ¿No habrás tenido algo que ver en el caso? Siempre has tenido una predilección por los asesinatos más macabros, negro zorro, ¡ja, ja, ja!. Bueno, ¿en qué...? -oyes un ruido al otro lado del interfono y unos gritos ahogados, probablemente por la mano de Wheeler sobre el teléfono-. ¡Es Ahmad, ma chéri, espérate, que ahora voy! -grita con tono cansado-. ¡Calienta tú la leche, que ahora no puedo, joder! ¿Pero no me ves que estoy al teléfono? -se oye otro ruido-. Perdona, amigo, desde que nació el bebé, Corinne me tiene de los nervios... ¿En qué te puedo ayudar?

Muchas gracias Bert por tu ofrecimiento, sin duda me serías de mucha ayuda si consiguiésemos encontrar algo. 

Con los retratos pedidos, William hace una rápida llamada a Tráfico para que le den toda la información que tienen sobre la matrícula 9X-94-95, incluyendo una descripción del coche a la que pertenece y al nombre de quién está.

Con eso solucionado, William se despereza un poco y coge la tablilla: era hora de ver qué le intrigaba tanto al doctor. Con paso ligero, William se dirige a los laboratorios del quinto piso.

Una tenue sonrisa amaneció en el rostro esculpido en ébano del doctor Jamal al escuchar la voz de Wheeler al otro lado del aparato.

Tenue. Muy tenue.

Poca gente se tomaba confianzas con el alienista. Ya no sólo por su rostro calculadamente inexpresivo o por su mirada rasgada y analítica. Era por su semblante seguro, confiado. Aunque era un hombre popular en Harlem, en su comunidad, entre los blancos podía contar a sus amigos con los dedos de una mano. Arthur Clarke Wheeler era uno de esos amigos.

Compañeros de profesión, ambos compartían un notable interés por las corrientes psicoanalíticas del doctor Sigmund Freud. Y también una no menos intensa afición por la magia y el misticismo, lo que les había llevado a trabar una entrañable amistad.

-Buenos días, Arthur. Me alegro de escucharte. Creí que no lo cogerías. Por lo que oigo, por casa reina el caos habitual tras un parto. Bienvenido al club. No desesperes, ahora viene lo fácil. Aguarda a que llegue el hermano... O la hermana. Sabes que no vas a poder evitarlo. Una vez abierto, el grifo de la natalidad no se detendrá para tu esposa-. Jamal evocó un instante a sus dos hijas. Tan distintas a él y, sin embargo, tan parecidas. Una mezcla de lo mejor que él y su esposa Tess tenían. Fue el recuerdo fugaz del pequeño Adam lo que le devolvió a la realidad.

-Sé que no te va a sorprender... Lo cierto es que sí he seguido el caso de Dustin Coleman de cerca-, dijo mientras se acercaba el periódico a la mesa de su despacho y echaba un vistazo a la portada. -Me pidieron desde el NYPD que me entrevistase con él para intentar averiguar por qué cometió el crimen. Lamentablemente, no saqué nada en claro. Parecía sufrir una alteración psíquica de una intensidad considerable, para consternación del fiscal Denver. Dudo mucho que Coleman estuviese en sus facultades mentales ya no sólo cuando cometió el crimen, sino cuando regresó de su viaje a Perú. Tengo las notas, no obstante. Si quieres echarles un ojo, sabes que mi casa es tu casa-. Sin saberlo, Arthur le había dado baza para jugar su carta. Sabía que era imposible que se resistiese a comprobar el informe que Ahmad había hecho sobre Coleman.

-A propósito, Arthur... Necesito un favor. No te lo pediría si no fuera importante-. Preparó el terreno. A Arthur le gustaba el misterio tanto como a él. Sabía apreciar el envoltorio de un buen enigma. -Necesito un contacto fiable en Inmigración. Tengo que conseguir la dirección de una inmigrante polaca. No aparece en el listín telefónico. Su nombre es María Dabrowsky. Para ser honesto, no sé a quién acudir. Confío en que esto quede entre nosotros-.

