Partida Rol por web

Historia de un Asesino

Capítulo 7. El Espejo.

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03/10/2019, 13:22
Asteirm

Civilización. La había echado de menos. Al contemplar el poblado desde lo alto de la colina, Asteirm sintió que sus fuerzas se renovaban y durante un breve instante albergó la esperanza de que todo lo que había ocurrido en el bosque fuese producto de un mal sueño. Pero no se trataba de ningún sueño, era más bien una pesadilla en la que había caído de cabeza, si tan siquiera tener la oportunidad de agarrarse a un asidero que impidera el hundimiento. Abandonó la zona boscosa por la pendiente más cercana y se arrastró como un alma en pena por el camino. Cubierto de fango de la cabeza a los pies, avanzó hacia el poblado sin poner cuidado en no llamar la atención, sin importarle que las buenas gentes con las que se cruzaba de tanto en tanto se volvieran para mirarle; una niña lo señaló con el dedo al pasar y la madre la apartó de allí con rapidez, temerosa de que el asesino se cobrara su vida por la ofensa. Su figura, alta como una torre, envuelta en una pesada capa oscura y manchada, destacaba como un mal presagio, como las nubes negras que se forma en el horizonte anunciando tormenta. Las botas gastadas, pero los andares de pisada firme, dejaban patente que aquel hombre tenía una dirección y que nadie debía interponerse entre él y su destino. No atendió, como era un hábito nacido de la costumbre, al número de soldados o guerreros que guardaban la aldea, así como tampoco se apercibió de las rutas o salidas del poblado. Tampoco contó el número de granjas con las que se había cruzado hasta llegar al asentamiento. Seguramente estaba en Jornia, pero ¿qué más le daba ya?

Era un lugar pequeño, cuatro casas de planta baja, algunos establecimientos, calles sin empedrar de tierra prensada. Llegó al mediodía y el mercado estaba en pleno apogeo, los puestos se apretaban unos a otros, la gente se apiñaba en la plaza, los niños corrían de acá para allá, los tenderos gritaban y los perros ladraban. El asesino se vio obligado a aislarse de las distracciones externas, necesitaba alcanzar un lugar donde resguardarse, descansar y reflexionar sobre los últimos acontecimientos. Ya no sentía la presencia demoníaca en su interior, sin embargo sabía que seguía presente y no solo por el brazo acorazado que le colgaba del costado. ¿Qué pasaría si se lo cortaba? El vínculo de unión podía romperse si se deshacía del brazo, aunque fuese el suyo propio. Solo tenía que buscar a alguien que lo hiciese limpiamente. Podía aprender a usar la espada con la otra mano, se entrenaría para guardar el equilibrio con un solo brazo. Sí, eso haría. Se cortaría el brazo acorazado, a la altura del hombro, y asunto arreglado.

Una niña se cruzó por delante de él y Asteirm se vio obligado a frenar antes de llevársela por delante. La cria no se dio cuenta y continuó su camino gritando mientras sus amigos la perseguían. El asesino se dio cuenta entonces del rumbo que habían tomado sus pensamientos, de lo poco racional que estaba siendo. La fiebre lo estaba haciendo delirar, la falta de alimento e hidratación casi le habían costado la vida en el bosque. Un pequeño esfuerzo más y todo acabaría. Sí, podría darse el merecido descanso que necesitaba.

Buscó una posada y se tomó su tiempo en encontrar una que fuese decente. En la aldea solo había dos, no dudó en elegir la más cara y pagar un extra por la habitación más grande. Con dificultad, porque casi no tenía voz para hablar, le exigió al dueño agua caliente para un baño, un buen plato de comida que fuese bueno, mucha bebida y un sirviente que fuese a comprar ropa limpia para él. Para que su petición se cumpliese con rapidez, extrajo unas monedas del saquillo y en cuanto el oro brilló hacia la mano del dueño, sus deseos se cumplieron con presteza. Una legión de sirvientes -dos hijas del dueño y un joven que trabajaba en el local- preparaon un baño mientras Asteirm saciaba su sed primero con agua fresca y luego con cerveza. El estofado se lo sirvieron de inmediato y se lo comió en la sala común, en una mesa un poco apartada, pero bajo la mirada de los clientes que no dejaban de lanzarle miradas de recelo. Dado que los tres empleados de los que disponía estaban ocupados calentando agua y subiéndola al piso superior, no había nadie que atendiera las mesas y la impaciencia comenzaba a apoderarse de la sala. Comió deprisa para matar el hambre, pero luego se lo tomó con calma, rebañó el plato con un poco de pan duro y pidió que le subieran más cerveza y comida a la habitación. Cuando subió, la bañera estaba lista en mitad de la habitación, el vapor humeante formaba una densa nube sobre la bañera. La cama estaba hecha, las sábanas parecían limpias, había una mesa y un armario. Una de las doncellas, con las mangas de la blusa arremangadas, terminaba de comprobar que estuviese todo correcto cuando él entró. Se enderezó sobresaltada, la camisa abierta mostraba su pecho enrojecido por el esfuerzo, el cuello sudoroso por el calor y el cabello pegado a la piel por la humedad.

Asteirm la miró desde debajo de la capucha y el deseo lo recorrió.

-Disculpe, ya me iba -dijo la muchacha abrazándose al cubo. Señaló unas toallas con la cabeza. Tenía los labios húmedos, el rostro ruborizado, la mirada nerviosa.

-Quédate -dijo él. Había recuperado la voz, pero era como arañar metal, muy desagradable incluso para él. Por el rostro de la joven pasaron todos los estados de ánimo posibles, pero fue la expresión aterrorizada que intentó ocultar lo que acabó por templar el ánimo de Asteirm.

-¿Señor? -murmuró ella, con la voz estrangulada, pero forzando una sonrisa. Pocas opciones había, decía su mirada. El extraño personaje pagaba una fortuna por un baño y privacidad, no sería extraño que buscara también compañía y las únicas disponibles eran ella y su hermana. Su padre nunca les había exigido tal cosa, pero si el señor se molestaba, no habría dinero y sin dinero... Y el tipo parecía peligroso... Su hermana todavía era muy joven...

Asteirm podía ver sus pensamientos como si los estuviese gritando. Cuando ella bajó los hombros, aceptando una rápida rendición, se sintió verdaderamente molesto. No toleraba la debilidad, ni siquiera en las mujeres. Pero estaba ante criatura que lo más peligroso que habría visto en su vida debía ser un borracho de manos largas. Y él, que tenía ahora un aspecto que acojonaría a cualquiera, tenía que admitir que al menos la muchacha le había echado valor al no negarse de forma inmediata, a pesar de que sus ojos mostraban el terror que sentía por dentro. El asesino se pregunto si tenía miedo de su aspecto o del aura de muerte y sangre que flotaba a su alrededor.

-Necesito ayuda para quitarme la armadura -contestó, seco. El miedo dio paso al alivio, pero duró unos pocos segundos, el pánico volvió a apoderarse de ella-. Deja el cubo en el suelo y ven aquí -demandó.

--murmuró ella.

Mi padre se estará preguntando por que no bajo, parecía querer decir, pero Asteirm le dio la espalda y empezó a desabrocharse la capa. Ella estaba a su lado, pero no lo tocó.  

-No me mires a la cara -dijo entonces, no supo muy bien por qué-. Ponte aquí, suelta las correas del pectoral.

La situó en el lado donde estaba su brazo natural, lejos de la coraza negra. Lo vería en cuanto retirase la capa, pero mientras tanto la tenía ocupada soltando las hebillas de la coraza de cuero. Estaba lleno de barro por todas partes, olía a rayos, se sentía de mierda hasta las cejas y sin embargo, la chica hizo lo que le ordenó y fue soltando las correas hasta que sintió que la presión en el torso se aflojaba. Le pidió que le quitara el guante y ella obedeció, dejándolo con cuidado sobre una silla. Asteirm le hizo un gesto para que se mantuviera un poco alejada de él y se retiró la capa del brazo, revelando la armadura negra que lo cubría. Ella contuvo el aliento, dio dos pasos hacia atrás hasta chocar contra los pies de la cama. Pero Asteirm ni siquiera la miró cuando soltó las correas de aquel lado. Una parte de su propia armadura, allí dónde se unía el brazo con el hombro, se había fusionado con el metal. Se pasó la mano por la cara, amargado y frustrado.

-Quítame los cinturones -demandó.

Ella vaciló, pero el asino nada dijo. Sabía perfectamente que ella lo había escuchado, sin embargo no repetiría la orden. La muchacha empezó a temblar visiblemente. Él esperó, con la paciencia de quién espera el momento perfecto para atacar, hasta que la vio moverse hacia él. Sus manos eran muy blancas en contraste con sus ropajes oscuros, los nudillos enrojecidos por el tabajo, la piel áspera por el agua y los jabones. Cuando Asteirm levantó la cabeza para mirarla a la cara, ella miraba al suelo, el sudor le bajaba por la frente y tenía lágrimas en los ojos. Retiró las correas, pesaban más de lo que esperaba por la espada y ésta golpeó con la punta en el suelo de madera. La muchacha era fuerte, depositó con cuidado todo el herraje junto al guante en la silla.

