Partida Rol por web

Pos la Lore no estaba de acuerdo con to esto. Quiría saber qué había pasao con la Japuta y encontrar a la Puri, pero no estaba dispuesta a pensar mal de sus queridos édolos Los Orkos Muertos.

- ¡Pérate!- Le dije al nano al ver que el arrecio se iba ya pa' buscalos. - Que voy a golisquear a la Japuta a ver a qué hierba huele. Así a lo mejor sabemos que vinino s'a usao. Y a lo mejor el Chispas o Pituflu puén rastrealo.

Salieron del ambulatorio y no llevaban dos pasos andaos que el Éuhlogio se dio una manotazo encima de la boina y se paró en seco.

- Ir tirando p'allá -les dijo a sabiendas de que volvían otra vez pal callejón de Esgaroth- que me se ha olvidao de decile una cosa al Costras. Ahora sus cojo.
 

- Cusha, Isicio, que me se ha olvidao de preguntarte una cosa, perdona que te moleste. -le dijo interrumpiéndole sin ningún miramiento- Mi he encotrao este diente en el sitio ande estaba tirá la Japuta. ¿No te habrá venío aquí hace poco alguien que lo pueda haber perdío?

El ovejero ya contaba con que si el diente se lo habían saltao a alguno del pueblo, no habría venío al praticante por una mariconada como esa.

Pero… ¿y si el que lo había perdío era un forastero o uno de esos pollinos de ciudá que vienen a Bree na más que pa las Fiestas a dar pol culo? Seguro que uno de esos habría venío to alarmao por esa moñada.

Sin darse cuenta de que sus compañeros se iban quedando atrás*, Gromenauer llegó al callejón a tiempo de encontrarse a los cabrones de los muchachos jugando con la garrota de la Japuta. Así que ni corto ni perezoso, se arrimó a los chiquitos, y dándole un collejón al que tenía el bastón, para después arrebatárselo.

—¡Pero hombre, chiquitos, ej que ya no tenéis respeto por nah! ¡Pos no sabéis que este es el bastón de la Japuta, que la han avíao aquín mesmo y estáis pisándolo to y haciendo el gañán! ¡Anda y veros a dar por culo a vuestras madres, hostia copón!

En volviendo al callejón de Esgaroth,  la Mela vió que andaban por allí todas sus fanas, las que la siguian pa' ver qué contaba y'mitarlla. Pero las pobricas no podían por que no tenían los dones naturales que la creacion te da, ni habían sio educadas en el arte del cuchicheo en casa de los Cansecillo de la Vera. Asin de simple.

-¡Menchu Alevosa! ¡Hija de Bene el Cojo! ¡Nieta de Tinín el Sopas! A ti que guardas esta calle y la aledaña, a ti te pregunto...- la dijo la Orejas -¿Tu'as visto a la Japuta, antes de palmarla, regañando a alguien por ahí? ¿En adonde estaba y pa'onde iba?- Que la Mela sabía que pa' preguntar hay que saber el qué. Que si preguntaba por dónde había pasado, nadie iba a tener ni idea ¿A quién coño le importaba en un pueblo, ande iba la gente? ¡Coño! Pos a ordeñar o a la era o a regar el huerto o a buscar el caballo al prao. ¡Vaya mierda noticia! En eso no se fija nadie. Lo que había que preguntar era por las cosas q'acía la gente. Pos que si ordeñaban poco la vaca, que si iba a la era a holgazanear, que si robaba el agua de riego... lo del caballo es pa contarlo en otra partida. 

-Que me sé yo que andaba a descubrir un secreto gordo y si tú sabes ande vinia, casi es como si tuvieras la prima-icia esa, de ser la primera. Ahora que si no sabes na'...- 

Tan enfrascada estaba la Mela con lo que querían saber, que ni se enteró de que los monteros empezaban a irse.

- Cago en to, putos criajos con el baston la Japuta- Minus mal que el Sinpan ya sabia puesto entremedias, que sino..menudo jostianzo les habria dao. -Tirale Sinpan, amos a ver a esos orcos de mierda a ver que se cuentan- Rapidamente, al menos to lo rapidico que podia ir Herculano, se encamino a donde rondaban los orcos...Se iban a enterar de lo que podia hacer un viejo borrachuzo...