No desesperes, ahora viene lo fácil. Aguarda a que llegue el hermano... O la hermana. Sabes que no vas a poder evitarlo. Una vez abierto, el grifo de la natalidad no se detendrá para tu esposa

- Si Dios existiese, desearía que que no te hubiese oído -apuntilla Arthur, siempre dispuesto a evidenciar su ateísmo en un acto de esa pedantería que tanto caracteriza a los profesionales que estudian la mente-. Bastante tengo con uno y mi suegra ya está pensando en cómo quiere ponerle al tercero. ¡Al tercero, Ahmad, al tercero! Un maldito François o una Monique. Estos nombres franceses suenan todos igual de mariquitas, ¿sabes? -se desahoga, claramente saturado por su situación familiar y sin poder hablar de ello con nadie.

Tengo las notas, no obstante. Si quieres echarles un ojo, sabes que mi casa es tu casa-

- ¡Ja, lo sabía! ¡Me lo tienes que contar todo, he leído mucho sobre sectas en Sudamérica últimamente, sobre todo por la parte de Argentina. Esa gente está muy loca, compañero, y veneran a una extraña criatura... -empieza, acelerando de nuevo su discurso, emocionado-. Seguro que puedes contarme algo interesante de algún culto peruano cuando nos juntemos. ¡Todo está relacionado, cada vez lo veo más claro! 

Necesito un contacto fiable en Inmigración. Tengo que conseguir la dirección de una inmigrante polaca.

- Bufff -resopla-, veré lo que puedo hacer, pero no terminé muy bien con él. No te voy a preguntar ni para qué lo quieres, no quiero saberlo. Madre mía -se le oye por lo bajo, hablando para sí-, en qué compromiso me metes, Ahmad. Bien, lo haré, dame un rato, te llamaré cuando lo consiga, si es que todavía me dirige la palabra después de que Corinne le pegase por ponerle diez años de más en el pasaporte.

Tras una despedida breve, cuelga el teléfono.

- ¡Ja, lo sabía! ¡Me lo tienes que contar todo, he leído mucho sobre sectas en Sudamérica últimamente, sobre todo por la parte de Argentina. Esa gente está muy loca, compañero, y veneran a una extraña criatura... -empieza, acelerando de nuevo su discurso, emocionado-. Seguro que puedes contarme algo interesante de algún culto peruano cuando nos juntemos. ¡Todo está relacionado, cada vez lo veo más claro! 

No venía al caso, pero aquella mención tocó la curiosidad irredenta de Ahmad. Quid pro quo, claro. Arthur y él se conocían demasiado bien. 

-Arthur, por casualidad... ¿Te refieres a una criatura que habita en el interior una pirámide?-, deslizó con curiosidad el doctor Jamal. -Será una conversación interesante, para no variar-.

- Bufff -resopla-, veré lo que puedo hacer, pero no terminé muy bien con él. No te voy a preguntar ni para qué lo quieres, no quiero saberlo. Madre mía -se le oye por lo bajo, hablando para sí-, en qué compromiso me metes, Ahmad. Bien, lo haré, dame un rato, te llamaré cuando lo consiga, si es que todavía me dirige la palabra después de que Corinne le pegase por ponerle diez años de más en el pasaporte.

-Oh... Entiendo. Asunto delicado ese. Errar por alto en la edad de una dama puede ser comprometedor. Errar en la edad de Corinne... Puede resultar letal-. Jamal volvió a sonreír recordando el legendario carácter volcánico de la ahora señorita Wheeler. Tuvo serias dudas de que del matrimonio Arthur acabase apellidándose "Señor Devereaux". 

Tal era el legendario carácter volcánico de la señorita Wheeler.

-Intuyo que será difícil, pero tiene notable importancia para mí. Te lo agradezco de verdad, Arthur. Te debo una-.

Tras intercambiar una afable despedida, colgó el teléfono, aguardando impaciente la llamada de su amigo.

¿Habría suerte?