-Coge el cuchillo.  

De nuevo en silencio, la joven intentó retirar la daga de cinturón, pero él negó con la cabeza. Quería que sacara el cuchillo de la funda. Cuando lo deslizó hacia fuera, el sonido sibilante produjo escalofríos en ella e incluso en él. Asteirm se señaló el hombro. La muchacha miró el hombro, el brazo de metal cuya superficie negra brillaba con tintes rojos, luego el cuchillo y vaciló, pero no le miró la cara. Le temblaban tanto las manos que alguien con sensantez no dejaría un arma de semejante filo a su cargo.

-Señor, yo...

-Hazlo. Separa el cuero del metal.

-¿Q-qué...?

Dio un paso hacia ella. La joven retrocedió, levantando el cuchillo de forma instintiva para defenderse cuando le miró a la cara. Estaba muerta de miedo, igual que lo había estado Isidore cuando lo había empujado contra el árbol. El chiquillo nunca lo había mirado con tanto pavor, supuso que una vez rota su ilusión, había descubierto en verdad como de malvado era Asteirm. Ignoró el miedo de la mujer, con su mano buena, cubrió las de la joven. Como había visto antes, su piel estaba áspera por el trabajo duro; pero más áspera estaba la suya. Dirigió la punta del cuchillo hacia el hombro. En verdad podría haberlo hecho él mismo, pero no veía bien.

-Imagino que sabes trocear un pollo o un conejo. Pues esto es igual -le dijo-. Busca la articulación y mete el cuchillo. Aparta el cuero del metal, cuando antes lo hagas, antes podrás marcharte.

Le temblaban los labios. Asteirm apartó la mirada, intimidarla no serviría de nada, parecía a punto de salir corriendo y tal cosa no le interesaba que sucediera. Al cabo de unos segundos eternos, la joven empezó a rascar con la punta las junturas de la armadura de cuero. Cuando el cuchillo rozó el metal, él sintió una descarga por todo el brazo que le provocó unas poderosas náuseas. Se mantuvo inmóvil, controlando la respiración, pero sintiendo como el sudor pegajoso le bajaba por el espinazo. Ella debió notarlo también, dejó de raspar, pero Asteirm le lanzó un gruñido cuando se detuvo y regresó a la tarea con presteza. Aquello duró demasiado, quizá una hora, no lo podía saber. El miedo de ella había dado paso a la frustración, estaba cansada, él solo quería tumbarse en la cama a dormir. El último pedazo cedió de forma inesperada y el asesino se arrancó la armadura del torso, arrojándola a un lado sin ningún cuidado. La joven se quedó con el cuchillo en alto muy quieta, observando como Asteirm se desnudaba por completo, con la boca abierta y sin saber qué hacer ni donde mirar, hasta que él se sumergió en el agua. Aún estaba tibia y sus músculos cansados recibieron una buena dósis de calidez. Emitió un sonoro suspiro, un gemido ronco, cuando la fuerte temperatura comenzó a hacer efecto sobre las partes más irritadas de sus músculos. Se tragó el dolor y cuando el picor cesó, se permitió relajarse como no lo hacía en mucho tiempo, se permitió esa debilidad, la de bajar la guardia. La mujer podía rajarle la garganta si quería, de hecho hasta podía ser que le hiciera un favor al matarle. Se hundió en el agua y metió la cabeza, el líquido se desbordó y encharcó todo el suelo alrededor. Cuando sacó la cabeza, se sintió mucho mejor.

Ella seguía allí, con el cuchillo en la mano.

-Traeme jabón. Llama alguien para que queme toda mi ropa, menos la capa y el guante. De hecho, que alguien lave la capa y mis botas, la armadura necesita lustre como el resto de mis cosas. No toques el guante ni la espada. Quédate con el cuchillo hasta que te lo diga...

En ese momento entró otra muchacha, la otra hija del sueño, con comida y cerveza. Observó la escena un momento, a Asteirm desnudo en la bañera y a su hermana con el cuchillo ante. Ella le hizo un gesto para que guardar silencio, el asesino había cerrado los ojos, muy cansado.

-Trae también un espejo -pidió antes de que las dos hermanas salieran por la puerta.

Sus demandas se cumplieron con rapidez. Se llevaron sus cosas y le trajeron ropa limpia, el jabón y el espejo. Cogió la pastilla de manos de la mujer con el guantelete acorazado, sin mirarla a la cara. Ella no preguntó por qué se bañaba con la armadura puesta, el agua parecía evitar la superficie negra, resbalaba por ella como si estuviese cubierta de aceite. Cuando deslizó la pastilla por el brazo bueno, contuvo el aliento ante lo que descubrió en su piel. Estaba acostumbrado a las cicatrices, a lo largo de su carrera se había ganado unas cuantas, todas merecidas por su estupidez, por cometer errores. Sin embargo, las marcas que se descubrió en el brazo no recordaba habérselas hecho. La mayor parte de su piel estaba aguijoneada por los mosquitos, hinchada en algunos casos donde los bichos se habían cebado y zonas enrojecidas por los roces de la ropa y las correas, hasta el punto de estar desolladas y en carne viva. Pero debajo de la sangre coagulada, la mugre y la hinchazón, había marcas cicatrizadas que debían tener mucho tiempo. Cicatrices que él no conocía que tuviera.

Demasiado nervioso para asimilar qué era, lanzó un gruñido a la doncella.

-Ven aquí. ¿Sabes afeitar?

-Yo, ehm... bueno, sí, un poco... Puedo llamar al señor Hef, el barbero...

-No. Hazlo tú.

-No tengo herramientas...

-Con el cuchillo.

La perplejidad la paralizó. Pero por el corto trato que había tenido con el hombre, sabía que le gustase o no, tenía que hacerlo. Rebufó, se arregló las mangas de la blusa y se ajustó el vestido. Se recogió el pelo con una correa, llenó un cuenco con agua e hizo jabón. Luego se arrodilló junto a la bañera, enarbolando el cuchillo del asesino con más firmeza que al comienzo de aquella locura de conversación. Él se tumbó en la bañera, apenas cabía en el interior, tuvo que sacar las piernas fuera, derramando más agua. La muchacha lo tenía en sus manos, en más de un sentido. El asesino permitió que ella posara la hoja del afilado cuchillo en su gargata, no pasó inadvertido para la chica que en ese momento tenía en su mano una gran responsabilidad y jadeó cerca de su oreja, nerviosa ante el hecho de tener que tocarle. Sabía que un solo arañado podría costarle caro. Decidió que tenía que hacerlo bien, con mucho cuidado le retiró el cabello mojado de la frente y la cara para despejar el camino. Asteirm se recreó en el tacto femenino, aunque tuviera las manos ásperas, seguía siendo una mujer. Ella estudió el rostro de Asteirm hasta aprendérselo de memoria y luego comenzó a deslizar la hoja por su mentón.

La faena duró otra hora. Cada pasada de la hoja se escuchaba con claridad en el silencio de la habitación, irritaba aún más su piel y dejaba un rastro de escozor en sus mejillas. Estaba acostumbrado, pero le gustó que ella calmara las rojeces poniéndole una toalla caliente encima. Debido a la cercanía, Asteirm aprovechó para admirar las vistas y contempló a la muchacha sin pudor alguno. Podía verle el latido nervioso en el cuello, la piel delicada que desaparecía bajo la tela de la camisa, los pechos agitados por la respiración, la humedad en el rostro. Se mordía los labios, estaba concentrada en lo que hacía, tenía un cuerpo fuerte y vigoroso. Podría follar con ella si quisiera, pensó. Podría obligarla si ella se oponía. O se lo podía pedir amablemente, porque una mujer dispuesta era mejor que una reticente. Cuando ella estaba pasando el cuchillo justo por su yugular, él colocó la mano buena bajo su brazo; lo tenía flexionado, de modo que a su vez, rozó uno de los pechos con los nudillos. Ella se tensó, apretando la hoja contra el cuello del asesino, pero él no dijo nada cuando una gota de sangre resbaló por la piel hasta caer en el agua, que ya estaba demasiado fría. El calor, tanto en la bañera como en la habitación, aumentó varios grados.  

-Suficiente. -Ella se levantó rápidamente, pero Asteirm la sujetó por el brazo-. Deja el cuchillo en la silla. Trae agua limpia. Comprueba que mis cosas se han lavado bien. Que vengan a llevarse la bañera.

