Partida Rol por web

Antes de retirarme, comento a mis compañeros que realmente los marineros nos temen a nosotros, o a algo que llevamos encima, no lo tengo claro pues yo soy un humilde esclavo. Esos hombres rudos pero sencillos saben que estará a salvo en cuanto se vayan de nuestro lado, algo que ya sospechábamos pero que no es tranquilizador confirmarlo.

Las conversaciones con el wardu albino siempre me dejan pensativo. Trato de recordar retazos del sueño del profeta, de cuando todavía gozábamos de la seguridad en mi amada Kish. En la tienda descansa Burna y yo velo por su seguridad, pero dejo que el sueño me venza mientras otros clavan sus ojos en la noche.

Duermo, mi mente vaga lejos de aquel lugar...

...hasta que una poderosa mano sacude mi hombro y me hace saltar asustado.

—¡Enmerkar! ¿Qué sucede, por el amor de...?

Me quedo muy callado cuando escucho el sonido del viento. Salgo de la tienda y veo como la noche se transforma en tiniebla, aunque gracias a la Madre las estrellas siguen brillando. Me uno a los demás, aterido por algo más que el frío de la noche. 

Formo parte del círculo defensivo, con mis cuchillos sujetos con firmeza en mis manos de esclavo.

Unas figuras difusas caminan lentamente hacia el círculo de expedicionarios. Parecen mushkenus, pero hay algo en esas figuras que os inquieta. Las figuras entran en el pequeño campo de visión de los aventureros. Son mushkenus, pero muy delgado y desarrapados. Uno de ello se acerca tanto que podéis ver unas facciones con poca apariencia humana, a pesar de parecerlo no lo es. Abre su boca emitiendo un gorgoteo que parecen palabras pero no los son. Podéis ver sus dientes afilados. Definitivamente no son humanos. Algunas figuras más aparecen y parecen ir directos a vosotros a lenta velocidad pero firme. Se detienen a escasos metros, parecen evaluar a los intrusos. Se escucha un gruñido y podéis ver que una de las figuras no es humana sino una hiena monstruosa humanoide.

Alto, en nombre de las estrellas.  No les buscamos hacer ningún mal. -dice el wardu en son de paz. 

Estaba allí en la tienda de campaña cuando escuché los gritos de alerta , cogí una de mis antorchas encendiéndola para poder ver en el exterior , llevando mi espada corta envainada al cinto debido a la alerta del wardu que entró en la tienda. Después salgo y me reúno con mis compañeros, al ver a dichas criaturas espero la reacción de éstas y de mis compañeros, Ibraam intenta buscar una solución pacífica mientras que yo empiezo a pensar si sé algo de estos seres.

Rodeados por la oscura noche desértica, contemplamos el horror que los dioses enviaban contra nosotros una vez más. La alarma no había cundido, y encontrábamonos ya todos reunidos, preparados para enfrentar una nueva amenaza, que había de resultar aún más terrorífica que las anteriores. No perdí el nervio al ver a aquellas bestias, que sin duda eran fruto de la maldición que acompañaba a ese Burna-Buriash. Quién sabe cuántos otros pecados cargarían en su conciencia los miembros de aquel innatural grupo, en especial ese apestoso wardu albino, aberración que debió ser sacrificada el mismo día en que nació.

Ofrécete tú mismo como sacrificio a los dioses, bestia inmunda. - pensé, al verle, una vez más, dar un paso al frente y alzarse en líder, cuando nadie le había proclamado. Mas me complació saber que de nada le serviría su discurso, pues era evidente a todas luces que aquellas bestias habían acudido allí a terminar con nuestras vidas.

Despertado el grupo, agarré mi arco, tensando lentamente, con el menor ruido posible. Sonreí irónicamente ante las palabras del wardu albino.

- No he visto en mi vida que los dioses manden emisarios a parlamentar. - repliqué en voz alta.

Después la alcé un tanto más, mirando al capitán de los marinos que nos acompañaban.

- Manteneos juntos. - dije firmemente. - Dadles tiempo a que se acerquen, y alanceadlos sin piedad en cuanto lo hagan. El que abandone la formación puede darse por muerto.

Mientras mi señor contempla pensativo a los recién llegados, sujeto mis cuchillos con firmeza pues parece demasiado tarde para empezar a agitar la honda. Las palabras de mis compañeros me hacen dudar, pues frente a la desconfianza de Kadashman (y la mía propia) interceden las palabras de Ibraam.

—¿Serán nómadas?—susurro nervioso—¿O tal vez bandidos del desierto?

Mantengo la formación junto a nuestro grupo, tratando de sacudirme la insensatez de la cabeza.

—Claro que dudo de que nómadas o simples bandidos sean la causa de que las estrellas se apaguen.—digo, mirando a Kadashman, que parece muy seguro de lo que hace. 

