Partida Rol por web

Sin dudarlo un preciso instante, echaste a correr tras el puente. La cuestión era más bien de segundos: antes la oscuridad de la noche, aguardar allí más tiempo sería perder la estela de la antorcha que llevaba el nativo Awá. Cruzaste el puente corriendo y éste se tambaleó; era de madera y cuerda, y era extremadamente débil. Suerte que ibas tú solo, pues tal vez con la compañía de tus compañeros éste se hubiera venido abajo. El caso es que tras cruzarlo, rifle en mano, veías la estela de la antorcha y cómo se movía en la selva (el Awá debía estar corriendo muy rápido). Comenzaste a seguirla de nuevo y tras unos segundos de incertidumbre oscura, te detuviste. Delante de tí el terreno había comenzado a bajar, y se presentaban ante tu persona unas escaleras excavadas en el mismo cañón; pero no eran escaleras de veinte centímetros de altura, sino de más de un metro entre escalón: escaleras rudimenterias para, seguramente, bajar al fondo del cañón. En realidad eran terrazas naturales del terreno (o al menos llevaban así mucho tiempo). Al mirar hacia abajo víste que el awá las estaba bajando como el que come un caramelo (muy fácilmente); pero tú, pese a ser explorador, no habías visto en tu vida escaleras tan grandes.

Drake respiró aliviado al advertir que, pese a que el puente se había tambaleado, no había llegado a caerse. De haber estado con el resto de sus compañeros, lo más probable es que la estructura no hubiera aguantado y habría terminado viniéndose abajo mientras cruzaba alguno de ellos.

Una vez que consiguió cruzar el puente, el explorador advirtió que la estela de la antorcha se movía con asombrosa rapidez, lo que implicaba que el Awá debía desplazarse bastante rápido, descendiendo por aquellas terrazas naturales como si estuviese más que acostumbrado a hacerlo. A pesar de su experiencia como explorador, Drake no podía seguirle el ritmo, pero trató de descender por las terrazas de forma prudente, intentando no correr el riesgo de caer a través de ellas. Tenía que seguir al Awá, sí, pero trataría de hacer lo posible por no morir en el proceso.

Spaulding dio un brinco sobresaltado por los sonidos de los tambores y se acercó aún más al grupo.

-Esos salvaje traman algo, será mejor inspeccionar esto rápido y alejarse aún más rápido. Esperemos que sr Drake vuelva para entonces o tendremos que darle por perdido. 

No pudo evitar sentir curiosidad por las primitivas estructuras que examinaba Leonard y se acercó a este para mira por encima de su hombro.

-¿Algo de interés? ¿Qué son estas cosas? ¿Y ese altar de allí?

Lo que he encontrado sr. Spaulding es de lo más desconcertante, creo que el sr: Woodstock debería ver esto también. Fíjese, ve esas figuras, en primer lugar, es extraño ver un altar de sacrificio al margen del templo correspondiente en las culturas mesoamericanas. Pero sobre todo fíjese en esas figuras, representan algún tipo de deidad completamente desconocida, no se corresponde con nada que haya visto antes, además es inquietante, fíjese… un ser con alas cortas, cuello largo y manos pequeñas, pero con garras… más que una deidad parece una monstruosidad, y aquí, mire, parece un lugar, un enclave geográfico concreto y determinado, parece una formación en la montaña con algo así como la entrada a una cueva- mientras digo esto miro instintivamente alrededor por todo el horizonte en busca de una forma en las montañas que coincida con esa representada en el altar- la manufactura tampoco es tan fina como debería , parece demasiado tosca. Sr. Woodstock, mire este relieve, esta forma montañosa, ¿le dice algo?

Dibujo lo mejor que puedo en mi cuaderno todo lo que em llama la atención.

-Fascinante... -dijo acercado sus pobladas cejas a aquel ser deforme esculpido sin duda por las manos de algún trastornado- se me ocurre que quizás estos salvajes han ido en procesión a esa cueva a para dar rienda suelta a sus retorcidas pasiones. Todo ese ruido de tambores sin duda sonaban algún asunto ritual ¿no creéis? 

Spaulding se llevó la mano junto a la oreja para tratar de oír los tambores y calcular la distancia. Después observó el mapa esculpido para tratar de orientarse. Sacó su brújula un momento y la devolvió inmediatamente a su lugar en el fondo de sus pantalones bombachos.

-¡Oh por el amor del cielo! ¿Dónde estará el sr Drake?- apuntó con su lámpara de queroseno hacia la vegetación, por donde habían venido.

Todos os acercásteis hacia los dólmenes donde estaba Leonard. Woodstock tomó uno de los calderos de fuego que había allí para observar mejor lo que el antropólogo le mostraba y explicada.

