Partida Rol por web

Permanecí en silencio, observando al noble herido mientras el Gran Maestre se encargó de hacer todo lo que pudo por él. El pronóstico del anciano no resultaba alentador, aunque cabía la posibilidad de que se recuperase.

-Alteza -saludé al príncipe cuando lo vi entrar en los aposentos.

Después, me aposté junto a la puerta, a la espera de posibles órdenes.

El príncipe saluda con un gesto de cabeza y cuando el maestre abandona la sala les indica con un gesto de la mano que resultaba perfectamente comprensible para todo aquel que fuera habitual del castillo que podían abandonar los formalismos.

Lady Katherine era allí la única que no reconocería aquel gesto, pero el resto de los presentes sabía que cuando no se veía obligado por la presencia de otra autoridad, el príncipe prefería el trato cercano.

He venido en cuanto he tenido noticia de lo sucedido.

Examinó el lugar con un rápido vistazo para hacerse una composición de la situación.

Estáis haciendo una gran labor aquí. Me aseguraré de que seáis recompensados.

Avanzó hasta la cama para ver el estado del noble sin que pareciera importarle mancharse de sangre.

Jarre, he oido a tu maestro mencionar algo de una gema que ha perdido. ¿Sabes de qué hablaba? - Preguntó asegurándose de que todos pudieran oirle.

Permanezco en silencio ante las palabras del príncipe, aún en mi puesto. Puede que nunca cuente con la rigurosidad y autoridad de su padre, pero el joven Dionysos siempre me ha resultado el miembro de la Familia Real más cercano con los sirvientes de palacio y con la plebe. Sin duda, algún día llegará a ser un buen rey.

Cuando el príncipe entra en la sala hago una reverencia. Alteza.

Me mantengo en un discreto segundo plano pegada a la puerta esperando que su alteza otrogue permiso a la criada para marcharnos. 

Aunque he de reconocer que me sorprende el cambio de actitud del príncipe. 

Echo una mirada de reojo a Jarre, mientras me pongo en tensión. Cuando algo desaparece, los primeros culpables siempre son los criados.

-Quizá podríais llevaros esta conversación a otro lugar. El herido necesita reposo, y no un montón de voces parloteando a su alrededor. Aunque se trate de la encantadora voz del príncipe -sonrío, titubeante.

Tenéis razón, por supuesto. Pero no me malinterpretéis, no estaba acusando. Solamente me sorprendió el comentario del maestre, porque no sabía que confiase en amuletos.

El príncipe suspira.

Sólo vine a ver si era necesaria algún tipo de ayuda y a ver el estado de nuestro invitado personalmente. Fui el único que no presenció el incidente. - Dijo a modo de explicación - Pero veo que ya habéis tomado el control y actuado con rapidez.

Ya estoy hablando demasiado otra vez. Desde luego, si necesita reposo y silencio yo no seré la mejor compañía

Dice esgrimiendo una sonrisa sincera pero algo afectada.

Al parecer su cercanía con el servicio incluía no ofenderse ante la verdad cuando no le era propicia y no pagarla con el mensajero, al contrario de lo que era frecuente entre personas demasiado pagadas de sí mismas.

Me voy, pues. Si su estado cambia o es necesaria alguna acción que requiera de algún permiso urgente en palacio, podéis buscarme.

El príncipe se dio cuenta en ese momento que aún llevaba el estuche del violín en la mano, y como si eso le hubiese sugerido algo, se despidió con un gesto de cabeza y salió de la habitación.

Quien le conocía bien, sabía que no era un hombre al que le gustara la violencia, sangre o los sucesos trágicos. Quizás por eso se le veía algo atribulado.

Apenas salió el príncipe de la estancia, me acerqué a Ibb para hablarle entre susurros. No deseaba que se sintiera culpable por lo sucedió. Después, me dirigí a la otra mujer.

-Lady Katherine -me dirigí a la joven noble, en tono seco-. ¿Me permitiríais hablar con vos a solas? Necesito decirle algo sobre lo que sucedió antes en el salón principal.

-Podéis estar tranquila, muchacha -le susurré a Ibb, al oído-. No voy a delataros acerca de vuestras intenciones de entrar en la torre del maestre. Si aún me necesitáis para acudir allí, podéis contar conmigo. Aunque mucho me temo que era esa gema lo que os ordenaron obtener, ¿me equivoco?

Respondo a Kurr en el mismo tono, visiblemente compungida.

-Os equivocáis. No soy ninguna ladrona -con un tono visiblemente ofendido, me cruzo de brazos- Me pidieron que echara un vistazo por si viera algo sospechoso. Pero lo cierto es que se me han acabado las excusas para visitar dicha torre, y me temo que he levantado sospechas en el maestre.

-Os creo, muchacha -le advertí a la joven copera. Mi tono se relajó y apoyé mi brazo sobre el hombro de la sirvienta-. Sé que no os arriesgaríais a entrar por vuestra propia cuenta. Si os descubrieran en la torre del maestre, seríais la única que perderíais. Y podría costaros más de unos latigazos. ¿Qué creéis que oculta el Gran Maestre? Nuestro príncipe encuentra extraña la actitud de ese anciano, y podría apostar que no es el único...

Asiento mirando dubitativa a la criada y me acerco al jefe de guardia a escuchar sus palabras. 

Estoy a punto de responder a Kurr, cuando Lady Katherine se aproxima a nosotros.

-No lo sé -replico, simplemente- no tengo la menor idea. 

Relajo los hombros, agotada, y dirijo una mirada hacia la noble.

-Lady Katherine, acompañadme, por favor. Vayamos a la cocina de una vez.

Sin esperar respuesta, me adelanto unos pasos. El guardia quería hablar con ella.

-Lady Katherine, creo que antes malinterpretasteis mis palabras -le dije, entre susurros, en tono educado-. Cuando os dije que vuestra compañía agradaría a Sir Moore, no pretendía sugerir que vos buscabáis la compañía de ningún hombre. En realidad, me refería a que vuestra presencia podía infundir ánimos a Sir Moore para aferrarse a la vida. Creo que sois una mujer excepcional, Lady Katherine. Cuando Sir Moore fue alcanzado por la daga del bufón, fuisteis la única de entre los vuestros que mostró piedad por él. Puede que no seáis una reina, pero esta noche os comportasteis como tal.

Observo que Ibb se ha alejado hasta la puerta, y me siento en la necesidad de añadir algo más. Tal vez la noble que tenía frente a él no fuera una guerrera, pero le pareció igualmente valiente.

-Creo recordar que mencionasteis que la mujer que aparecía en el relato del buen Enzo debía resultar imponente portando una ballesta. Vos también habéis resultado imponente esta noche.

La Reina accede a sus aposentos, contiguos a los de Su Majestad el Rey.

Anne, con ayuda de sus criadas, se va a disfrazar de criada para no ser reconocida.

Abrumada por las palabras del guerrero me ruborizo sin poder controlar mi propio cuerpo. Ojalá pudiera tener a aluien aí y llevar una vida feliz... lejos de tanto palacio... pero se han esforzado tanto en darme una educación que me veo obligada a compensar los esfuerzos de la señora Weston, no soy libre para decidir, tengo un destino que cumplir.
Gracias por vuestras palabras... son importantes para mi. por unos instantes me siento valiosa para alguien. Y no puedo evitar dibujar una sonrisa.

Si, vámonos Ibb