Partida Rol por web

Menos mal que solo eran mosquitos, mosquitos con esteroides, pero bichos al fin y al cabo. Como mínimo es algo con lo que podemos lidiar.

Después de la inundación, el hombre lobo y aparecer en una selva por que sí los mosquitos no parecían lo peor que podía salir. Los chicos parecían estar preparados y Terry no fue menos, aunque seguía cansado de haber nadado, no había nada que pudiera impedir que se encarara a las nuevas amenazas.

-Acabemos con ellos- dijo Terry apuntando con su varita- ¡Desmaius!

Crabbe y Terry lanzaron un insignificante desmaius a los mosquitos que iban a por ellos sin mucho éxito. Antes de que se dieran cuenta, ambas criaturas ya les habían picado en uno de los brazos que sostenía la varita. 

Emma optó por lanzar un encantamiento petrificador, el insecto lo recibió pero aún así pareció no ser suficientemente poderoso por lo que aunque disminuyó su velocidad de vuelo terminó por alcanzar a la benjamina del grupo.

Por su parte, Sam fue el único en lograr petrificar a uno de los insectos. La sabandija cayó al suelo convertida en piedra y al chocar contra el suelo se rompió en mil pedazos deshaciéndose así del enemigo que le había atacado a él. Así que, al verse libre de enemigos no dudó ni un instante en volver a lanzar los dados, a pesar de que aún no habían sido eliminados el resto de mosquitos.

Tras la tirada de Sam su ficha se movió como de costumbre, pero nadie pudo ver las palabras que salían del tablero.

De repente el tablero provocó que la peor pesadilla de Sam se hiciese realidad. Todo se volvió oscuro. Las antorchas del castillo se apagaron evitando que el muchacho pudiera ver a ninguno de sus aliados, ni tampoco el tablero. Se había vuelto todo tan oscuro y negro que Sam sintió un terror que jamás había conocido. 

Estaba acostumbrado a la penumbra, o incluso a la oscuridad, pero en la habitación de Hogwarts siempre tenía los ronquidos de sus compañeros que al menos le hacían sentirse a salvo. Ahora no escuchaba nada, era como si se hubiera quedado totalmente sordo.

-¿Qué diablos ha pasado? -preguntó Crabbe a sus compañeros, desconcertado al ver que no habían salido palabras del interior del tablero. El escozor de las picaduras de su brazo le hizo entender que el hecho de que apareciesen letras en el tablero del juego era ahora el menor de sus problemas-. ¡Emma, te toca tirar! ¡Yo me encargo de los bichos!

Sin más, apuntó con su varita a los mosquitos y pronunció las palabras de un nuevo hechizo. Un hechizo del que consideraba que, a falta de una maldición imperdonable, era el más útil de todos los hechizos habidos y por haber.

-¡Incendio! -exclamó, apuntando con su varita a uno de los mosquitos.

Sí. Estaba oscuro. De pronto era como si me hubiese quedado ciego en un instante, y comenzó mi sensación de agobio y torpeza.

Me pasaba siempre que se iban las luces o había algún sitio oscuro. Era una especie de fobia que me corroía, pero al menos esta vez me pillaba con la varita en la mano.

Me aferré fuerte a ella.

No escuchaba a los demás, no supe qué pasó. Simplemente ahora estaba en un sitio negro y solo escuchaba mi propia respiración jadeante.

-¿Estáis ahí? -pregunté a mis amigos en voz alta -¿Hay alguien?

Los latidos del corazón me martilleaban las orejas, parecía que iba a salírseme de un momento a otro.

Recordé las palabras de mamá, que no eran gran cosa, pero ella sabía cómo quitarme el miedo cuando era más pequeño: Cálmate, cálmate... Imagina algo agradable y trata de concentrarte en eso.

A pesar de que ya estaba oscuro, cerré los ojos. De pequeño pensaba en tartas y pasteles, pero ahora imaginé las novelas que me gusta leer, y de pronto yo era un pirata de Salgari en medio de una selva tupida de Borneo. Una selva tan tupida que no me dejaba ver más allá de las hojas de los árboles cercanos. Incluso me parecía oír las aves exóticas que habrá allí a lo lejos, como cuando leo.

No sé cuántos segundos me llevó concentrarme en eso, pero mi respiración se volvió más relajada, y pude empezar a pensar con algo más de claridad.

Aún seguía oyendo a mi corazón en mi cabeza, y eso hizo que empezase a hablar conmigo mismo:

-Vale, está bien... Me voy a arriesgar con la varita. Creo que un buen hechizo será el lumos solem... A ver qué pasa. Si hay alguien por ahí, ¡que se tape los ojos!

Lo que tenía hablar solo era que yo mismo me contestaba. El silencio era matador, y no pensaba dejar que mis latidos desbordados fuesen lo único que escuchase.

-¡Como me salga bien, se lo restregaré a todos los de Slytherin!... ¡¡LUMOS SOLEM!!

