Partida Rol por web

—Parece que piensa que está en un caro prostíbulo... —comento mientras me llevo a la boca el último trozo de carne que tengo en el plato, para después regarle con un buen trago de la jarra de cerveza; como consecuencia de las palabras de Alaster.

Tras esto, aparto el plato de la mesa, y sigo mirando a la nada. No recordaba qué íbamos a hacer hoy, pero seguro que iba a ser un gran día tras el desayuno.

Igual que había llegado a la mesa, me fui otra vez a la habitación.

A cada segundo que paso con ellos, les aguanto menos. Ya podía partirles un rayo pensaba mientras subía las escaleras hasta el cuarto. Allí, cogí todas mis cosas, me armé entero antes de salir.

Volví a bajar al comedor donde estaban los demás, pero no me quedé allí. Salí por la puerta, esperandoles fuera

Cuando vi entrar a aquellos dos hombres me levanté de mi asiento antes de partir y me dirigí hacia ellos. ¿Puedo ayudaros en algo? Dije mientras miraba atentamente el ojo morado del hombre. Quizá pueda ayudaros a curaros esa herida fea que tenéis ahí. Ra me concede dones por dedicarle una oración, si sois tan amables de rezarle, podré entregar parte de mis dones en curaros esa fea herida que os han causado. ¿Os parece bien? O quizá sea mejor que me meta en otros asuntos.

Uno de los mencionados se gira con cierto aire de miedo y prepotencia

- No queremos que reces por nosotros enano. Reza más bien por tus amigos. 

- ¿Tampoco queréis que os sane esa herida que tenéis en el ojo? - Dijo el enano sorprendido ante tal insolencia por los presentes.

Los lugareños no contestan, emiten un grosero gruñido de desaprobación y se apartan descaradamente del enano. 

En la calle el convoy está ya preparado con todo el equipamiento cargado y atado. Nadie se acerca a despedir al grupo que tanto la estuvo liando en la taberna de Sidnar. Un par de niños curiosos que no se acercan más de una docena de metros, es lo más parecido a una comitiva de despedida. Por delante, el camino hacia la atalaya con toda la aventura por delante. 

Trepando me subí al carro y asegurándome de tener todas mis posesiones comencé a llamar al resto del grupo.

- Vamos, vamos perezosos, que se nos va a hacer de noche otra vez…Si es que con vosotros no se puede ir a ningún lado.

Si no venís me voy a volver a bajar eh. Comentaba Bullipae a voz en grito.

Espero impacientemente hasta que el resto se uniera a el.

Tras agradecer al posadero que sorprendentemente tuviera todo preparado y tras pagarle en buenos huesos de plata (y una ficha de cobre de propina, "por su amabilidad"), Alaster salió del local con todo su equipaje, subió lo más pesado al carro y cargó a su burra con los trastos más delicados. Se fijó bien que el burrómetro, ese robusto y recio aparato semejante a un arado pero con una rueda en lugar de la reja, estuviera en buen estado. Era indispensable para la correcta medición de los senderos de las Brumas, donde las pocas estrellas que se ven no sirven para orientarse o medir distancias. Todo estaba en orden. Miró brevemente a Bullipae mientras se subía a la burra.

-Al menos siempre sois el primero en estar listo, señor Bullipae -refunfuñó, sin ocultar cierta gratitud.

A continuación, gritó brevemente en un idioma extraño*, y al momento una comadreja salió disparada de un montón de toneles y subió por las faldas de su túnica hasta a su hombro.

-Buen chico, señor Vyechislav -dijo al familiar en voz baja. Luego se giró a los demás, mientras la alimaña cambiaba de hombro-. ¡Bien, señores! -añadió en voz alta-. Partamos de este pueblo, que tan bien nos ha tratado -concluyó con sarcasmo desenfadado.

Miré por encima del hombro a los otros.

Lentos, torpes y necios. Unas piedras serían mejores acompañantes eso está claro.

