Partida Rol por web

Esperando a que abrieran la puerta y muy seguro de que lo haría, Steth hizo a duras penas oídos sordos a la carnicería y pillaje situado a sus espaldas. - Tranquilos muchachos, lo más interesante está ahí a dentro por lo que seremos los primeros. - Le era difícil mantener a tantos locos a su mando sedientos de sangre lejos de los pillajes más atractivos. Ahí dentro no habría muchas mujeres aunque si oro o eso esperaba.

Tras un rato poníendose nervioso, Steth sonríe ante la aparición de los hombres del interior. Asintiendo comenta - Habéis hecho la elección necesaria, ahora sois partes de nosotros o sois libres, vosotros decidid. - Señala a dos tuertos - llevad a ese hombre ante la mujer Alezade, Ojoloco encárgate. Creo que nos tiene que decir dónde está el señor de la casa y si tiene un ejército en camino. En cuanto a los demás, recoged todo lo que podáis, las ganancias entre todos los tuertos por igual salvo las mujeres.

Mira a los hombres rendidos - Id recoged vuestras cosas y vuestras familias, ahora sois aliados así que no se os hará nada. Si deseáis uniros en cuerpo y alma a nosotros y recoger buenos botines presentaros ante Alezade, si alguno no tiene un ojo o quiere quitárselo se puede unir a mi escuadra JEJEJEJEJE - Rie mientras se dirige a registrar la casa y si puede ser recoger lo más valioso para su grupo.

Echo un vistazo alrededor y le indico a Simón que se mantenga a mi lado. Con disimulo me separo de la batalla y me dirijo a la taberna. 

Es posible que haya mujeres y niños.. si yo los encuentro primero tal vez puedan salvar la vida.. y la dignidad echo una mirada a mis compañeros. Parece más distraídos en otras cosas. 

Me acerco y si hay una ventana miro por ella. Luego me dirijo a la puerta, arco en mano y trato de abrirla, siempre con Simón conmigo,

El esfuerzo conjunto no sirvió para nada , tan solo para abrir una distancia casi imperceptible.

-Parece que necesitaremos ayuda. La idea de Harland de golpear con hachas podría funcionar pero necesitaríamos al menos cuatro o cinco hombres más.

-Alezade , tendremos que traer hombres para tumbar el portón.  No tardare en encontrar voluntarios.

Erik se dirigió hacia la puerta , para ir al punto donde se había separado de su unidad con la intención de encontrar allí algunos hombres dispuesto a  golpear el portón.

Nada más salir Erik se encontró a algunos de sus hombres, dando vueltas por el lugar, que pronto se adelantaron para tirar la puerta abajo. Los habitantes allí reunidos temblaron, rezaron y algunos se pusieron a llorar cuando conseguísteis tirar la puerta abajo.

La puerta conducía a una tumba, fría, húmeda y pestilente. Solo había tres féretros en la cámara, aunque el lugar tenía espacio suficiente para dos docenas más. Estaban decorados minuciosamente con emblemas, dibujos y una bonita gema azul en el centro.

Los supervivientes asintieron, temblorosos, a las palabras de Steth y rápidamente se dispersaron por el lugar. Ojoloco y los dos tuertos escogidos empujaron al hombre, al que dirigía la resistencia, y lo llevaron bruscamente al encuentro de Alezade.

Tu y tus hombres os unís para saquear la fortaleza, consiguiendo un pequeño pero interesante botín.

Las puertas y ventanas están a medio tapar, con algunos tablones y maderas. Sin embargo puedes mirar al interior y distinguir, pese a la falta de luz abundante, un grupo de unos diez hombres que esperan en el interior del lugar, algunos de ellos armados con hacha. La mitad de ellos son mujeres y niños.

Detrás de ti escuchas un murmullo y ves un grupo de ciudadanos que, aprovechando el caos reinante, está tratando de salir de la ciudad en pequeños grupos por la puerta por la que habéis entrado. Vuestros hombres, sin un líder claro dada la falta de Alezade y los tuertos, te miran sin saber bien que hacer.

Hombres, traedme a Wayland. Y a los arqueros. Los quiero a todos aquí. Rápido -le apremio en un susurro.

Erik, Harland, no toquéis nada por favor. ¿O es que no veis que vuestras acciones incomodan a esta gente?

