Esta partida está en revisión. Si el director no da señales de vida o es aprobada por un cuervo será borrada en 4 días
Bienvenidos! En principio abro la partida para que se apunte el que quiera, más tarde estaré creando los apartados de Personajes y Sistema, quizás todo en una sola escena, ya que la idea es que sea lo más dinámico posible.
Como dice en la presentación, aquí los dados son solo una parte de las decisiones que influirán en el juego, la otra parte serán ustedes, mediante su improvisación y su injerencia moldearán esta historia.
Los espero!
Eran las 2 del mediodía y me encontraba en la cafetería del edificio gubernamental del departamento de asistencia social. Había sido una mañana dura. Volvía de atender un caso de escolta y recogida de menores. Dos niños, de entre 6 y 9 años. Una madre heroinómana y un padre sobre el que pesaba una orden de alejamiento de sus hijos por una presunta tentativa de abuso...
La clase de cosas que hacían que a una se le revolviera el estómago y se preguntara qué hacía en esta profesión. Pero sabía muy bien que hacía en este trabajo. Llevaba toda mi vida relacionada con este tipo de casos. El traslado fue pacífico. Los menores habían sido llevados a un centro a la espera de encontrar una familia de acogida que les diera la atención que merecían.
Las recogidas en estos casos solían ser similares. Yo acudía acompañada de una pareja de policías. Los tres nos encaminábamos hacia la casa a la espera de que no ocurriera ningún incidente. Rara vez los padres encausados presentaban quejas en ese momento.
Accedo a la casa. La madre, una mujer de mediana edad, con la mirada perdida y unas arrugas que reflejan una mala calidad del sueño se encuentra sentada en el modesto sofá. Con un cigarro encendido. Tras darle la última despedida a sus hijos, aguarda sin decir nada mientras formalizamos la recogida. Los policias se quedan unos instantes con la mujer leyéndole el protocolo. Mientras, yo me dirijo a los pequeños con naturalidad y un rostro risueño que no se corresponde con la gravedad de las circunstancias.
Tras entrar en el coche con ellos, colocamos la radio. Suena una melodía agradable que enmascara la tensión de dos hijos que están siendo separados de una madre ausente con serios problemas. Les hablo de todo tipo de cosas. Del viaje, del lugar al que acudirán a jugar con otros niños, y de sus nuevos amigos... . Con suerte, encontraremos una familia de acogida agradable, con un buen nivel socioeconómico, que pueda darles por ahora la atención que no han recibido en su hogar de origen.
Tras terminar, me encuentro comiendo en la cafetería, cuando observo una cara familiar que se aproxima hacia mí. Se trataba de Dave Johnson, del departamento de policía local. En su mirada, podía advertir que se trataba de otro trabajo de asistencia para la policía, algo relacionado con mi ámbito.
Se sienta enfrente de mí, como si ya fuera una rutina.
-Al menos..., le digo, podrías haberme dejado terminar el almuerzo. ¿De qué se trata?...
-Tenemos trabajo para ti Natalie..., y me temo que se trata de algo poco frecuente... . Estamos reuniendo a un equipo de personas de distintos ámbitos para asesorarnos en este trabajo... . Hace una pausa. He visto bastante mierda a lo largo de mi carrera, pero esto se sale de mis expectativas...
Hugo llegó temprano al laboratorio, como siempre, ganándole al resto del personal por lo menos media hora. Encendió la lámpara verde de su escritorio y la luz amarillenta bañó sus papeles, sus instrumentos de trabajo perfectamente acomodados, el teléfono en su lugar exacto. Miró con satisfacción la foto enmarcada donde lucía como estrella de cine, la escultura del unicornio que le regaló Zephyrus, las fotografías de Huguito. Todo estaba en orden, todo era suyo. Se puso los guantes, el cubrebocas y la bata blanca. Hoy le tocaría limpiar unos documentos del siglo XIX, correspondencia personal de un político local. Le encantaba leer esas cartas mientras pasaba la brocha suavemente, eliminando cada partícula de polvo que después iba llenando en su frasco mediano. Una compulsión satisfactoria.
Durante la pausa del café preparó su taza en la mesita de la derecha, esa que tenía todo lo necesario y que nadie más usaba porque, bueno, nadie más entraba realmente al laboratorio. Mientras el agua hervía recorrió con la vista su repisa de trofeos: el peine antiguo, la piedra del monte Fuji que le regaló Julián, el pequeño cofre donde guardaba sus recuerdos de todos aquellos que intentaron pero nunca lograron quedarse. Una pluma por aquí, un botón por allá. Sonrió para sus adentros. Su santuario permanecía intacto.
Por la tarde, mientras llenaba los papeleos de rigor —actividad que disfrutaba casi tanto como la restauración misma—, su mente divagó hacia su departamento. Esa mesa del comedor, blanca y gastada, con sus seis sillas que le quedaban enormes. Tal vez debería cambiarla por algo más pequeño, algo más acorde a su realidad de soltero que veía a su hijo solo los fines de semana. Una mesa para dos sería suficiente. Aunque la señora Andrade seguía sin dejarle tener mascota, así que de todos modos seguiría comiendo solo en ese espacio demasiado grande. Suspiró y volvió a concentrarse en sus documentos.
El silencio del laboratorio lo envolvía como una manta. Ese silencio que solo era suyo, sin voces ajenas interrumpiendo, sin tener que compartir el espacio, sin que nadie moviera sus cosas o cambiara la disposición de sus instrumentos. Aquí era rey, una eminencia, el único que sabía todo sobre preservación de archivos en toda la institución. Y así debía seguir siendo.
Estaba perdido en la limpieza de una foja particularmente delicada cuando escuchó voces acercándose por el pasillo. Se tensó de inmediato. Reconoció la voz de uno de los administrativos acompañado de otras dos que no identificó. "El archivo está por aquí", decía el administrativo. Hugo dejó la brocha con cuidado y se quitó los guantes lentamente, manteniendo la vista fija en la puerta. Su corazón empezó a latir más rápido. Investigadores. Venían investigadores a consultar el archivo.
La puerta se abrió y entraron personas que se presentaron amablemente. Hugo respondió con cortesía profesional, pero algo dentro de él ya se había activado, algo primitivo y territorial. Les mostró dónde podían consultar los documentos, les explicó los procedimientos, pero cada segundo que pasaban ahí dentro era como una invasión a su espacio. Observaba cada movimiento, cada gesto hacia los estantes, hacia sus archivos. Sonreía, sí, siempre sonreía, pero mentalmente ya estaba calculando cuánto tiempo se quedarían y cómo hacer para que no quisieran volver muy seguido. Este era su reino, y aunque tuviera que ser amable, nadie le quitaría esa certeza.