Ella se lamió los labios y miró los del asesino antes de pestañear con rapidez. Turbada, abandonó la habitación con paso tembloroso. Asteirm esperó a que ella regresara para salir de la bañera con mejor humor, más limpio, pero le perturbó el hecho de contemplar de nuevo esas cicatrices que tenía en el brazo. Usó el agua limpia para terminar de lavarse, bajo la atentísima mirada de la sirvienta. Asteirm no le prestó atención, al verse desnudo, comprobó que había más, muchas más cicatrices en su torso, sus piernas. Especialmente sospechosas eran las que tenía en la única muñeca visible y los tobillos. Parecían marcas de grilletes, cortes que podrían haber seccionado tendones. De ser así, no podría moverse, sería un muñeco de trapo con los hilos cortados. Un escalofrío le recorrió la espalda, se secó con la toalla y se puso una camisa limpia mientras los sirvientes de la posada se llevaban la bañera de latón y vaciaban el agua. La muchacha se quedó en la habitación, como esperando nuevas instrucciones.

Él la miró. Cogió el cuchillo de la silla y volvió a ofrecérselo.

-Túmbate en la cama. -La muchacha obedeció, deshizo la cama y empezó a aflojar los cordones de su camisa. Asteirm negó con la cabeza y señaló otra vez la cama-. Túmbate.

Confusa, la joven se acostó con la ropa puesta. Asteirm, con la camisa y los pantalones, se recostó a su lado, dejando en el lado exterior de la cama el brazo acorazado. Pasó el brazo bueno por detrás de su cabeza y cerró los ojos.

-Si te pongo la mano encima, no vaciles, puede que no tengas una segunda oportunidad. Usa el cuchillo.

En algún momento se durmió. Fue un sueño profundo, pero sin sueños ni pesadillas, tranquilo. Cuando se despertó ya era de noche, la chica se había dormido a su lado y el cuchillo estaba flojo en sus dedos. Hizo una mueca, menuda seguridad, pero no podía exigirle a una posadera que hiciera guardia cuando no estaba acostumbrada. La observó dormir durante un rato, preguntándose si tendría marido o algún hombre que cuidase de ella, un hombre que no fuese su padre. No parecía llevar una vida muy mala, tenía el pelo brillante, la piel limpia, olía bien y tenía todos los dientes. Su diligencia demostraba que era una persona trabajadora, era joven y por el tamaño de sus caderas, sería una buena madre.

Aquel pensamiento le provocó un nudo en el pecho. Se negó a recordar las palabras de Mephisto quien, por otro lado, había dejado de darle la brasa con su risa y sus maliciosos comentarios acerca de Helysse. Ella pertenecía al pasado, había dejado de existir para él, ya no había relación entre ambos. Asteirm se movió sobre la cama en silencio, diestro como de costumbre, hasta situarse sobre el cuerpo de la mujer. Con la mano acorazada comenzó a alzarle las faldas, pero ella no se despertó ni siquiera cuando el metal la rozó sin querer, dejando un arañazo rojizo sobre la pálida superficie de su muslo. Solo cuando la tela estaba a punto de descubrir lo que había entre sus piernas, la chica abrió los ojos y miró al asesino de reojo. El cuchillo subió, pero no llegó a clavarse en su costado porque se giró con rapidez y le sujetó la muñeca con la mano metálica.

-Buena chica.

La daga aterrizó con un fuerte sonido en el suelo de madera. La ropa de ella revoloteó antes de caer junto al arma en el suelo, igual que la ropa de él.

Al amanecer del día siguiente, ella seguía tumbada en la cama, durmiendo, mientras Asteirm se ponía en pie. Había sido muy duro con ella durante la noche, seguramente estaba tan dolorida que no podría sentarse bien en varios días; incluso a él le dolían las ingles y los muslos de la fuerza que había empleado. Se había ensañado con su cuerpo, la había obligado a gritar, incluso la había obligado a tener más orgasmos de los que una mujer podía tener en una misma noche. Estaba asustado de que en cualquier momento, Mephisto tomara posesión de su cuerpo y la destrozara, pero no había sido así y cada minuto que pasaba, se recreaba en la humedad y la tibieza que flotaba entre los muslos de la sirvienta. Ella le había arañado la espalda cuando el placer la dominaba, añadiendo nuevas cicatrices al repertorio, y lo había apretado entre sus brazos y piernas hasta casi asfixiarlo. Tenía experiencia con los hombres, pero no era ninguna ilustrada, debía haber perdido la virgnidad hacia poco. Por la forma en que se abrazaba a su cuerpo cuando llegaban al éxtasis, estaba claro que disfrutaba de lo que él estaba haciendo, incluso cuando el asunto se puso un poco violento.

-Traeme el desayuno -le dijo cuando la vio despertarse.

Solícita, la chica se levantó de la cama, se vistió en silencio y abadonó la habitación para atender su petición, tropezándose un par de veces con sus propios pies. La mueca de dolor confirmó al asesino que sí, que había sido muy duro con ella, pero la expresión satisfecha que tenía en la cara también confirmaba que tardaría en olvidar la experiencia.

 

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07/10/2019, 17:11
Sirvienta

- Por supuesto... - Dijo ella. - Enseguida...

Regresó al cabo de pocos minutos. La hija del posadero se había vestido correctamente y llevaba el pelo peinado y recogido en un moño. No obstante, no le había dado tiempo a asearse demasiado en su intento por no demorarse y traer el desayuno con la suficiente diligencia a aquel extraño hombre con el que había pasado la noche y que le había causado agujetas hasta en lugares en los que no sabía que se podían tener. 

Portaba una bandeja con el desayuno. Huevos, panceta, salchicha, zumo y leche, además de un bollo dulce, pan y mantequilla. Sin duda, por la expresión del rostro de la mujer, esperaba que Asteirm quedara satisfecho con todo lo que le había traído. La joven depositó la bandeja en una mesita junto a la cama que habían compartido aquella noche y con una reverencia se apartó en dirección a la puerta.

Espera. - Dijo en tono impositivo aquel hombre. - Siéntate. No he dicho que te vayas. - Le ordenó.

Si milord. - Asintió con la cabeza a la vez que se acercaba de nuevo al lecho y se sentaba al lado del extranjero.

Asteirm comió. Los huevos estaban en su punto, como a él le gustaban. La panceta era sabrosa y las salchichas, aunque había comido mejores, no estaban mal. Bebió zumo y bebió leche. También probó el pan, pero no le puso mantequilla. Comió tranquilo y en silencio, aunque solo hasta quedar saciado. Comer más de la cuenta podía ser muchas veces ser contraproducente. La joven no dijo nada mientras Asteirm comía. Se mantuvo en silencio y casi ni le miró. No obstante, al acabar con su desayuno y tras un breve silencio, la joven se puso en pie y empezó a recoger la bandeja. 

Miró a Asteirm esperando instrucciones. Éste le devolvió la mirada. Ella no sabía que quería de ella. Estaba confundida. Dejó la bandeja en un aparador y se acercó de nuevo a aquel hombre misterioso.

Tienes... - Su corazón palpitaba con fuerza. No estaba segura de lo que tenía que decir. - ¿Has matado a mucha gente? Muchas cicatrices cubren tu cuerpo. ¿Recuerdas como te hiciste cada una de ellas? - Tragó saliva asustada. El rostro de aquel hombre se había transformado. ¿Había metido la pata? - Perdona yo... supongo que no querrás recordar... yo... lo siento... - Dijo a punto de empezar a sollozar.

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15/10/2019, 13:29
Asteirm

Asteirm alzó la mano acorazada con ímpetu, pero sin violencia, para cubrir la mejilla femenina con ella. El hierro oscuro emitía un brillo pulsante, destellos rojos como la sangre sobre la superficie negra y pulida. Agarró a la joven por la barbilla y la mantuvo firmemente sujeta para que no bajara la cabeza. El diseño de aquella armadura era intrincado, las placas superpuestas  permitían libertad de movimiento y los dedos terminaban en afiladas puntas, que se posaban sobre la delicada piel de la mejilla y la sien de la sirvienta en contraste con su piel pálida, en una siniestra mezcla de violencia y delicadeza. Ella se asustó debido a la sensación fría y espantosa que producía el hierro siniestro de la coraza.

-No llores -dijo el asesino, firme pero sin exigir. Ella asintió levemente, intentando controlar la respiración y el llanto-. No te voy a hacer daño -añadió al cabo, aunque sabía perfectamente que esa frase siempre precedía a una puñalada y hacía tiempo que había dejado de creer en ella. Una frase así no tranquilizaba en absoluto.

