Partida Rol por web

Cernunnos. Cernunnos. Repetía una y otra vez en su cabeza, tragando grueso según envainaba la espada y exhalaba si tenerlas completamente con ella. Es un Dios, no podía bajar la guardia. Y que pudiera leerla como un libro abierto no le había la más mínima gracia.

Negó con la cabeza sin pronunciar palabra ante la repetición de las propias. Su mirada sigue al pequeño hasta que se pierde de vista, volviéndose a ver al sidhe irguiendose al escucharlo pronunciar su nombre con una vertiginosa sensación que no la abandonaba. Y lo siguió.

Estudiá con atención el lugar a que se dirige Cernunnos, unos pasos tras él, atendiendo o que le dice.

-creo que usted ya lo sabe – afirma aún sin estar segura de sus palabras – fue al anticuario a quien hablaron de esa...ese conflicto de intereses – se abrazó los costados descargando el peso del cuerpo sobre la cadera izquierda y siguió mirándolo, tratando de no mostrarse hostil – me arriesgaría a decir que...es la misma persona de quien obtuvo la sangre del pañuelo que portaba en la biblioteca ¿me equivoco? - quiso saber ocultando a duras penas que tenía más interés en eso que en si él sabía quien era su patrón

El hombre asiente, serio.

— ¡Ah! Entiendo... Supongo que debería haber supuesto que me podrían seguir hasta allí. O, más bien, que podrían detectar mi presencia en esa zona... Espero que mi libro esté a buen recaudo. He hecho un trato con ese amigo tuyo y no me gustaría que lo rompiera.

Te mira un momento, interesado.

— Vaya, es usted más perspicaz de lo que aparenta, señorita Wright. Sí, sin duda es una posibilidad que fuera su hermano quien visitase al anticuario... Lo que me nos lleva de nuevo a su conflicto de lealtades, pues parece probable que el motivo por el que su... ¿cómo lo ha llamado?... patrocinador no se le haya presentado sea precisamente para evitar que confunda sus intereses en la decisión sobre a quién va a apoyar en este... confilcto.

Hace un gesto con la mano y ves cómo se acerca una chica con una bandeja en la mano. En ella hay una botella con una bebida rojiza y un par de vasos de plata. Lo deja sobre la mesa de piedra y llena hasta la mitad los dos vasos, dejando uno en frente de cada uno de vosotros.

— Mas veo que está llena de preguntas, y parece claro que no ha venido hasta aquí en calidad de espía, así que permítame ayudarla si lo desea. — Hace un gesto con la mano para invitarte a beber mientras él mismo se lleva el vaso a los labios.

-Su libro esta a buen recaudo – o todo lo que podía estar, dadas las circunstancias – su reputación le precede y jamás la arriesgaría rompiendo un trato, le doy mi palabra – si es que para un dios eso podía significar algo – pero – no podía estarse callada y la curiosidad le pudo – de todos modos ¿que hay de especial en ese libro que despierta tanto interés?

Su hermano. Lo había dicho sin dudar, eso confirmaba la sospecha de Darren y la suya propia. Trago tratando de arrastrar el nudo que amenazo su respiración unos breves segundos.

-¿mis intereses o los suyos? - pregunto confusa refiriéndose a aquel que la había marcado para luego rectificar con una sacudida de la cabeza que hizo bailar los rizos de su cabellera – olvide eso...esto no tiene nada que ver conmigo, ni tan siquiera me hubiera enterado de la existencia de este conflicto de no haber acudido a la llamada de mi viejo profesor de la universidad – sus emociones volvían a estar a flor de piel -y si usted no tuviera...su sangre

Tratando de serenar esa vorágine que quería volver a aflorar como en la tienda de Darren, centro su atención en la copa de plata ante ella con su contenido rojizo.

-¿ayudarme? - dijo sosteniendo la copa, alzando su mirada de esta a él enarcando una ceja - ¿como pretende ayudarme?

Miró de nuevo el contenido, dudando de si tomarlo o no. Tampoco es que un trago pudiera hacerle algo y sin duda no podía irle peor que a Perséfone aceptando las bayas del infrámundo de mano de Hades ¿no? Por el lado bueno no tendría que volver a preocuparse del trabajo, claro que entre sus planes de futuro nunca ha contemplado la opción de ser la sierva de un Dios por el resto de su vida. Pero bueno, eso era ponerse en lo peor, solo estaban siendo diplomáticos y compartiendo una copa. Así que le dio un sorbo corto.

