Partida Rol por web

Llevas dias andando sin rumbo. No has probado bocado ni bebido nada mas aparte de agua de charcos por la lluvia. No sabes donde estas, ni hacia donde te diriges...
Te detienes un instante para retomar el aliento y a lo lejos te da la impresion de que ves una inmensa cola de gente andando en la misma direccion que tu... Estan algo lejos, dirias que a una media hora de camino...

A pesar de casi alcanzar el invierno, el cansancio exhausto le hace mezclar el umbral de la hipotermia con unas gotas de sudor que recorren la fosa de su espalda. Sabe que si sigue en aquella situación dentro de unas horas más, será mejor que se prepare para lo peor.

Gente... a lo mejor estoy cerca de alguna aldea... o alguna ciudad - al ver en la lejanía la fila de personas, se frota los ojos varias veces, incrédula. ¿Una ilusión quizás? Quién sabe. Sea como sea, en aquellas alturas no perdía ya nada por acelerar el paso y comprobarlo. Así pues, llevándose la mano al bolsillo de su mandil para que lo que llevaba dentro no se agitara y pudiera caerse, le da en un empuje más fuerza motriz a sus piernas y acelera las zancadas.

Comienzas a correr haciendo acopio de tus ultimas energias, ves como la gente sigue su rumbo y los pierdes de vista al haber bajado ellos una colina redonda. Llegas exhausta a la cima de la misma y los ves de nuevo. Te dispones a bajar la pendiente cuando tus fuerzas terminan por flaquear y lo ultimo que sientes es tu cuerpo rodando sin control colina abajo...

No pue... no... - sin más fuerzas para ello, se deja llevar.

Te despiertas magullada y dolorida... solo ves el cielo y no te mueves tu. Dirias que estas en la parte trasera de una carreta de paja o heno.

Sus ojos se abren de par en par, e incluso a pesar del estado de confusión, sus mejillas tornan sonrosadas cual tomates.

Intenta moverse pero no puede - Ho... Buenos dí... hola, señor - le replica en un intento de parecer servicial, que dada la situación se ve en vano.

Al fin, consigue arrastrarse hacia atrás, incorporándose algo y acomodándose en una esquina de la carreta.

Yo... fue el cansancio - Isabel intenta excusarse sin mirarle directamente a los ojos - Si me permite la pregunta... ¿a dónde vamos?

En otra situación no lo hubiera aceptado, pero necesitaba comer si quería recobrar las fuerzas. De tal modo, y asintiendo con la cabeza, toma la comida y empieza a comer con cierta insaciedad.

La aguja negra decis, señor... - la pobre Isabel no conocía demasiado del mundo que le rodeaba, ni siquiera del más cercano. Sus tíos poco le hablaban por no decir nada, y ella sólo se preocupaba de servir y trabajar. Aún así, ese nombre sí lo había escuchado antes, pero ni sabe quién vive allí ni cuan lejos está. - Podeis dejarme en la aldea más cercana, no quiero importunar

¿Qué? - Isabel está más que sorprendida. Viendo la reacción del joven, se da cuenta de que hay mucho por conocer más allá de lo que ya conocía.

No... sabía nada señor, nada de nada...entonces, ¿a qué vamos a la Aguja Negra? Me refiero a... ¿qué hay allí?

¿Qué...cómo? - Isabel se pone nerviosa. Una vez había hecho algo así, antes de escapar. Pero no sabría si podría volver a hacerlo.

No obstante, sin hacer más pregunta, y con la misma cara de sorpresa, intenta concentrarse, pensando nada más que en aquel muchacho vivaracho. Al fin su mente se libera, teniendo una sensación que sólo había tenido días atrás. De un modo instintivo, se lleva la mano al bolsillo de su mandil, como si quisiera proteger algo.

Isabel enmudece, aún más. Sin responderle, desvía su mirada hacia la vía y sujeta el colgante con más fuerza.

Se mantiene así durante un largo rato, seria y callada. Al fin, vuelve a mirar a Teodoras con la misma expresión. - Es que no tenía con qué colgármelo

Sin decir más, vuelve a mirar hacia el paisaje, pensativa.

Uhmmm.... gracias, señor - decidiendo no indagar más sobre todas las extrañezas, inclina la cabeza en señal de agradecimiento servicial, y toma la cadena.