Con su mano buena, mientras sostenía su rostro con la garra demoníaca, le acarició los labios y las mejillas con suvidad. Sabía ser violento, pero también sabía ser cuidadoso. En aquel momento estaba bastante cansado de ser lo primero, pero sabía que todavía no había perdido la capacidad para hacer lo segundo. Le dio un beso en los labios hasta que ella se tranquilizó. La siguió besando hasta que ella se rindió. Continuó con los besos por su cuello, sus hombros y su pecho hasta que la muchacha correspondió a sus atenciones poniendo las manos sobre sus hombros, temblorosa, suspirando entrecortadamente. Asteirm la desnudó despacio, la tumbó en la cama y se perdió entre sus muslos, olvidando durante unos minutos toda la mierda que lo había llevado hasta aquella puta región. Una vez saciado, se dedicó a complacer a la muchacha, poniendo en práctica toda su destreza, instinto y práctica. No sabía cuándo volvería a estar con una mujer y tampoco sabía cuando podría estar con la cabeza lo bastante despejada para hacer algo así. Jugó con ella, la embaucó, la dejó anhelante y la obligó a contenerse hasta que a él le pareció bien. A su modo, la torturó con placer de una manera cruel y despiadada, y ella sufrió y disfrutó a partes iguales. Le preguntó si le gustaba lo que hacía, a lo que ella asentía o negaba; la conminó a decirle qué deseaba, tanto de él como para sí misma, y Asteirm fue generoso a la hora de ofrecerle gozo y tormento. Ella se fue liberando, se ablandó, y el asesino la moldeó a su gusto como si fuese arcilla, recibiendo entonces atenciones por parte de ella, que comenzó a buscarle.

Entre descanso y descanso hablaron, pero muy poco. Se llamaba Claudia. Vivía allí desde siempre. No había salido de la aldea. Tenía un chico que la cortejaba, trabajaba en las caballerizas, habían tenido relaciones unas cuantas veces. A ella no gustaba un poco, pero no sentía nada por él y él parecía enamorado de ella. Claudia no quería herir sus sentimientos diciéndole que no le interesaba y Asteirm le dijo que lo abandonara, porque evidentemente, después de aquello, todo el pueblo tenía que saber que el siniestro visitante se la estaba beneficiando. Ella pensó entonces en que eso era cierto, pero al menos no comenzó a decir estupideces sobre su honor mancillado, confesó entre divertida y avergonzada que acostarse con el asesino había sido lo más emocionante que había hecho en su vida. Y sabía perfectamente que solo había sido sexo, porque eso era lo que los hombres querían de las mujeres. Asteirm no iba a darle una charla sobre ese tipo de cosas, pero tuvo la consideración de darle algunos consejos para la vida como muestra de respeto por el valor que ella había mostrado a la hora de estar con él.

-Traeme de comer -demandó el asesino a mediodía-. Y una navaja de afeitar, unas tijeras y agua limpia. Descansa un rato, no tengo prisa, quiero estar a solas.

Claudia se marchó a cumplir sus demandas, un poco decepcionada. Ella no era su sirvienta, pero estaba implícito en sus peticiones y hasta ahora nadie se había quejado, en especial por el dinero que había traído a la posada. Mientras ella estuvo fuera, Asteirm se quedó solo con sus cicatrices. Su ánimo estaba un poco mejor a causa del sexo, el descanso y la comida caliente; fue muy significativo para él que aquellas cuestiones tan mudanas lo hubiesen ayudado tanto.

Cuanto antes afrontara el misterio que se tejía en su cuerpo, mejor. Y mejor si lo hacía a solas. Estudió su brazo acorazado, centímetro a centímetro, tocando las juntas entre las placas de hierro con los dedos para buscar una abertura, una hebilla, alguna presilla oculta en el diseño. Fue imposible, ni siquiera con su habilidad para encontrar trampas fue capaz de encontrar nada que le permitiera liberarse de esa mierda. Intentó levantar una placa con su cuchillo, pero en cuanto tocaba el metal con el filo, por el brazo le recorría un dolor semejante a si se hubiera hurgado los músculos con la daga muy desagradable y estuvo a punto de vomitar. Ese brazo formaba parte de él ahora, algunas zonas parecían fusionadas con su carne y respondía a todos sus movimientos. Era su brazo y, al mismo tiempo, no lo era. Sacó la espada y practicó unos molinetes, fintas y estocadas con aquella mano. No notó nada nuevo ni especial, era su brazo, el peso del hierro no lo desestabilizaba en absoluto y cuando presionaba las placas contra su cuerpo, no se hería ni molestaban, a pesar de los pinchos y bordes afilados capaces de cortar un cabello. 

Luego estudió su cuerpo. Las cicatrices de los tobillos y los talones eran viejas, no las había visto en su vida y aunque no era ningún cirujano, era experto en cortes y anatomía humana. Tras un estudio minucioso, todo lo minucioso que pudo ser, tuvo la certeza de que esas cicatrices eran producto de grilletes y los cortes en los talones debieron haberle seccionado los tendones, impidiendo que pudiera volver a caminar. Tenía cortes similares en otras articulaciones de su cuerpo, cortes muy precisos que no recordaba haberse hecho. Estaban sus cicatrices habituales, pero estaban debajo de las recién aparecidas. En el pecho tenía algunas, la más destacada la que tenía en el pecho, donde estaba su corazón había un importante agujero y de ahí se ramificaba como los rayos surgidos de una tormenta, formando una red por la mitad superior del torso. En el vientre, un tajo que bien podía haberle eviscerado las tripas y en el otro brazo, todos los tajos parecían seguir sus músculos.

La sensación de haber sido diseccionado hizo que sintiera vértigo. Se sorprendió de que Claudia no se hubiera desmayado cuando lo vio desnudo, incluso a él le daba asco mirarse. ¿Cuándo había pasado algo así? No era consciente de haber sido capturado y torturado de esa forma; sí, había sido capturado y torturado, pero recordaba todas aquellas cosas. Estas no las recordaba. 

Magia.

Eso solo podía haber sido provocado por la magia. ¿Chester? ¿Aquel hijo de puta lo había hechizado, troceado y vuelto a montar como un muñeco? Se pasó la mano por la cara, se sentó en el suelo, mareado. Le temblaba el pulso y a él jamás le había temblado la mano. Como una premonición, cogió el espejo que Claudia le había traído antes y tras unos segundos para hacerse a la idea, se miró en el reflejo. Lo apartó de inmediato, espantado. 

Dos cicatrices le cruzaban la cara. En su lado derecho, comenzaba en la sien y bajaba hasta la mejilla cruzándole un ojo. Él veía perfectamente por aquel lado, el tajo era ancho y debería haberlo dejado tuerto. La otra marca comenzaba en el pómulo izquierdo y atravesaba de forma horizontal el puente de su nariz para unirse a la cicatriz derecha. Tenía otra más en la mandíbula izquierda y bajaba por el cuello, hasta la clavícula. Eso tendría que haberlo matado. Ni siquiera podía identificar qué cojones le había dejado semejantes marcas en la cara. No había visto esas heridas en su vida. Quizá la del pecho estaba relacionada con el rayo que casi lo había partido en dos, con la posesión de Mephisto. Quizá esas cicatrices pertenecían a la cosa que ahora habitaba en su interior y se exponían en su cuerpo. No entendía nada.

Claudia eligió ese momento para entrar con una bandeja de comida, devolviéndolo momentaneamente al mundo real.

-Vete -le dijo, furioso. Ella vaciló, agachó la cabeza, asintió y dejó la comida sobre la mesa-. Espera. Date la vuelta. -Claudia ya salía, pero se giró sin levantar la cabeza-. Mírame.

No obedeció. Asteirm contuvo el aliento, quería que ella lo mirase y le dijera lo que veía. Quizá estaba alucinando, tenía que ser eso. Ella no alzó la mirada. Asteirm insistió. Cuando ella lo hizo, él descubrió que su recelo no se debía a él, sino que alguien había pegado a la muchacha. Se había ocultado con algunos mechones de pelo un golpe en su ojo que comenzaba a inflamarse. 

-¿Quién ha sido? -Como ella no respondió, el asesino resopló por la nariz-. Dime quién ha sido... Pero antes, Claudia, dime ¿qué ves?

-¿D-disculpe?

-¿Qué ves? -preguntó, señalándose-. Has visto mis cicatrices, me has preguntado por ellas. ¿Qué más ves?

-¿Qué veo? Veo... bueno, veo las cicatrices de su cara -señaló ella, dibujandoselas a sí misma en el rostro-. La de su pecho. La de sus piernas. Parece que ha sufrido mucho, señor. Quiero decir, son muy feas... no usted, usted no es feo, usted es... en fin, me ha gustado todo, ha sido maravilloso conmigo... sus cicatrices me han parecido dolorosas, debe ser usted muy valiente, debe haber pasado por mucho... no es mala persona... -divagaba, Asteirm solo podía sentir asco de sí mismo si le provocaba compasión a una simple campesina-. Las he besado porque he querido, como una forma de agradecer su... consideración. No siento rechazo por usted...

Cuando cogió la espada, ella se puso pálida. ¿Había dicho algo que no debía?

-Deberías sentir rechazo, Claudia. ¿Quién te ha pegado?

-Señor, no...

-¿Quién?