Dirigiéndome al vulgo. No hace mucho... yo era como ellos. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿cómo había llegado a esto?

Gentes de... ¿cómo se llama este señorío? No se preocupen. Pronto podrán volver a sus casas. Tienen mi palabra de que no las quemaremos. No todas

Bueno... No era la cámara de tesoros que Harland hubiera deseado para dar un poco de salsa a todo el asunto, pero con aquellos emblemas y sus joyas se podía sacar un buen pellizco. ¿Qué es un saqueo sin unas cuantas joyas de por medio, diablos?

El mercenario sorbió ruidosamente por la nariz y escupió al suelo sin demasiada emoción. Cruzó los brazos y apoyó la espalda contra uno de los muros de la cripta, observando una a una las tumbas.

-Me comería una trucha... -reflexionó, para sí, aunque el eco de la sala hizo muy poco íntimas sus palabras-. Con algo de jamón... Esta clase de actividades hacen que me entre el hambre -explicó a su señora.

Las palabras de Alezade no parecen calmar a los hombres allí reunidos y, nada más salir sus hombres en busca de Wayland, dos jóvenes de corta edad salieron corriendo por la puerta, tratando de escapar. Uno de vuestros hombres se logró acertar con su hacha en el pecho de uno de los corredores pero el otro siguió corriendo hacia las grandes puertas de la fortaleza.

Nada más caer el cuerpo del chico al suelo, muerto o mortalmente herido, todos los refugiados perdieron el control y comenzaron a salir en tromba del lugar, chocándose los unos con los otros, muertos de miedo.

A salvo de la turba en el arco de la cripta, por primera vez en mucho tiempo algo cambió en el mercenario tuerto. Como si fuera presa de algún hechizo, quedó obnubilado observando cómo la multitud intentaba salir del templo en estampida. Los antiguos problemas olvidados, los dioses rechazasos... Sólo importaba uno mismo, el sálvese quien pueda. Era probable que algunos ancianos e incluso algún niño murieran en semejante barullo. Saldrían corriendo en todas las direcciones. Los soldados de Alezade les darían caza. Puede que, desesperados, se defendieran a golpes y mordiscos, y alguno de los mercenarios caería.

Era precioso.

El ojo sano de Harland se iluminó con un brillo extraño y sus labios temblaron y se tensaron en una extrañísima sonrisa. Una sonrisa de satisfacción y gozo. Un golpe había bastado para lanzar todo por los aires. No, no había sido un golpe. Había sido colocar a toda esa gente en una situación extrema, haber acabado con sus defensores, haber pisoteado sus creencias. El asesinato sólo había sido la llama que había prendido la mecha, pero la bolsa de aceite llevaba un buen rato siendo cocinada.

-Observa, niña... -susurró Harland a Alezade, sin apartar la vista del tumulto-. Obsérvales... Esto es un precioso reflejo de la verdadera naturaleza del alma humana, caos en estado puro. ¿Habías visto alguna vez algo más hermoso? Imagina lo que harán ahora esos perros. ¿Quién sabe? Puede que incluso prueben la sangre de alguna de tus mascotas antes de ser mutilados por el resto.

Podía escuchar con claridad la preciosa melodía secreta que sólo llegaba a sus oídos. Desvió la vista hacia Alezade. Quizá, después de todo, aquel sería un buen momento para hacerla suya. ¿Podía, acaso, aspirar a encontrar un momento mejor? Lo dudaba. No en compañía de esa chusma, desde luego.

Tras varios golpes los portones se abrieron , en el interior se hallaba una cripta apestosa .

-Solo hay esas gemas , espero que valgan al menos la vida de los hombres que cayeron en tu ausencia. Erik se disponía a salir de la cripta algo desanimado por el botín hallado , cuando un par de ciudadanos salieron corriendo uno de ellos fue abatido por el golpe de un hacha mientras que el otro pudo escapar.
La sangre que emanaba el cuerpo del caído , debió de alterar a la multitud ya que salieron corriendo  sin ningún orden provocando el caos absoluto.

Erik desenvaino la espada y se acerco Alezade , su función seguía siendo la de guardaespaldas y no permitiría que unos aldeanos se acercaran a ella.

-No tardaran en ser reducidos , los arqueros de Wayland deben de estar apostados alrededor del muro. Y no deberían de causar problemas.