Subí al carro de un salto y me acomodé. Sabía que había que estar alerta, pero no me apetecía. Esperé a que el carro comenzara a andar para preparar mi arco.

Bueno, ¿esperamos a una comitiva mayor? dije señalando a los niños Estamos perdiendo el tiempo

Mev hizo un mohín cuando aquellos hombres despreciaron sus curaciones, así que sin perder más el tiempo decidió marcharse junto a sus compañeros y unirse a la caravana. Tuvo que coger un pedrusco que no estaba lejos de allí para poder subirse con más facilidad y así no tener que pedirle ayuda a nadie. Después y en silencio se colocó en un rincón, agarró el símbolo de Ra que llevaba en el cuello y comenzó a murmurar unas plegarias en voz casi insonora.

Salgo de la taberna ignorando completamente a los parroquianos, al tabernero, a si he pagado... Esas cosas. El caso es que, cuando salgo, me subo un poco los pantalones, que se me ve la hucha, y me acerco al carro.

Cuando llego a éste, aparto lo que me estobe para hacerme hueco, y me siento en él. Desde luego, la comitiva que viene a vernos me importa más bien poco.

Pero claro, cuando se empeñan en seguirnos, sólo puedo decir con mi desagradable voz— ¿Este trasto no puede ir más rápido? Comienzo a aburrirme...

La comitiva se pone en marcha y deja atrás el pueblo con no mucha prisa. Es lo que tienen los carros de mulas. Si fueran caballos podrían ir más rápidos. 

Al cabo de medio día, se distingue en el horizonte los primeros árboles del bosque. Entre ellos, forzando la vista, aunque no haya mucho que ver, una vieja torre, medio derruida a juzgar por la pinta. Los aventureros se acercan a su destino. 

Conforme os acercais a la atalaya algo cambia en el ambiente. Es patente, no cabe duda, el dia se ha oscurecido, el aire se ha enrarecido y el viento trae un sonido que no inspira mucha confianza. Los animales se ponen nerviosos, sobre todo los caballos, que relinchan nerviosos y se va haciendo dificil que sigan su camino. Parece que quieren volver a casa. 

Alaster, que iba medio adormilado en el carro del instrumental, se espabiló de repente, como si un sexto sentido le hubiera advertido de un peligro acechándole. Con el ceño fruncido, miró en todas las direcciones y afinó el oído, intentando averiguar qué podía haberle causado esa impresión.

Algo no estaba previsto en esta ruta. Algo no habias tenido en cuenta a la hora de traer a tus compañeros aqui. Este lugar rezuma maldad, odio y muerte. El miedo atenaza tus entrañas con la fuerza de un cocodrilo y te quedas momentaneamente sin respiración. Tal vez no haya sido buena idea venir hasta aqui, tal vez te hubiera ido mejor si hubieras seguido en aquella escuela de magia que te recomendaron una vez en lugar de querer ir de aventuras.

Hacía ya un rato que habíamos salido de aquel pueblucho de mala muerte. Casi tanto, como el tiempo que llevaba dormido, y roncando a pierna suelta.

Esperaba que me despertasen cuando llegásemos a la torre a la que se suponía que íbamos. O no, total, me daba lo mismo, iba a cobrar igual.

Seguimos el curso hasta la atalaya cuando todo empezó a cambiar. El nerviosismo del caballo era palpable y podía sentirlo como si fuera propio.

Me acerqué a él. Intenté que me mirara a los ojos, pero era imposible. No se estaba quieto, relinchaba y se intentaba escapar

Estad atentos. El caballo está nervioso, es posible que haya un enemigo cerca que nos esté vigilando

El mediano centro sus sentidos, las cosas habían cambiado de repente y eso no le gustaba demasiado…Los caballos comenzaron a ponerse nervioso y eso le gusto aun menos.

Se concentro en mantener su vista al frente y a los lados del camino, aguardaba un ataque así que aflojo sus músculos agudizo sus pequeños ojos y sujeto con suavidad su arma para tenerla a mano si era necesario…