Partida Rol por web

Por el rabillo del ojo, Annienor comprobó que Saelh se había hecho con el cuerno; sólo se entretuvo en hacerle un elocuente gesto con la cabeza. Lárgate. No habían acordado un punto de encuentro en caso de separación, pero el camino de vuelta estaba claro.

Drûm había entrado en un especie de éxtasis guerrero, y Annienor, sencillamente, no podía dejar que el poderoso balrog lo despedazase, Difícilmente ganaría el timpo suficiente con su sacrificio para darles tiempo a huir. Buscó furiosamente en su cabeza durante unos instantes por una solución que pudiera ponerlos a salvo y condenar al balrog para siempre; pero estaba más alla de su capacidad. Frustrado, miró alrededor, y lanzó unas cuantas palabras al aire, más para darse ánimo que otra cosa:

-¡Por los Valar que nos asisten! ¡Por los espíritus de los Noldor que aquí yacen! ¡Por la fuerza de la sangre de Feänor! ¡Por los elfos, los hombres y los enanos!

Luego, disparó.

La maza de los enanos forjada por los siete padres enanos durante la noche de los tiempos golpeó al demonio de fuego con violencia en la rodilla, brotando una llamarada potente de la misma como un chorro de sangre. El Balrog rugió furioso mientras una flecha perdida rebotaba contra la cabeza de la bestia. Alzó la espada flamígera, un arma de descomunal tamaño, cercana a los dos metros de largo, y lanzó un demoledor golpe contra el enano golpeándole de lleno como un mazo desde arriba hacía abajo, el golpe consiguió lanzar rodando al enano varios metros, mientras la criatura tras golpear a Karel, se avanzaba hacía Saelh.

Por otro lado, Daebeg parecía haber desaparecido de vuestra vista, el elfo parecía haberse esfumado como por arte de magia. 

Daebeg intentó escurrirse por la espalda del Balrog y sacó su daga, su oscura daga que tanto inquietaba sus sueños.

No me falles, mi amor. No me falles, Maegwath.

El golpe fue demoledor, haciendo que la bestia gritara de dolor. La fuerza de todo mi pueblo se descargó en su rodilla, haciendo que se fijara en mi y llevándome su contraataque. No pude pararlo, pero mi gran armadura logró paliar bastante el golpe. Salí rodando de la fuerza del impacto y me hice algunos rasguños, pero enseguida me puse en pie y volví a cargar con furia hacia él, con la esperanza de que dejara por un breve espacio de tiempo a mis compañeros en paz. De seguro que no me miraría con desdén. Ya había probado la valentía de mi pueblo, concentrada en mi persona y en la maza, y no me daría la espalda.

El monstruo se había quitado de encima a Drûm y se abalanzó sobre él. Le habría visto coger el cuerno. Debía tratar de escapar.

Saelh cogió el escudo de mithril (*) y lanzó un grito desafiante (**). No era más que un Hombre, enfrentado a un terrible ser nacido antes del tiempo. Pero no se dejaría llevar por el terror, en esta última hora.

No creía que pudiera vencer en combate a la criatura. Pero quizás pudiera llegar hasta un lugar en el que fuera más sencillo enfrentarse a ella o esquivarla. Si lograran llegar hasta el mar...

Trató de esquivar la embestida del Balrog y ganar la salida (***). Era un monstruo grande y pesado; quizá si él era más rápido, lo lograría.

La situación era crítica. Karel había desatado la furia de las siete casas sobre el balrog, con un golpe del que el mismísimo Azaghâl hubiera estado orgulloso, terrible realmente; y, a pesar de ello, la bestia lo había apartado con un mandoble como a una rama seca. Parecía abalanzarse sobre Saelh. Y Daebeg... de Daebeg parecía que no había ni rastro.

Annienor sacudió la cabeza. Estaba claro para cualquiera que aquel era un combate que no podían ganar. Y que debían cumplir la misión que se les había encomendado antes que ninguna otra cosa. Y sin embargo...