¡Qué complejidad! -decía Woodstock, musitando-. Me refiero a la grafía y los bocetos esculpidos, ¡qué grado de detalle! Esto es un descubrimiento en toda regla, Leonard -le dijo emocionado y preocupado al mismo tiempo-. Pues aquí no hay montañas -le respondió ante la última pregunta de Colleman-. Pero, no parece una montaña... Es un cañón. ¡Es el cañón del Buruono! -pareció recordar-. Ya estuve en ese lugar -decía ahora, recordando-, en una expedición hace unos años, tras volver de la Antártida. Dos exploradores murieron, un matrimonio que se dejó la vida en ese cañón. Pero jamás encontramos nada, ni tan siquiera sabíamos de cueva alguna, pues tan sólo reconstruíamos la historia reciente del lugar... El caso es que, debemos estar cerca de él o algo así -en realidad, con todo el trajín vivido, el profesor estaba algo desorientado-. El Buruono debe estar cerca de aquí, y esa cueva, como bien dice Jeffrey, debe estar en el cañón. 

Spaulding dedujo algo más: la población había marchado a ese lugar para dar rienda suelta a sus pasiones.

Tal vez Drake esté allí. Tal vez Henry esté allí. Tal vez las respuetas estén allí -exclamó pensativo-. Creo que sé por donde se va. ¿Vamos ya, amigos? -os preguntó finalmente-.

Bajaste con la agilidad de un puma por la terraza. Los últimos escalones del cañón eran más pequeños que los superiores, señal de que, seguramente, los habrían trabajado más en el pasado en tareasa agrícolas al ser más manejables. Una vez abajo, lograste andar entre los arbustos y un tramo de selva, siguiendo la estela de la antorcha. Finalmente la vegetación se aclaró, tanto en espesura como en oscuridad, y delante de tí sobre un gran claro en el fondo del cañón (ya estabas abajo del todo), viste una gran procesión de Awás portando antorchas. Todos iban como un reguero hacia el interior de un agujero en la pared del cañón, agujero imperceptible desde arriba, donde habías estado minutos atrás. Era como si todos estuviesen convocados en ese lugar. Tú observabas tal comitiva y su acceso desde los arbustos, agachados. Pero no había ni rastro de nadie conocido. Sólo nativos. Más y más, y más...

Drake se agazapó entre los arbustos, armado con su rifle, mientras observaba aquella procesión de Awás que portaban antorchas y que avanzaban en dirección a una cavidad que se encontraba en la pared del cañón, probablemente una cueva que tenía cierta importancia para aquel pueblo indígena. Observando a los nativos, el explorador estaba seguro de que se disponían a asistir a algún tipo de ceremonia religiosa o un ritual importante para ellos. Solo eso podría explicar la presencia del elevado número de Awás que veía.

-Robbins, Woodstock, Spaulding... ¿Dónde estáis? -murmuró Drake, preguntándose qué habría sido de sus compañeros del grupo. ¿Habrían tenido algún avance en la búsqueda del joven Robbins desde que se separaron?

De momento no había rastro de tus compañeros. El último de los Awás se internó en la cueva. El interior de la misma ahora desprendía hacia el exterior, el cañón donde estabas, mucha luz interior, reflejo de las decenas de antorchas que portaban. Allí se "cocía" algo gordo.

Drake advirtió que, por fortuna, ninguno de sus compañeros se hallaba en manos de los Awás. Ni siquiera Henry Robbins. Por desgracia, tampoco alcanzó a divisarlos entre los arbustos. El veterano explorador carraspeó, pensando en que lo más probable era que Woodstock y Spaulding se hubieran perdido guiando al grupo en mitad de la selva. ¿Dónde estarían?

Armado con el rifle, Drake decidió caminar sigilosamente en dirección a la cueva. No sabía qué estarían haciendo los Awás, aunque le resultaba evidente que debía tratarse de algo lo suficientemente importante como para que se hubiera reunido en su interior un número tan numeroso de nativos.

Woodstock podría tener razón, y en todo caso la expedición estaba en sus manos y su posible salida de aquel infierno. Pero la noticia del matrimonio muerto anteriormente en ese cañón le puso la piel de gallina, sin duda era el peor presagio que podía escuchar junto a su esposa. Aún así tendrían que intentarlo, además ahora la curiosidad por esa tribu que había dejado este asentamiento en dirección a ese cañón, la extrañeza de esos rituales representados en el altar le empujaban hacia adelante en busca de respuestas.

Si usted sabe por dónde ir, lo mejor será darnos prisa, quizás incluso siendo menos podamos avanzar más rápido y adelantarnos para encontrar a Drake antes que los nativos. ¿Están de acuerdo?

