Partida Rol por web

En esos momentos por la cripta resonó una voz espectral.

- Vaya, vaya, menuda sorpresa. Os habéis ganado una pequeña recompensa.- dijo Koschei, divertido. Una de las puertas de la sala se abrió por sí misma.- Por allí se va a los calabozos. Ya no necesito a la chica, ahora que sé dónde está el hada... Lleváosla si queréis.

Grigor sospechaba que todo fuera a ser tan fácil, y efectivamente pronto entendió por qué Koschei les ofrecía aquello.

- En cambio, esta otra puerta de aquí...- dijo, y una sección del muro de piedra se deslizó para mostrar un pasadizo secreto.- os llevará fuera. Podéis huir, e intentar salvar a vuestro amigo. Vosotros decidís: la chica o él.

En el pasillo, los ruidos de los perseguidores indicaban que ya casi habían llegado.

Liza miró a Koschei, con la respiración aún agitada por la pelea, adrenalina, sangre y fuego corriéndole por las venas.

—El humano ¡¿Dónde está el humano?! ¡No la chica, el otro!— gritó al inmortal—¡Dímelo, ya!

Hubo unos segundos de silencio, y poco después se oyó una risa baja y cavernosa retumbando por las paredes de piedra.

- Claro, intentabais engañarme. Lo de la chica no era más que una distracción, en realidad venís a buscar al científico. Ya me extrañaba que una simple mortal os preocupara tanto.

El panel de piedra que daba al pasadizo secreto empezó a cerrarse.

- En ese caso, será mejor que deje que os maten.- sentenció.

—¡QUE LO INTENTEN!— gritó en desafío, como para que la casa misma la oyera. Liza encaró hacia el pasillo de donde se escuchaban los pasos de sus perseguidores. El primero de ellos apenas asomó a la vuelta de la esquina cuando un escopetazo infernal le deshizo la cabeza.

—¡Padre, llévese a Chuma a la salida! Yo tengo cuentas que saldar. Nadie va a pasar por aquí— la motoquera bombeó su escopeta, reacomodó su cadena y se tronó el cuello. "El infierno son los otros" decía un filósofo francés "El infierno soy yo", pensó Liza. 

Completamente en frenesí tras haber acabado con el monstruo, Liza se limitó a esperar unos pocos segundos hasta que vio aparecer la primera cabeza de vampiro, y empezó a disparar. Los vampiros empezaron a deslizarse por el umbral como una marea de cucarachas, y la escopeta de Liza consiguió abatir a un par de ellos en el proceso... pero eran demasiados. Pronto la tuvieron rodeada, mostrando sus colmillos y garras. Ahora que ya no tenían que temer al amuleto del Dragón, al parecer preferían el contacto íntimo del cuerpo a cuerpo, antes que las armas de fuego.

Grigor dudó. Liza era como una antorcha en medio de la oscuridad, y por lo tanto se había llevado toda la atención. Podía aprovechar aquel único momento para escabullirse por la puerta secreta. Pero si lo hacía cargando con Chuma, no sabía si llegaría a tiempo antes de que se cerrara del todo.

En silencio, Grigor obedeció. Se pasó el brazo de Chuma por el hombro y se dirigió al pasadizo aprovechando la confusión. 

Los labios del monje se movían pero nadie oía nada.

Dejando un rastro de gotas de sangre, el monje y el cazador entraron en la oscuridad del túnel. 

Liza sabía que llevaba las de perder, pero esta no era una pelea que necesitara ganar, solo alargarla lo suficiente como para permitir que el fantasma se largase. Lisa trató de intuir la ubicación de su moto, se llevó los dedos chamuscados a los dientes expuestos y chifló con todas sus fuerzas. Con algo de suerte, la caballería estaría en camino y tendría que resistir durante menos tiempo.