 

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17/10/2019, 12:57
Mephisto

Eres patético... - De improviso y cuando menos lo esperaba, volvió a surgir aquella voz en su mente. De nuevo Mephisto regresaba para recordarle que seguía allí, dentro de él, atrapado en un mismo cuerpo. - ¿Vas a matarla? Patético y cobarde. Llegas hasta aquí después de encargarte de despachar a aquellos que te consideraban un líder. Entras en la posada con aires de grandeza y sueltas una puñeteras monedas. Le pagas al posadero para que venda a su hija y te la follas. - Un sentimiento de asco embargó entonces a Asteirm, no sabía si era un sentimiento propio, del propio Mephisto o provocado por él, pero lo cierto es que le causó una arcada. - La tienes aterrada. Eres letal, si, la gente te teme, si, pero eso no quita que sigas siendo patético. Para empezar no sabes de ti, ni la mitad de lo que deberías. Te autoengañas. Ocultas partes de tu pasado en tu mente en un lugar donde no quieres encontrarlas. Eres débil Asteirm, muy débil. Un día alguien más arrogante, más fuerte y más pretencioso que tú te matará y luego... - Hizo una pausa. - ¿Luego qué Caín? ¡Luego nada! ¡Nadie se acrodará de ti una vez estés muerto! ¡Nadie llorará tu marcha! ¡Múerete ya bastardo y deja que me marche! ¡Múerete ya basura humana!

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17/10/2019, 13:03
Sirvienta

La joven Claudia estaba asustada. Evidentemente asustada y temió por su vida. No sabía a que se refería ese hombre con aquellas preguntas que sonaban tan extrañas. Lo que si estaba claro es que se trataba de una persona atormentada que tan pronto parecía encontrarse bien, ser alguien cariñoso y cabal, como pasaba a comportarse como un demente y de forma muy agresiva.

Por suerte nada más coger la espada, algo pareció sucederle. Se llevó la mano al cuello. ¿Estaba a punto de vomitar? Cerró los ojos por un momento y apretó los dientes. No es que estuviera escuchado nada, pero a Claudia le pareció que el extranjero estaba hablando con alguien. Con alguien que no estaba allí y lo hubiera jurado de no ser porque estaba segura de que aquello no estaba pasando. 

Me... me está asustando. - Alcanzó a decir temblorosa. - ¿Es... está bi...bien?

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22/10/2019, 10:14
Asteirm

La pregunta de Claudia lo devolvió momentáneamente al presente.

-Vete -le dijo, con la voz oscura y peligrosa-. Sal de la habitación, Claudia. Por favor.

En aquel último "por favor" el asesino empleó toda la fuerza de voluntad que le quedaba en pronunciarlas. Pura misecordia hacia una desconocida que había compartido cama con él; los deseos de matar habían regresado. No quería hacerle daño a la chica, no quería perder el control, no quería herirla o provocarle sufrimiento alguno. Claudia, a pesar del miedo, tardó unos segundos en tomar su decisión. Asteirm tensó todos los músculos del cuerpo, cerró los puños, separó las piernas para mantenerse más firme y sin moverse de su posición. Era su voluntad que ella viviera, no la voluntad del demonion.

-Por favor -insistió. Casi como una súplica. Y él nunca había suplicado por nada.

Claudia supo que algo iba a mal y fue lo bastante inteligente como para retroceder sin darle la espalda al asesino. Abrió la puerta de la habitación sin dejar de mirarle, salió y cerró de un portazo. Asteirm descargó entonces su rabia contra la mesa, lanzando un tajo con la espada. La bandeja saltó por los aires con todo lo que Claudia le había traído para comer, los cubiertos, los platos y trozos de comida volaron por todas partes como si hubiese explotado una bomba en el mismo centro. Asteirm soltó la espada y lanzó un grito furioso, golpeando entonces la pared con el puño de hierro y también con el puño descubierto. En sus nudillos desnudos comenzó a brotar sangre, en la otra mano no hubo ni un rasguño; en un lado de la pared creció una mancha roja, en el otro se abrió un pequeño agujero.

Cuando se tranquilizó, se tumbó en el suelo y miró al techo. Su torso subía y bajaba con violentas bocanadas de aire, el dolor subía por sus brazos hasta los hombros, la sensación de odio y asco hacia sí mismo le provocaba arcadas.

-No iba a matarla. No pensaba hacerlo hasta que has abierto la boca. ¿Por qué no dejas de darme por culo?

"Porque me encanta hacerlo"

Se pasó la mano por la cara, angustiado. La presencia de Mephisto era molesta, insidiosa, era esa parte de su conciencia que lo alentaba a ir un paso más allá. Asteirm siempre se había mantenido en el filo, había mantenido un código, era un asesino, pero no uno cualquiera y con el paso de los años cada vez tenía más claro que en su profesión había que tener la cabeza clara, el corazón duro y las convicciones firmes. Porque la duda podía matarte en cualquier momento y era mejor tomar una decisión que vacilar, aunque la decisión fuese nefasta.

"¿Estás seguro de que no ibas a matarla?" -preguntó el demonio.

-Yo no mato inocentes.

Mephisto lanzó una rísa de ultratumba que le puso la piel de gallina.

"Qué huevos tienes" -se burló Mephisto-. "Tu trabajo es matar, ¿tan arrogante eres que te crees capaz de distinguir entre culpables o inocentes? Todos son culpables de algo. Todos son inocentes de algo. Y solos enfrentarán sus pecados una vez muertos. Allanas en camino, en realidad, hacia ese momento en el que las criaturas ponen en orden su alma. ¿Está la tuya en orden, Caín?"

-Deja de llamarme así -rezongó, cansado del acoso. Estaba teniendo alucinaciones, tenía que ser eso; el demonio, el brazo, la risa, todo tenía que estar relacionado con el bosque. La maldición lo perseguía incluso fuera de sus límites-. Ya no me llamo así. Ahora soy Asteirm.

"¿Lo eres?"

El tono, escéptico e indolente, provocó una vacilación en Asteirm. La semilla de una duda mucho tiempo ignorada arreció, desprevenido como estaba, no comprendió por qué la pregunta del demonio lo impulsaba a reflexionar sobre su propia identidad. Caín había sido su nombre desde siempre, aunque no supiera quién se lo había puesto. Había sido Caín durante su juventud y Caín era el nombre que Helysse pronunciaba cuando estaba con él. Asteirm era otro nombre, otra persona, pues era otra identidad que nada tenía que ver con el hombre que fue. Caín había muerto hace años, se vio obligado a matarlo para que nadie lo relacionase con Helysee. Y así nació Asteirm, otro asesino, igual de implacable y profesional que Caín, pero nada que ver con él. Si alguien preguntase por su nombre anterior, lo negaría todo. O los mataría, como había hecho ya en el desierto con aquel grupo que venía buscándolo. Y mejor que fueran a por él, podía soportar la presión constante de saberse perseguido si con eso le salvaba la vida a Helysse.

Se sentó en el suelo y volvió a mirarse las cicatrices del antebrazo.

-Tú sabes algo -dijo. Fue como una revelación.

"Yo lo sé todo"

¿Por qué estaba hablando con la voz de su cabeza? Otro síntoma de locura, sin duda. Para alguien tan racional como él, que solo creía en lo que podía ver, preguntar y responder a esa conciencia intangible que hurgaba en su cerebro solo podía significar que estaba perdiendo la cordura. No quería acabar tarado como Chester. Antes se rajaría la garganta.

-Lo que puedas saber, cállatelo. Lo averiguaré por mí mismo.

"¿Sí? ¿Cómo?"

Asteirm lo ignoró mientras se levantaba. Con la navaja de afeitar, rasuró con precisión lo que quedaba de vello para comprobar mejor las cicatrices de la cara. No es que el espejo le ofreciera una visión clara, pero al menos la del ojo le resultaba vagamente familiar, mientras que las otras no recordaba quién había estado tan cerca como para partirle la cara en dos. Con las tijeras se cortó el pelo, sus mechones habitualmente fuertes y negros como la noche estaban ahora a medio camino entre el gris y el plateado, como si hubiese envejecido prematuramente. Se lo cortó hasta dejar unos centímetros de cabello sobre su cabeza. Se lavó y comenzó a vestirse con la ropa nueva que le habían traído los empleados, unos pantalones y una camisa de buena calidad, chaleco y fajín. Arregló sus armas, afilándolas hasta dejarlas en perfecto estado, y comprobó que la armadura de cuero estaba limpia y arreglada. El único desperfecto era el destrozo en la hombrera en el brazo que ahora tenía cubierto de metal. Terminó de dar lustre a las botas, pero no se las puso y se enfundó en la mano el guante mágico que quedaba. Al menos funcionaba, convocó varias dagas, contemplando las hojas de superficie negra como obsidiana y las sinuosas volutas rojizas que desprendía cuando las movía. Las empuñó en la mano buena y en la mano acorazada, cambiándolas con diestros malabres, lanzándolas al aire y recogiéndolas. Comprobó el peso, eran bastante grandes y pesaban, tenían buena consistencia. Sabía que podía convocar otras mágicas, más poderosas, pero no iba a malgastarlas en hacer pruebas en el día de hoy. Las lanzó sobre la pared para comprobar la precisión y si bien algunas fallaron, las demás dieron en el blanco. Su torpeza se debía al cansancio. Con la espada hizo unos cuantos molinetes, fintas y estocadas, practicando el nuevo peso que tenía en el brazo y cómo eso podía afectar a un combate. Pelear empuñando la espada con la mano cubierta de de hierro era nuevo y tenía que acostumbrarse.

