Partida Rol por web

Es hora pues, de cumplir con lo pactado, y estando sentado no se hacen las labores, a la calle los viajeros se han lanzado. Dejan atrás a Estebanillo y maese Manuel, recorriendo de vuelta el pasillo y cruzando el dintel.

Suponéis que en la población todos saben de la leyenda, que es cuento viejo, que sirve para que los niños no se alejen de la senda, y lleguen a viejo. Sin embargo, aunque a cielo abierto Julián Barbelo a los viandantes se la pregunta, como respuesta un santiguarse y cerrar la boca. Necesitados están los viajeros de interlocutores con la lengua más suelta, tan suelta como la de ellos, que el hormigueo del vino aún resulta.

Buena idea la de Yamila, acercarse a las buenas gentes de Bullas para preguntar por las tierras de Don Manuel y las leyendas que rodean al molino, pensando la mujer en qué lugares del pueblo podría ir a darle a la sin hueso para obtener información y transmitir, a la par, de que aquel grupo tan variopinto no temía los fantasmas ni espíritus, pues aquello solo eran cuentos de viejas para que los niños no se internasen en los bosques.

- Señores míos, diría de ir a la posada para hablar con las gentes del lugar, pero teniendo la panza llena, considero más adecuado movernos entre los artesanos locales. Creo que la mejor de las opciones es acercarse al herrero, pues todo aquel que necesita arreglos para el hogar, así como planificar un viaje acaba en la fragua... Así que a falta de una idea mejor deberíamos encaminarnos a charlar con las buenas gentes del pueblo, juntos o por separado... Si vamos juntos no será necesario citarnos, si queréis por separado, nos veremos al caer el sol en la puerta de la villa para pasar la noche en las tierras de Son Manuel... - y dicho esto la curandera comenzó a caminar hacia el negocio del herrero, sin importarle si la seguían o no, dando libertad a sus compañeros de aventuras para tomar sus propias decisiones.

Ante su fallido intento de buscar información entre los transeúntes, Julián no dudo en mostrar su decepción echando un sonoro escupitajo al suelo. 

Resignado, volvió con el grupo, justo a tiempo de oír a Fidela proponer ir a ver al herrero. A probar suerte con este y su lengua. Y de paso, podría recoger sus utensilios de barbero, de estar completamente listos. 

Con un par de rápidas zancadas se puso a la zaga de la curandera, quien había abierto la marcha sin esperar a nadie. 

-Le acompaño- Contestó a la buena moza. -Tengo asuntos propios con el herrero. Además, le conozco. Puede que si estoy presente desembuche algo más-

Siguiendo el rastro del martillo, los cuatro viajeros dan con la herrería, donde un grueso hombre y su bigotillo, aporrea el yunque con alegría. Allí, tras un intercambio de saludos y pareceres, saca Fidela el asunto de la torre, poniendo los puntos sobre las íes. Ni el más viril de los hombres, ganándose el pan con los hierros, es inmune a los temores, que la pregunta de Fidela ahuyenta como a los perros. Los artilugios de Julián ya tiene listos, y de estos hace entrega, pago mediante. También un pésame para la curandera, por su tía la lavandera. El mozo del herrero, oculto tras unos toneles, en Yamila tiene puesto el ojo, y colorados los mofletes, que Yamila su belleza irradia, no habiendo mayor brillo en toda la herrería.

Diego, el herrero en cuestión, contesta de no muy buena gana. El asunto no le es ajeno, pero tampoco le es cómodo.

- Esa vieja torre por la que preguntáis está doblemente maldita, que la alzaron manos paganas, los romanos, y la maldijeron enemigos de la fe, los moros. Pues cercana a ella escondió un príncipe musulmán sus tesoros, matando luego a los esclavos que habían cavado el escondrijo. Él mismo murió luego a manos de los cristianos, y sus riquezas quedaron sin amo..., pero protegidas por las almas en pena de los que allí murieron, comandadas por el diablo de moro, que no dejará que nadie se acerque a su riqueza…

El signo de la cruz con sus dedos manchados, ejecuta Diego sobre su rostro, temeroso de que sus palabras no hayan traido mal augurio. No parece una historia, la de los moros, muy a la que temer, pero algo hay en las gentes que les hace enmudecer. ¿De qué quiere protegerse el herrero tras la cruz de su gesto?