El Ovejero se había dado de cuenta de que le faltaba algo por saber de to esto, y era la cosa del diente perdío. Asín que se volvió por donde había venío al poco de salir de ambulatorio.

Allí todavía estaba la Lore, que de tanto querer golismear los deos de la Japuta se los estaba ya que metiendo dentro de la narís. Total pa descubrir que ahí golía muncho a muerto. Mu normal, porque olía malo y la Japuta estaba muerta. Y además la Japuta olía a muerto de viva y de muerta.

En eso que llega el Ovejero mientras el Costras estaba atendiendo a uno que tenía un chichón en la cabeza del tamaño de un pomelo.

—Tst. Algunos tenemos trabajo—dijo, sin ánimo ni pa un enfado ni pa un rechazo. Lo dijo, sin más, como informando. Y se levantó y volvió pa la rebotica donde tenía a la Japuta siendo mancillá de alguna manera por la Lore. Porque lo que hacía la Lore no era mu normal.

El Isicio la apartó y le abrió la boca a la muerta, doña Salustiana, la pobre. En ese pozo negro, que tamién golía lo suyo, destacaban dos filas de encías gordas y llenas de bultos y mu pocos dientes. Cinco pa ser esatos. To lo demás estaba más hueco que la sesera de un trol.

—Doña Salustiana tenía una dentadura sana, normal, como se pué ver.

Era una boca mu normal y mu sana pa una señora de Bree y de su edad. Na que destacar. Lo normal en estas épocas y lugares. ¿A quién no le falta uno, tres o vinti piños?

El Costras metió la mano y pasó los dedacos por esas encías que tantos amores habían conocido en la larga vida de la Japuta. Cogió el diente que le enseñó el Ovejero y trató de empujalo en algunos laos, buscando hueco.

—El análisi forense es cuncluyente—sentenció—. La Japuta no llevaba puesto este diente. Si se lo han sacao hace un rato todavía veríase el bujero pa encajalo. Sería bien pa hacele una sonrisa más bonica pa el velatorio. Pero no. Pa mí que no.

Lo miró a la contra de la lamparica de aceite como quien tasa un diamante de Khazad-dûm. Y en luego lo mordió, como se hace con las moneda pa ver su calidá.

—Esto es un diente joven. Porío. Tié neguijón, por supueto. Hace na y menos que se lo han sacao a quien sea. Toavía canta.

Se lo devolvió al Ovejero.

—Aquí naidie ha venío a preguntar por un diente perdío—señaló un bote de cristal lleno de cienes de dientes de toa condición, perfetos pa arreglos de urgencia o pa hacer dentaduras postizas pa los más pudientes y vanedosos.

Los niños jobis vieron las intenciones del Sinpán y se arremolinaron pa cubrise unos a otros y esquivalo, que en manada se envalentonan más. Había varios además de los disfrazaos de bálro y de Gandalf. Por sus cojones que no les iban a robar el bastón de la Japuta.

—¡Tal carajo, enano! ¡Esto es mío!—dijo el del bastón—. ¡Enano cabrón! ¡Enano cabrón!

Tos se pusieron a corear lo de «¡Enano cabrón! ¡Enano cabrón!».

Y como niños jobis que eran, eran mu escurridizos.

—¡Veste a la mierda, enano!

—¡A ver si te lavas!

—¡Enanooooo cabróooonnn!

Una de las señoras parecía molesta.

—¡Niño! ¡Se lo ví dicír a tu madre!

—¡A callar, vieja! ¡Enanoooo cabróoon!

Doña Mela, la Orejas, de mientras se acercó a meterse donde no la llamaban, como estaba mandao. Reconoció por ahí a la Menchu, la del Cojo. No, ese Cojo no. Ese Cojo es el Bwalden, el padre'la Puri. El otro Cojo, el Bene el Cojo. Pues ese. No, ese es otro, el de Tinín el Sopas. Ese. La Menchu, la del Cojo, el del Sopas. La Menchu se agarró la rebequita y se la relió en torno al pecho, gesto universal que, acompañao de un ooggh oyoyoyoyoyyy quiere decir «qué me estás contando» o «no te digo na y te lo digo tó».

—¿La Japuta? ¡¡Aaay la Japuta!! ¡Menuíca! Pero si esa andaba a gresca con tos, chica. Que tú lo sabes, que no tenía a nandie pa quererla. Pero mira que aquí la Amparito, la de la Clueca, que tié un ventanuco que da al callejón, disque que se escuchó un grito mu chirriante.