El picotazo dolía más de lo esperado y que los causantes siguieran cerca era un problema, usar un Desmaius no resulto muy útil para deshacerse de los mosquitos. No fue hasta que vio a su compañero que Terry no cayo en la cuenta de lo idiota que había sido.

-Jamás pensé que diría esto, pero buena idea Slytherin- dijo apuntando su varita al más cercano y gritó con rabia- ¡Arde bicho! ¡Incendió! 

Por lo que estaba pasando no se dio cuenta de lo que le sucedía a Sam. Que pasaba con el pequeño, tenía varias dudas al respecto, aunque la prisa por acabar con sus enemigos apremiaba a los estudiantes y no le dejaba tiempo para pensar en nada más.

Los mosquitos parecían mucho más duros que cualquier otra criatura contra la que se habían enfrentado, pues todos esquivaron los conjuros lanzados por sus rivales volviendo a picarles y también a inyectarle más veneno en su cuerpo.

Sam conjuró un potente sol sobre la oscura escena, pero aquello no surtió ningún efecto. El conjuro salió a la perfección, de eso no había ninguna duda, pero aquella oscuridad y ese silencio parecían mucho más sobrenatural que de costumbre. Era como si la oscuridad absorbiese la luz de su conjuro y la chupara por completo.

El miedo empezó a apoderarse de un Sam que ya de por sí estaba muy malherido y grave. Las palabras de su madre cada vez servían menos, pues había confiado en su magia para salir de esa situación, pero había fracasado en el intento.

De haberse podido ver en un espejo, habría contemplado que su cabello empezaba a tener un mechón blanco por culpa del terror que tenía el pobre chaval.

Crabbe estaba empezando a perder los nervios con aquellos mosquitos, quienes cada vez le picaban más a él y a sus compañeros. Entre gruñidos, guardó la varita en uno de sus bolsillos y se lanzó contra uno de los mosquitos, tratando de agarrarlo con sus manos. Luego, intentó darle al insecto un puñetazo tras otro con todas sus fuerzas, haciendo todo lo posible por destrozar el cuerpo del insecto.

Los hechizos no parecían ser suficientes para acabar con aquellas criaturas, pero el matón sabía que la fuerza bruta rara vez no le funcionaba.

Emma estaba bastante asustada y las picaduras de esos mosquitos enormes escocían horriblemente. No quería ponerse a llorar, pero no pudo evitarlo. Era demasiada tensión para una niña que apensa contaba 11 años. 

Con las lágrimas corriendole por las mejillas sólo supo agitar su varita una y otra vez deseando que ese mosquito que tanto la estaba atacando dejara de hacerlo.

-¡¡Petricus totalus!!-volvió a intentar mientras con la otra mano asía los dados y los lanzaba sobre el tablero. Si este juego iba a matarlos, que lo hiciera ya.

Los bichos eran horribles y el dolor empezaba a notarse cada vez más, sin lugar a duda eran lo peor que había visto Terry. Al ver que sus esfuerzos eran inútiles para detener a los insectos se puso a pensar en sus opciones hasta que recordó algo que acabó siendo efectivo: el Petrificus totalus de Sam había conseguido deshacerse de uno de ellos, de momento parecía la mejor opción.

-¡Petrificus totalus! -podía notar como su fuerza iba desapareciendo por el veneno y que no podrían resistir mucho más si seguían así, empezaba a ser una situación desesperada. 

Mientras usaba el hechizo vio como Emma se encargaba de tirar los dados una vez más y eso significaba más problemas... 

-Porque lo hace? No ve que tenemos un problemón? No ganamos nada con esta jugada

Oscuro... Oscuro... ¡Todo!

Ya empezaba a no pensar con claridad. Y por mucho que intentaba hablar consigo mismo no encontraba la forma de estar mejor. Su respiración se volvió agitada, sus manos temblaban.

Mil temores le asaltaban.

Quizás hay un monstruo horrible acechándome en silencio, y si me muevo me atacará poniéndome encima sus zarpas frías y enormes...-pensaba. En un día normal se hubiese reído de esa idea, pero ahora era un temeroso e irracional niño de tres años atrapado en su propio cuerpo.

No sé qué puedo hacer... ¿Es que los demás no me ven? ¿Es que no se enteran? Quizás desaparecí de su vista... ¡Y no pueden hacer nada! Piensa, piensa, ¡¡piensa!! -se decía a sí mismo a pesar de lo mal que lo estaba pasando.

Se concentró en una canción que le gustaba mucho, y empezó a tararearla. Eso siempre distrae su mente de funestos pensamientos. 

De nuevo más relajado, empezó a pensar cómo podría librarse  de nuevo de ese lugar. La luz no había servido de nada. Decidió vencer a su propio miedo y moverse un poco, al menos alrededor de donde estaba. Extendió los brazos a la negrura, intentando tocar una pared o lo que fuese. Estaba ya a punto de tenerlos completamente extendidos, cuando un pensamiento apareció en su cabeza:

-¡Un momento! -se dijo a sí mismo-. ¿Cómo he podido ser tan idiota?