Observando su mirada, te das cuenta de que Woodstock no mentía. Todo el asombro de encontrar ese poblado era cierto, era el mismo asombro que podría tener cualquiera de vosotros. Y la preocupación por Henry, su noble secretario, era también real.

Spaulding miró horrorizado a sus compañeros sorprendido por su inconsciencia. Se detuvo más inquisitivamente sobre Woodstock. Finalmente levantó las manos.

-Caballeros, adentrarnos en un cañón con nombre de víscera en medio de la noche  con esos salvajes enloquecidos, seguramente dados a sacrificios humanos, no es el plan más sensato con la potencia de fuego que tenemos -desvió la mirada a la escultura un segundo, pero se calló.

Se pasó la mano por el pelo nerviosamente y volvió a colocarse el sombrero modelo Livingston. El sudor perlaba su frente.

-Si todos queréis ir, adelante, estamos todos juntos es esto, pero deberíamos buscar ayuda. Esto no es buena idea.

Se fajó los pantalones bombachos dispuesto a seguir la marcha a regañadientes. 

No le falta a usted razón amigo Spaulding pero, ¿qué más ayuda podemos encontrar en medio de este infierno verde? No tenemos más que nuestra propia valía, y rezar si es usted creyente por que eso sea suficiente.

Lo sé, es una misión escabrosa, incierta -añadió Woodstock-. Pero corremos igual peligro yendo que regresando. No soportaría la idea de perder a Drake o a Henry... ¡O a los dos! -Theodore se metió la camisa por dentro, aupó su mochila en su espalda. Hemos de encontrarlos -añadió finalmente-.

Entonces todos marchásteis por la dirección en que se estaba esfumando el ruido de tambores. Poco después, habiéndoos internado en la selva, caminásteis por el borde del precipicio (aquella aldea estaba levantada a sus pies) del cañón del Buruono. Minutos después, tras caminar en la selva con una única antorcha, vísteis que delante de vosotros el terreno había comenzado a bajar, y se presentaban ante vosotros unas escaleras excavadas en el mismo cañón; pero no eran escaleras de veinte centímetros de altura, sino de más de un metro entre escalón y escalón: escaleras rudimenterias para, seguramente, bajar al fondo del mismo. En realidad eran terrazas naturales del terreno (o al menos llevaban así mucho tiempo), que en la antigüedad habrían servido para plantar y sembrar. Al mirar hacia abajo notásteis un resplandor en el fondo de la caída del Buruono: una luz, un resplandor más bien, procedente de una cueva. El sonido de tambores procedía de allí.

Caminaste rifle en mano, apuntando a tierra, hacia la cueva. No tardastes muchos segundos en seguir la estela del resplandor que salía de su interior. Una vez cruzaste la gran entrada rocosa, encontraste una gigantesca cueva (la mayor que habías visto en tu vida). Era un espacio natural, bajo la superficie terrenal, sin igual. Allí la luz del sol debía llegar escasamente, y viste iluminado por centenares de antorchas, tal vez el millar, un conjunto de edificios antiguos, capitaneados por una inmensa pirámide que dominaba toda la ciudad. Ya que aquello era una AUTÉNTICA ciudad perdida. Eso sí, de los edificios tan sólo quedaban únicamente sus muros, persistiendo éstos al paso del tiempo, y con una construcción típicamente inca.

Claro que, junto a la gran pirámide había otros edificios: una sala con columnas en su interior (que se dejaban entrever entre sus muros); una especie de cementerio (por lo salientes del suelo); un par de templos menores, una extraña cámara y un saliente en la roca, muy cerca de la entrada, que ofrecía resguardo y refugio nada más acceder a la gran cueva.

Los habitantes Awás se concentraban, portando infinidad de antorchas (de ellos procedía el resplandor, aunque también de la grandísima colección de luminarias repartidas por toda la ciudad), que salían de la cueva. Todos ellos se movían al son de tambores, rodeando algunos la pirámide, y el resto como hipnotizados mirando a la cima de la misma. Entre los Awás había algunos cuya apariencia era extraña, mucho más pintados y emplumados que el resto, como con una puesta en escena primitiva más acentuada. Te pareció que eran guerreros.

Entonces una nueva comitiva llegó, por el otro extremo de la ciudad. Una hilera de hombres y mujeres Awás se acercaban a la escalera de la gran pirámide. El resto de espectadores nativos, en la base de la misma, les dejaban hueco para que pasasen. Los nuevos miembros llevaban un fardo en alto, un bulto blanquecino y como amortajado. ¡Era Henry! Su cuerpo avanzaba en alto, a pulso entre los brazos de sus captores, y sólo podía vérsele la cabeza. No forcejeaba, parecía inconsciente. Entonces comenzaron a subirlo por la gran pirámide. Todo ésto lo veías desde la entrada.