La joven Norwood imitó el gesto de Symon y dio un trago a la copa que tenía delante.
-Lo dudo. Si eso fuera cierto su mujer no se habría dado tanta prisa en abandonar este mundo -le susurró a su copa, molesta.
El dorniense cerró los ojos, bebió y dejó la copa sobre la mesa. Ya no tenía ganas de bromear. Para llenar su vacío, se sirvió más zanahorias y guisantes nadando en mantequilla.
Joelle se aclaró la garganta por lo bajo y miró a Alys, inclinando la cabeza ligeramente. No era una mirada desaprobadora, pero había en ella cierto reproche suave. Para despejar el silencio que se había hecho se puso derecha en su asiento y dijo:
-Bueno, te has librado de la espada, pero aún así podría enseñarte a tirar con el arco. Todavía se considera lo bastante femenino, o educado, o lo que sea, ¿no? Lo puedes hacer con el mejor vestido que tengas y saldrá ileso -aseguró mientras una doncella se acercaba para llenar las copas y ella se hacía con la jarra entera, despidiendo a la chica con una sonrisa a modo de agradecimiento-. Tendría que ser un arco pequeño, claro -dijo rellenando las copas de Alys y Symon.
-Alys siempre tan pesimista -Lady Gloriana abrió ambos ojos y se movió en su silla-. No se a quién has salido en eso. Mirame a mi, me casaron con desconocido y ahora estoy aquí disfrutando de deliciosa comida especiada y maravillosos cánticos.
Si la señora Norwood pretendía animar a su hija no estaba siendo muy acertada diciendo eso mientras removía los restos fríos de su plato con poca gracia. Nunca se podía decir si estaba hablando en serio o era sarcasmo.
-¿Y qué vas a hacer tu con un arco si se puede saber? Cazar más perdices espero que no...
Se esforzó en sonreír a Joelle, agradecida, pero la sonrisa volvió a esfumarse cuando intervino su madre. Lady Gloriana tenía la asombrosa capacidad de ponerla de mal humor.
-No lo sé, madre querida. A lo mejor podría atar mensajes a las flechas y disparar mis cartas a casa desde la ventana. Así sabríais que no me han encerrado en las mazmorras para casar a Lord Karlyle con alguna norteña fría como el hielo y enana debajo de cinco capas de ropa. Lo siento, Joelle -dijo, volviéndose otra vez hacia su amiga-. Tú no eres fría, eres encantadora. Y no creo que nadie se atreviera a decir que eres enana.
Joelle asintió con la boca llena de perdiz. No tenía hambre, pero la media perdiz de su plato parecía triste y solitaria, así que había decido hacer hueco.
-Y además llevo cuatro capas, no cinco -dijo como pudo alrededor de la perdiz, poniéndose la copa delante de la boca para guardar los pocos modales de los que era capaz de preocuparse.
-¿Y tú dónde has aprendido a hacer eso si se puede saber? -preguntó Howler a Robin-. Pensaba que eras un bastardo, no un noblecito afeminado. ¿Me partes a mi también la perdiz?
-Lo que te voy a partir es la cara como no te calles -le contestó Ser Robin apuntándole con el cuchillo.
-Demasiadas, ¿cómo te vas a casar si nadie puede ver si eres fertil o no?-contestó la señora a Joelle y se levantó al oír como los hombres discutían-. Suficiente, me voy a la cama. ¿Dónde está Brunhil?
Lady Gloriana se llevó una mano a la boca para que no se le viese la campanilla al bostezar.
-Voy a buscarla, que nadie me despierte.
- Por favor, ser Robin. No hay necesidad de llegar a tales extremos y menos aún en una mesa. - dijo la pelirroja poniendo su mano en el brazo de Ser Robin y haciendo algo de presión hacia abajo para que dejara de amenazarle con el cuchillo - Debemos honrar la comida que Lord Amos nos ha brindado y permanecer unidos. Además, pronto llegaremos junto a los Karlyle y habrá mucha gente nueva a la que conocer, ¿no es emocionante? Deberíamos reservar nuestras energías para ellos. -
Gaia cogió otro trozo de la perdiz que ser Robin le había cortado y se lo comió, contenta mientras el bardo seguía a lo suyo amenizando como podía la velada. Se sentía contenta y estaba deseando más que nunca llegar a su destino.
Ser Robin dejó de amenazar a la Urraca, pero no continuó comiendo.
-Tenéis razón, pero se me ha quitado el hambre de golpe. Ser Zane, voy a asegurarme de que no le pasa nada a la señora, echad un ojo vos a Lord Amos.
El caballero se levantó de la mesa sin decir nada más y escoltó a Lady Gloriana a la salida de la tienda.
