Partida Rol por web

Jajajaaja! Bravo! Bravo! Bravísimo! Se han ido con la cola entre las patas como pocas veces he visto! Bravo!

Yedra estaba prevenida de la presencia de otra figura en las sombras y ahora aparece, unos metros sobre vosotros, un hombre vestido de forma... peculiar. Parece que salvo las botas hechas de piel basta el resto está fuera de sitio, incluso su voz excesivamente engolada y educada choca con sus ropas remendadas y colocadas como si se hubiera lanzado sobre un montón variado de ropas de varias culturas, tamaños e incluso épocas y cada pieza se hubiera colocado en el trozo de cuerpo más cercano.

Pocas veces... pocas veces pero ¡que glorioso momento! Mirando hacia arriba ahogasteis un grito de miedo al ver como se lanzaba al vacío desde su posición pero dió una voltereta, apoyó los pies en saliente, giró sin moverse del sitio sobre si mismo 180 grados, se dejó caer sobre otra roca afilada por donde se deslizó para caer grácilmente en mitad de vosotros. ¡qué glorioso momento señores!

Arnulf del pueblo leófringa a vuestro servicio, defensor del reino humano sobre las piedras de los enanos...y ¿Qué tenemos aquí por los viejos dioses? un maese enano... no no... si mis ojos viejos y cansados no me engañan es una dama enana que ha salido a la superficie... !glorioso señor, glorioso si si si! aunque el pérfido crestaroja tal vez tuviera una dispar opinion sobre la dama y sus modales. Oh! señores! cómo huían...si, cómo huían.

Ah, perdón, me presento: Arnulf del pueblo leófringa, vigilante del puesto fronterizo en las Montañas, amigo de los enanos y sus obras. En las últimas palabras se sacó de la cabeza... ¿un calcetín de lana? no podríais decirlo con seguridad, pero hizo con él una reverencia y cuando tenía la mano extendida aprovechó para limpiarse las botas antes de volver a colocar el ¿calcetín? de nuevo en su cabeza.

   Yedra se fija con disimulo donde apoyó los pies esta peculiar figura tras el salto. Para ver si ha dejado huellas, no sería el primer espíritu, loco y atormentando, que cree vivir en una época que ya no es, y hay que asegurarse...

—...

Completamente asombrada, la enana se quedó mirando con desconfianza a aquel hombre. Era la primera vez que un no enano la reconocía como mujer y aquello era muy raro. Mucho. Implicaba que realmente conocía muy bien a los de su raza y, probablemente, en términos amistosos, como él mismo aseguraba.

— Los modales de la dama enana se corresponden a lo que merecen los atacantes— respondió muy tiesa pero sin dudar un momento, antes de añadir en un tono que no quedaba muy claro si era broma o totalmente en serio— Soy Therusia, hija de Öffi y le aseguro que mis hachazos fueron dados con la delicadeza y cortesía que exige el protocolo.

Arnulf vuelve a quitarse su "sombrero" ante las palabras de Therusia. Öffi debe ser un gran señor enano para tener descendencia tan brava y educada. Bienvenida seas Therusia hija de Öffi a los reinos humanos de las fronteras del último bastión de los últimos enanos.

     Saludos mis magníficos héroes de eras pasadas!!! Magnífico si señor cómo han huido esos malditos seres de la Sombra. Mi nombre es Arnulf, último defensor de estas tierras.

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   Observo al extraño hombre que está ante mí. No cuestiono su cordura porque en realidad, sospecho que hay muy poca cordura que cuestionar. Mi instinto me dice que acontecimientos dolorosos pasados han trastocado el modo de ver la realidad. A fin de colocarme mentalmente en su realidad, repaso a mis conocimientos de erudita los asentamientos humanos de esta zona que ahora sólo son estructuras de piedras que enmohecen. En especial, intento recordar si hay alguna que tenga fama de encantada y que por eso mismo eviten los trasgos. Esto explicaría la presencia del hombre y su vestimenta.

