Partida Rol por web

La oscuridad era absoluta. No podía saber dónde estaba, ni cómo se encontraba exactamente. Todo alrededor era la misma negrura infinita, un pozo insondable de abismo que sus sentidos eran incapaces de percibir. Muchas eran las preguntas que asaltarían a alguien en su situación, mas no podía siquiera pensar. Era como una estasis constante, un limbo existencial que no podía ser modificado. Podrían haber pasado horas, días, años. No podía saberlo con seguridad, en aquel estado de apenas consciencia.

Fue entonces cuando una luz inundó el lugar, una luz azulada que no incidía en pared alguna, y en su lugar viajaba lejos, muy lejos. Hasta el infinito. Fue capaz de ver su propio cuerpo, flotando en medio de la nada. Y la fuente de aquella luz: un enorme cristal, lejos y a la vez cerca. El cristal parecía ancestral, casi mitológico. Una enorme estructura brillando con todo su ser, que emitía un aura poderosa constantemente. ¿Qué estaba pasando exactamente?

Todo es conflicto. Hasta a las grandes ciudades llega su hora. Los imperios caen una vez les llega su hora...

Recordaba estar pensando esto antes de tener esa sensación. Esa especie de sensación que me alejaba de Lavinia y Raven. Recuerdo haber alzado la mano hacia Lavinia. No quería separarme de ellos. Quería protegerlos. Quería protegerlos de los "monstruos". Y sin embargo... Algo tiró de mi.

Cuando me despierto, todo es negro. Oscuro. "¿Así es el reino de la muerte?", pensé. Aunque... No recuerdo ninguna sensación de dolor. Ningún conjuro de muerte lanzado sobre mi. Sobre nosotros... Entonces, ¿dónde o cuándo estábamos?

- ¡¿Lavinia?! ¡¿Raven?! - grito a la nada. No los veía por ningún sitio. Entonces, se me ocurre algo que podría confirmar si estaba muerto o no. Me doy un soberano bofetón - ¡AUUU! - no, no estaba muerto. Pero entonces... ¿Dónde estaba?

Es entonces cuando veo la luz. El cristal era como si se acercase. Como lalafell, puedo detectar que ese cristal es lo más bello del mundo, algo... Étereo. Camino hacia el cristal, manteniendo una distancia, con cara de absoluto asombro.

¿Cuánto puede aguantar un alma? ¿Cuánto puede aguantar un cuerpo? pesadas lágrimas caían por las mejillas  de Kallista, silenciosas pruebas de que no era inmune al dolor, no solo al propio si no al que sabía que en ese momento sentía su maestro de armas. El sonido de los cuernos de guerra no trajo esperanzas al abatido corazón de la guardia cuyas fuerzas mermaban con cada flecha recibida. Por el contrario ver el pequeño ejercito bajar a lo que parecía una derrota segura hizo que su pecho se contrajera con la angustia de quien sabe que sus esfuerzos son en vano.

Sin embargo no bajó su espada, porque cuando llegara al más allá junto a todos aquellos a quienes no había podido proteger quería tener el consuelo de decir que lo había dejado todo el campo de batalla. Su mandibula apretada ya no pudo contener los gemidos de dolor que las flechas provocaron al atravesar su armadura y clavarse en su inmaculado cuerpo. Emitió un rezo, apenas audible preguntando a las deidades porque los habían abandonado a su suerte, sin atreverse a cuestionar ni por un instante el actuar de quienes los gobernaban.

Creyó que moría, un zumbido en su oídos acalló las voces que la rodeaban, su mente se  fue tan lejos, como en un sueño del que no puedes despertar.  Cerró sus ojos lentamente sin comprender que sucedía con ella, aceptando la muerte con la dignidad de un martir... pero la flecha pasó a través de ella que lentamente giró la cabeza para ver como la saeta se clavaba en su querido maestro. Cuando la espada cercenó el cuello de aquel que la había inspirado y sus ojos se perdieron en el vacio de los ojos ajenos deseo haberlo conocido mejor, haberlo criticado menos y sobre todo deseó profundamente haber brindado más a su lado.