-Os acompaño afuera, Lady Glorianna -dijo Symon levantándose tras limpiarse las manos con una servilleta-. Creo que necesito despejarme. Hasta luego, mis señoras.
El dorniense inclinó la cabeza en dirección a Joelle y a Alys, tomándose una fracción de segundo más en mirar a la Norwood. Asegurando el equilibrio en la silla, siguió a lady Gloriana más allá de la entrada de la tienda.
Symon se alejó de las tiendas en dirección a la veda del camino, allá donde no fuese a molestar. Se deshizo la lazada del pantalón con desgana y orinó de espaldas al barullo del campamento. Mientras el vapor ascendía y vaciaba la vejiga, Symon reflexionó en las palabras de Alys acerca de la esposa de Karlyle y su matrimonio con él. ¿Qué diría si algún día llegaba a enterarse de que él había matado a la Karlyle, permitiendo de esa manera que ella pudiese ser prometida con Lord Duncan? ¿Serviría explicarle que su padre, a quien ella adoraba, le había engañado y utilizado para abrir camino al mismo matrimonio al que se encaminaban? ¿Le salvaría decirle que lo había hecho por amor a ella, para que no los separaran?
-A veces eres un iluso, Arena -murmuró para sí, sacudiéndose y guardándosela antes de que se le congelara.
Alys suspiró, frustrada, y apartó el resto de la perdiz. Siguió a su madre y a Symon con la mirada, pero antes de que desaparecieran de la vista ya se estaba levantando.
-Discúlpame, Joelle. Voy a asegurarme de que hayan dado de comer a Mazapán. No me fío de ese mozo de cuadras, como se llame. Es un glotón y creo que le da igual hierba que panceta. Padre.
Se alejó en dirección contraria, deteniéndose un momento para limpiarse los restos de grasa en un delantal que alguna criada había dejado olvidado encima de unos bultos.
En lugar de ir a ver a Mazapán, Alys siguió a Symon dando un rodeo. Cuando le vio le llamó por su nombre, y encontes se dio cuenta de que estaba orinando y dejó de acercarse. No sabía cómo sería para los hombres, pero a Alys le habían enseñado que aquello era una actividad que se hacía a solas y durante la cual nadie debía interrumpir, así que no lo hizo. Resopló y se salió del camino, tirando de las pieles de zorro que se le enganchaban en los arbustos y las zarzas, para esperar a Symon en un sitio un poco más íntimo.
Le pareció que Alys le llamaba y se dio la vuelta para buscarla tan pronto se ató de nuevo los pantalones. Se frotó las manos contra las perneras para limpiarlas tanto como para calentárselas y fue a buscarla arrebujándose en la capa. La encontró entre los arbustos y le sonrió a modo de saludo. Sintió un tirón en las entrañas al darse cuenta de que aquella noche bien podría ser la última en que pudiera verla a solas mientras aún estaba soltera y la sonrisa le tembló, pero hizo gala de toda su entereza encantadora y habló entre dientes:
-Pensaba que te quedarías peleándote con tu perdiz. Deberías aprovechar a comer bien mientras puedas; probablemente en casa de Karlyle tengamos que sobrevivir a base de puré de nabos y carne de gato. Aunque el gato no está mal, por cierto.
Symon había comido toda clase de cosas raras, desde serpientes hasta insectos, y solía decir que echaba de menos los saltamontes con miel. Alys no sabía si era verdad o sólo intentaba darle asco, pero sabía intercalar las cosas buenas e interesantes de las Ciudades Libres con las cosas repugnantes. Chapurreaba lyseno y le decía cosas románticas en ese idioma en la intimidad, o al menos sonaban dulces y seductoras.
Alys le devolvió la sonrisa y se acercó. Aunque se lo habían repetido hasta la saciedad aún no terminaba de creerse que su padre fuera a casarla con Lord Karlyle, por lo que el viaje a Montespino sólo proporcionaba nuevos escenarios y oportunidades para verse a solas con Symon debajo de las narices de su madre. Movida a partes igual por el frío y el amor avanzó para apretarse contra Symon y hacerse un hueco en su capa.
-No me importa comer puré de nabos y gato todos los días. Me comeré todos los gatos del Norte si hace falta. Lo que me preocupa es otra cosa.
Symon la rodeó con los brazos y la cubrió como pudo con su capa. Le acarició el pelo mientras la apretaba contra él, tierno.
-Lo sé. A mí también me preocupa... Pero seguro que hay alguna manera de arreglarlo.
-La hay. Sólo necesitamos tiempo. Pero no quiero que ese hombre me toque. Prométeme que no vas a permitirlo.