Partida Rol por web

Mequetrefe dio un saltito de alegría cuando vio que el ghoul caía desplomado tras esa cadena de disparos.

- Wow, ha sido genial. Me encanta que los planes salgan bien, sí señor.

Acto seguido recogió su pequeña ballesta y se la colgó nuevamente a la cintura. Mirando al humano con algo de recelo, de pronto, una sonrisa se dibujó en su cara.

- ¡Hola amigo! Tranquilo, no pretendemos hacerte ningún daño, no señor. A menos que seas un horrible y asqueroso cambiaformas, claro, eso cambiaría mucho las cosas.

A continuación miró a sus compañeros.

- Deberíamos continuar, no me gusta permanecer mucho tiempo en el mismo sitio, me da la impresión que eso nos convierte en presas fáciles...

- Sí... - Respondió de forma escueta Holloc.

No obstante, antes de seguir, se paró frente al cadáver que se encontraba a pocos pasos de su posición. No se había percatado de su presencia hasta ese momento y eso le angustiaba. Si hubiera sido otro necrófago ya le habría mordido el cuello. Tenía que ir mucho más atento en adelante. Se estaba jugando literalmente la vida en aquellos extraños pasillos repletos de muerte, sangre, vísceras y cosas peores. 

Cuando estaba a punto de marcharse en dirección a los hombres encadenados, decidió no hacerlo todavía. Se agachó frente al cadáver y intentó comprobar si seguía con vida, o más bien con no vida. No le hacía gracia que una vez pasaran el umbral de aquella puerta, aquel cuerpo se levantase y les atacase por la espalda. Además, quería verle la cara y descubrir si se trataba de un enfermero, un paciente o otra persona.

Esto no ha terminado ni mucho menos - piensa el arqueólogo que en cuánto ve caer el necrófago empieza a conjurar un breve hechizo. Rápidamente sus ojos "se abren" a la magia que les rodea y contempla la habitación mientras da lentos y cuidadosos pasos al interior -primero lo inanimado y después el hombre encadenado.

Hasta ahora todo lo que han visto se ha tratado de ruinas, seguido de desesperación contenida entre empalizadas, seguido de más ruinas por lo que prefiere asegurar cada paso.

¿Qué habitación era esta Constanza?- pregunta el arqueólogo mientras examina los cadáveres, el hombre aún con vida y el necrófago -¿quien encadenaría al necrófago?- pregunta casi más para él mismo sintiendo la frustración de ver como las preguntas se amontonan sin ninguna respuesta.

Hay que moverse - contesta finalmente al pequeño gnomo que intenta reconfortar al hombre con vida -pero con cuidado de no dejar peligros o más secretos atrás.

Ante el aviso del resto, Theo, que había estado preparado paera disparar con la segunda salva, suspiró aliviado.

*hufff*

Entró con los demás a la habitación con cuidado mientras comprobaban lo que había. Dos personas encadenadas, pero para una de ellas era demasiado tarde, allí donde debía haberse erigido una vieja lavandería, conectada con las calderas. Quienquiera que se hubiese encontrado allí no había caído sin defenderse. Se acercó al ghoul con cuidado, apoyó la bota para hacer palanca y apretó la lanza apoyando su peso hasta hundirla en el cráneo del muerto viviente.

-Aura, ¿puedes ayudar a ese hombre? -resolló un poco mientras forcejeaba para sacar la lanza, apoyarla por otro lado y volver a hacerlo- Yo me encargo de... esto... -dijo con la voz algo nauseada y rasposa mientras giraba el cuerpo del antiguo ser humano para apretar la lanza contra la cuenca del ojo- Urghffgh.

Con un shclick la lanza cedió de nuevo y atravesó al ghoul. Ahora podía confirmar que no sería un problema. Imposible.

Por fin algo bueno.

El necrófago había caído con suma facilidad. Las cosas podían haber ido por otros derroteros, ella o alguno de sus compañeros podía haber caído, todos podían haber sido alimento para tan horrible criatura. Pero no fue así y podían avanzar en su camino por buscar una salida.

Aura era muy pragmática en cuanto al uso de sus poderes por lo que actuó de la misma forma que hizo con Camre. Usaría sólo una canalización. La sierva de Irori se acercó al hombre encadenado.

—Acercáos todos a mí. Os sentireís mejor.

Incluso cuando no estaban heridos, sentir una oleada de energía positiva era agradable. Como cuando uno se mete en una bañera de agua caliente.

