Partida Rol por web

No sería el navío más rápido, ni posiblemente el más hermoso de entre las naves de los Falmari. Sin embargo vuestra embarcación sería suficiente para navegar los cuatro y las hábiles manos de sus constructores y las aún más hábiles manos de Annienor habían hecho un gran trabajo. Podríais decir que ahora teníais un barco con el que surcar la costa y moveros libremente.

La embarcación era muy marinera, pero a su vez tenía el nervio de un caballo semental de los que gustaban de montar los hijos de Feänor. Bastaba con brazear y marear de la forma adecuada para que respondiera ágilmente y un marino experto no tendría necesidad de usar el timón para marinar la embarcación. Os acomodasteis todos en el interior, realmente apenas era un lanchón con un pequeño tambucho para dormir al resguardo, sin embargo para vosotros era mas que apropiada. 

Ahora era turno de Annienor de demostrar su pericia marinera, el estado de la mar era algo revuelto, pero sin ser preocupante, tendríais buen viento y solo una persona inexperta podría tener problemas en esta embarcación.

Abandonaron el puerto de Eglarest sumidos en una niebla gris y opaca, encomendándose a Ossë y Uinen, a Ulmo y a Manwë. Pero apenas salieron al Gran Mar el panorama cambió. Frescas rachas de viento movían grandes masas de nubes algodonosas sobre sus cabezas y lanzaban frescas rociadas de espuma marina sobre la cubierta. La vela, flameando, los empujaba hacia el norte a buen ritmo, la costa siempre a estribor.

Las salpicaduras despejaron la frente y el espíritu de Annienor, y parecía haberse liberado de un enorme peso. La tierra, quizás, que tanto estorbaba a todo marinero. Parecía otro. Se movía con soltura y reía con facilidad, controlando sin apenas esfuerzo la navegación, ayudado de Saelh y Aenion, con poca maniobra. Karel se mantenía sentado, con la espalda pegada al único palo de bote, serio y pálido.

El día se convirtió en algo espléndido, la gaviota deslizándose sobre las olas, haciendo saltar luminosas salpicaduras plateadas. El litoral, del que nunca se alejaban demasiado, parecía abrupto, difuso y gris, excepto al ponerse el sol, cuando adoptó una extraña tonalidad rosada que se apagaba por momentos. Al caer la noche, la espuma que levantaban a su paso contrastaba con el negro casco más que nunca, y el mar parecía mucho más negro que la propia embarcación. Pero el cielo revelaba el poder de Varda en toda su belleza, su inconmensurable magnitud, y Annienor se sintió agradecido por ser uno de los Primeros Nacidos, los que despertaron con la luz de las estrellas. Ela! "¡Contemplad!"

Organizaron turnos, mantuvieron la atención y cuidaron del agua, y el viento hizo el resto.

Sin esperarlo siquiera, Saelh disfrutó del inicio del viaje. El trabajo de mantener a flote el barco, bajo las órdenes de Annienor, le mantuvo ocupado el tiempo suficiente como para que no se mareara con el subir y bajar del navío, rompiendo las olas en su avance. 

Al llegar la noche, la luz de las estrellas animó el corazón de Saelh. Él no tenía la sensibilidad de los Elfos a la hora de apreciar la belleza de los astros, pero de algún modo ver la luz lejana, brillando en la noche, le trasmitió paz. Como si todos los horrores del mundo, todos los sinsabores de la guerra, todo el sufrimiento originado por la lucha contra las huestes del Enemigo, al fin fueran algo lejano y sin importancia, visto desde el punto de vista de una hermosa estrella, colgada en el cielo, ajena a la muerte y el miedo.

Él se mantuvo anclado a la superficie de la realidad canturreando y procurando ser un compañero activo y útil. Todo lo que podía, pues cerca del agua parecía borracho de sensaciones, y la mudez solía ser su respuesta, y tenía que esforzarse porque Ulmo no le embrujara en exceso con su música.

Quedó, pues, relegado a la función de ilustración de este cuento durante los viajes del Remolino. A la función de ser música de fondo. Comparsa, actor secundario del diálogo entre el artífice del barco y el hombre, aparentemente más joven, pero quizá más viejo, pues tan rápido absorbía todo lo esencial, dejando el resto.

La pericia marinera de Annienor os sitúa en Losgar, dentro de Lammoth, fondeando vuestra embarcación dentro del Estuario del Dengrist en un resguardo seguro y oculto por juncos. Ahora tenéis que encontrar donde escondieron los Noldo los tesoros, vuestra misión se encuentra cerca del final y ya se escuchan los pasos del destino aproximándose. Es la hora del último esfuerzo para tratar de auxiliar a Beleriand

La travesía había transcurrido sin incidentes. Al fin, Saelh incluso la había disfrutado, y pensaba que ahora entendían la fascinación de los Elfos por el Mar. 

Después de ocultar la embarcación entre los juncos, Saelh sacó el escudo de mithril que habían encontrado en Nargothrond. En uno de los lados del improvisado escudo había una imagen grabada: unas montañas que se asemejaban a las de Lammoth. Y una gema que reposaba entre montañas. Saehl trató de ver si las montañas que podían ver desde su posición se correspondían con las del grabado. Quizá eso les diera una pista.

- Las runas hablaban de unas cuevas, y de que la reliquia estaba escondida en algún lugar donde aún se escuchaba... - no recordaba exactamente las palabras que Daebeg había traducido. - algo relacionado con Uinen.