El llanto la inundó al mismo tiempo que la oscuridad, su pecho ardía con una angustia que no podía controlar, agobiada por sentimientos para los que no estaba preparada. Sentimientos que se esfumaron al contacto con lo que sea que fuese el lugar en el que ahora se encontraba. Congelada en el tiempo hasta que una luz azulada la cubrió trayendo consigo más preguntas que respuestas. ¿Esto era la muerte?

- . . . .  ¿Qué había pasado? Todo se sentía tan lejos y tan cerca a la vez, los pensamientos vagaban por su mente sin fin y a la vez su cabeza estaba vacía. Extraño, se sentía extraño en su propio cuerpo al flotar en un espacio vacío he inconsistente repleto de oscuridad.

- . . . (¿Oscuridad?) ¿Cuánto tiempo había pasado desde que no existía una pizca de luz que se reflejara en sus ojos? Acaso años, meses, días o tan solo segundos... La verdad el recuerdo de cualquier cosa que hubiera ocurrido fuera de este lugar se sentía tan lejano, tan efímero...

- Mi pecho... Llevaría su mano a su pecho donde recuerda haber experimentado un intenso dolor, recuerda gritos... gritos y sangre por doquier cuando era arrastrado y alguien le decía que resistiera. - ¿Quiénes eran? Dos rostros hacen mella entre su olvido y sus recuerdos que intenta volver a conectar con su mente... Sin saber cuánto tiempo ha estado tratando de recordar una luz comienza a brillar, ¿Será acaso su imaginación?

- no... Nunca había visto una luz tan hermosa y tan impecable, no lo recuerda si es así, pero, solo el hecho de experimentar estar frente a ella le hace sentir que es así... ¿Cuánto tiempo ha estado viendo esa luz? ¿Ya pasaron días? ¿Meses? No lo sabe, pero sin duda no son suficientes ni lo serán.

Extendería su mano hacia la luz que parecía tan cercana pero no podría llegar... la sentiría tan lejos pero este poder que siente lo siente tan cerca de el.

Lejos de un despertar, más bien era como caer hacia un sueño. En el aquel vacío más allá del tiempo, la vida o la muerte, Saphir no sentía nada. Y fuera lo que tuviese en su memoria, ahora no era más que un puñado de arena desperdigada en el abismo, dejando de importar. Haciendo que dejase de importarse a sí misma, diluida en aquella ausencia de Ser.
Fue solo por la aparición de aquella luz que consiguió brotar un pensamiento: "¿Madre?". Iluminada por el haz azulado, como sintiéndose física de nuevo, trató de acercársele. Estirando sus garras para tocar con una creciente ansiedad lo poco que la hacía sentir de nuevo.

Abrir el ojo y no abrirlo era lo mismo, al principio. Después, al girar sobre sí misma, Lavinia descubrió varias cosas.

La primera, que estaba flotando. La sensación de ingravidez era similar a la que experimentó una vez que se bañó en el río. El agua le cubría entonces hasta el cuello y sentía las corrientes abrazar su cuerpo. El vacío bajo sus pies, la gravedad sofocada por la masa líquida. 

Y ahí estaba el segundo descubrimiento. Las corrientes, tan livianas, eran de pura luz y parecían brazos que querían atraerla hacia un cuerpo celeste cegador. 

En algún momento entre un parpadeo y otro, todo el mundo de Lavinia se había reducido y expandido a la vez a ese cosmos que le cubría hasta la coronilla. Al girar la cabeza en busca de sus compañeros, mechones de pelo tardaron en seguirla. No quedaba nada ni nadie, salvo ella y la luz. Tan distante y, a la vez, tan cerca que podía sentir su calor. 

No era una experta nadadora, y tampoco sabía si aquello era una buena idea. Pero la ausencia de violencia y de sangre la motivaron a avanzar a brazadas en dirección a la fuente de luz. Los hilos luminosos dibujaban patrones circulares sobre su piel con la suavidad de la caricia de un amante primerizo. Estiró la mano en un intento de llegar cuanto antes, la palma preparada para devolver el contacto.

El pequeño Lallafell intentó caminar hacia el cristal, pero pronto se dio cuenta de que "caminar" no era exactamente la palabra. Aquel vacío infinito a su alrededor impedía que nada material bajo sus pies sirviera como soporte para dar ningún tipo de paso. En su lugar, con solo pensar en la intención de acercarse a la gema, su cuerpo pareció verse atraído hacia él en cuestión de segundos.