— Conocimiento, por supuesto... Eso es lo que se suele encontrar en los libros, ¿no es así?

Cuando dices que tal vez no te habrías visto involucrada en esto, no puede reprimir una sonora carcajada.

— ¡Ah! Tan perspicaz para unas cosas y tan inocente para otras... ¿Acaso no sabe ya que el Destino siempre encuentra el modo de llevarnos hasta donde tenemos que estar queramos o no? — Casi te sorprende que hable en primera persona, incluyéndose en esa afirmación. — Toda nuestra historia se predispone para que lleguemos exactamente a este momento, pues sólo aquí podemos decidir hacia dónde vamos a ir. — Si la paradoja de su afirmación le pasa desapercibida o no, es algo que no puedes deducir por su expresión. — Tu separación de tu hermano — tu gesto le indica que su deducción es correcta, — el hecho de que hasta ahora no hayas sabido quién te ha otorgado esos poderes, tu amistad con el anticuario y que haya sido él quien te ha traído aquí... Hasta un momento en el que tendrás que tomar una decisión.

Sonríe al ver cómo dudas antes de beber, y aún más cuando te decides a hacerlo.

— ¡Ah! Creí que a estas alturas ya habría aprendido a no tomar nada de comida del Reino de las Hadas... — Te observa un momento, esperando tu reacción. Al notar cierto nerviosismo en tu rostro, sonríe de nuevo. — De acuerdo a las historias, ahora su cuerpo queda ligado la tiempo de este lugar y, cuando vuelva a su mundo, podrían haber pasado siglos... O sólo unos segundos después de años aquí... — Una nueva carcajada no hace mucho por tranquilizarte. — Pero no se preocupe, no es ese tipo de bebida.

Te mira con el rostro más serio.

— Le devuelvo la pregunta, señorita Wright. ¿Qué tipo de ayuda necesita? No se precipite, tómese su tiempo para pensar la respuesta.

Un bufido quedo escapo de la psíquica al exhalar por la nariz ante su respuesta, posando la copa sobre la mesa con los labios humedecidos por el líquido rojizo ¿había llegado a tomar ese sorbo o lo había fingido? Ninguno de los dos podía decirlo.

-así es – coincidió estrechando la mirada molesta ante la diversión que le estaba proporcionando a Tio Ceros, de nada le servía ocultar sus emociones aunque sus pensamientos era otra cosa – muy ingenioso – rió relajando de nuevo el gesto aunque no la abandonara la tensión de los hombros - ¿Que conocimiento puedes buscar Cernunnos, señor de la caza y los animales salvajes de “Vida y creencias de la antigua Mesopotamía”?- pregunto con algo más de precisión y aún a riesgo de acercarse al borde del abismo añadió – porque no me creo que sea un mero interés cultural en la evolución y costumbres de la sociedad Mesopotámica

Ya se lo había dicho a Grend, no creía en la coincidencias, pero que el dios astado se lo recordara con esa crudeza la hirió en su orgullo. A sabiendas que había dado en el clavo prefirió guardar silencio jugueteando con la copa entre sus dedos.

-historias...- alzó la mirada de la copa – no temo a las historias, todos somos historias al final, en cambio si hubiera dicho de los mitos o las leyendas...esos si tiene una base más fiable a la que tener en consideración – llevaba demasiados años viviendo con Jade, esa lección se la había grabado a fuego y por primera vez en todos esos años esperaba que tuviera razón y no estuviera cavando su propia tumba, aún así esbozo una sonrisa que regalo al contrario – me alivia saberlo – no, no lo hacía

Apretó sus carnosos labios, humedeciéndolos tras morderlos con intensidad al escucharle.

-necesito ayuda para mantener a mis seres queridos fuera de este conflicto, a salvo y sin que corran peligro alguno

El hombre te mira pensativo.