Me interpongo entre mi amo y las criaturas, él que parece ser foco de atracción de visitas indeseadas. Una vez más, habrá que pelear por nuestra vida, estoy seguro. Por tanto trato de animar con breves consignas a nuestros aliados tripulantes del barco, el elemento más frágil en nuestra unión. 

—Nuestro destino será el vuestro—les digo entre otras cosas—y vuestras acciones serán vistas por la Madre y ella os bendecirá.

Tampoco pierdo tiempo en intentar ver cual es el líder o punto flaco en esa comitiva que nos confronta. Nada como descabezar a una partida de esclavos enemigos para que el cuerpo se derrumbe.

El wardu blandía su espada y su daga, aquello tenía pinta de un combate cerrado y sucio, como en la arena, un lugar donde su enorme hacha a dos manos, tan grande como un humano y con la cabeza más ancha que la de su mismo propietario, podía ser un poco peligrosa para sus compañeros y no permitirle maniobrar todo lo rápido posible. No dejó de vigilar a aquellos intrusos que estaban más cerca para golpear si alguno se abalanzaba con intenciones no amistosas sobre alguno del grupo. De vez en cuando movía su espada hacia los intrusos a ver si alguno decía algo, que querían o se iniciaba el combate, la tensión del momento inicial le recordaba el sabor de la sangre y la arena...

Las criaturas de repente se mueve como fieras. Aun su aspecto decadente, son ágiles y tratan de sorprender a los aventureros. Algunas de ellas han sufrido un cambio casi imperceptible ante vuestros ojos, ahora son hienas monstruosas con aspecto humanoide que comienzan a moverse a vuestro alrededor. Lo tenéis cerca y parecen evaluar la situación tratando de sorprenderos, pero no atacan.

Las criaturas son veloces cuando toman esta apariencia de hiena. Sus garras destellan bajo la tenue oscuridad.

Las criaturas eran muy rápidas, y apenas me dio tiempo a tensar el arco en lo que se nos echaban encima.

Enmerkar se lo tomaba con calma sabía que la lucha podía ser decisiva si el que daba el primer golpe era diestro en su labor y lo hacía con fuerza, pero durante años había aprendido a tener paciencia y esperar las acciones de sus enemigos, y más cuando les superaban en número y no sabía realmente que querían, aunque podía imaginárselo.

Una vez allí entre mis compañeros intento mantener a raya a las criaturas con mi antorcha mientras que saco mi espada corta del cinto, si intentan penetrar les atacaré con la espada...

 No he visto en mi vida que los dioses manden emisarios a parlamentar. - repliqué en voz alta.

Entonces no has visto nada todavía. - le contestó Ibraam al noble awilú con su voz grave y pausada.

Y siguiendo las instrucciones del estratega, tomó su mazo de guardaespaldas y se colocó en posición defensiva, dándole la espalda a sus compañeros para mantener el cerco lo más firme posible.  Unidos luchemos, pues sólo unidos saldremos con vida.  -les dijo a los marineros. 

Mientras esto pasaba, observaba a las criaturas, para ver si eran las que habían aparecido en su última visión.  Si así lo fueran, buscaría inspiración de Ishtar para decir el inverso de las palabras que los compelieron a atacarnos.  Si con ello rompía el embrujo que el demonio tenía sobre ellas, podría regresarlas a ser seres normales del desierto, queriendo vivir más que atacar ciegamente hasta morir...

Las criaturas se acercaban rápidamente, hasta el punto en que ni siquiera me dio tiempo a efectuar un disparo. Claro que nada me impedía recolocarme, en lo que mis compañeros formaban filas.

No hay tiempo para vacilaciones, solo para vender cara nuestra piel, hermanos de fortuna juntos frente a la adversidad. Así se lo dejo claro a los marineros que nos acompañan, cuyo temple bien podría pender de un hilo pues nada se les ha perdido en estos parajes.

Me pongo a la defensiva junto a Burna y apresto mis cuchillos, atento a cualquier oportunidad de lograr mucho con un poco de habilidad. Tras a las moles de nuestros amigos wardus, tal vez no sea difícil pasar desapercibido.

Las armas que llevo en mano, si puedo, serían un cuchillo normal en la izquierda y otro arrojadizo en la derecha (no digo que lo vaya a lanzar todavía, solo si se da el caso).

Cuando los extraños seres se metamorfosean, solo puedo pensar que son demonios del desierto y como a cualquier demonio es el fuego lo que les hace auténtico daño a no ser que haya hechicería de por medio. Por lo que grito, en tanto que voy a una de las hogueras:- ¡Coger antorchas, el fuego es el punto débil de  los demonios!- Y me abalanzo sobre el Galla más cercano a Burna-Buriash, pues sin duda buscan su muerte. Con mi espada en una mano y en la otra mi antorcha, busco defenderme de esas criaturas, en tanto que golpeo a una de ellas.

Narrador: Una única tirada. Tomo la primera