Viéndola más de cerca, la estructura cristalina era imponente. Con varias decenas de metros de alto, su luz bañaba ahora su rostro como si estuviera mirando el sol desde debajo del agua. Una fuerza desconocida y primigenia emanaba de él, algo inconcebible para el pequeño mago negro que jamás había visto nada igual. ¿Qué sería aquel enorme cristal, y por qué estaba frente a él de aquella manera?

Las preguntas acosaban a Kallista, así como los sentimientos y las emociones. Una ola turbulenta desatada en su interior, que contrastaba con la absoluta nada que más tarde la engulliría. Aquel bien podría ser el reino de la muerte, o algo parecido. Los sonidos de las espadas habían cesado, las flechas habían dejado de atravesar el firmamento, y solo quedaba ella allí, completamente sola. ¿Qué era ese cristal tan extraño, y por qué parecía estar llamándola ahora? Había una cierta sensación de calidez, algo que le parecía incluso familiar al verlo, a pesar de no saber qué era ni por qué la hacía sentir así. Nunca antes había visto nada igual; de hecho, jamás había oído hablar de nada remotamente parecido. ¿Por qué estaba ella allí?

Raven sintió un tirón hacia el cristal en todo su cuerpo. Solamente con desear alcanzarlo una fuerza extraña parecía haber accedido a sus deseos y ahora se encontraba en un abrir y cerrar de ojos frente a él. La estructura cristalina, de varias decenas de alto, parecía refulgir con una luz brillante que procedía de su mismo interior. Un interior que no alcanzaba a comprender el arquero, pues sus ojos no encontraban su centro. Parecía... infinito.

Sentía una fuerza poderosa en el interior de aquel enorme cristal, una fuerza primigenia y pura. A apenas unos pocos centímetros del mismo, cualquiera se sentiría pequeño e insignificante en comparación. ¿Era así en el caso de Raven? No conocía de la existencia de nada igual en el mundo, y bien podría ser simplemente una alucinación inducida por su inconsciencia. ¿Acaso podía él saberlo?

La mano de Saphir, al principio lejana, se encontró a apenas unos pocos centímetros del cristal con solo desearlo. Aquella luz la bañaba con su luz fría, dándole paz y sosiego a su alma. Habían pasado muchas cosas a su alrededor en cuestión de segundos, pero ahora no había absolutamente nada que ver, oír o sentir. Solo el vacío, que era llenado ahora por la presencia de aquella estructura cristalina de varias decenas de metros de alto. Era imponente, e irradiaba un aura mística que jamás había presenciado antes. ¿Qué era exactamente? ¿Era la diosa a la que tanto veneraba? ¿Finalmente se había mostrado ante ella?

Lavinia se acercó lentamente hacia aquella entidad, flotando en la nada. Las corrientes de luz la guiaban y jugueteaban con ella y sus manos, aproximándose todas juntas lentamente hacia el cristal. Los rayos de luz azulados bañaron el rostro de la maga, mientras el aura del cristal se hacía más poderosa a medida que se acercaba. Nunca antes había visto nada igual, ni siquiera en libros o fábulas. Ahora, a poca distancia del mismo, sentía el poder que emanaba. Un poder arcaico y desconocido que se mostraba ante ella de esa forma tan impactante. La luz emanaba de su interior, desde un punto infinitesimalmente pequeño como para poder verlo a simple vista, pero muy brillante. ¿Qué era exactamente aquel lugar?

A apenas unos centímetros, Lavinia frenó su avance. El cuello le crujió al alzar la cabeza en un intento vano de alcanzar con la vista el cuerpo masivo que tenía delante. El poder que palpitaba en su interior la hacía sentir minúscula en comparación. Tragó saliva antes de hablar:

— Hola —la voz le traicionó, tan intimidada como estaba. Bajó un poco la cabeza en señal de humildad —. Me has... traído tú, ¿verdad? 

Lavinia tomó aire. Cada acción espoleaba una vocecita en su interior que le gritaba desabrida que allí se pasaban por el forro todas las leyes de la física que había leído en sus libros, mientras otra aceptaba lo que pasaba con total naturalidad. Una voz más antigua, un saber enterrado en su interior, bien arraigado y cómodo en su escondite detrás del parche.