Los vampiros finalmente atacaron. Liza se revolvió como pudo, lanzando latigazos de fuego con su cadena, apartando a los malditos chupasangres a puñetazos, disparando... haciendo todo lo que podía. Más de uno llegó a clavarle sus infectas garras, en la espalda, en el costado, en los muslos. Notó como uno de ellos llegaba incluso a morderla, y se lo sacudió de encima con rabia, pegándole un tiro con la escopeta. Los tenía por encima, alrededor, por todas partes. El fuego hacía que tuvieran que apartarse de vez en cuando, pero enseguida el hueco era ocupado por otro vampiro.

Casi a punto de desfallecer, Liza oyó con satisfacción el rugido del tubo de escape de su fiel corcel. La moto en llamas atravesó finalmente el portal, apartando a algunos de los vampiros con una embestida.

*  *  *  *  *  *  *  *

Grigor se metió en el túnel sin llamar la atención, cargando con el bulto que era ahora Chuma. La puerta secreta acabó de deslizarse tras él, dejándolo completamente a oscuras. Otra desventaja de estar manifestado en el plano físico, ahora no podía ver nada.

Empezó a avanzar a tientas, tocando la pared de piedra del túnel. Notaba la humedad traspasar las paredes, lo que seguramente indicaba que estaban pasando cerca (o por debajo) del río que bordeaba la mansión.

Al cabo de unos minutos tuvo que parar a descansar. Maldito cuerpo físico. Chuma pesaba demasiado, y a oscuras no podía más que avanzar lentamente. Si aquel túnel era demasiado largo, no creía que le diera tiempo de salvar al cazador.

Liza prácticamente se arrojó sobre la moto al verla llegar, había subestimado a los vampiros y necesitaba salir de allí. El motor volvió a refulgir en llamas y aceleró, llevándose por delante a cualquiera que no se apartara.

Ella lo había intentado, pero había fracasado. Sin la chica y sin "el científico", con Chuma a puertas de la muerte y ella no mucho mejor parada. La reacción que podría tener el hada le daba pena, la reacción que podría tener su jefe le daba terror. Pero no tenía tiempo para pasar por la burocracia. Ya estaba endeudada hasta la coronilla ¿Qué haría otra raya al tigre?

Liza tomó su movil.

—¡Jefe, necesito una ambulancia YA!

Más por costumbre que por cansancio, Grigor jadeaba tras arrastrar el cuerpo del cazador. Se preguntó, no por primera vez, qué demonios hacía allí. 

Había dejado atrás el ruido del combate y no sabía si eso era bueno o malo. Tampoco sabía si aquel pasadizo llevaba a la libertad o era otra trampa de Koschei. 

Con gesto ausente, se llevó la mano al crucifijo que colgaba de su cuello. Se arrodilló junto a Chuma: sus heridas eran terribles. 

Señor, ayúdale, te lo ruego. 

Entonces se dio cuenta de que tal vez el Señor sí se preocupara por el último de los Mozorov después de todo y que por eso le había enviado al alma en pena del monje asesinado por su abuelo tantos años atrás. 

Se cargó a Chuma al hombro y siguió pasillo adelante. A menos que aquel túnel acabara en las Puertas del Infierno iban a salir de allí. 

A la mañana siguiente...

Liza y Grigor estaban junto a la cama de Chuma, en una habitación medicalizada. Pero no estaban en un hospital, sino en un apartamento de mala muerte en alguna parte de Moscú.

Chemosh había cogido la llamada, y les había enviado un transporte, sí... de uno de los suyos. El conductor era un tipo con la cara llena de tatuajes de símbolos arcanos y heréticos. Había recogido a Chuma y a un Grigor casi desfallecido por el esfuerzo a doscientos metros de la mansión, en la salida del túnel secreto. Liza los había seguido en su moto hasta aquel piso franco.

Unos tipos silenciosos, con el semblante pálido, se habían encargado de entubar a Chuma y, al parecer, de estabilizarlo, al menos de momento. Por lo menos había sobrevivido la primera noche.