¿Cuanto hará que no me baño?

La mujer frunció el ceño disgustada. Otra vez ese pensamiento errático y compulsivo. ¿Estaba realmente en sus cabales? ¿En qué podía confiar? Ni siquiera estaba segura de ella misma... Aura alejó esos pensamientos de su cabeza. Alzó la mano y rezó una oración a su dios. Entonces su mano brilló y una ola de energía positiva brotó de ella sanando las lesiones de los heridos.

Holloc se separa un momento del resto del grupo para inspeccionar el cadáver del pasillo. Se trataba de un hombre de mediana edad con la típica indumentaria blanquecina de los ordenanzas tendido boca abajo. Permanece inmóvil mientras el guerrero se acerca.

Pero algo raro sucede cuando Holloc lo toca para ver si sigue con vida. La cabeza del ordenanza da un giro innatural, de 180 grados, y el rostro del hombre le devuelve la mirada. Abre la boca y trata de darle una dentellada. Pero Holloc retira la mano raudo.

Las manos del cadáver comienzan a moverse espasmódicamente. La cabeza sigue moviéndose, tomando ángulos imposibles y tratando de morderle. Sin embargo, el cuerpo permanece inmóvil, como si fuera incapaz de moverse. ¿Qué clase de criatura disfuncional es esta?

El grupo entra en la destartalada lavandería, mientras Holloc inspecciona el cadáver que ha quedado atrás en el Hall. La habitación está hecha un auténtico desastre. Mesas volcadas, cuerdas enmarañadas por el suelo, y dos hombres y un ghoul encadenados con grilletes a la pared. Theo se asegura de rematar al ghoul perforándole el cráneo. No podían permitirse más sorpresas. Al fondo de la sala hay otra puerta, cerrada.

Aura se acerca al hombre y pronto todos —salvo Holloc, quien sigue atrás– reciben una oleada de energía positiva. El efecto es apenas perceptible, como una brisa de aire fresco que ventila una habitación cargada. Por un momento sus mentes se tranquilizan y por primera vez desde que despertaron, pueden respirar con serenidad.

El hombre encadenado reacciona a la oleada de energía positiva. Levanta la mirada hacia el grupo, fijando sus ojos en la sierva de Irori. Todos reparan entonces en el extraño símbolo que tiene dibujado en la frente: una espiral roja, probablemente dibujada con sangre. El hombre no parece herido, aunque sí muy cansado y perturbado.

—Faltan palabras—dice de pronto, pasando su mirada de Aura a Mequetrefe, y del hechicero a Theo, para clavarla finalmente en la criatura sobre los hombros del mestizo—. Rezad. Faltan palabras.

Constanza entra en la sala siguiendo al grupo.

—Parece que estamos en la antigua sala de secado —dice inspeccionando la habitación—. La lavandería se encuentra al otro lado de la puerta. No reconozco a ninguno de los hombres. Lo que no tiene ningún sentido es que haya un necrófago encadenado junto a estos dos —añade fría.

Richard echa un rápido vistazo a la habitación antes de encaminarse hacia aura. No parece que haya nada de valor a parte de los juegos de grilletes que mantienen a los prisioneros encadenados a la pared. Quizás el cadáver con las piernas grotescamente desolladas tenga algo de valor pero… ¿sería seguro registrarlo?

Al ver como aquel cadáver volteaba la cabeza de una manera tan antinatural, Holloc se sobresaltó como no lo había hecho hasta el momento. Ver como aquel hombre giraba su cuello de aquella forma le horrorizó y hasta soltó uno de sus estoques, el cual resonó al chocar contra el suelo. A la vez soltó un pequeño grito ronco y dio dos pasos atrás sin dejar de mirar fijamente a aquel ser. 

Cuando aquel hombre trató de morderle volvió a asustarse, aunque esta vez no perdió los nervios. Sin dejar de vigilar a aquella cosa, se agachó para recoger el arma que había perdido y rápidamente volvió a ponerse en pie, guardando en todo momento una distancia de seguridad que le asegurase no ser víctima de una de aquellas dentelladas.

- ¿Pero cómo puede ser? - Preguntó. - Al girar el cuello así, debería debería haber muerto, si no lo estaba ya y en cambio...

Holloc se preparaba para darle una muerte rápida y digna a aquel ser, que sin duda alguna estaba sufriendo por su actual condición, cuando entonces pasó algo. Algo parecía cambiar en aquel condenado. Cierta humanidad pareció regresar de pronto a él y quizás por ello, el guerrero no lo ensartó como tenía pensado.