Despacio, posó la mano en la superficie prismática, a la altura del punto de luz más intenso. 

Ahora, más de cerca, miró de arriba hacia abajo el cristal colosal. Algo de su consciencia había retornado a ella, quizá por haber estado expuesta a su luz, y reparó en la forma, tamaño y color de aquel elemento. Si no era nada que hubiera visto o sentido antes, definitivamente quería saber más. Volvió a estirar el brazo para poder palpar la superficie del cristal y sentir su energía lo más cerca posible; comunicándose primero de la manera más primitiva.

Cual fantasma su cuerpo reaccionó a su voluntad flotando  en medio de aquel espacio vacio hacia la única fuente de luz. La calidez que emanaba el cristal la envolvió en la medida en que ella fue acercándose a aquel lugar. Los amargos sentimientos que antes la agobiaban desaparecieron por completo y fueron remplazados por la curiosidad que había reprimido desde niña.

Extendió su mano temblorosa hacia aquella figura de luz deseando sumergirse en ella, creyendo, quizás ingenuamente que las respuestas vendrían cuando tocara ese enorme cristal completamente desconocido para ella.

Tal estructura cristalina. Tal distribución de la materia... Era imposible en nuestro mundo. Giraba alrededor, buscándole alguna falla. Pero no hay ninguna. 

Es sencillamente increíble. 

Entonces, tras muchas vueltas, solo se me ocurre algo más que hacer. Alargo la mano hacia el cristal, con intención de tocarlo. ¿Cuál sería la reacción? Pronto lo sabríamos. 

No hubo respuesta alguna. El cristal titilaba constantemente, suavemente, en un ritmo pausado y solemne. Al acercar la mano a la superficie del cristal, Lavinia pudo sentir el inmenso poder que resguardaba en su interior. Cierta calidez invadió la palma de su mano, desde las yemas de los dedos hasta recorrer la totalidad de su extremidad. Y entonces, todo se fundió en negro, una vez más.

Notó de nuevo peso en sus pies, y se descubrió plantada en medio de un prado, con la hierba cosquilleándole en las rodillas. El color verde la rodeaba por todas partes, y el cielo azul sobre su cabeza se presentaba limpio y claro, sin una sola nube opacando la luz del sol. Había alguien más junto a ella, no obstante. Una figura grisácea, con un rictus de dolor y miedo pintado en el rostro, con una mano alzada como buscando una ayuda que jamás llegaría. Una estatua de piedra.

Y justo enfrente, una figura más, cubierta por una sombra ominosa que no dejaba que su rostro se mostrase. Solamente pudo ver una sonrisa siniestra, con una fila de dientes níveos, que delataba el profundo gozo en su gesto. Aquella figura comenzó a reír mientras el prado se marchitaba y se tornaba gris ante la mirada de Lavinia, antes de que la consciencia de esta, por última vez, se perdiera entre los confines de aquel extraño sueño.

El cristal no reaccionó en primera instancia a su contacto. Hubo una sensación de calidez en su mano, que se extendió por todo su cuerpo lentamente. Sentía el poder del cristal vibrar bajo las yemas de sus dedos, una experiencia que jamás había tenido antes en su vida. La naturaleza de aquel ente era ajena a Saphir, pero a pesar de todo no la repudiaba. Podía ser la diosa a la que veneraba, o podía ser otro ser completamente distinto. ¿Llegaría a saberlo algún día?

De repente, dejó de sentir el cristal bajo su palma. Aún flotando como estaba, la negrura que la había envuelto se disipó lentamente. Los colores volvieron a formarse bajo sus pies, a cientos de metros de distancia, en una escena horripilante. Un campo de batalla se extendía hasta donde sus ojos podían ver, y los guerreros que peleaban eran bien conocidos por Saphir. Los guerreros ratón, aquellos que guardaban y custodiaban Beyam, luchaban fieramente contra un enemigo que le era desconocido. Las espadas y lanzas se cruzaban sin cuartel, rasgando y cortando los cuerpos de sus oponentes en un baile macabro que terminaba con las vidas de todos por igual. Las flechas volaban a través del campo de batalla, masacrando sin compasión a aquellos que no podían refugiarse a tiempo. Incluso la caballería de Beyam cargaba a través del campo plagado de cadáveres, montados a lomos de los escarabajos del desierto, arremetiendo con sus manguales y lanzas de caballería a todo aquel que se cruzaba por delante. Beyam... ¿estaba en guerra?