"¿Has dejado ya de hacer el payaso?" -gruñó el demonio.

-No.

"Me aburro"

-Pues cuenta ovejitas.

"Mejor te jodo un rato"

Fue como un puñetazo en el rostro, la espada se le cayó de la mano y tuvo que sostenerse sobre la mesa para no dar con sus huesos en el suelo. De pronto ya no estaba en la habitación, todo se volvió negro, fue absorbido por una niebla oscura que lo transportó hacia un lugar desconocido. Como las brumas de un amanecer de tormenta, Asteirm contempló como sus brazos y piernas estaban encadenados, sintió el frío de la piedra en la espalda, dejó de estar de pie para estar tumbado y el filo de una navaja de hoja finísima se alzó delante de sus ojos. Luego dolor, con precisión de cirujano, alguien le abrió la piel de los brazos, siguiendo las líneas naturales de los músculos, para desollar y exponer a la vista la carne. Después, palabras en un idioma desconocido, la vibración en el aire, el cambio de presión y el trazado de un tejido mágico mezclándose con las fibras de su carne. Luego, la familiar sensación del demonio de su interior, la maldad cruda reptando entre sus huesos y su carne, el infierno apoderándose de su alma, pesadillas, caos y horror empujando su conciencia hacia un pozo sin fondo. Los tendones cediendo, rompiéndose como cuerdas demasiado tensas, más dolor, un tormento físico sin fin.

Asteirm finalmente se desplomó como un saco de patatas en el suelo de la habitación, estremeciéndose sin control y cubierto por un pegajoso sudor frío. El corazón latía tan deprisa que le golpeaba contra el pecho, el abdomen demasiado contraído como para que el diafragma se pudiera expandir para permitirle respirar, la garganta cerrada como si unas enormes manos le apretaran el cuello. Tan pronto como aquella espantosa situación comenzó, cesó de repente y el asesino se convulsionó cuando el aire volvió a fluir. En el pecho todavía sentía el dolor de músculos contraídos, los brazos y las piernas flojos, sin fuerza. Tosió, maldijo y gruñó, escupiendo sangre.

"Patético"

Asteirm apretó los dientes y se sumergió en la oscuridad del demonio. Fue directo hacia el centro de su mismo pensamiento, donde sabía que encontraría a Mephisto, instalado en su conciencia. Ni siquiera era consciente de cómo había llegado hasta allí, pero encontró una figura sin forma que, desprevenida, recibió una soberana paliza por parte del asesino.

Cuando abrió los ojos, Asteirm estaba otra vez en la habitación de la posada, desmañado en el suelo, temblando y terriblemente agotado.

-No vuelvas a joderme.

Mephisto no respondió, solo le dedicó un gesto obsceno mientras escupía y lo maldecía, pero sin ganas de reírse otra vez de él.

Recuperándose de la sensación de impotencia que durante unos segundos lo había invadido, Asteirm se sentó en el suelo. En ese momento, sintió una presencia a su espalda y sus movimientos fueron automáticos. Se giró con rapidez, con un fuerte tirón del brazo lanzó al atacante al suelo delante de él y convocó una daga, que levantó por encima de su cabeza para clavársela en el corazón.

Claudia.

La hoja desapareció entre volutas de humo a medio camino de su letal trayecto, porque su pensamiento fue más rápido que su cuerpo. De otro modo, la chica estaría muerta. Ella lo miró con los ojos desencajados por el terror y Asteirm supo que definitivamente la había perdido, como había perdido a todos los que le habían acompañado hasta ahora. La sirvienta ya no se recuperaría de aquello.

-No me hagas daño -murmuró la joven, el rostro surcado de lágrimas, temblando como un corderillo.

¿Cuántas veces había escuchado esas palabras antes de que hoja atravesara el corazón de su víctima? ¿Cuántas veces había vacilado antes de matar a su objetivo? Helysse nunca se lo suplicó, ella nunca le pidió misericordia; de hecho, Helysse suplicó por lo contrario. Le pidió que la matara porque no podía soportar la vida que llevaba y él, en lugar de hacerlo, le dio más motivos para que su existencia fuese desgraciada. Se enamoró de ella, ella de él, y convirtió su vida en un infierno.

-Por favor... -dijo Claudia, aterrorizada.

Se dio cuenta de que estaba reteniéndola por el cuello con la mano acorazada, en una postura similar a la de la noche anterior, cuando ella estaba totalmente entregada al placer, permiténdole entrar en su cuerpo, confiando en él de un modo ciego y, en cierto modo, muy imprudente. Sintió el empujón del demonio, su pensamiento lascivo, el deseo humillar definitivamente a la muchacha aprovechándose de su debilidad. Subir su falda, separar sus piernas, forzar algo que ella le había dado antes y que ahora no le volvería dar. Aferrar sus muslos firmes, recorrer su cuerpo con lujuria y malicia, tocar sus pechos, su abdomen plano, introducir los dedos de hierro en su sexo hasta hacerla sangrar y recrearse en sus gritos...

Asteirm detuvo aquellos asquerosos pensamientos de golpe y se levantó de un salto, alejándose de la chica. Abrió la puerta de la habitación.

-Vete. No vuelvas.

Claudia salió corriendo sin mirarle, aunque también sin gritar, lo que era todo un logro dado el pánico que sentía. Asteirm volvió a cerrar y se golpeó la frente con la hoja de madera.

-Lo siento. Joder.

Tardó varios segundos en disolver la furia que sentía. Con determinación, terminó de vestirse y se armó hasta arriba con todo lo que poseía. No recogió la habitación, toda la comida seguía tirada por el suelo, pisoteada por sus constantes idas y venidas. Ajustó la armadura, se colgó los cinturones y se puso la capa. En la mochila aún guardaba partes de sus pertenencias, la cerró y se la colgó al hombro. Cuando bajó las escaleras, sintió las miradas del posadero y toda su familia. De hecho, el hombre iba con una porra en la mano mientras la que debía ser su esposa intentaba disuadirlo.

Asteirm se quitó una bolsa del cinto y la dejó caer sobre el mostrador. Había bastante oro, el suficiente para que tirasen abajo aquel edificio y levantaran otro mejor.  

-Dile a Clauda que lo siento.

Como respuesta recibió una sarta de improperios por parte del dueño del local, pero él no dijo nada, sus ofensas estaban justificadas y él, aunque no le creyesen jamás, lamentaba de verdad cómo había acabado todo. Sabía que sus disculpas eran completamente vacías y sin valor, pero sintió que debía decirlo. Luego se dirigió a la salida. Estaba convencido de que fuera lo estaría esperando la guardia de la ciudad o un puñado de aldeanos armados con picas y antorchas dispuestos a lincharlo, pero tenía que arriesgarse.

Tenía una misión que cumplir. Después volvería a casa y pensaría en lo que Mephisto le había mostrado. Y dejaría de hacer daño a los demás.

 

 

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24/10/2019, 09:18
Narrador

Y lo que le estaba esperando fuera de la posada fue la guardia de Jornia. Al parecer Jornia debía ser un lugar tranquilo habitualmente, pues tampoco había hecho nada demasiado ilegal. No para la clase de cosas que estaba habituado a hacer. Una mesa rota, un agujero en la pared, había asustado a una joven... Poco más.

No obstante, frente a él tenía todo un batallón de guaridas esperándole a nas puertas de la posada donde había pasado la noche. No podía acusarle de no haber pagado na cuenta, de hecho había sido muy generoso, por nas molestias causadas.

Dos líneas de seis hombres. Unos armados con picas dirigidas hacia si persona y seis con ballestas que le apuntaba. Vestían un uniforme marrón y el símbolo de la ciudad, un castillo con forma de torre coronado por tres pequeñas estrellas. También lucían un casco metálico emplomado. Todos los guardias le miraban con mala cara. Fuera lo que fuera que les habían dicho que había hecho, tenía que ser algo terrible.

Entonces apareció de la parte trasera de la falange otro hombre. Su apariencia era sundallí. No era jornio como el resto. Pelo oscuro, como su piel. Nariz alargada y rasgos afiliados. Otro sureño como nos los llamaban en Harvaka, o norteño, como lo hacían allí, en Avidrain. Vestía un uniforme similar al resto, pero con galones y un sable enfundado. El casco no portaba bajo el brazo y si nas plumas de sus subordinados eran marrones, las suyas eran algo mas rojizas.

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24/10/2019, 09:31
Hamed El-Jeffir

Soy el oficial Hamed El-Jaffir, oficial de la guarida de Jornia. - Se presentó. Su voz sonaba firme y solemne. Se notaba que tenía años de experiencia. - Hemos sido avisados por un incidente sucedido en el interior de la posada de la que procede. - Hizo una pausa. Hablaba despacio, calmado y de forma entendible. - Se le acusa de destrucción de mobiliario, intimidar y dañar a una joven y de mostrar un comportamiento errático. Se lo voy a pedir una sola vez. ¿Nos acompaña a dependencias? Debemos esclarecer los hechos.