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Recuerdas en algunos relatos de la época en la que Moria era un reino enano había a sus pies varios pueblos humanos que florecían a la par que el Reino en las Montañas. Los enanos permanecían inmutables en su casa de piedra bajo las montañas, cavando y cavando cada vez más profundamente,pero los humanos y sus cortas vidas iban y venían, a veces guerreaban entre ellos o había sucesos que obligaba a emigrar o aparecían nuevas culturas que sustitutían a los habitantes existentes.

No hay relatos de fantasmas más allá de los habituales pero si recuerdas que el clan Léofringa es reciente, bueno, reciente para los cuentos de abuelas en el interior del Salón de la Montaña. Se les dió por desaparecidos, un pueblo de hombres de no mucha estatura, amantes de los caballos como muchos pueblos de los que llegaron hace tiempo, feos de cara, orgullosos de sus costumbres y hábiles luchadores tanto a caballo como a pie con sus lanzas de gran tamaño y arcos de hueso. Pero se dice que sus ciudades fueron arrasadas por los trasgos y que ellos desaparecieron. En su día eran los guardianes de las puertas enanas, para llegar a cualquiera de los reinos enanos antes había que atravesar siempre los muros de los léofringas.

El galadhel agradeció las atenciones de la muchacha, negó con la cabeza para indicar que no había sufrido daño alguno y la instó a que se aproximara hacia la enana. Al escuchar la risotada de Arnulf, Ithildir tomó su arma y se viró raudo hacia la fuente del ruido. Viendo luego que era un solitario y extraño humano, el elfo relajó el gesto y escuchó lo que este venía a decir, no sin antes admirar su habilidad para descender el risco y advertir lo singular de su vestimenta.

Al escuchar la presentación del leófringa, Ithildir ladeó la cabeza, y con el ceño fruncido trató de hacer memoria*.

—Bien hallado, Arnulf el leófringa. Mi nombre es Ithildir. Provengo del pueblo de Lórien, donde las aguas del Cauce de Plata se entremezclan con las del Río Grande —respondió con aire señorial.

—Me sorprende gratamente saber que aún quedan espíritus benignos en estas montañas. Decidnos, Arnulf. ¿Créeis que podríamos ir a un lugar mas resguardado para que podamos reponernos y conversar sin intromisiones? Me encantaría conocer mas sobre vuestra presencia aquí y vuestro pueblo. Pero, ¿habéis dicho que sois el último defensor? —preguntó luego, algo confuso.

El combate duró solo unos instantes, en cuanto los trasgos vieron que sucumbirían a nuestras flechas, espadazos y hachazos. Rápidamente el resto huyó por donde vino y nosotras pudimos respirar tranquilas. Fui a recoger las flechas que pudiera rescatar y ver si los malditos trasgos tenían algo útil. Pasados unos instantes, Caín levantó las orejas y se quedó mirando fijamente una figura que emergía de entre las sombras de unas rocas. Un tipo raro salió de allí, presentándose como el último guardián del puesto fronterizo. Parecía un vagabundo, en vez de un guerrero.

-"Bienhallado Arnulf. ¿A qué reino humano haces referencia? ¿Acaso hay una ciudad humana por aquí cerca?" Le pregunté.

Si la vida de los enanos es larga para los humanos, desde el punto de vista de los elfos la existencia de reinos, pueblos y culturas humanas son como el paso de una estación en su vida y apenas tienen recuerdos salvo de aquellos que han tenido fuertes relaciones con ellos o que hayan hecho algún tipo de gesta de gran importancia.

De los Leófringas apenas sabes más que su nombre, llegaron junto al pueblo de Eorl en una de las muchas migraciones de gente amante de los caballos pero éstos sabían también trabajar la piedra y en vez de buscar las praderas buscaron las montañas. Es extraño verle por aquí cuando hace ya mucho tiempo que la región está bajo el control de los trasgos.