Hojeó el periódico notándose inquieto, falto de concentración. Nada de los Cornelisz. Se levantó de su asiento y comprobó que las niñas se habían marchado al colegio. Su mujer hacía escasos minutos que había bajado a hacer la compra. Abrió el cajón de su escritorio cerrado con llave. Sacó su Colt MA1911 y empezó a limpiarlo mientras sus ojos se posaban en la noticia en portada sobre Dustin Coleman.

Tantos enigmas... Y tan pocas respuestas.

Reviso en las baldas sobre religión, pero no veo nada, sigo buscando un rato más. LLego a una escalera de mano y miro hacia arriba, hay un cartel sobre ocultismo. Decido subir por ella y mirar en la balda, hay pocos libros y estan llenos de polvo. Cuando estoy a punto de rendirme, lo veo. Rápidamente lo cojo y bajo hasta el mostrador. Lo pongo a la vista del tendero y espero nerviosa el precio.

-3 dólares, señorita- Dice con desgana.

Pago y salgo apresurada de la tienda. Estoy muy nerviosa aún.

Después de algo más de una hora, tu teléfono vuelve a sonar. Lo descuelgas tras dejarlo sonar los segundos justos para que no parezca que estás desesperado por conseguir la información. A fin de cuentas, el doctor Jamal nunca depende de nadie.

- Ahmad -gruñe de mala gana-, me debes una buena botella de Bourbon. Y todas las notas del tal Coleman -añade tras pensarlo un momento-. Mi contacto dice que no aparece ninguna María Dabrowsky, pero una tal Katarina aparece registrada en una vivienda pública de Inmigración en el 54 de Conklin Avenue, en Brooklyn. Ten cuidado, ya sabes que la cosa está revuelta por Canarsie y nadie se toma bien a un hombre de traje, ya me entiendes. Nos vemos, compañero, cúidate.

Y sin decir nada más ni responderte al tema del Dios en la pirámide, se despide muy secamente sin darte lugar a respuesta. 

Cuando te quieres dar cuenta, ya es casi mediodía. Has pasado mucho rato buscando en el listín telefónico antes de llamar a Arthur y otro tanto esperando su llamada. Todavía queda algo de tiempo para salir hacia Central Park, donde habéis quedado los cuatro para tomar un rápido perrito caliente y poneros al día de nuevos descubrimientos en un lugar discreto.

Con tu nuevo libro bajo el brazo y cerca de Central Park, decides sentarte en un banco de tan idílico parque en medio del barullo de la ciudad, esperando a tus compañeros. Habéis quedado allí a mediodía para poneros al día de vuestras investigaciones en un lugar discreto.

Llegas al laboratorio del quinto piso, donde te saluda el joven y enérgico Marvin Moore. Marvin se ganó el merecido sobrenombre de Flying Marvy al hacer tres home-runs él solo durante el último partido amistoso de la Oficina de Investigación contra la Policía de Nueva York en el estadio de los NY Yankees. La cosa siempre está muy tensa en esos partidos y, aunque ese gigante alemán de Philipp Schneider de NYPD batea más que fuerte, la velocidad de Flying Marvy no tiene parangón.

- ¡Qué pasa, agente B! ¿Te han ascendido ya a agente A? -bromea Marvin a modo de saludo, intentando ser gracioso, repitiendo el mismo chiste durante los últimos tres años, cuando entró a trabajar ahí-. ¿Qué te trae por aquí?

Tras toda la mañana buscando junto con Bert, lo único que cuadra con lo que os contaron los residentes de Westchester es una pequeña noticia en el periódico del día 17 de marzo de 1933, de una sola columna, no dándole mucha importancia.

El periódico cuenta que los vecinos detectaron un asqueroso olor a putrefacción proveniente de una de las casas que volvió locos a los perros durante varias horas, y un extraño sonido de burbujeo le acompañó durante un rato. Para cuando la policía local hizo acto de presencia, el olor y el sonido ya habían desaparecido.

No encontrando nada más, te despides de Bert y sales de la redacción, adentrándote en el gentío de Times Square. Tomas rumbo a Central Park, donde has quedado a mediodía con tus compañeros para poner en común vuestros descubrimientos.