- ¿Cómo? - Le preguntó a aquel moribundo. - ¿A qué te refieres? ¿Por qué dices que faltan palabras? - Le preguntó. ¿Quién eres? ¿Qué te ha pasado? - Sin muchas esperanzas de que aquel hombre respondiera a nada de lo que se le estaba preguntando, se giró un instante hacia la puerta que acababan de cruzar sus compañeros. - ¡Escuchad! - Trató de llamar su atención. - ¡Mirad esto! 

Aura rezó instintivamente una oración a Irori al escuchar a ese hombre. Era lo único a lo que podía agarrarse, lo único que la ataba a la cordura. Lo único con sentido. Pero una vez pasada la sorpresa inicial, se repuso y se dirigió a aquel hombre encadenado.

—Si faltan las palabras será mejor que empieces hablar—replicó con un tono duro—. Responde.

La sierva de Irori estaba hastiada. Cada persona que se encontraban Camre, el capitán bigotes, Constanza, el encadenado... todos eran un problema y ninguno una solución. Y eso empezaba a socavar su paciencia a tal punto que incluso llegó a sentir el impulso de abofetear a ese hombre.

Y una vez más se apoderó de ella el miedo a perder la razón. ¿Era allí así realmente? ¿O esos impulsos se trataban de su incipiente inestabilidad mental?

El hombre parece ajeno a todo lo que sucede en la habitación. Ahoga un grito cuando Holloc vuelve al interior de la destartalada sala de secado, e inquieto por la repentina aparición del guerrero, se cubre el rostro con las manos.

–Faltan palabras —añade con el rostro aún tapado—. Zandalus ve. Rezad. Faltan palabras. Faltan palabras. Rezad.

¿Zandalus ve? ¿Quién era ese Zandalus? ¿Se suponía que debía sonarle el nombre de algo? Porque no lo hacía. Desde luego haber perdido la memoria era una completa molestia. Igual Constanza sabía de lo que aquel hombre desesperado estaba hablando.

Holloc pensó en liberar a aquel hombre. Pronto desechó la idea. No parecía estar en sus cabales. Era un ser peligroso suelto. Liberarle era una completa estupidez y una negligencia por su parte. No, allí se quedaría.

Holloc dejó atrás a aquel demente, regresando junto al resto del grupo. Parecían estar inspeccionando los cadáveres. ¿Cuanta desesperación y cuanto caos les deparaba aún por ver? Holloc no lo sabía, ni podía imaginarlo siquiera, pero lo que tenía claro era que su moral se iba derrumbado a pasos agigantados.

— Nada de lo que dicen parece coherente. — Dijo desesperanzado el guerrero. — Hay que buscar una salida. — Sentenció.

¿Zandalus? 

Aunque a Aura aquel nombre le resultaba completamente desconocido, de una cosa estaba segura: nada tenía que ver con Irori, ni con ninguna otra religión conocida de Golarion.  

Fuera lo que fuese lo que había hecho Aura. Lo necesitaba.

*nhhhhhaaahhh*

Se reunió con los demás y miró a Holloc un tanto sorprendido, aunque no debería. ¿No lo estaba tomando bien? Ninguno de ellos lo estaba tomando bien, todo aquello era alguna clase de pesadilla grotesca... y ni siquiera estaba a salvo entre sus compañeros, que no podían mirarle sin que la criatura les cambiara la cara (y sus intenciones hacia ella). Mequetrefe era el que más le toleraba, y Aura... Aura le hundiría una flecha en la cabeza si tuviera una excusa. Estaba seguro.

"Lo que no tiene ningún sentido es que haya un necrófago encadenado junto a estos dos"

-Salvo que no fuera un necrófago cuando lo encadenaron -dijo, sin prestarle atención dos veces al hecho- Aura... Aura, es un hombre encadenado. Él no tiene culpa de lo que haya pasado... y le han hecho daño. ¡No podemos dejarlo aquí!

Dijo, dirigiendo esta vez a todos los demás las últimas palabras. Todos los demás parecían al menos inclinados a no tener nada que ver con el hombre, pero... ellos mismos habían sido encadenados como dementes, y habían amanecido como lo que muchos considerarían dementes. Y no tendrían derecho a protestar sobre el Capitán si ellos hacían lo mismo.
 