Apretando los dientes, el elfo dejó cantar a su arco, y otra flecha salió silbando para clavarse en el cuerpo del Balrog; pero poca esperanza tenía el marinero de dañar con ella al poderosísimo enemigo. Vió cómo el enano contraatacaba, incansable, y no pudo aguantar la sobrecogdora visión demasiado tiempo. Y guardó el arco y desenfundó la espada, y comenzó a retroceder, interponiéndose entre Saelh y el balrog, siguiendo al hombre hacia la entrada de la cueva. Quizás hubiera allí otra clave que les permitiera salir airosos de todo aquello, u otra salida que les permitiera ponerse a salvo, pero el marino no la había visto; y el pequeño lanchón que los aguardaba varado en la costa le parecía ahora la única salvación posible.

El Balrog recibe una andana de ataques en un segundo, Daebeg reapareció apuñalando el tendón de la criatura ígnea. El ser trastabilló torpemente. El poder de vuestras armas es letal y la cruel maza de los enanos ha sido devastadora para el cuerpo mortal del ser. Sabedor que puede desprenderse de su cuerpo y sobrevivir, ante el temor de que su espíritu y cuerpo queden destruidos, su alma abandonó el cuerpo y este empezó a convulsionar, elevando la temperatura y lanzando pequeñas llamaradas flamígeras. Parecía que iba a estallar de un momento a otro.

¡Quema! ¡Quema! Su piel gritaba pidiendo compasión, mientras la daga de metal oscuro penetraba en el cuerpo del  ser. ¡Aaaah!

Y, contra todo pronóstico, el balrog pareció flaquear... Pero su cuerpo parecía querer expulsar todo el fuego de los abismos de Utumno...

-¡¡¡Salgamos, salgamos de aquí!!!

Al percataros de la situación arrancasteis a correr como almas perseguidas por Melkor en persona. El enano con su asombrosa velocidad fue el primero en abandonar la cueva, seguido por el resto. La explosión sacudió la caverna colapsando las paredes de roca. Los cuerpos de los Noldo muertos en la primera batalla bajos las estrellas o durante la quema de las naves quedarían olvidados eternamente hasta que el mundo cambie, aunque sus espíritus ya vaguen por las mansiones de Mandos.

Contrario a vuestra sospecha, no había enemigos en el exterior. Recorristeis a toda carrera el camino hacía vuestro barco sin encontrar a nadie en una quietud sospechosa y opresiva. No se escuchaban pájaros o animales, solo el aullido del viento al atardecer. Todo parecía muy tranquilo. 

¡Vamos, vamos, vamos! Había perdido buena parte del pelo en el proceso, pero habían expulsado al balrog. Ahora tenían que correr.

Los servidores vendrán tras el amo más despacio que él. O los espías del dragón habrán avisado a su otro amo, y tendrá mucha curiosidad por saber qué hacía este tan lejos de su lugar de destino. Al mar. ¡A la mar!

¡Al mar!

¡A la mar!

A las olas que me enterraron la garganta,
la oscuridad azul que me cegaba,
niebla que mis pupilas empañaba,
alud que el pecho hinchaba de carpanta.

Mano que, temblorosamente, tanta
ansiosa pulcritud aballestaba
en roces a tu piel dieciseisava
con ritmos y gemidos de taranta.

Amada, me perdiste para siempre
en la prisión almíbar de tus ojos,
en tu cabello suelto, para siempre.

Y ahora que mis ojos son añojos
eres medida y unidad, que siempre
modula y condiciona mis sonrojos.

Por primera vez en tanto tiempo, algo se había roto en Daebeg, y se había lanzado a cantar. Y ahora lo hacía corriendo, sin parar de mirar el cuerno que significaba la esperanza y el brumoso azul que tenían frente a ellos cada vez más cerca.

El montaraz corría junto a sus compañeros, aún sorprendido de haber sobrevivido al encuentro con el demonio de fuego y sombra. Portaba aún el cuerno, atado a su cuerpo por una cadena, y se apresuraba en su carrera común hacia el mar, como si todos los sirvientes de Morgoth les persiguieran. De hecho, temía volver la mirada atrás, por si eso fuera precisamente lo que estuviera pasando.