La Amparito, señora de edad de esas que hay siempre en tos los pueblos de bien y de orden, que se quedan pa vestir santos y asín poder de cuidar a su madre anciana, asomaba la cabeza por el ventanuco. El grupo de señoras cotillas estaba debajo della ahí mismo, pa poder cotorrear toas a gusto.

—Asín es, doña Mela—dijo la Amparito—. Taba yo con mi madre mu bien bordando calcetines cuando de pronto sescuchó un mal cuerpo y una discusión. No sentendía lo que se dicía pero ahí había malas palabras. Luego sescucharon unos golpes y un chillío mu gordo mu gordo, y pa cuando llegué a mirar ya solo estaba la Japuta ahí tirá, pobretica, dando cunvulsione. Se escuchaban unos pasos correr colina abajo, con el eco, ¿sabe usté? Y un ambiente mu malo aquí, mu raro, oscuro. Pero no más.

—¡¡Oyoyoyoyooyyyy ooogh!!—toas las señoras comentaron arreliándose la rebequita.

La Mela no estaba na' satisfecha. "Es lo que tiene cuando se fía uno de los tertulianos" que era como la Orejas llamaba a los que estaban de tertulia. No le gustaban demasiado sus comadres, las que sacaban las sillas y se sentaban a darle a la húmeda. Esas sólo sabían de oídas las cosas. Pa' enterarse bien, había que ir a los sitios, hacerse la encontradiza, chusmear en las esquinas, darle conversación al cura... ¡No sentarse en una silla a contar lo que t'abían contao!

Y ahora, la Amparito estaba haciendo eso mismo, hablar de oídas desde el ventanuco. ¿¿Qué no le daba la curiosidá pa' salir a mirar cuando oyó que había una discusión?? Así no se podía trabajar. ¡Menudas crónicas de Elendil hubiera hecho la Amparito desde su ventana si le obiese tocao' a ella recopilarlas! Por eso gente como el Pregonero andaba profesionalizando el contar las novedades, porque las cotillas no se estaban tomando en serio su trabajo. ¡¡Les estaban comiendo los terrenos!! Y eso no podía pasar. Era obligación de la Mela, coger este toro por los cuernos.

-Oyoyoyoyoyoy- dijo la Mela a modo de despedida. Porque aunque la información hubiera sido escasa, la tradición es la tradición y hay que exclamar si te cuentan algo.

Luego se arrimó p'ande estaban el enano y el viejo, que si ahora eran algún tipo de utoridad, le venía bien tenerlos de su lado

-Quien le hizo eso a la Japuta, salió corriendo colina abajo, m'an dicho mis fuentes. Yo voy a olisquiar a ver si alguien más abajo ha visto algo o si hay huellas o lo que sea. ¿Sus venís o sus quedáis aquí jugando con la chavalería?- preguntó algo extrañada de que anduvieran en correrías con chavales.

La conclusión forense del Costras no hizo más que confirmar lo que el ovejero ya pensaba: que el diente se lo habría saltao la Japuta de un garrotazao a alguno, prensumiblemente a su prensunto agresor, que menuda era la Japuta.

El que naide habiese venío al praticante a curarse el desaguisao en los piños podía indicar varias cosas, como que el sujeto fuese un hombretón u hombretona de Bree y que no le habiese dao mayor importancia, u que el sesino tinía miedo de que lo descubriesen por eso.

- Munchas gracias por tó, Isicio. Ya no te molestamos más.

Miró a la elfa aguá a ver si había acabao ya con lo suyo.

- ¿Amos ande los otros, moza? -le preguntó, listo ya para volver al Callejón de Esgaroth.-

 ¿Has golío algo sospechoso? -añadió cuando salíán de la consulta.

Herculano puso cara enfadao, aunque con la de vinico que llevaba encima, no le salio mu bien...

-¡¡Cagontoloquesemenea!! Traer el puto baston paca, que vosotros no sabeis quien soy. No se respeta na ahora en Bree, ¡cagonto! Cuando yo era joven lo que me decía una persona mayor iba a misa. No como ahora...aisss...criajos, que soys unos criajos..¡¡dadme el puto bastón ya jostia puta!!-

Hablaba mu enfadao, lastima que los niñatos mas que asustarse se estaban riendo. Igual era por la pinta borrachuzo gritando (y escupiendo...).