— Hay rastros de sabiduría en todas las culturas — dice finalmente. — Algunos de los antiguos celtas me consideraban un dios, y ahora la mayoría de la gente ha olvidado mi nombre. Lo mismo pasa en otros lugares, pero eso no quiere decir que el conocimiento de los poderes que antaño se desplegaron se haya perdido para siempre.

Escucha, ligeramente apenado, tu petición.

— Aún a falta de que definas quiénes son tus seres queridos, lamento decirte que lo que pides es imposible. Tu hermano, si es que le incluyes en esa categoría, estaba involucrado en este conflicto, incluso antes de que yo supiera de su existencia. Tu amigo el anticuario sirve a otros poderes que no dejarán pasar la oportunidad de tomar partido en uno u otro bando. El Señor Grend, si no me equivoco, ya te estará buscando y, si mis sentidos no me engañan, no es el único. Por último, usted misma se encuentra aquí y, le guste o no, antes o después tendrá que tomar una decisión. — Se encoge de hombros. — No carezco de poder, pero volver atrás en el tiempo no está entre mis habilidades, desgraciadamente. Por otro lado, la única forma de que un humano no corra peligro es que esté muerto, así que me temo que incluso la segunda parte de su petición es complicada, al tratarse de una contradicción. En otras circunstancias me aprovecharía de ello, no lo dude, pero por algún motivo simpatizo con su situación al verse arrastrada hasta aquí sin saber bien cómo ni por qué.

Sus respuestas no causaron mayor efecto en ella pues no esperaba otras más favorable, solo el hecho que Grend no fuera él único buscándola pero no mencionara que Darren lo hiciera provoco que su ceño se frunciera confusa. Aunque el shock mayor vino de las últimas palabras de tió Ceros. ¿simpatizaba con ella? Y de que podría servirle eso. ¿y por que seguía perdiendo el tiempo no pidiendo que la devolviera a tu mundo?

-lo que sabemos es solo una gota de agua, lo que ignoramos un océano – citó de memoria a su viejo profesor, quien siempre citaba a Sir Isaac Newton...«el conocimiento es poder, no lo olvides»- ¿y cuál es la causa de este conflicto en el que estamos todos envueltos?

Cernunnos te observó durante un momento y, para tu sorpresa, sonrió. Al hacerlo te pareció ver cómo las ramas del árbol tras él parecían asemejarse a las astas de un ciervo sobre su cabeza.

— Como dices, el conocimiento es poder. — Pero, espera, eso lo habías pensado o lo habías dicho en voz alta. Al escucharle ya no estás tan segura. — Pero en este mundo hay poderes que no se pueden usar tantas veces como nos gustaría y, después de todo, a veces todo se reduce a quién llega primero a la meta. No hay premio para el segundo.

Se encogió de hombros, mirando a su alrededor.

— Todos buscamos algo... — dice. — La principal diferencia para vosotros, los humanos, es qué impacto tendrá que alguno de nosotros alcance lo que quiere. Mi búsqueda poco tiene que ver con vuestro mundo, al menos por ahora, pero no puedo asegurar eso de nadie más.

Estaba jugando con ella e iba ganando. Y ese sentimiento se reflejo en la mirada que le devolvió al demostrarle que era así, pese a sus aparentes dudas. Espera ¿eran imaginaciones suyas o era que realmente había algo en esa copa? Sacudió la cabeza. Mejor no pensar demasiado, los instintos debían prevalecer. Sobre todo el de supervivencia.

-¿y cuál es el premio aquí? - dijo de manera refleja tras las palabras de Cernunnos, luego cerró los ojos arrepintiéndose de lo que iba a decir - ¿como minimizamos eses impacto?¿y como podría alejar esa búsqueda de nuestro mundo? - y de Darren, y de mi hermano ya puestos

La mirada del Cernunnos parece perderse en el vacío.

— El recuerdo — dice finalmente sin parpadear, aún observando por encima de tu hombro. — ¿Alguien recuerda el nombre verdadero del Erlking? Si los humanos quieren otra Cacería, como las que yo mismo lideraba antaño, tal vez sea la última alternativa si pierdo esta carrera.

Como si lo hubiera convocado de la nada, uno de los enormes sabuesos blancos con orejas rojas se acerca caminando y se sienta a su lado y le da un golpecito con el hocico en la pierna, lo que hace que el hombre se vuelva a centrar en el presente y ponga distraídamente su mano sobre la cabeza del animal.