Julián Barbero tenía asuntos pendientes con el herrero, aquello sería una buena cosa para avanzar en sus pesquisas y difundir la idea entre los habitantes de la villa de que el molino y sus alrededores eran una zona segura, donde poder ir a trabajar y ganarse unos buenos sueldos. Los demás parecían que tenían preferencia en acompañarles, no diciendo nada por el camino, quizás sumidos en su propia estela de pensamientos.

Fidela agradeció al herrero el pésame por su tía, así como escuchó las palabras que recogían los temores de la región, aprendiendo Fidela que daba igual la fuerza de un varón capaz de enarbolar un arma, lo realmente temible eran las artes oscuras y los designios del demonio que tal lugar parecía albergar y esconder entre su estructura de piedra y madera. Pesadillas que nadie en su sano juicio quería experimentar, pero Don Manuel aseguraba que el sitio era seguro, no podría tener maldad para decir lo contrario de no serlo.

- Válgame Dios qué oscuras sombras parece albergar el molino - dijo la curandera santiguándose - Pero creo que si vamos a dichas tierras con la fe de Cristo en nuestra alma ningún daño nos ha de hacer ese diablo moro, y es más, señor herrero, que quizás las malas lenguas de algún vecino envidioso haya creado tal falacia con el fin de arruinar a los anteriores dueños del lugar, estando ahora Don Manuel casi arruinado por tales mentiras que viven y se enraízan con las generaciones... - argumentó la mujer, dando un par de perspectivas -...Nos sería de gran ayuda si difundiera a todo aquel que se acerque a este buen negocio la verdad, que cuatro viajeros pasaremos allí la noche y volveremos con la luz del alba, si regresamos de una pieza entonces claro está que de cuentos y leyendas está Bullas cargada... Mas si no regresamos o lo hacemos heridos, se demostrará lo contrario, y cuidado hay que tener en sus alrededores... ¿Seríais tan amable de hablar en nuestro nombre a todo aquel que se preste a escucharos?

El gesto de la cruz hace que la mujer intuya algo más - ¿Acaso teméis las palabras para que os defendáis Cristo mediante?... - pregunta la curandera con suavidady dando claras muestras de empatía - Confiad en mi, gran señor, que aquí estamos para ayudar...

Yamila callaba escuchando los desprecios con los que se hablaba de los moros, pero estaba acostumbrada a aguantar tales desmanes y sujetar su lengua. Mientras la curandera tomaba las riendas de la conversación con el herrero, Yamila adivinó la figura de un mozuelo entre los toneles. 

Viendo que el herrero parecía no atreverse a contar toda la historia, Yamila guiñó un ojo al jovenzuelo y le indicó con un gesto de cabeza que la siguiera detrás de la herrería.

Julián se hallaba tan concentrado en el escrutinio de sus herramientas que parecía totalmente ajeno a la conversación. Nada más lejos de la realidad, pues en todo momento tuvo la oreja puesta; primero en lo que dijo el herrero, y después en las palabras de Fidela. 

-Le pido disculpas- Dijo el barbero a la curandera. -No sabía de su perdida. Le doy mi pésame- 

Aunque Julián era un bruto redomado, esto no le hacía carente de sentimientos, tacto y empatía. Así, se hacía una idea de como debía sentirse Yamila al oír tales burradas sobre los suyos. Aunque no es que sus intenciones para con el mozo desacreditaran las palabras del herrero.

Poco, por no decir nada, había que añadir a las palabra de Fidela. La joven lozana estaba dirigiendo toda esa pesquisa con gran diligencia.

- Dios me libre de anunciar malas noticias. - Dice el herrero a la petición de Fidela la Grande, y en parte normal era, pues no va a ser todo lo que ella mande. - Valientes sois, pero mis deberes conciernen al yunque, al crisol y al martillo, no a la lengua y a los rumores. Celebraré si en la torre no ha moro muerto alguno, pero por ahora, elegiré la cautela, si usted me lo permite, señora Fidela.

Mientras tanto, Yamila se percata del imberbe mozo que la observa embelesado, oculto de mala manera detrás de unos hierros, hacia él despacio va andando, descubriendo un vergonzoso joven con los mofletes rojos.

El miedo hace callar a Diego, que teme a los fantasmas, pues nervioso le pone el ser ciego, aunque tenga un espíritu a dos varas.

Los intentos de empatizar de la curandera no tienen éxito, y el herrero se repliega en excusas. Julián, evaluando sus herramientas está mientras Yamila al mozo escucha balbucear.

- Sólo... Sólo... Estaba... - Dice éste.