Al amanecer, entró en la habitación un hombre joven, rubio, con una ligera barba y los ojos extrañamente dorados. Vestía de estricto negro, y de hecho a Grigor le recordaba al estilo de un sacerdote, si no fuera porque no llevaba alzacuellos. Liza no se dejó engañar. Aquel hombre no era su amigo.

- Buenos días. Chemosh me ha pedido que sea vuestro anfitrión. Os seré sincero, lo de vuestro amigo no pinta bien.

Liza miró aturdida al recién llegado, casi como si no registrara su presencia, la conmoción de verlo a Chuma tan destrozado le alentaba la cabeza.

Tardó un par de segundos en responder, hablando con prosodia abúlica y lenta.
—Ah... ¿Qué? Si, buenos días... si, me doy cuenta— dijo con una mueca, el silencio de la habitación interrumpido sólo por el ruido del respirador artificial— ¿Quién eres?

A Liza le sonaba vagamente aquel rostro, pero con el cansancio le tomó aún un rato recordar de dónde.

- Me llamo Vladimir.- dijo el hombre de mirada dorada.

Al escuchar el nombre, finalmente Liza recordó haber oído hablar de este tipo. Era el líder de la llamada Iglesia del Pentáculo, una especie de secta de adoradores de demonios que últimamente había ido cogiendo poder e influencia en ciertos barrios de Moscú. No estaba muy segura de qué relación tendría Chemosh con aquellos pirados. No se lo imaginaba como el típico demonio al que le gustaba dejarse adorar como un dios. No era su estilo.

- Como decía, me temo que vuestro amigo está con un pie en el otro lado. Lo podemos mantener con vida enchufado a nuestras máquinas, pero dudo que jamás llegue a recuperarse del todo.- dijo con voz indiferente, como si les estuviera diciendo que su coche no tenía arreglo.

Liza frunció el entrecejo y apretó los puños. Aquello era una mentira, ya adivinaba que le ofrecerían una alternativa a la muerte, tarde o temprano. Ella misma era la prueba viviente de eso.

Si bien aún entristecida, la ira le quitaba un poco lo atontada. Liza miró a los ojos al demonio que tenía en frente.
—¿Y cuanto costaría?— la pregunta de la corrompida fue intencionalmente ambigua.

Grigor escuchaba en silencio.  Apretaba su crucifijo entre sus dedos tratando de encontrar consuelo en sus oraciones. 

A Vladimir no se le pasó que Liza no había preguntado el coste de nada en concreto. Había dejado la respuesta genérica, sin dejar claro si se refería al tratamiento actual, o a alguna posible mejora que estaba segura podían ofrecerle.

- Oh, dudo que tengáis nada en vuestro poder que nos interese...- dejó caer, siguiéndole el juego a Liza con la ambigüedad.- ¿Tenéis algo que nos pueda interesar?

- Quizá a mí se me pueda ocurrir algo.- añadió Vladimir, tras el silencio que siguió a su pregunta.- Chemosh dice que eres un instrumento útil para ciertas operaciones. Aunque te aviso que no está muy contento con tu desempeño en la última.

- Hay cierto párroco que nos está creando problemas. Quizá podáis convencerlo de que cambie de tema en sus sermones... o alternativamente, que se calle para siempre.

Liza asintió con la cabeza.

—Para ser sincera, no esperaba ni de cerca tener en frente más de una treintena de vampiros armados— se excusó. Sabía que no le servía de nada, que a Chemosh no le importaba, y a Vladimir probablemente menos, pero a veces sacarse la responsabilidad de encima se le hacía necesario.— Pero esperaría que este párroco no estuviera tan bien protegido, llegado el caso ¿Qué sabes de él?

- No es más que un viejo con ínfulas de grandeza.- dijo, quitándole importancia con una mano.- Os daré la dirección de su parroquia.- aunque por supuesto, Liza ya la conocía.