Ahí estaba el hechizo, en su cabeza. Otra cosa es que fuese inútil, como el Lumos Solem, pero iba a intentarlo al menos: Finite Incantatem

Mientras todavía seguían enfrentándose a los mosquitos, Emma optó por lanzar los dados de nuevo. Esta vez su Petrificus totalus sí que había sido de utilidad dejando al insecto convertido en piedra y eliminando un problema de su vista. 

Crabbe había optado por golpearle con puños y patadas pero no tuvo ningún éxito, pues el mosquito se movía a gran velocidad y picaba una y otra vez al mayor de los alumnos.

El conjuro de Terry tampoco tuvo el efecto que esperaba y el insecto seguía haciendo de las suyas, inoculando su veneno e hiriéndolo cada vez más. A ese paso el veneno acabaría con ellos y los terminaría por dejar inconscientes.

Emma vio que su ficha se colocó junto a la de Timothy, era el úlimo sitio donde se había quedado antes de morir, justo cuando había decidido abandonar el juego:

De Jumanji nunca podrás escapar

por eso verás tu cuerpo cambiar.

Esta vez el cuerpo de la niña no se convirtió en el de un gato, sino en algo mucho peor. Pues de su espalda empezaron a brotarle una pequeñas alas transparentes, sus ojos cambiaron y de su cara salió una larga trompa de mosquito. Se había transformado en una aberración, mitad niña mitad insecto... 

Sam seguía sufriendo sus peores pesadilla con aquella oscuridad. No era capaz de librarse de ella. Era como si algo estuviera materializando sus peores pesadillas. Se movía de un lugar a otro, tratando de encontrar las paredes o algo , pero nada. Era como si estuviese en un extenso y oscuro vacío, no oía a sus compañeros, no veía nada de lo que sucedía y por mucho que trataba de pensar en algo positivo, el terror volvía a aparecer. 

Su pelo se estaba quedando de un rubio platino sorprendente, prácticamente blanco, el terror cada vez hacía más y más mella en él y de seguir así, y si nadie le ayudaba, su pequeño corazón no aguantaría tanto miedo.

La vida de Sam empezaba a estar más en peligro que nunca. Aquel fatídico juego terminaría acabando con su vida...

Picoteado ya varias veces por aquel apestoso mosquito, Crabbe sabía que no le quedaban muchas opciones. Por alguna razón, aquel tipo de criaturas eran adversarios mucho más peligrosos de lo que parecían a simple vista. ¿Quizá eran inmunes a diversos tipos de hechizos?

-¡Terry, tira los dados! ¡Por las barbas de Merlín! -exclamó el grandullón, sintiendo que sus fuerzas comenzaban a flaquear-. ¡Tenemos que intentar llegar al final del juego como sea!

Acto seguido, enfurecido, Crabbe tomó de nuevo su varita y apuntó de nuevo al mosquito para pronunciar un nuevo hechizo, con la esperanza de que este sí funcionara.

-¡Inmmobilus! -vociferó, a pleno pulmón.

Los picotazos comenzaban ha debilitar a Terry cada vez más y la situación actual con los mosquitos no ayudaba. Menos mal que Emma no había sacado nada peligroso de la caja, sino que su apariencia había cambiado. Sinceramente a Terry ya le daban igual las cosas como esa, solo podía pensar en deshacerse de esos mosquitos de las narices, la mejor opción era intentar acabar.

Ignorando a los mosquitos y corriendo hacía Emma-insecto Terry se disponía a lanzar los dados.

-Por favor, que salga dobles y alto- ahora mismo necesitaban un golpe de suerte.

De repente el tablero provocó que la peor pesadilla de Terry se hiciese realidad. Todo se volvió oscuro. Las antorchas del castillo se apagaron evitando que el muchacho pudiera ver a ninguno de sus aliados y cuando la luz volvió pudo ver que a su alrededor no había absolutamente nadie. No estaba ni Sam, ni Emma, ni tampoco el estúpido de Crabbe. Nadie. Tampoco estaba el tablero. Y entonces si aquella horrible soledad ya era mala, algo aún peor sucedió, un gruñido horrible se escuchó detrás de su espalda. Cuando se giró, un gigantesco perro de tres cabezas estaba gruñiendo y salivando. Parecía dispuesto a usar cualquiera de sus tres mandíbulas para descuartizar vivo al Ravenclaw.

Crabbe volvió a lanzar uno de sus conjuros contra uno de los dos mosquitos que quedaba en pie, pero su éxito fue mínimo y tan solo quedó paralizado unos segundos. Después, no solo ése, sino que el otro que aún se resistía a rendirse atacó a Crabbe. Ambos le picaron con intensidad provocando que su visión quedase muy reducida.

Después Terry lanzó los dados y todos pudieron ver como su ficha avanzaba y se colocaba junto a la de Sam, pero una vez más, nadie fue capaz de ver qué palabras salían de allí.

Por suerte ambos estaban ya muy cerca de terminar el juego, si lograban sacar una buena tirada y alcanzar la casilla 34 lograrían llegar al final de ese macabro juego.