¡Ay! pensó Saelh, aunque haya aprendido a apreciar el Mar como los Elfos, no dejo de ser como un niño ignorante junto a ellos.
 

Ante vosotros se extiende una región vacía y árida, fría. Nevrast está más al sur, abandonada. El paisaje es una amplia llanura, de hierba rala y cenicienta. No se ven apenas arboles o arbustos. En el lugar donde desembarcáis, se ve una zona de la playa ennegrecida, donde unos restos de madera quemada y endurecida, son el mudo testigo de la historia de este lugar. Tan grande es la calidad de las embarcaciones de los Teleri, que aun tras años aún perviven los restos como recuerdo.

El viento sopla como aullido doloroso, como el eco de un grito espantado y conmocionador. Lammoth, la tierra del eco, donde el grito de dolor de Morgoth. A la distancia, a unas horas de marcha, se vislumbran montañas, la mayoría nevadas en sus cimas. Salvo una de ellas, ennegrecida, de un tomo ceniciento, parece inmune a la nieve. Un viento del mar sopla en la zona del estuario, desafiando la voz de Melko, como el sonido de un cuerno de guerra entre las vaguadas que forman el valle del Dengrist. 

──Creo que poco puede salvarse ya, ──venía hablando para si mismo. La tierra estaba gris y arrasada. El resto de Beleriand llevaba el mismo camino. Poco importaba ahora lo mucho que hicieran, podía llegar a pensar, dado que el enemigo había ya devorado su hogar. Aun en la victoria, no tenían lugar al que volver. La hierba cenicienta casi no se movía con el viento, sino que temblaba aterida. El frío calaba los huesos.

Era claro que todavía quedaba la mayoría de Arda llena de vida y de luz, pero Beleriand... Beleriand estaba ya muerta, moribunda, manchada por la sangre de luchas fratricidas, grabada a fuego una guerra sucia y cruel, sin gloria.

──Amigo Karel (y que tu barba crezca siempre lustrosa), ──dijo al enano, ──creo que tú eres ahora el indicado para guiarnos, en esta tierra sin árboles, tan llena de dolor. La marca indica un lugar cerca de las raíces de aquella montaña. ¿Cómo deseas que te ayudemos?

Karel observó el paisaje con expresión ceñuda. 

Deberíamos mirar en aquellas montañas Dijo mirando las que no tenían nieve. Las otras son piedras sólidas, no habrán grandes cuevas y además, es fácil que un derrumbe lo sepultara todo... Los Noldo, tienen muchos pecados a cuesta, pero son habilidosos, conocen la piedra y el metal casi tan bien como los Khazad, creo que si quisieran esconder algo lo harían allí. Ese tipo de piedra permite muchas simas y cuevas naturales de gran tamaño...

Se quedó pensativo mirando al horizonte.

Además... El viento... allí no suena el eco de Melkor...

Saelh asintió ante las palabras del Naugrim. - Me inclino ante la sapiencia de Maese Drûm en lo que respecta a montañas y cavernas. - Y, de hecho, el montaraz Edain inclinó su cabeza en señal de respeto. - Así que, dirijámonos a donde nos indica. 

Annienor puso gran cuidado en amarrar, asegurar y camuflar el bote que tan bien les había servido.

-¡Solo espero que siga aquí cuando volvamos!

Con este último y optimista comentario desembarcó, y casi de inmediato su humor cambió. La tierra que los recibía... Bien, todos lo notaban, era evidente: seca, fría, el estuario parecía un pequeño paraíso si se comparaba con las pedregosas playas y las lúgubres montañas que se extendían más allá. El ambiente era casi opresivo... No parecía haber ninguna amenaza directa, pero era como el recuerdo de dolores pasados se hubiera agarrado a la tierra y la hubiera agostado para siempre.

Se quedó mirando las naves de los teleri, entre admirado y temeroso, con una pesada melancolía que se adueñaba poco a poco de su cuerpo y su espíritu. De pronto se sintió muy cansado, cansado como nunca lo había estado. Y no era un cansancio físico.

Se limitó a asentir a Saelh y a seguir a Karel, cabizbajo.

──¿Me adelantaré, por si hay enemigos? ──Dudaba ahora, tras el fiasco de su última misión de exploración. Puede que en esta tierra también gobernaran los sortilegios malignos, pues el enemigo tenía muchas armas, no solamente orcos o trolls.

- Puedo hacerlo yo, Daebeg, si lo prefieres. - Era extraño que el laiquendi dudará, por lo que Saelh dedujo que no se sentía seguro haciéndolo. - No será la primera vez que me encargue de ello, y me encuentro con ánimos suficientes. - La razón por la que estaba allí había sido guiarlos desde la desembocadura del Sirion hasta Nargothrond, pero esto eran las tierras salvajes, y al montaraz no le costaba orientarse en ellas, incluso en unas tan inhóspitas como estas.

Asintió. ──Si lo deseas, adelante. Yo vigilaré la retaguardia ahora, entonces.

Asintiendo a su vez, Saelh se puso en marcha a la vanguardia del grupo, actuando como avanzadilla.

Según avanzáis, en paralelo al río, el terreno va perdiendo su aspecto silvestre y se observan trazos de un viejo camino de piedra labrada y junto al camino aparecía una roca tallada elegantemente. En ella figuraba un emblema:

El camino parecía avanzar hasta las montañas, y había más columnas, en diverso estado de abandono a lo largo del sendero. Parece ser una seña o indicación.

¿Qué símbolo sería ese? se preguntó Daebeg...