- Pos no. Hasta muerta la Japuta a lo que más huele es a bebercio. Pero sigo pensando que no han sío los orcos.

Y con eso del diente, la Lore aún dudaba más

- Que esto es cosa mu rara, mu estraña. Creo que voy a tirar pa la plaza a ver si están las del rebaño de la Puri, por si saben algo. ¿Te vienes?

El Éuhlogio se quedó mirando a la Lore, sin dicí nada por unos instantes, mientras pensaba si sería güeno que la patrulla de monteros profisionales y de colaboradores aficionaos se desmembrase en dos súpatrullas, cada una con un cometío diferente y un destino disitinto: el callejón de Esgaroth y la piaza del pueblo. Finalmente, asintió con la cabeza.

- De acuerdo, amos. ¿No lis dicimos ná a los otros, pa que sepan ande estamos?

Gromenauer no se lo pensó mucho cuando los niños no quisieron darle el bastón. Él era más viejo que ellos y tenía mucha más mala leche. Además, eran hobbits, y él tenía contratao a casi tos los hobbits que había en Bree. Así que se arrimó a los muchachos, mirándoles fijamente a las caras.

—Vamos, a ver, so ajquerosos. Tú, ¿eres el hijo del Wilson Coto, de los Coto de Altiplano, no? ¿A que te gusta comer tos los días caliente? ¿Sabes por qué es eso? Porque tengo contratao a tu padre. Así que o me das el bastón, o echo a tu padre a la calle. Y cuando sepa que ha sío por culpa tuya, ya verás como del estacazo que te pega con él, se te quitan las ganas de tocarme los cojones. ¿Estamos?

Las amenazas del Chato y el Sinpán no eran na pa esa juventú tan revenía y irrispetuosa. Se riíron de los dos con ganas.

—¡Enano, cabrón!—dijo el jobi-Gandalf—. ¡Jajajaja! ¡Enano, cabrón!

—¡A mí mi papa me come los güevo!—dijo el jobi-Bálro, que era uno de los niños del Wilson Coto, el jobi que había estado con el Sinpán durante la cumpitición de labrar— ¡Cuando cumpla 33 me iré de casa y seré fumbolista! ¡Nandie me dirá lo que tengo que hacer! ¡Soy el Bálro!

El Bálro se puso a girar en círculos con la capa negra y tos se pusieron a burlase del enano, soltando puyas y retrocediendo unos metros, parando y vulviendo a empezar, mantiniéndose a distancia pa provocar y no ser pillaos.

—¡Y tú a callar, viejo!—le dijeron al Chato— ¡Qué güeles a pis!

Los niños jobis pasaron de largo a la Mela, camino pabajo.

—¡Vamos a tirale pieras al enano y al viejo!—dijo algún joputa de esos.

La Mela observó a a la chavalería reirse de El Chato y El Sinpán. A un tris estuvo de dicirles algo, pero no lo hizo. Uno tié que saber qué batallas peliar y cuales no. No es plan de perder la honra y el buen nombre con un enemigo menor. ¡Vamos! ¡Es de manual! 

Asín que se calló y siguió camino pa'bajo, con o sin los otros dos. Que ella ya les había dicho ande iba. Si el Herculiano y el Gromenauer querían ir con ella, pos bien. Si no, pos mejor, que tendría la información en exclusiva.

Pero mientras avanzaba, por lo bajinis, tuvo que decir lo que tuvo que decir, que era de esas cosas que venían en el guión con la edad

-¡A donde iremos a parar! Ya ni hay respeto ni na'. En mis tiempos, los críos respetaban a sus mayores. Si es que se han perdío toas las enseñanzas, las buenas costumbres y toas las cosas de bien y los chavales ya solo piensan en hacer maldades. Cuanto daño han hecho las enseñanzas de Morgoth, del Señor Oscuro... ¡y del pregonero, que es quien lo va contando por ahí!. En mis tiempos los niños no sabíamos dd esas cosas y nos comportábamos mejor-

Pa llegarse a la plaza Mayor, que era donde se habían celebrao cosas como la desayunada popular o el cerdosebo, no hacia de falta de desviase muncho del camino y casi que una calle más pallá que pacá podía uno asomarse al callejón de Esgaroth antes de seguir pa la plaza Mayor, que era donde se había celebrao la desayunada popular o el cerdosebo. En los pueblos costruíos como deben costruirse las cosas bien costruías to queda cerca y a mano. Además, como Bree está en una colina, to quea en redondico. Disquen que Minas Tirith las sacaron imitando a nosotros, los de Bree, asín todo en círculo, pero mal hecho, claro. Porque Bree es más mejor.