     Había había dulce doncella, había... Cuando el sol brillaba más alto y las canciones seguían el ritmo de los picos había un lugar llamado hogar donde los humanos vivían. Curioso, muy curioso ver un grupo de damas recorriendo las montañas.. aunque tal vez no... Oh!!! bendita visión de sus cuerpos huyendo de vuestro empuje! y ¿cómo hemos de celebrarlo? ah! si, la ciudad que vigilo y defiendo. Espera, no sois todas damas, pues de apariencia frágil ese tono de voz me recuerda a los cuentos de mi yaya de seres escondidos entre los árboles, ladinos acaparadores de conocimientos... qué buena mujer mi yaya y qué rica comida me hacía.... ¿Les visteis correr con el rabo entre las piernas asustados? Y todo gracias a vosotros, bienhallados! 

     Seguirme seguirme, os llevaré donde descansar y comer, pero no estará mi yaya ni sus calderos, ya no hay nadie que acompañe mis comidas. Arnulf será de nuevo guía y señor de la frontera. Comeremos y hablaremos y brindaremos por el valor de los guerreros que hacen correr la sangre negra de la montaña. Con estas palabras parece erguirse, recuperar una pose que sería noble de vestir otros ropajes y comienza a caminar mientras os señala con el dedo la continuación del camino.

No tenéis que caminar demasiado para ver cómo el camino se ensancha y se vuelve cómodo a pesar de estar en continua pendiente ascendente pero pequeñas marcas en las piedras dan agarre al subir y permitirían frenar un carro que bajara y perdiera rueda.

Ante vosotros el camino se abre a una amplia zona cerrada por una gran muralla de piedra que ahora parece remendada, sería defendible si hubiera detrás suficientes hombres dispuestos a luchar pero no está en las condiciones óptimas y en varias zonas se nota que simplemente se han movido piedras para cerrar agujeros más que una auténtica intención de dar una fuerza suficiente a las zonas dañadas.

Arnulf os señala un portón lateral al que se dirige con rapidez pidiendo que os deis un poco de prisa, saca una llave pesada de algún lugar de entre sus ropas y abre el portón que mantiene abierto mientras pasáis. Una vez dentro acciona una palanca que deja caer un rastrillo de metal y después coloca una barra de madera a modo de refuerzo. Ahora mismo podéis asegurar que es el punto más seguro de toda la muralla.

Ahora veis las ruinas de una ciudad abandonada, apiladas contra la montaña hay grandes edificios, almacenes de algún tipo que ahora no guardan nada, explanadas hechas a base de retirar escombros donde unos cuantos caballos de patas cortas y fuertes pacen tranquilamente y parecen alegrarse de vuestra presencia. 

Una calle serpentea entre las ruinas y por ahí avanzáis mientras Arnulf os dice qué fueron algunos edificios, hogares de gente importante, escuelas, talleres, pequeños almacenes... todo derrumbado por el tiempo y por la mano de los trasgos que han asaltado una y otra vez la ciudad hasta dejarla vacía.

Pasada esta zona llegáis a un grupo de edificios que hacen una plaza y están mejor conservados, Therusia os señala que todos ellos han sido hechos por enanos o al menos han participado en su construcción por la forma en que los sillares se ajustan a la perfección. Aquí oís el sonido de algunos pájaros y os sorprende porque hasta este momento no habías reparado en su ausencia.

Arnulf os invita a pasar a una de las viviendas: Bienvenidos a mi último hogar. Dentro un salón os recibe decorado de forma austera y funcional, varias armas están colocadas en las paredes listas para ser cogidas y sobre ellas varios estandartes de los trasgos están clavados con flechas de plumón negro junto a yelmos aplastados, cimitarras y lanzas de feo aspecto.

     Bien ya conozco a Therusia y a su linaje, y a un habitante de los bosques que os acompaña por algún desconocido motivo. ¿Cuál es vuestro nombre mis valientes damas y qué os ha traído a este lugar desdichado?