— Sin duda, mi objetivo aquí es mucho menos invasivo para vuestro mundo que el que pueda tener un dios de la muerte, ¿no crees? — Pregunta y un escalofrío recorre tu espalda al escuchar sus últimas palabras.

Tenía la sensación que perdía la atención del dios astado por momentos, mirando más allá de ella y entonces pareció regresar. El recuerdo. «Espera ¿¡el rey de los elfos de los Hermanos Grimm es real!?...shit! ¿cuanto habría de realidad en los mitos y leyendas de nuestros cuentos....¡No! Centrate, Mara...»

No podía mofarse del deseo de querer ser recordado, pues todo ser que pasaba por este mundo tenían la esperanza de dejar su huella de una u otra manera. De nosotros solo quedaba el recuerdo y hasta eso terminaba desapareciendo, claro que para un ser humano eso no suponía gran cosa pero para un dios. Ser olvidado.

-¿cacería?...-masculló regresando de su breve ausencia – eso no suena bien para nadie – continuo sin reflejar emoción alguna en su rostro – incluso el cazador puede ser mortalmente herido durante la cacería – o podían serlo sus sabuesos y recuperadores; y hablando de ellos...

Mara se quedo mirando al can un tanto fascinada, luego volvió de nuevo sobre Cernunnos. No podía imaginarse al hombre desatando su furia y poder, en apariencia tan aposentado y tranquilo, de pensarlo se le erizaba el bello.

-¿perdón?*- fue lo único que fue capaz de decir ante la mención de UN dios de la muerte parpadeando perpleja, eso no podía ser bueno para nadie

A su cabeza trajo un relato sobre la vida del Gran Dios Cernunnos, quien atravesaba todo el ciclo de la vida humana en un año – desde el nacimiento a la muerte. La noche de todo los santos dejaba a la Diosa sufriendo entre lagrimas, sumida en la pena por su perdida. Su cuerpo se convierte en parte del bosque que ha guardado durante su vida, sus cuernos crecían dando forma a nuevos arboles, su lana crece como hierba, y su sangre se convertía en arroyos y manantiales. A su muerte, la línea entre mundos, el nuestro y el otro lado, lleno de muertos y criaturas de pesadilla, se reducía.

En esa noche, las horribles criaturas de pesadilla llegaban a la tierra para bailar impunemente sobre los huesos del Dios Astado y cometer atrocidades, llevándose a la oscuridad a los más débiles e indefensos.

«Un escenario ideal para que un dios de la muerte haga sus delicias de nuestro mundo» El vació en el estomago que acompaño el estremecimiento que acompaño a sus palabras, hicieron que quisiera abrazarse los costados, escondiéndose bajo una manta y cerrara los ojos hasta que todo hubiera pasado. Pero no podía hacer eso, debía enfrentar una realidad cada vez más cruda. Estaban hasta el puto cuello.

-¿quiere decir que mi hermano trabaja para un dios de la muerte? - sus labios dieron forma a sus palabras antes que fuera capaz de racionalizarlo en profundidad pero fue el pánico ¿en que se había metido Jacen y por que? - dios...- apoyando los codos sobre la mesa, dejo descansar su rostro sobre las manos, ocultándolo - ¿en que me estoy involucrando?...- se arrepentía de no haber pedido que la devolviera a casa, ahora no podía dejar correr lo ocurrido como si tal cosa, debía hacer algo...¿impedir una guerra en su mundo? ¿como? Ella no era nadie.

El sidhe sonríe, con ese gesto de condescendencia que has notado antes en él, y asiente en respuesta.

— ¿Trabajando para él? No sé si son las palabras que yo elegiría... Pero no conozco tanto su relación como para poder afirmarlo con seguridad...

De repente levanta la cabeza y un instante después el sabueso a su lado hace lo propio, levantándose y erizando el pelo al tiempo que yergue las rojas orejas, escuchando en la lejanía.

— Me temo, señorita Wright, que ya estaba involucrada en esto mucho antes de venir aquí. Si su... patrón... no le ha revelado su identidad, tal y como me ha parecido entender, sin duda pretendía que eso no afectase en modo alguno las decisiones que sin duda habrá de tomar.