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24/10/2019, 12:27
Asteirm

El asesino observó a la tropa con serenidad, sin hacer movimientos bruscos y sin parecer intimidante. Levantó las manos con tranquilidad, como estaba acostumbrado a hacer, muy despacio y dejándolas bien visibles. Sin bien en una mano llevaba un guante de color gris con espirales rojizas grabadas y en la otra, un guantelete de acero de un pulido metal negro. Resignado, se retiró la capucha de la cabeza para dejar el rostro al descubierto, su cara llena de cicatrices y la expresión imperturbable.

Cuando el veterano se acercó a él, Asteirm supo que él era con quien tenía que hablar. No era ningún niñato y tampoco un inútil puesto a dedo, con lo que seguramente era una persona razonable y podían llegar a un acuerdo sin más. No quería problemas en Jornia, de hecho solo quería descansar unos días allí antes de reanudar su búsqueda, y las cosas habían terminado bastante mal. Escuchó los cargos de los que se le acusaba sin hacer ningún gesto.

--contestó.

El capitán lo miró a los ojos un momento, evaluándolo, y Asteirm sabía lo que veía: otro soldado, peligroso, cubierto de hierro, que desprendía un aura de muerte y destrucción. Por fuera estaba tranquilo; por dentro el demonio se retorcía, furioso, deseando salir para cobrarse con sangre las vidas de aquellas personas. Pero el asesino impuso su voluntad. No permitiría que Mephisto fuese un obstáculo para sus planes. Ahmed hizo un gesto con la mano y los soldados bajaron las lanzas, si bien un par de ballestas siguieron apuntándolo. Con tranquilidad, Asteirm se soltó los cinturones con las armas y las entregó sin oponer resitencia. Cuando un muchacho se acercó con los grilletes, Asteirm clavó una dura mirada en él y el capitán decidió que podían prescindir de aquello.

Con una última mirada hacia la puerta de la posada, esperando ver aparecer a Claudia o algo parecido, con bastante más tristeza de la que esperaba sentir en un momento así, Asteirm se dirigió a las depedencias de la guardia. Los soldados lo escultaron con las lanzas en ristre, con el capitán a la cabeza de la comitiva. Él no se ocultó, mantuvo la cabeza alta, orgulloso como de costumbre, arrogante, sabedor de que no tenía nada que esconder. Durante el trayecto desde la posada hasta el puesto de guardia, los rumores sobre lo sucedido comenzaron a extenderse y de un incidente sin más, por lo visto Asteirm era el responsable de un montón de crímenes sucedidos antes de que él llegara. Una vez dentro, el capitán El-Jeffir lo invitó a pasar a una celda y él accedió, obediente y en silencio. Se sentó en un taburete en un rincón apartado, se puso la capucha y esperó, envolviéndose en las sombras.

Mephisto estuvo dando la lata todo el tiempo, caprichoso como un niño que busca llamar la atención. Asteirm lo ignoró en la medida de sus posibilidades, no quería problemas, quería largarse de allí. Al cabo de una hora, El-Jeffir fue a verlo. Entró en la celda, ataviado con sus pertrechos de soldado y armado y se sentó en un taburete que puso frente al asesino. Asteirm se retiró la capucha de la cara y observó al capitán en silencio, con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra el muro de la celda.

-¿Puedes contarme lo ocurrido?

-¿Quieres todos los detalles?

-Todos los que sea posible contar, sí.

-Mi intención era pasar de largo Jornia, solo necesitaba descansar, recuperar fuerzas y comer. He tenido un viaje infernal por el bosque y casi no lo cuento. Encontré la posada nada más llegar, pagué por una habitación, un baño y comida. La hija del dueño estuvo conmigo todo el tiempo, le pedí que me trajera de comer, que me ayudara a quitarme la armadura y que me afeitara. Pagué por su servicio, por la comida y por la ropa que me compraron y un extra por las molestias que pudiera ocasionar. -Hizo una pausa, tenía sed, no sabía por qué necesitaba explicar lo que había hecho con Claudia-. Claudia pasó la tarde y toda la noche conmigo, pero no pagué por ella; tampoco la forcé, una negativa suya habría sido suficiente. A la mañana siguiente, me trajo el desayuno, se quedó conmigo, hablamos, y luego le pedí algo de comer y unas tijeras para cortarme el cabello. Cuando volvió, alguien le había golpeado en la cara -miró a los ojos a Ahmed, muy serio. Más de lo que había estado antes-. Y no soporto que le peguen a una mujer. Le pregunté quién había sido, pero no quiso decírmelo, me enfurecí y le pedí que se fuera. Rompí la mesa cuando ella salió, ya no volví a verla hasta un rato después, cuando entró en la habitación sin hacer ruido. -Hizo una mueca antes de continuar-. No la oí llegar hasta mí, la inmovilicé pensando que era alguien intentando atacarme y cuando supe quien era, la dejé ir. Sé que le hice daño y lo lamento. Luego abadoné la habitación, pagué por los destrozos ocasionados y al salir, usted y sus hombres me estaban esperando.

Se encogió de hombros. Eso era todo lo que tenía que decir. 

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24/10/2019, 16:28
Hamed El-Jeffir

- Entiendo... - Dijo simplemente aquel hombre.

Hamed miraba fijamente a Asteirm. Sin duda su expresión era la más neutra que aquel asesino había visto en mucho tiempo. No lograba advertir si había creído o no su historia y si la había creído tampoco lograba deducir que iba a pasar. Hamed se mantuvo en silencio unos instantes, mirando al hombre que tenía delante. Casi ni pestañeaba, tan solo le contemplaba sin decir nada, sin hacer gesto alguno. Aquello podía poner nervioso al más templado, incluso empezaba a incomodar a Asteirm. Hamed se rascó el mentón y luego se masajeó la piel del entrecejo con dos dedos. Se puso en pie.

Muy bien señor Asteirm. - Le dijo agarrando el taburete que había traído consigo y embocando ya la salida de la celda. - En cuanto me sea posible y haya redactado el informe, tendrá noticias mías. Espero que no le incomode tener que esperar un poco más. Es... - Tomó aire. - ...el protocolo. 

Justo en el momento en que iba a marcharse pareció percatarse de algo. Se dio media vuelta y observó al brazo acorazado del cautivo. El otro guante, había sido retirado y se encontraba con el resto de los objetos personales del arrestado. Se acercó de nuevo a Asteirm.

Ese guante. - Le dijo señalando su brazo metálico. - Debería estar con el resto de sus pertenencias. Quíteselo por favor...

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25/10/2019, 18:23
Asteirm

Se habría reído si la situación fuese otra, pero al final solo esbozó una sonrisa por lo irónico de la situación.

-Sobre eso...

Se puso en pie con lentitud y comenzó a hurgar bajo la capa para soltar el broche que lo cerraba. Se la retiró, depositándola sobre la banqueta. Asteirm era bastante alto, de complexión delgada y flexible, piernas largas. Su porte seguía siendo arrogante, las cicatrices le daban un aire más peligroso y siniestro que antes. Alzó el brazo metálico para mostrar la precisa manufactura de la pieza que le cubría todo el brazo, las placas negras de acero engarzadas con precisión, los afilados bordes en las articulaciones, las zarpas afiladas en la punta de los dedos, la superficie negra, tan pulida y brillante que se pudía ver reflejado en ella. Era hermosa, sí, y horrible al mismo tiempo. Su armadura de cuero, una coraza sencilla de buena calidad, se apretaba a su torso como una segunda piel. La hombrera izquierda estaba completa, pero la derecha no. Se había vendado aquel lado, entre el hombro y el brazo, para que el roce con el borde de la armadura chamuscada no le hiciera daño en la piel, igual que los bordes del hierro. Había tenido que cortar la manga de la camisa para poder cubrirse con ella. 

-Si quiere que lo ponga con el resto de mis pertenencias, tendrá que cortarme el brazo. En caso contrario, conmigo estará más seguro. Si no se fía, puede encadenarme este brazo a la pared. No quiero problemas, capitán, solo quiero marcharme cuanto antes de este lugar.

Y evitar una masacre, pensó. 

"No te librarás tan fácil" ronroneó Mephisto.

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28/10/2019, 19:42
Hamed El-Jeffir

Hamed escuchó atento lo que aquel extraño le contaba. Su rostro de incredulidad al principio, fue variando a medida que Asteirm hablaba. Finalmente, cuando hubo acabado, le solicitó sin decir nada, el poder examinar más de cerca el brazo armado que poseía. Fue correcto y cortés y Asteirm aceptó con un cabeceo. Al fin y al cabo, lo que había dicho era verdad. No quería problemas. Suficientes tenía ya.

Hamed se acercó miró de cerca el brazo centrándose en la juntura entre la piel el metal. Ladeo la cabeza. Miró por arriba, por abajo. Buscó alguna clase de resorte o enganche. Frunció el ceño al no encontrar nada que delatara la mentira que acababan de contarle. Se alejó y miró de lejos, volvió a acercarse y se llevó la mano al mentón pensativo. 