Nada más entrar, Yncriff, que llevaba ausente desde algo antes de la emboscada con los trasgos, entregado a sus labores de cuervo, sobrevoló por encima del grupo y, tras dar una vuelta por encima de Therusia se posó, erguido y tieso en uno de los estandartes. La explicación sobre Arnulf no era suficiente para que la enana confiase en él, pero lo que vio en aquel salón si pareció convencerla, en parte, de que aquel hombre no era un siervo del enemigo. Quizás fuese peligroso, estaba claro que estaba más loco que el viejo Thoky, que trató de hacer una talla subterránea y murió ahogado, quizás no acabase siendo un aliado, pero desde luego, la oscuridad no había tomado su corazón. Le sorprendió sin embargo que confundiese a Ithildir con una mujer, pues incluso a sus ojos, los varones y las damas elfas eran muy diferentes, pero no hizo ningún comentario al respecto. N

—No es terrenal el último Hogar— recordó la enana al hombre cuando dijo aquello. Aquello que parecía una muestra de descortesía extrema, ya que recordar la mortalidad no era la mejor forma de hacer amigos continuó de forma sorprendente, con un par de versos de una canción enana, aunque Therusia se limitó a recitarla, por supuesto traducida.

No es terrenal nuestro Último Hogar
Oscuro parece ser el camino hacia él
senda que todos hemos de recorrer
Mas esa certeza nuestra alma no ha de mellar

—Ejem...— carraspeó de pronto; la enana pareció incómoda por haber dicho aquello, pero aquella construcción le había recordado demasiado a su hogar, bajo las Colinas de Hierro y había despertado su nostalgia y decidió contestar la pregunta, aunque sin desvelar demasiado de los motivos del viaje— Veníamos siguiendo el camino de enano, pero nos percatamos de que este había sido modificado, y decidimos seguir el original. ¿Es obra suya?

Ladinos, acaparadores del conocimiento. Magnífico, otro admirador de mi pueblo, pensó Ith al escuchar la historia de la yaya.

Espada en ristre y con sus sentidos focalizados en su derredor por si advertía nueva presencia enemiga, el elfo cerró la comitiva durante el sucesivo ascenso.

Con asombro admiró las ahora debilitadas murallas del pueblo leófringa, que tras mucho pensar recordó que eran primos de los nórdicos domadores de caballos que se asentaron siglos atrás en el sur. Eso le hizo pensar en aquellos humildes guardianes del vado que habían preferido evitar. ¿Es posible que fueran leófringas los de ese asentamiento, o realmente se encontraban ante el último de su estirpe?

Pequeños caballos y pájaros huidizos a la vista eran, junto a Arnulf, los aparentes únicos habitantes del lugar. ¿Cómo había podido sobrevivir este hombre aquí? Y luego esa última zona con edificaciones enanas. ¿Sería obra de los enanos que buscaban? ¿Habrían tenido éstos últimos el mismo final que los antiguos moradores de estas ruinas? 

El elfo tenía muchas preguntas, pero prefirió aguardar a que las muchachas humanas se presentaran.

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   Hay algo que no termina de convencerme en el raro humano, así que rechazo de manera hosca su acercamiento inicial,

   - Mi nombre es Yedra, mis asuntos, son asunto mío. -

   Visto mi acercamiento inicial y lo simpático que le hemos caído yo y el elfo, espero un rato en silencio mientras la enana suaviza un poco el ambiente, luego canturreo para mí, aunque en verdad para todos, esta extraña situación, mientras decido averiguar este misterio de que hace un hombre sólo cercado entre trasgos y orcos.

Hace muchos años años de la tierra sin Reyes,
de la llamada Paz Vigilante.
Y en la oscuridad regresó el Nigromante,
los éothéod marcharon y se quebraron las leyes.

Guerras, epidemias y desolación despoblaron la tierra,
y el yermo volvió al estado salvaje que conlleva la guerra.

En los Valles Inferiores Orientales,
se dice que leófringas vivieron audaces.
El Granero de Khazad-Dûm era llamado,
y cambiaban comida a los enanos canteros.

En granjas dispersas vivían los leófringas expuestos al viento,
los enanos les ayudaron a construir un pueblo en las montañas con el tiempo.

Con la caída de las minas de los enanos,
los productos de los granjeros ya no eran necesarios.
El pueblo y las granjas fueron abandonados,
y ya sólo los trasgos tienen los valles ocupados.

Hace años los leófringas por los orcos de Dol Guldur fueron atacados,
pero poco a poco tras la Batalla de los Cinco Ejércitos, vuelven al Salón del Enano.

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