Isabel coloca el colgante dentro de la cadena, algo temblorosa en sus manos (jamás había tenido objetos de tanto valor). Después, con torpeza, se coloca la cadena alrededor del cuello, quedando muy descompensado el valor de sus andrajos con la pieza colgante.

Y usted señor... ¿cómo sabe lo del colgante? Que... ¿Qué tiene que ver con todo? Si se puede saber claro... - en ningún momento mira a Teodoras con total normalidad, quedando siempre unos centímetros bajo los ojos de éste.

¿Su... maestro? - la pregunta retórica no pierde su forma de hablar hacia un superior. - ¿Y de qué me conoce?

Cansada de hacer preguntas, se limita a volver a mirar el paisaje. De tanto en tanto, se lleva la mano al colgante, y se aferra a éste.

Vais viajando sin mucho que ver, A lo lejos te parece ver un pueblo en llamas y la hierba por muchos lados esta ennegrecida. Teodoras va andando a tu lado. Pasan varias horas y nada, un tortuoso camino y un traqueteo de carreta. La gente no hace descanso y en donde estas se ha llenado de cuerpos sin sentido de gente que ha caido desmayada... y nadie os espolea

La escena le causa pavor, aunque debería de causarle no sólo a una chica del campo, sino a cualquier burgués o señor de feudo que se precie. Toda persona con raciocinio sabría que aquello era todo un escenario bélico.

Mirando por el rabillo del ojo, busca a Teodoras, especialmente intentando encontrar la misma expresión desencajada que ella tiene en ese momento. Con cierto pudor, se lanza a preguntarle algo.

Señor... todo esto está devastado. Es como si hubiera habido un saqueo, o una guerra. El mundo está loco

Viendo que no es necesario hablar, vuelve a mirar hacia el paisaje, con una sóla palabra resonando en su cabeza: Él

La desolación no desaparece en ningún momento. Las famélicas gentes siguen a un lado y a otro, pero al fin y al cabo qué es ella sino una más en esa caminata.

Sin volver a quitar la vista al frente, continúa comentando cosas con Teodoras, aunque ella de propia voz - Ya veo... de ser así, los alrededores desaparecerán y todo el mundo vivo acabará donde vive Él... - su tono se endurece, presa de la crudeza que lleva horas viendo y contagiándose, y con ella consigue tratar por un momento a Teodoras de igual a igual, aunque bien crea que no debería. - Y ahora que lo dices, hablar de "Heroes"... yo no soy una heroina, ni mucho menos... señor - su voz vuelve a apagarse en la timidez.

Isabel se queda callada. Sin duda le han dado un golpe bajo, y se quedó sin réplica. Con el silencio intenta correr un velo en todo aquello, pero sus ganas de saber más le pueden.

Entonces, ¿también tiene usted un colgante así? Un colgante de "heroe", como dice, señor... - la muchacha se sigue manteniendo en dirección al frente, hablando con un tenue hilo de voz.

Uhmmm - Isabel se queda pensativa. No ha entendido muy bien eso de "el que hizo". De todas formas, pensando en algún forjador de metal que pueda estar esperando aún el pago de la pieza, no le da más vueltas. Sea por lo que sea, ella no lo ha comprado sino que simplemente lo encontró.

Aburrida de tanto viaje hacia lo desconocido, emite un bostezo, mirando de reojo a Teodoras. - ¿Queda mucho, señor? - pregunta con cierto atrevimiento en cuanto a lo que acostumbra.

Ante el último comentario de Teodoras, Isabel no puede evitar suborizarse y agachar la cabeza - De acuerdo se... Teodoras. - La pobre muchacha no está acostumbrada a tratar a nadie de igual a igual.

Durante otro buen rato, se dedica a mirar hacia el paisaje, ya muy rutinario y aburrido. No quiere hacer más preguntas, pero tiene la sensación de que quizás aquel camino no sea más seguro que el quedarse allí en mitad de la nada y buscarse la vida. Mira de reojo a Teodoras, y cuando le ve más distraido intenta concentrarse en éste, buscando esa sensación de mente libre que está aprendiendo a adoptar gracias a su nuevo juguete.