Con un movimiento serio, se levanta y pone la mano sobre el pomo de su espada.

— Si me disculpa, me temo que ciertos asuntos me obligan a ausentarme por un tiempo. — Los pesados pasos del ogro con el que estaba luchando cuando llegaste le llevan hasta la mesa en pocas zancadas. — Tarvos cuidará de ti mientras yo no esté. Podría ser peligroso salir del jardín hasta que no haya regresado, así que le recomendaría no hacerlo, de ser posible. — Inclina la cabeza en un gesto cortés. — Si me disculpa...

Sin que diga una sola palabra, el sabueso blanco salta a su lado y se prepara para salir como el dios cazador del que tantas veces has leído.

-sí…- dijo meditabunda – me temía algo así – admitiendo la preocupación de sus propias elucubraciones en lo que Jacen se podría haber metido en esos años – gracias por su sinceridad

Era lo mínimo ¿no? Dentro de todos los escenarios posibles, Cernunnos se había decantado por el más cordial y diplomático de todos. Debía estar agradecida.

-ya…el destino es un asco – maldijo sin cortarse

Mara siempre había defendido, y seguiría haciéndolo, que todos escribían su propio destino pero lo cierto era que comprendía que el destino de todos estaba escrito, más allá de la ineludible muerte, y que lo único sobre lo que tenía control era las decisiones que la llevarían a él. Ahora mismo le parecía una jodienda.

-¿y a que espera?...- lo miró ligeramente abatida, perdida y sobre todo molesta - ¿a que tome la decisión correcta o incorrecta en este…conflicto para salvar el momento o terminar de hundirme?...pues vaya -  apoyo los codos sobre la mesa de piedra y seguidamente dejo caer la cabeza sobre sus manos ocultando el rostro en ellas bajo un manto de rizos

-¿Cómo? – fue todo lo que alcanzó a decir cuando él se disculpo, sumergida en sus pensamientos no se había dado cuenta cuando se levanto.

Girando el rostro hacía los pasos que se aproximaban el exabrupto que le vino a la mente y se quedo observando.

-¿Qué? ¡no!- cuando reacciono el dios de la caza ya se había alejado como para prestarle atención – o joder…¿y a donde cree que podría ir si tan siquiera sé dónde estoy?...bueno vale, en sus dominios – se quedo de pie mirando el lugar por el que se había marchado el dios astado y maldijo para sus adentros preguntándose ¿Y quién es Tarvos?

Casi esperabas que el niño que te encontró en el bosque apareciera de nuevo, pero es el ogro con quien luchaba el sidhe el que habla finalmente.

— Buenas tardes, señorita... ¡ehm!... Right, ¿no? — Saluda. No sabes qué te sorprende más, si que sea él quien habla o su intento de cordialidad que no termina de encajar con su aspecto tosco. — Este jardín es seguro, pero si prefiere nos podemos refugiarnos en la Casa de Campo.

Señala hacia un lado y miras detrás de unos árboles, donde ves una casa de un par de plantas. Estás segura de que cuando llegaste no estaba ahí o, al menos, de que estaba oculta a tu vista, pero en este lugar tampoco puedes fiarte de las apariencias.

— No es el palacio que merece nuestro Señor, pero hasta que recupere sus privilegios, nos tendremos que conformar con ella... Si quiere acompañarme...

Con el enorme hacha en una mano no está muy claro cómo reaccionaría si le dijeras que no, aunque sus primeras palabras parecían indicar que tenías libertad para elegir. Lo que sí tienes claro es que Tarvos no es tan astuto como su señor, así que si quieres conseguir algo de información, tal vez sea más sencillo sacársela a él que al propio Cernunnos.

Toda la indignación, así como frustración, que sentía Mara en el momento que Cernunnos la había “abandonado” a su suerte se le atraganto cuando vio al Ogro acercarse ha ella. «Holy Shit! Espero que no tenga hambre»

-oh...Buenas tardes...eh...es Wright en realidad pero...emh...llamame Mara ¿vale? - soltó entre intimidad y sorprendida por el comportamiento civilizado y cordial del ogro...y sonrió internamente, al mirar en la dirección que le indicaba – vaya – se sorprendió genuínamente ante la revelación del hogar del señor Sidhe – lo agradecería, Tarvos, gracias, eres muy amable por el ofrecimiento

Le iba a hacer la rosca a un ogro, al que a todas luces le faltaban unas cuantas.