- No debe turbarse, mi señor- dijo la mora al joven- Estoy segura que puede decirme algo más sobre la torre que lo que cuenta su patrón. Yo podría recompensarle con un canto, sólo para vos, en agradecimiento... - digo acariciando el estuche de mi rabel- cuando volvamos de nuestra empresa.

- Agradezco vuestras condolencias... - dijo la curandera al barbero, dedicándole una fugaz sonrisa, la justa como para ser cortés y no abusar de alegrías con su tía recién fallecida y con el cuerpo aún caliente en la tierra.

El herrero indicaba que no extendería los rumores por la villa, dedicándose a trabajar en su especialidad, el trabajo de herramientas, mientras Fidela pensaba cuál debía ser el siguiente paso a seguir, iluminándose su sesera al comprender que el artesano de las pieles era otra posible parada donde poder probar fortuna.

- Debo acercarme al curtidor para hacer unos recados, si a bien les viene mis señores, allí podrán encontrarme... - dijo mientras Yamila hablaba con el joven mozo y el barbero elegía su destino, al fin y al cabo el herrero no iba a hacerlo que le pedían, extender el rumor, tarea de los congregados, si querían tener éxito debían moverse antes de la caída del sol, cuando se prepararan para pernoctar a la intemperie, cerca del molino.

Yamila confió en que sus encantos sirvieran para soltar la lengua al muchacho, aunque parecía que el miedo era más fuerte en el zagal que la admiración por los encantos de la mora...

El rastro del olor es notorio, y Fidela utiliza para llegar hasta Liborio. Así se llama el curtidor de pieles, que secando al sol sueltan olores. Su negocio no es más que un tenderete dispuesto en un pedazo de tierra. Palos clavados en ella sirven de escaparate de su material.

- Buenos días tenga. - Le saluda Liborio, un tipo alto y desgarbado, y un brazo ensangrentado.

- ¡Sal de ahí, Tobías! - Brama Diego, preso de la ira. - ¡No te pago para escuchar cantar, y menos para intimar! ¡Holgazán!

El joven, presentado a gritos como Tobías, huye como una rata. Diego no tiene tiempo para habladurías, ni para que le den la lata. Con los útiles ya en su poder, Julián y compañía, poco más allí podían hacer, y más con un herrero enfurecido herrero con el mozuelo, al que persigue para dar para el pelo.

La curandera tomó camino hacia el curtidor. Yamila se acercó a Julián y le dijo.

- Si algo más hay que saber sobre esa torre, sin duda en la taberna encontraremos a quienes, animados por el vino, pierdan el miedo a soltar prenda. Además, es el mejor lugar para iniciar el rumor de los viajeros que van a pasar la noche en la torre que se dice maldita.

Dicho esto se dirigió a la taberna para hablar con los parroquianos. Dejó que el barbero decidiera si la acompañaba, o acompañaría a Fidela... o seguiría su propio camino.

Fidela estaba arrepintiéndose de su decisión de llegar a tan insalubre lugar, tapándose las narices ante el hedor circundante, pensando que hubiera sido mucho mejor haber ido a la taberna, hasta los garbanzos se le revolvían en el estómago y eso, junto con el embarazo, podía provocar que todo desembocara en un indeseado vómito.

- Buen día tenga, Liborio - dijo la mujer intentando respirar despacito para que no le vinieran arcadas - Estoy al servicio de Don Manuel, el que ha comprado el molino que está algo retirado de la villa, del que las gentes huyen por temor, pero vos, un hombre práctico y acostumbrado a trabajar con pieles de animales seguro que no teme las leyendas que circulan con las lenguas de viejas... ¿Confundida me hallo?... Quisiera saber señor mío porqué nadie quiere hablar del sitio y todos temen el lugar... Sepa que esta noche me alojaré a los pies del edificio y dormiré al raso para probar que solo Dios está en el molino, y ningún demonio moro acecha las lides... ¿Seríais tan amable de dar a conocer esta información entre el pueblo?... Agradecida ya le estoy de antemano....

- Por descontado, es algo de ser mentado, señora. - Exclama a la vez que se santigua, el bueno de Liborio. - No sé qué interés puede tener tal menester, pero sepa que hay una leyenda, y que por mucha leyenda que sea, algunos miramos de reojo. A todos le contaré su intención, señora Fidela, pero si ya me produce escalofríos, no me quiero imaginar a la luz de una vela.

Liborio, de no seguir hablando es partidario. La gente sencilla es temerosa, y buen arte es la elocuencia si consigue sacar de la lengua todo lo que esta historia engrosa.