Observó la situación intentando mantener toda la sangre fría que podía, lo cuál en su caso era mucho de fachada y poco de real.

¿La actitud de Aura será real o fingida?- se preguntó brevemente antes de descartarlo, no era el momento ni el lugar de volver a enfrentarte a la sirvienta de Irori. Podía verse como que el control de la propia mente y nervios eran algo que Irori fomentaba en sus seguidores, pero también que no era un dios que destacase por inspirar empatía y piedad.

Nada aquí parece tener sentido - contesta a Holloc meditando las palabras del hombre y luego asintiendo de mala gana -pero Theo tiene razón. No se que ha ocurrido en éste lugar, pero la desconfianza nos está envenenando a todos y puede acabar con nuestras posibilidades de salir de esta.

¿Recordáis? Yo no, pero si siento que os conocía antes, no obstante cualquier diferencia o acto que no me espero de vosotros altera mis nervios y todos parecemos actuar de la misma forma. Actuamos igual con los demás como éste pobre hombre - evitaba mirarle, ya había tiempo para eso -con Constaza o con el extraplanar que sigue a Theo y está sentir prudencia ante lo desconocido, ¿pero que va a ser de nosotros si abandonamos o tratamos como enemigos a todos los que no conozcamos a la primera de cambio? ¿A sangre fría?

¿No era el propio Richard quien quería abandonar a Camre a las primeras de cambio? Desde luego ambas cosas parecían convivir perfectamente en la cabeza del arqueólogo.

Tras esas palabras se acerca al hombre y examina con atención el símbolo así como cualquier otro detalle, intentando distinguir por una vez como encaja esta nueva pieza en el acertijo.

Aura apretó la mandíbula. Las palabras de Theo se le habían clavado como un puñal. ¿De verdad ella era así? ¿Tan dura? ¿Tan impasible? ¿Tan despiadada? Pero por otro lado... ¿podían confiar en ese hombre? ¿Y podrían avanzar cargando con él? No confiaba en Constanza, le costaba confiar en sus compañeros, ni siquiera confiaba en su propia razón. Y todo ello con la omnipresente amenaza de los cambiaformas.

—Zandalus no es una deidad de Golarion. No una conocida al menos.

Una funesta idea se adueñó de ella.

—Si el necrófago no lo era cuando lo encadenaron... ¿quién nos dice que este hombre no está en proceso de convertirse en uno?

Aura no estaba muy por la labor de llevarse al hombre. Y sin embargo, las palabras del semielfo seguían ahí. Clavadas en su pecho. Pensó en lo que acababa de decir Richard. ¿Eran ellos mejor que el capitán? ¿Era ella mejor de lo que se estaba comportando? ¿O realmente era así? Y algo que le preocupaba aún más. ¿Estaba segura de las decisiones que estaba tomando? ¿Era realmente ella quién las estaba tomando? ¿O todo formaba parte de la locura en la que estaba inmersa? La clérigo se llevó la mano al rostro unos instantes pensativa antes de anunciar.

—Está bien. Nos lo llevamos.

Sólo espero que no nos arrepintamos.

¿Zandalus?

Por algún motivo aquel nombre inquietaba al arqueólogo. Pero la palabra no le evocaba ningún recuerdo, ni tampoco era capaz de asociarla con nada que conociese. No como con Irori o Pharasma, deidades con cuyos cultos estaba ligeramente familiarizado, seguramente fruto de sus estudios.

Sin embargo no le era del todo desconocida. Estaba seguro de haberla oído o leído con anterioridad. ¿Pero dónde? ¿Bajo qué circunstancias? Su memoria la fallaba, y la cabeza no le funcionaba como de costumbre.

No sucedía lo mismo con el símbolo: una espiral dibujada con trazo grueso con lo que sin lugar a dudas parecía sangre. Se trataba de un símbolo bastante común, que podría vincularse con tantas posibilidades e interpretaciones que resultaría imposible esclarecer con precisión a cuál de ellas pertenecía. Resultaba frustrante.

Mientras el grupo se encuentra examinando al superviviente, Constanza se dedica a examinar la sala y la puerta que permanece cerrada. Se vuelve hacia sus nuevos compañeros una vez el prisionero ha concluido su inquietante abrazo.

—Genial, añadamos un loco al grupo, ¿qué puede salir mal? —dice torciendo el gesto, socarrona—. Parece que la puerta no está cerrada con llave, ¿continuamos?