Pos el Ovejero y la Lore salieron del ambulatorio y dejaron al Costras a lo suyo, que es quitarle los dolores a la gente y decíles «ea ea, ea ea». Camino de la plaza Mayor se asomaron al callejón de Esgaroth y allá un poco más pal fondo, casi ascabándose lo que se podía de ver antes de que la calle diera un giro, estaban los ascensores de la Japuta, que ya no lo eran porque la Japuta estaba moñeco. Pero eran los mesmos que antes, a saber: el enano y el mago, acompañaos por el cuarto poder, usíase, la prensa, usíase, la Orejas, la más cotilla de Bree y parte del estranjero. Que estaba en to y que se había pegao a los monteros becarios como estaba mandao. Que aquí el pregonero no pué estar a tó y si se quiere denterar de algo pues tié a su red dinformantes, como debe ser que pa eso me doy a mi oficio. ¿Cómo puedo decile a usted lo que estaba pasando en ese mismo momento en el llano de Elanor? Por mis informantes desplegaos en zona de guerra, la doña Sole y la Minhilel Susurro en la Tormenta, la hija de la Reme. ¿Cómo puedo de sabé lo que estaba pasando en el Lembas, la casita de las luces? Porque ahí estaba destacao Arthôrn, hijo de Larthôrn, el Pises. ¡Que está to pensao!

Pos desde la esquina del callejón ahí se veían a esos tres y a más gente. Una de las gentes era un grupo de señoras de la cuerda de la Orejas, cotorronas enterás. Y luego un grupo de cuatro o cinco niños jobis mu reveníos que andaban a tocarle las narices al enano y al Chato, que desde ahí se les podía escuchar diciendo «¡enano cabrón, enaaaaanooooo cabróonnnn!», mu maleducaos y mu faltantes de respeto y buenas formas, que asín viene la juventú criá en los tiempos de holganza y tripas llenas. ¡Así vamos!

Parecía que uno de los niños jobis, disfrazao de Gandalf, tinía en la mano la garrota de la Japuta como si fuera una vara de mago. Otro iba disfrazao de Bálro, con capa negra y cuernicos, y-íba mu envalentonao y mu retorcío.

— ¡Enaaaanoooo cabróoooon!

Los niños jobis esquivaban a los adultos pa de poder insultar a gustico, y se iban apartando calle pabajo.

—¡Vamos a tirale pieras al enano y al viejo!—dijo alguno de esos.

Al llegar al callejón el ovejero vio el jaleo que había allí montao. Se fijó en que uno de los zagales que andaban vacilando al Sinpán y al Chato llevaba en su mano la garrota de la Japuta, que era el ojeto que habían venío a buscar.

Aprovechando que habían llegao así de improviso y confiando en enganchar al niño-hobbi-cabrón desprevenío, se acercó hasta él por su espalda con el ánimo de agarrarle de la oreja, retorcérsela un miaja, y de sermonearlo con algo asín como:

- Tate quieto ya y suelta la garrota, maleducao. Que de aquí amos a ir ahora mismo a ver a tus pares, a vé que les parece este comportamiento. -acentuando al tiempo el retorcimiento de oreja, pa que calase más la regañina.- Y vosotros, quietos que os veo. Que yo tamién tengo una garrota. -que era la suya propia de profesión.

La Lore se preguntaba por qué los niños jobis no se podían parecer a los niños elfos, que eran to delicaeza y to bienportarse. Incluso la Lore, que hasta la pubertá no había sintío las influencias humanas y no se había rebolucionao. La Lore ahora iba pa gambitera, pero cuando era una nana era to florecillas y algodones.

Por si acaso las palabricas bien echás del Focín no eran sufecientes, la Lore allí se plantó to lo alta que era y con las manicas en jarras, que se paicía tanto a su mae en eso postura que pensó que los niños se acojonarían y soltarían el palo.

- Ea, enga, darle la garrota al nano, o llamo a mae y se la dais a ella.