Daebeg comenzó a cantar y Saelh no pudo sino sonreír si escuchar al elfo de los bosques y su oda al mar. Ahora tenía muchas ganas de estar de nuevo en los dominios de Ulmo y Össe, y que el agua y las olas se interpusieran entre ellos y las tierras conquistadas por el Enemigo.

Todos se miraban entre sí a intervalos, como sorprendidos de estar allí, corriendo, o de continuar vivos, o de haber de veras vivido lo vivido. Cuando Daebeg se puso a cantar, Annienor no pudo contener una carcajada de pura alegría, de auténtica euforia, de verdadero alivio.

Aceleraron todavía más al acercarse a la lancha que tanto Aenion añoraba, al borde del agua en el estuario. Lanzando miradas aprendidas alrededor, Annienor se apresuró a levantar el ramaje que lo ocultaba, comprobar que todo se encontraba en orden y apremiar a los demás a que embarcasen. Pidió ayuda a Saelh para empujar la pequeña nave, y se encaramaron a ella empapados hasta la cadera. Poco viento había en ese momento en Drengist, y al deslizarse casi podía oírse el susurro de la madera sobre el agua...

Al ver que habíamos derrotado al poderoso enemigo y ver que iba a explotar, inundando toda la sala de fuego, salí corriendo a gran velocidad por la puerta por la que habíamos entrado. Enfilé el corredor que llevaba a la catarata, con mis compañeros detrás mía, muy pegados los cuatro. Salimos al exterior y no paramos de correr, sino que redoblamos la carrera para llegar cuanto antes al bote que habíamos dejado en la orilla.

Ya en el exterior, los elfos y el humano me adelantaron, dada la corta longitud de mis piernas. Daebeg empezó a cantar... ¡Pobre loco! Se le había ido la cabeza... ¿O quizás cantaba de alegría por haber salido indemne del enfrentamiento contra el balrog? Me fui quedando atrás, rezagándome poco a poco. De vez en cuando echaba miradas furibundas hacia atrás, esperando que salieran infinidad de enemigos en nuestra persecución. La visera del casco hacía rato que me la había subido, ya que me faltaba el aliento.

Por fin, llegué al bote. Mis compañeros, ya amigos inseparables por lo vivido, estaban preparándolo para partir ipso facto. Una última mirada a esta tierra desolada, fue la despedida que le hice a los espíritus de los elfos que moraban en su superficie. Recuerdos de épocas pasadas. Ayudé en lo que pude y me subí al bote, esperando zarpar  con la bendición de los dioses.

Avanzabais lentamente con el tímido viento que apena os hacía avanzar. Una zona de densos juncos altos flanqueaba los costados del estuario cuando os acercabais hacía mar abierto. En ese momento sonó un cuerno, de entre los juncales, como preludio de dos barcas estrechas izaban sus mástiles hinchando levemente sus velas. Cada barca era tripulada por seis o siete hombres, dos se turnaban en la vela y el timón, mientras el resto remaban. Las velas eran rojas, con una serpiente negra en ella y muchos lucían emblemas de Ulfang "el Negro", la casa de los traidores a Maedhros.

El viento empezó a arreciar, la navegación seguía siendo lenta, pues el oleaje restalló subitamente, parecía que Ossë hubiera despertado de golpe al sentir la presencia ingrata de los orientales. El maia de las tormentas, la tempestad y las olas empezaba a mostrar su creciente furia que parecía contenerse.

Vuestro barco dispone de dos remos, solamente, pues es una embarcación de pesca. El estuario tiene cerca de tres cuartos de milla de ancho, cada barca está a 400 metros de vosotros y tratan de aproximarse para abordaros, fiando todo a su superioridad numérica.

El enemigo. Ya parecía demasiado fácil, aun tras luchar contra el demonio.

Daebeg se quedó a la espera de que estuvieran a tiro de su arco largo. No iba a ser bueno ayudando en los remos, aunque podía dar ánimos.

- Daebeg. - dijo el montaraz, acercándose al elfo y ofreciéndole el arco que había encontrado en Nargothrond. - En el libro se decía que se fabricó con madera de Telperion. Tú le sacarás más partido que yo. Deja que yo reme. - añadió, con una sonrisa. Después, se marchó a coger uno de los remos y comenzar a tirar de él para alejarse de sus enemigos.