Juntos se encaminaron hacía el humilde hogar de su señor, asintiendo comprensiva a las palabras.

-espero que tú señor alcance su objetivo – se encontró repitiendo las palabras del ogro pero sin llegara encumbrara a Cernunnos como su señor, era pronto para tratarlo de aliado aunque se había mostrado todo lo colaborativo que podía permitirse un dios con una simple mortal.

Sí, le picaba la curiosidad por alcanzar el conocimiento que poseía sobre su persona y la marca de poder que portaba, cuál era su origen y quién lo había hecho. Era lo único por lo que seguía guardando rencor a su desaparecida madre.

-¿sabes?...Tarvos – alzo su mirada evitando fijarse en el hacha del ogro, y por su puesto sus ojos – me gustaría ayudar al señor Cernunnos a recuperar esos privilegios pero ha tenido que marcharse antes de decirme como podría hacerlo ¿podrías tú contarme como los perdió y como podría recuperarlos?

El enorme ogro te escolta hacia la "pequeña" mansión de campo, que desde fuera parece tener unas seis veces el tamaño del apartamento que compartes con Jade y Adrian. Y, por supuesto, el interior es aún más amplio. Está claro que las dimensiones en el Nuncamás no funcionan de la misma manera que en tu mundo y lo que desde fuera no aparentaba ser más grande que una vivienda unifamiliar es en su interior un auténtico palacio.

Curzas un recibidor que parece tan grande como el ancho que habías calculado de la casa antes de entrar y llegas a una sala de estar que seguramente se consideraría pequeña aquí, pero es unas tres o cuatro veces vuestro salón.

Mientras, Tarvos contest a tu pregunta con su voz lenta y atronadora.

— Bueno, señorita... ¡ehm!... Mara — dice. Habla despacio, de la misma forma que realiza sus movimientos, como si pensara sus palabras para no romper nada. — Yo no sé mucho de esas cosas, porque ni siquiera mi abuelo había nacido entonces. Pero por lo que sé, el señor Cernunnos era un dios de la naturaleza o algo parecido. Como tal, acabó siendo el señor del Otoño... Pero por algún motivo las Cortes Feéricas se vieron reducidas a Verano e Invierno y nuestro feudo se perdió.

Tarvos te indica una butaca para que tomes asiento y mira el sofá de dos plazas, que él ocuparía por completo. Te cuesta imaginarlo en ese lugar y él parece decidir que quedaría completamente ridículo (o que estaría incómodo por su altura, vete a saber), por lo que se apoya sin más en una estantería llena de libros.

— Yo no sé preparar un té — dice, ¿ruborizándose? — Rompí la tetera y todas las tazas la vez que lo intenté. Pero si quieres algo, tal vez encuentre a alguien que pueda prepararlo...

Absteniéndose de caer en el cliché del aclamado show de ciencia ficción de viajes en el tiempo sobre el tamaño de la casita de campo del dios astado, le fue imposible no dar una vuelta sobre si misma maravillada, observando cada detalle a su alrededor ¿cuando volvería a tener una ocasión así? Porque extrañamente tenía la sensación que más tarde o más temprano podría regresar a su mundo, solo esperaba estar en lo cierto.

Sonrió al ogro cuando la llamo por su nombre para infundirle ánimos, así como se encogió ligeramente cuando comenzó a hablar con ese bozarrón que gastaba.

-hmm...-medito un momento buscando en su cajón desastre de información de las Cortes Feéricas que poseía asintiendo a las palabras de Tarvos – entre otras cosas así es – dijo en referencia a la naturaleza de su señor – además de otras cosas – continuo el pensamiento en voz alta - entiendo...es comprensible que el señor Cernunnos quiera recuperar su feudo, me gustaría saber en que condiciones se vieron reducidas las cortes a solo la Verano e Invierno– se cruzo de brazos y comenzó a mordisquearse la uña del pulgar, un gesto que podía ser mezcla de nerviosismo y concentración en su situación actual.