Pese a lo que estaba viendo, su rostro era casi impasible, salvo por algún que otro levantamiento de cejas que denotaba cierta sorpresa, el fruncir de su ceño y alguna afirmación con la cabeza. Finalmente se alejó unos pasos sin dejar de mirar a Asteirm, se apoyó contra el marco enrejado de la puerta y se acarició el mentón mientras trataba de mantener un pulso de miradas con el extranjero. Finalmente habló.

Muy bien... - Dijo entonces. - Eso tuvo que dolor. - Comentó sin demasiado entusiasmo. - Trataré de no entorpecerle mucho más. Espero poder soltarle en breve. - Se dio media vuelta y salió del calabozo. - Y disculpe de nuevo las molestias...

Dicho esto se marchó.

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28/10/2019, 19:51
Narrador

No habían pasado ni tres minutos desde que Hamed se marchara, cuando el asesino escuchó algo. En lo más profundo de aquel cuartel, en aquellos húmedos calabozos, no se escuchaba nada más que alguna gota caer sobre el suelo. Pero los agudos sentidos de aquel asesino, localizaron algo entre aquel brutal y despiadado silencio. No estaba solo. En alguna de las celdas contiguas había alguien más. O puede que no estuviera en una celda, sino que fuera un carcelero tan silencioso como la propia muerte.

Dudó un instante. Podía ser que fuera Mephisto quien le estuviera jugando una mala pasada. Podía ser que fuera ese demonio entrometido el que le hiciera creer que no estaba solo. Le quería desquiciar, quería volverle loco. Si, eso era lo que estaba pasando. Asteirm trató de ignorarle. Iba a ser lo mejor. Odiaba que le hablara. Cada vez que lo hacía pasaban cosas malas. No soportaba a ese ser que vivía dentro de él.

No soy yo, idiota... - Le dijo Mephisto.

Y supo que era cierto. No sabía si es que estaba escuchando una respiración, si había oído algún movimiento. No sabía si era un sexto sentido que le decía que no estaba solo. Lo que si que sabía era que alguien estaba cerca suyo. Eso era algo que tenía muy claro en ese momento. No estaba en su celda, pero si seguramente en la del costado. Casi sentía aquella presencia como si la tuviera delante. Y entonces lo escuchó...

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28/10/2019, 20:00
Voz

Se trataba de una voz femenina. Estaba entonando una canción en un idioma que Asteirm no conocía. Una canción triste, pero bonita al mismo tiempo. Primero la voz no era más que un leve murmullo, pero a medida que Astierm iba escuchando, fue subiendo el tono de voz hasta el punto que casi podía decirse que tuviera a la persona que estaba en la celda contigua, justo a su lado. 

Estrellada, estrellada noche,
Pinta tu paleta azul y gris
Escrutando un día de verano
con ojos que conocen la oscuridad que hay en mi alma. 

Sombras en las colinas,
Esbozo de los árboles y los narcisos,
Plasmas el helado viento con los colores del nevado suelo de lino.

Y ahora puedo entender lo que trataste de decirme,
Como sufriste por tu cordura,
Como trataste de liberarlos.

No te oyeron, no supieron cómo.
Tal vez oirán ahora.

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30/10/2019, 07:22
Asteirm

Cuando el capitán se marchó, Asteirm hundió los hombros y volvió a ponerse la capa. No hacía frío, pero se sentía desprotegido sin ella, sin las sombras que lo ocultaban a la vista de todos.

No recordaba si había dolido. Solo recordaba la lucha contra la negrura cuando perdió el conocimiento, algo intentaba arrastrarlo hacia un infierno de oscuridad y el terror se había apoderado de él. Algo maligno lo estaba esperando, prometía muerte, pero también olvido; prometía tormento, también angustia. La presencia de Mephisto en su interior, y también en su exterior, era prueba de que había sido poseído por una deidad infernal, algún tipo de demonio que lo había alcanzado con aquel rayo.

En mitad de sus cavilaciones, sintió la presencia de alguien. El demonio le aseguró que no se trataba de él y Asteirm observó, escuchó y trató de discernir de qué se trataba. No estaba en su celda, allí estaba él solo, así que debía proceder una celda contigua que no podía ver desde dónde se encontraba. Se acercó a las rejas y sacó un brazo, el bueno. Luego escuchó la voz, la canción, y algo lo sacudió por dentro.

Quizá era la melodía, quizá la letra, una sensación de familiaridad lo recorrió. Apretó los dientes, enfadado, y se retiró al fondo de la celda para sentarse en el taburete. Fuese quien fuese la mujer que cantaba, a él le recordaba algo y no sabía el qué. Pensó en Helysee, luego la borró de su pensamiento. Ella ya no existía. Ella ya no le pertenecía. Ella era un eco del pasado que aún resonaba en su presente. No había recordado nada de Helysse en mucho tiempo, pero ahora su presencia en su memoria era demasiado recurrente. Tenía que acabar.

Se levantó otra vez y se dirigió a las rejas.

-¿Quién eres y por qué cantas? -dijo en voz alta.

Esperaba no recibir una respuesta. Esperaba, incluso, que la música fuese producto de su imaginación. 

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30/10/2019, 08:32
Voz

¿Por qué te han encerrado a ti? - Preguntó aquella melodiosa voz. - Son unos cerdos. Se creen que por llevar un uniforme pueden hacer lo que les venga en gana. ¿No crees? - Pese a que hacía preguntas, no le dejaba tiempo a responder, pues parecía tener ganas de hablar. Quizás llevase días encerrada y días sin hablar con nadie salvo quizás con su carcelero. - El capitán Hamed no es tan gilipollas como otros, pero aún así no te lo creas mucho. ¡Dice que te va a soltar, ja! - Soltó una risita. - ¡Eso se lo dijo a un tipo que estuvo aquí encerrado hace un par de días y ahora ese tipo está muerto! - Se escuchó un chasquido, posiblemente efectuado con la lengua. - ¿Puedes salir de aquí? ¿Qué ha dicho de tu brazo? ¿Tienes un brazo de hierro? Con un brazo así podrás doblar los barrotes. ¿No? ¡Ayúdame a salir de está puta celda y te compensaré!

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30/10/2019, 09:10
Asteirm

Asteirm no respondió, ella no le dejaba hablar y tampoco tenía nada que decirle, solo era una mujer impaciente por salir de allí. Había dicho mucho, pero a Asteirm no le interesaban asuntos ajentos, no quería mezclarse con nadie más.

"Espero que tenga la lengua tan larga para otras cosas" comentó Mephisto. Asteirm lo golpeó mentalmente y el demonio rebulló malhumorado.

-Si a uno lo encierran en una celda, es porque algo ha tenido que hacer. Yo he hecho algo, por eso estoy aquí, ¿qué has hecho tú? ¿Y por qué razón habría de ayudarte a salir? Podrías ser peligrosa - comentó con diversión.

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30/10/2019, 10:56
Voz

Soy peligrosa, de lo contrario no estaría aquí. - Respondió siguiendo el mismo juego que estaba llevando a cabo Asteirm. - Aunque quizás no tanto como creía. De lo contrarío, tampoco estaría aquí. - Aclaró. - ¿Qué he hecho? Algo malo, aunque he hecho cosas peores de la que se me imputa en esta ocasión. - De nuevo se escuchó una risita. - Puedes ayudarme o puedes no hacerlo, pero ten por seguro que Hamed te venderá. Te ha dicho que saldrás enseguida. Eso me dijo a mi hace unos días y mírame. ¡No se ni en que día me encuentro!

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30/10/2019, 13:35
Asteirm

-Vas a tener que darme algo más -admitió el asesino-. Si dentro de tres días seguimos aquí, entonces me lo pensaré.

Podía contarle un montón de cosas a la mujer, pero no pensaba mover un músculo por ella.

"¿Y por ti?" preguntó Mephisto.

"Estamos aquí por tu culpa, imbécil"

"¿Cómo es eso posible?" dijo riéndose.

Asteirm no contestó, volvió a sentarse en el taburete. A esperar.

 

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31/10/2019, 19:16
Voz

Puede que dentro de tres días estés colgando de una soga. Puede que antes... - Insistió la voz. - Tú mismo... - Soltó una carcajada. 

Aquella risa le resultaba muy familiar. De hecho, estaba seguro de que la había escuchado anteriormente. No sabía donde, ni cuando, pero ya había estado con la propietaria de aquella voz. Recuerdos confusos llegaron a su mente. Un brazo enguantado en negro, el perfil de un rostro en la oscuridad, con la luna creciente de fondo. Recordó el tacto de una mano. No de una cualquiera, de la mano de aquella mujer que se encontraba en la celda contigua. Olor a sangre y esa risa... Habían estado juntos, ¿pero cuando?

¿Y cómo dices que te llamas, muchacho? - Preguntó entonces.