La mano de Kallista tocó el cristal tras unos breves instantes de movimiento. Como si hubiera sido atraída por una fuerza ajena desde el primer momento que pensó en acercarse, todo su ser fue llamado a través del espacio que los separaba en unos instantes. La calidez del cristal la recibió, sintiendo una leve vibración en su mano, aunque poco más. Fue entonces cuando, de improviso, dejó de sentir el cristal. O algo en absoluto.

Momentos más tarde se encontraba en una ciudad enorme. Los edificios eran muy distintos a los de Tafeld, mucho más altos y con menos vegetación. Las calles también eran mucho más anchas y repletas de gente, como el doble o el triple de lo que solía ver en Tafeld. Recordaba vagamente haber oído hablar de la ciudad, y pronto se dio cuenta de dónde estaba realmente: era la capital del reino de Argenell, Eilandel. Nunca había ido allí, pero recordaba vagamente haber oído historias de Dronn, casi todas ellas alabando el vino y la cerveza en sus tabernas. 

Y en medio de la calle, con la gente pasando a su alrededor como si no existiera, había una niña de cabello y tez oscuros. Nadie parecía darse cuenta de que ella estaba allí, y el llanto de la niña resonaba en aquel espacio de una manera antinatural, a pesar de estar aparentemente al aire libre. Entonces se acurrucó en el suelo, sollozando en voz baja, antes de que la visión terminara y Kallista despertara.

El pequeño Lallafell, lejos de ser intimidado por aquella enorme estructura cristalina que tenía enfrente, alargó la mano para tocarlo. Al instante sintió un calor inaudito en su mano, el cual no llegaba a quemar, sorprendentemente. El enorme poder del cristal se hizo ahora patente en las manos del Lallafell, acostumbrado a tratar con objetos mágicos. Nunca antes había presenciado nada ni remotamente parecido. 

Fue entonces cuando se dio cuenta de que el calor había desaparecido, junto con el cristal. Se había volatilizado justo en sus narices, y ahora la negrura que le rodeaba comenzaba a aclararse, lentamente, hasta formar un espacio en blanco primero, que poco a poco se fue llenando de colores. El mago negro se encontraba encadenado en una mesa de piedra, sin posibilidad de movimiento. Alguien con una toga negra estaba junto a él, mirándolo con gesto pétreo. En cada esquina había una estructura similar a un obelisco de color negro, que parecía absorber la luz a su alrededor en un efecto visual la mar de raro.

Aquel individuo abrió la boca, hablando sin voz. Ningún sonido salió de él, al tiempo que se colocaba justo detrás de la cabeza de Mortimer. El lallafell sintió una corriente de energía recorrerle desde la punta de los pies hasta la cabeza, suavemente al principio, erizándole el vello. Y entonces sintió la descarga de energía más potente que sufrió jamás en su vida. Parecía que su interior se iba a desgarrar por completo, y abrió la boca para gritar en agonía...

Raven se quedó maravillado ante aquel poder primigenio frente a sus ojos. Alargó la mano para intentar tocarlo, pero al hacerlo no sintió más que un levísimo cosquilleo en la punta de los dedos. Presentía que había algo más detrás de ese contacto, pero su mente ni siquiera era capaz de llegar a comprender su trascendencia. En cualquier caso, la vista y la sensación era preciosa. Y entonces, tal como vino, desapareció frente a sus ojos.

Al abrirlos de nuevo, el cristal ya no estaba ante su presencia, y en su lugar lo que tenía era a un hombre sentado en una silla, ensangrentado y con el aspecto de estar a punto de perder la consciencia. Había sangre en el suelo junto a él, y de un vistazo Raven vio que al individuo le faltaban varios dientes, así como las uñas de los pies le habían sido arrancadas. Junto a él había una mesa con diferentes instrumentos de tortura: alicates, tijeras, tornillos... ¿Quién era aquel individuo, y por qué lo estaba viendo tan nítidamente? ¿Por qué estaba allí él? Aquellas preguntas fueron unas de las pocas que le vinieron a la cabeza, antes de que la visión se desvaneciera ante sus ojos una vez más.