Sentía un cosquilleo extraño en las entrañas que la hizo pensar en Adrian y algo que había mencionado durante el incidente de los margaritas a media noche «La Orden de la Hoja Caída...¿podría?...na...tonterías...eso significaría que...o tal vez que...centrate Mara no te pongas a inventar cosas en un momento así...pero después de todo...¿y si Adrián esta intentando ayudar a Au Fae?...»*

-¿eh? - si estaba en otra parte cuando alzó la mirada ante el ofrecimiento del ogro ¿ruborizado? - ¡oh! No, no. Gracias Tarvos – sonrió agradecida – estoy bien así como estoy ¿oye? ¿has oído hablar alguna vez de la Orden de...la Hoja Caída o algo así? -no estaba segura si sabría decirle que ocurrió entre las cortes para que se vieran reducidas a dos, como bien le había dicho ni su abuelo había nacido pero en algo tenía que pasar el rato mientras Cernunnos se dignaba a regresar.

Tarvos se encogió de hombros con un movimiento lento, cuidadoso.

— Yo no sé mucho de eso... Las Cortes llevan separadas desde... ¡siempre! — dijo. — Seguramente mi Señor pueda darle más información al respecto... Si está de humor... No le gusta demasiado hablar del pasado.

Pero su expresión cambió cuando le preguntaste por la Orden de la Hoja Caída y su gesto dubitativo y precavido se convirtió en una sonrisa orgullosa.

— ¡Sí! Mi orden — dijo señalándose el pecho con el pulgar. Luego dudó un momento. — No mía de que me pertenezca, sino al revés. Yo pertenezco a esa orden... ¡Y tengo un alto rango en ella! — Exclamó con una estrepitosa carcajada. — Somos los Fae que hemos jurado servir y proteger al Señor del Otoño... — Casi de golpe, su mirada se ensombreció un poco y miró por la ventana. — En ese orden, desgraciadamente. De otra forma yo estaría ahora ahí fuera, guardándole la espalda en la batalla...

Su mano se acercó a la inmensa hacha que había dejado apoyada en la pared, tamborileando sobre el mando del arma mientras oteaba el exterior de la mansión.

Baje la mirada asintiendo en comprensión a lo que el descomunal ogro compartía con ella. Preguntar a Cernunnos. Lo sopeso, no es que hubiera servido de mucho hasta ahora pero tenía tiempo de sobra dependiendo de lo que pretendiera tenerla ahí. Así que...Su mirada se alzo ante la declaración de Tarvos.

-vaya...- parpadeo perpleja ante la sorpresa regalándole al ogro una radiante sonrisa – ¡oh! - exclamo ocultando una decepción interna al regresar de nuevo al señor – así que los miembros de la Orden servís y protegéis a Cernunnos – repitió y se atrevió a alargar la mano diminuta en comparación para rozar la gigantesca de él – oh Tarvos, siento que tú señor te haya obligado a quedarte cuidando de mí...¿no podrías unirte con él? - dijo apartando la mano y encogiéndose de hombros – aquí estoy bien y no tengo a otro lugar al que ir, seguro que le serías de gran ayuda – le sonrió en simpatía antes de añadir - ¿y sois muchos los Fae que servís en la Orden?...creo conocer a alguien que podría servir en ella o conocerla, allí de donde vengo – de nuevo dejo caer sin atreverse a dar el nombre de Au Fae por si sus pesquisas estaban equivocadas

Tarvos niega con la cabeza.

— Se me ha encargado protegerte — no puedes evitar peguntarte si "vigilarte" es también una parte de sus órdenes — y hay otros que estarán con mi Señor. No somos demasiados, pero Brigitte se encarga de que la mayoría estén bien entrenados.

Te mira con la cabeza con evidente sorpresa cuando comentas que conces a alguien de la Orden de la Hoja Caída.

— Eso no es probable... — dice con seriedad al cabo de un momento. — Los miembros de mi orden rara vez actúan en vuestro mundo, salvo por mandato específico de nuestro señor. Además, nuestra orden es secreta, no creo que muchos hayan escuchado hablar de ella. De otra forma, nuestra existencia podría llegar hasta la Dama del Verano o la del Invierno y ellas no permitirían que mi Señor continuase con sus planes.