-Seth ya debería de haber capturado al señor de la fortaleza , deberíais hacerle una visita en cuanto se calme esta turba enfurecida.

Salen muchos más hombres del templo en rumbo hacia la puerta, creando una gran estampida que amenaza con acabar con la vida de algunos de vuestros mercenarios, pues estos se encuentran en su camino.

Uno de vuestros hombres, armado con un hacha, se lanza contra los asustados aldeanos. Solo tiene tiempo a matar a uno de ellos antes de caer al suelo y desaparecer entre el tumulto. Los hombres allí reunidos no saben que hacer, salvo un par de tus arqueros que disparan un par de flechas desde lejos.

Se me pasa por la cabeza la idea de ayudar a los aldeanos pero la turba me saca de mis pensamientos y entonces se me ocurre una idea. Me echo el arco a la espalda y saco mi espada corta. Tengo un plan...

Asegurándome de que Simón se encuentra a mi lado me preparo para derribar a alguno de los aldeanos.

- Detened a la turba - grito haciendo gestos a los hombres - Vamos, corred - digo sin sentido, que mis hombres no sepan bien que hacer - Disparad! - grito de nuevo.

De mientras me he ido alejando con cautela y disimulo hacia la puerta de la taberna. La abro. Si aprovechamos la turba tal vez puedan escapar....

- Rápido, rápido, no miréis atrás, no lo hagáis... corred por vuestra vida - les digo en un susurro y miro al templo - Intentaré distraerles... 

Tus órdenes opuestas confunden a tus hombres más que organizarlos, lo que provoca que algunos cojan sus arcos y disparen, otros se alejen de la turba antes de ser sepultados por ella y otros corran con el arco en las manos.

Aprovechando la situación logras abrir las puertas de la posada de un tirón y, aunque al principio parecen desconfiados, los hombres parecen decididos y se unen al grupo, buscando salir del lugar.

La situación es un completo caos pero sabes perfectamente que esa gente, llevados por el miedo, no sobrevivirán si los mercenarios deciden darles caza.

Contemplo la desbandada. Los arqueros darán buena cuenta de esta gente. 

¡No salgáis ahí afuera si queréis salvar la vida insensatos! -grito a las mujeres, los niños y ancianos que se ocultaban en el templo. ¡Por los Dioses que veneréis, mantened la calma!

Escucho las palabras de Harland y un escalofrío recorre mi espalda. El tipo estaba loco. Era despreciable. No por la falta de un ojo o las evidentes cicatrices. Algo en su interior estaba roto. No funcionaba como el resto de los mortales.

Algo la decía que a la larga... le daría problemas.

Observáis como la situación es un completo desorden, un caos. Los ciudadanos son como un rebaño de ovejas que huye sin orden ante la ausencia de su pastor y los aullidos de lobos que se acercan.

Vuestros hombres no actúan mucho mejor pues, mientras unos disparan con sus arcos a la muchedumbre, otros huyen dándoles la espalda o se refugian con cuidado en mejores posiciones. Podéis ver incluso como algunos más de ellos son aplastados por el grupo que huye, muy numeroso. Parecen incluso más que los que han escapado del templo. Tal vez, aprovechando la situación, otros estén marchándose del lugar.

Finalmente los aldeanos escapan por las puertas hacia un rumbo incierto mientras que vosotros observáis a un par de docenas de cuerpos sin vida tirados en la tierra. Algunos han sido abatidos por flechas, otros por espadas y hachas y otros muchos aplastados. Entre ellos veis a seis de los vuestros.

Un trabajo bien hecho, al fin y al cabo. Tras la euforia del momento, Harland decidió que dejaría tranquila a Alezade... Por el momento. A ojos vista, la joven no compartía su entusiasmo por la libertad humana en estado puro, y esto habría podido provocar distorsiones entre ellos. Había visto lo bastante... Por el momento. Aún quedaba mucho por hacer. 

Comenzó a silbar alegremente una tonada, siguiendo los compases con el hacha, aunque la ausencia absoluta de pasión de su gesto y su mirada revelaba que había regresado a su estado adormilado habitual. Con paso tranquilo y lento enfiló el camino de salida del templo. Era el comandante de aquellos hombres que habían luchado ahí fuera, ¿no es cierto? Merecían unas palabras de aliento por un trabajo tan impecable.